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División en Provincias (V)

La causa real y permanente de la decadencia de España, de la falta de cultivo y de la tristeza y miseria, es el mal gobierno, civil y religioso, que puede observarse por todas partes, en el campo solitario y en las silenciosas ciudades. Pero España será incapaz de entrojar la semilla de este fértil origen de eternos males, si no miente la anécdota tan corriente en el país: Cuando Fernando III tomó Sevilla y murió, como era santo, escapó al purgatorio, y, al llegar al cielo, Santiago le presentó a la Virgen, la cual en el acto le permitió que pidiera algunos favores para su amada España. El monarca deseó que se le concediera aceite, vino y trigo, y le fue concedido; un sol claro y cielo alegre, hombres valientes y mujeres bonitas, y se le otorgó todo; cigarros, reliquias, ajos y toros, y no hubo inconveniente alguno; un buen gobierno. «No, no, dijo la Virgen; no es posible concederte eso, pues si te lo concediese, ningún ángel querría quedarse veinticuatro horas más en el cielo».


Richard Ford, 1846



La renta actual puede calcularse en 12 ó 13 millones de libras esterlinas; pero los españoles comparan el dinero con el aceite, que siempre se pega a las manos del que lo maneja; y tanto es lo que se roba y se negocia, tales la malversación oficial y el mal arreglo, que resulta sumamente difícil averiguar nada concreto cuando de dinero se trata. Además, las rentas se cobran mal y con un tanto por ciento ruinoso, y durante el último siglo nunca han bastado para las necesidades nacionales. Se ha recurrido al expuesto ensayo de onerosos empréstitos y confiscaciones al por mayor. En un tiempo no había en el presupuesto gubernamental más partida casi que lo que se saqueaba a la Iglesia. De este modo se podía demostrar con facilidad, de acuerdo con Vatel, que el deber primero de un clérigo rico era socorrer a los necesitados, y tanto más si el pobre era el Estado: los báculos no son compañeros de las bayonetas. El sistema, necesariamente, no puede perdurar. Desde el reinado de Felipe II se han cometido toda clase de infamias. Las obligaciones públicas no se han cumplido; no se han pagado intereses y el capital se ha derrochado. Ningún país del viejo ni del flamante Nuevo Mundo ha alcanzado un descrédito financiero tan grande. Todos deben ser cautos para aventurarse en especulaciones españolas: a pesar de todas las promesas que se hagan en el programa, tarde o temprano vendrá la decepción; y ya sea el negocio en forma de empréstito, en tierras, caminos, nunca habrá seguridades efectivas; son siempre meros castillos en el aire, châteaux en Espagne.

«La tierra, como el agua, tiene sus engaños, y éste es uno de ellos». Para conocimiento de aquellos que han estudiado el comercio ibérico, diremos que en Madrid se fundó una Bolsa de Comercio el año 1831. Se puede asegurar que es el lugar más frío de la ciudad y el más ocioso, puesto que el usual «city article» es escaso, sin operaciones, porque no hay nada que vender o comprar. Pueden compararse a una tumba que tuviera por inscripción: «Aquí yace el crédito de España». Si hay algo que la Pérfida Albión, nación de comerciantes, odie más que un asignado francés, es un insolvente. Un detalle no da lugar a duda: que el pundonor castellano prefiere arreglar sus cuentas con el frío acero y la cálida ofensa más bien que con oro y agradecimiento.

La Bolsa de Madrid se estableció, primero, en la calle de San Martín, el santo que partió su capa con un pordiosero. Como las comparaciones son odiosas y el mal ejemplo cunde, ha sido trasladada recientemente a la calle del Desengaño, sitio que no juzgarán mal elegido los que sean víctimas de algún fraude. Como todos los individuos que están en el poder utilizan sus conocimientos para obtener ventajas en el mercado, la Bolsa comparte con la Corte y el Ejército la influencia de la situación o crisis del momento: siendo listos, como lo son los ministros de París, resultan verdaderos novicios comparados con los españoles en el arte de manejar el telégrafo, la gaceta, etc., etc., y de este modo llevar plumas a su propio nido.



Richard Ford
Hispanista inglés 
(Londres, 21 de abril de 1796-Exeter, 31 de agosto de 1858)
1844 Manual para viajeros por España
1846 Cosas de España

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