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El toque de las campanas
Cuando, a finales del pasado año, el toque de las campanas fuera declarado, por la Unesco, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en los estantes de mi memoria desapareció el polvo que cubría el recuerdo de los sonidos de las campanas eclesiales, especialmente cuando -en mi niñez y adolescencia- tañían las de Villafrades de Campos y Palencia.
La rebotica de Don Marcelo
Bien dice Carmen Arroyo en su cariñoso artículo “Escribir para recordar”. Es verdad que vivo de recuerdos. Orgullosos de nuestro común magisterio escolar, siento afecto hacia ella y su querido Marcelino -García Velasco para más señas-. Es mucho lo que debo agradecerles.
El gitanillo Rafael
Llegaba la fecha de la canonización de Fray Escoba, el 6 de mayo de 1962. Todo eran prisas y para completar “Conozca a Fray Martín de Porres”, de relleno, se me ocurrió publicar la carta de un gitanillo, Rafael, muy devoto suyo.
Ea mi niño
En mi última visita a Palencia, mis entrañables colegas y amigos, Carmen y Marcelino, nos obsequiaron con algunos de sus libros. Han sido el mejor regalo que podían hacernos, a Froilán y a mí. Ellos, que saben de libros, conocen lo bueno y mucho que contienen y sirven.
Padre Gago, que estás en los cielos
Recuerda que nos conocimos una tarde de 1952 en la celda de fray Benigno, el inicial Secretariado Pro Canonización del Beato Martín de Porres, donde yo comenzaba a ayudar al buen fraile en la apasionante aventura de hacer santo al mulatito limeño.
Por los Sanantolines del 2019
Por los Sanantolines del 2019, a su concurrida Feria del Libro.
Secundarios de Castilla
En mi atardecer, este extraordinario libro ha hecho que evoque felices recuerdos de mi infancia, pues viví muy unido al Tren Burra y a sus gentes, que me conocían como Julianín. También a las de Villafrades, donde muchos aún me saludan como “Juli, el de Inés la de Andrea y Julián el maquinista”.
Mi vida como maestro de escuela
La entrañable Primavera 2022 de Carmen ha despertado momentos inolvidables, grabados en mi recuerdo y alma. Es bueno detener el tiempo, vivir de nuevo, olvidar las sombras. Pero no lo es ocultar la belleza de lo vivido. Nuestra historia y la Historia, que quieren defenestrar de las escuelas -craso error-, pueden servirnos para eso de “mejorar el estado de bienestar”.
Club Alonso Berruguete
Esquina de la calle Berruguete con la de Felipe Prieto, detrás de la Plaza de Abastos y frente a la tienda de Movistar, estuvo en mi juventud el Club Alonso Berruguete. Allá por los años sesenta lo promovió el dominico Padre Pidal para bien de la juventud palentina, de la que fue referente.
Mi pueblín
¡Quién no tiene un pueblo en su memoria! Si así no fuere, mucho se pierde
Cuna de Santos
También lo fue de otros que no llegaron a tanto
La bici de carrera
💭 Mi Vuelta a Casa se está convirtiendo en una grata mini memoria juvenil.
El Instituto Jorge Manrique
En mi Vuelta a Casa, a mis raíces, recuerdo cuando asomaban mis nueve años y en las viejas escuelas de nuestra calle de San Juan debía pasar a la clase de los mayores de D. Bonifacio Cesteros, que tenía un hijo, gran pintor, a quien muchos días veíamos llegar dando tumbos.
Aquellos años cuarenta
Inolvidables son las felices excursiones exploratorias de mis tiempos infantiles, con mi primo Paco al frente de la pandilla de la calle de San Juan
El estraperlo
De nuevo en Palencia, en mi calle de San Juan -hoy de Valentín Calderón- me vienen a la memoria recuerdos de aquellos años cuarenta, que muchos vivimos, de penurias, hambruna, estrecheces y racionamiento. A pesar de ello, fueron felices.
El último viaje del Tren Burra
“Corría el mes de Julio del año 1969…..”
Memoria histórica
Seguimos en la calle de San Juan, de Palencia. Un par de años antes de nacer ocurrió algo que mis padres me contaron cuando comencé a saber usar mi razón.
Había amanecido el 18 de Julio de 1936. Por la tarde mi padre regresaba con el trenín, tras estar tres días con sus viajes. Mi madre y mis hermanas iban a oír Misa en San Francisco y al llegar donde el Gobierno Civil les sorprendió ver colocados colchones en sus balcones. Desde uno el señor Juan, su ordenanza, amigo de mis padres les dijo:
-Inés. Vuelve a casa con las niñas y no salgas.
-¿Qué ocurre? Julián regresa hoy. ¿Cómo vendrá?
-No te preocupes por Julián. Podrá hacerlo sin problemas.
Mi madre fue a la casa, junto a la nuestra, del Dr. D. Miguel López-Negrete y Doña Aurea, para decirles lo que había pasado. Les había servido y criado a sus hijos hasta que se casó. En la casa vivía también D. Fernando de Unamuno y se encontraba allí su padre, D. Miguel de Unamuno. D. Miguel, el médico, le confirmó a mi madre lo que estaba ocurriendo y que, ante la situación creada, sin que nadie pudiera circular por las calles, se les presentaba la necesidad del pan. A mi madre, siempre solícita, se le ocurrió una solución. Desde la casa del doctor llamó al señor Manolo, el jefe de la estación, por teléfono -uno de los pocos que existían en la calle- para pedirle dijese a mi padre que cogiera un saco de barras de pan de La Flor, que estaba detrás de San Pablo. Le dieron un pase y colocado un brazalete, para poder circular sin problemas. Llevó el pan y por los patios, en cestos y fardeles, fueron subiendo las barras a los pisos de las otras casas, también a la de Don Fernando. Desde entonces, cuando salía el tema de la guerra, mi padre bien que presumía que, el 18 de Julio, Don Miguel de Unamuno -que murió a los pocos meses-, comió pan gracias a él. Un día se lo conté al menor de sus nietos, Fernando, con quien compartí el feliz Bachillerato Elemental en pupitres colindantes, en nuestro recordado Instituto Jorge Manrique. No lo sabía. Ya no vivían en la calle de San Juan y aquellos años tuvimos una cordial relación.
Esa anécdota y otras, por boca de Fernando, fueron protagonistas de nuestro examen de Reválida de Cuarto -la primera que se celebraba de un nuevo plan de estudios-, cuando los miembros del tribunal, catedráticos llegados de Santander, supieron que iban a examinar a un nieto de D. Miguel y le preguntaron por detalles de su vida. De aquel tiempo recuerdo a inolvidables profesores y, sobre todo, a mis compañeros de Bachillerato. ¡Cómo me gustaría reencontrarme con ellos, con Fernando, los Del Río, Jesús, Raimundo, Ramón, Bouzas y un largo etc.
Más hechos ocurrieron en la calle de San Juan, relacionados con mis padres y la guerra, que también me contaron. Uno pudo ser dramático. En los días previos al Alzamiento unos jóvenes muy amables, según me dijeron, habían alquilado el primer piso y observaban subir y bajar cajas. Eran falangistas y las cajas contenían armas y municiones. Una tarde, que mi padre había regresado de su trabajo, imagino que yo en brazos de mi madre, se presentaron tres falangistas buscando a mi padre, para llevárselo. La escena era dramática, con mi madre suplicante, por las imaginadas consecuencias que podía traer. En estas aparecieron dos de los falangistas que tenían alquilado el piso. Al ver que se llevaban a mi padre, uno de ellos dijo a los captores:
-¿Por qué lleváis al señor Julián?
-Hay una denuncia contra él y tenemos orden de llevárnoslo.
-Qué denuncia ni qué ostias. Del señor Julián respondo yo.
Y ahí quedó todo.
Pasado un tiempo tuve interés en saber quiénes fueron el denunciante y los falangistas, buenos y malos, que intervinieron en los hechos. Y mi madre, siempre cargada de amor, concordia y perdón, me dio una gran y sabia lección:
-¿Para qué? ¿Para hacerte mala sangre? Déjalo correr. Gracias a Dios no pasó nada.
Más hechos ocurrieron en la Calle de San Juan
Imagen: CNT de Palencia
Actualización Agosto2025 | 703👀
La chocolatera
"Así llamaba cariñosamente mi padre a su máquina del tren del Secundario.... Tomó posesión de ella cuando recibió la alternativa, de fogonero a maquinista, de manos del señor Angelín, con quien aprendió a serlo.
Yo era feliz el día que regresaba mi padre de sus viajes por Tierra de Campos. Aquel día, a mi madre le hacía ir a la estación mucho antes de la llegada del tren, para encontrarme con los hijos de compañeros de mi padre y jugar con ellos en la estación -ahora Escuela de Música- y en los andenes, ahora Estación de Autobuses. Hace poco los visité y me hicieron recordar. Allí estaban Isidro, Fermín y los hijos del señor Cástor, que nos dejaba jugar al escondite entre las mercancías del almacén. Siempre tenía un caramelo para nosotros y con ayuda del señor José, el guardagujas, montados nosotros en la plataforma giratoria, donde daban vuelta a las máquinas, ellos la empujaban y giraban para nuestro disfrute. También subíamos a la vagoneta, que usaban los trabajadores de las vías, y viajábamos en ella. Así hasta que veía aparecer a la Chocolatera, al final del andén de la estación de Palencia, al frente del inolvidable trenín entre renqueos, resoplidos, disminuyendo su velocidad y con humo por todas partes. Su número estaba en la chimenea y en el frontal. Mi padre se asomaba, bajaba de la máquina y, con una sonrisa y carantoña al verme, nos daba un beso a mi madre a mí, mientras yo esperaba que me dijera: “Anda, sube”. Qué más podía desear aquel niño, rodeado de estrecheces, racionamiento y estraperlo. Feliz le acompañaba en las maniobras y muchas veces hasta el depósito, donde llevaba a descansar su Chocolatera, de la que presumía. Al regreso siempre parábamos en la cantina de la señora Higinia, la Culona, como él cariñosamente le había bautizado. Tanto presumía de su máquina que llegó a concertar una carrera con su amigo, el recordado alcalde de Valencia de Don Juan, el médico Don Luis y su coche -uno de los primeros que hubo en ese bonito pueblo-. Se trataba de comprobar quien llegaba antes a Fresno de la Vega. Recuerdo que mi hermana Naty, sabedora de la poca velocidad del tren, cuando supo que el alcalde se había rajao, dijo: “Cómo será su coche”. Y mi padre volvía a hacer elogios de la velocidad y condiciones de su Chocolatera. Sigo emocionándome cuando mi amigo Fralgo -Francisco Fidalgo-, enamorado del trenín, me envía todo lo que encuentra sobre él y varias veces me ha sorprendido con imágenes de la 4. Y ahora lo estoy, muy especialmente al saber que, en el precioso libro-homenaje escrito por Wifredo Román e Ignacio Martín, que va a publicar la palentina Editorial Aruz, aparece la imagen de la máquina pilotada por el señor Angelín y mi padre.
Mil gracias les doy por haber vuelto a poner en marcha al entrañable trenín y, entre otras, a la chocolatera, la máquina número de mi padre.
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