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Dos formas de la lluvia



He reunido en este libro dos historias sobre la forma en que el afecto y la memoria recuperan amores que ya no pueden suceder en el mundo de los hechos y encuentran una supervivencia en las palabras.


Escribí Llamadas de Ámsterdam durante una pausa en los cuatro años que dediqué a mi novela El testigo. Acaso por estar inmerso en una trama múltiple, que trataba de demasiadas cosas, quise volver al más restringido entorno del relato largo o la novela breve.

Buscaba un remanso y, como suele suceder, encontré las aguas convulsas de un río que amenazaba desbordar su curso. Los textos «intermedios», a los que pertenece Llamadas de Ámsterdam, dependen de una peculiar tensión: deben ser leídos de «una sentada» pero también debe ofrecer suficientes detalles y misterios para intrigar la mente después de la lectura. Una escena legendaria ilustra el modo en que opera esta clase de relatos. Las antiguas caravanas solían compartir el fuego al término de la jornada. Personas que se desplazaban a distintos rumbos cedían entonces a la tentación de contar lo que habían visto. No todo lo que decían era cierto, pero eso aliviaba el tedio y las fatigas del viaje. Las buenas historias concluían antes de que se apagara la fogata; luego, cuando solo unos tizones brillaban en la oscuridad, los enigmas que se habían narrado alumbraban el sueño de quienes los habían oído.

Una hoguera debe durar un tiempo definido, mucho más que una chispa, mucho menos que un incendio. La novela breve es otra forma de domar el fuego; aviva una trama sin ceder a los excesos que calcinan.

Siempre me ha intrigado la calle Ámsterdam de la Ciudad de México, trazada sobre la vieja pista del hipódromo. En una metrópoli que compite con el infinito y explora todas las variantes de la circulación, no podía faltar el óvalo. Además, esa ruta desconcertante lleva el nombre de otra ciudad.

En la calle Ámsterdam los caballos decidieron el destino. Me pareció apropiado ubicar ahí otro juego de la fortuna: una historia de amor. La poesía y el bolero han abordado de numerosas maneras la pasión no correspondida o irrecuperable.

Me pareció interesante imaginar una posible posteridad para el amor perdido. Dos personas que no pueden seguir juntas encuentran un extraño «más allá», la región virtual donde comparten lo que fueron y donde inventan un presente alterno.

Conferencia sobre la lluvia puede ser leído como un relato en primera persona aunque fue originalmente concebido como un monólogo teatral para inaugurar el auditorio de la Biblioteca México. De ahí que el protagonista sea un bibliotecario, un intercesor entre los lectores y los libros, que en ocasiones imparte conferencias. En este caso, se propone disertar sobre la muy frecuente relación entre la poesía amorosa y la lluvia; sin embargo, como en el célebre texto de Chéjov, Sobre el daño que hace el tabaco, pierde el hilo del discurso y habla de sus propias lluvias y sus propios amores. A diferencia del personaje chejoviano, brinda la conferencia prometida, pero la sumerge en avatares personales.

Todo monólogo plantea una pregunta cardinal: ¿por qué alguien habla solo? Un oído oculto guía la confesión. Conferencia sobre la lluvia avanza hacia el momento decisivo en que se sabe quién es el destinatario de ese accidentado discurso. El protagonista de Llamadas de Ámsterdam vive una de esas historias que se entienden mejor cuando se dicen en voz baja; el de Conferencia sobre la lluvia reclama la complicidad de un escucha para hablar en voz alta.

Ambos hablan de algo que no está ahí pero aún puede ser convocado.
Dos versiones del amor perdido, o de la lluvia.

Juan Villoro
Ciudad de México, a 9 de agosto de 2019.


Dos amores perdidos
Juan Villoro
Menoscuarto Ediciones. Palencia, 2019
ISBN: 978-84-15740-59-9
112 páginas
210 x 140 mm
PVP: 14,90 €

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