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La rebotica de Don Marcelo

Bien dice Carmen Arroyo en su cariñoso artículo “Escribir para recordar”. Es verdad que vivo de recuerdos. Orgullosos de nuestro común magisterio escolar, siento afecto hacia ella y su querido Marcelino -García Velasco para más señas-. Es mucho lo que debo agradecerles.



Desde hace un tiempo quería escribir sobre Marcelino y me animé más al leer Curiosón y encontrarme con el extraordinario artículo que le dedica Beatriz Quintana, como antes ya lo hiciera Carmen Casado (*).

Me atrevo a hacerlo un poco “arrugado”, ante lo muy bello que ellas expresan, para mí inalcanzable. Lo mío será íntimo y nada académico.

Serían los años 51-52 del siglo pasado, cuando conocí al Marcelino poeta -yo casi un chiguito, con 13-14 años, él un par de años mayor-. Fue de forma sorprendente. En aquel tiempo -ya lo he contado- debíamos practicar el estraperlo para nuestra supervivencia, con el pan blanco de Medina de Rioseco, que mi padre traía en su Tren Burra. Y desde los diez a los catorce años, con mi fardela, repartía ese pan a nuestros clientes. Entre otros se lo llevaba a la Joyería Hermoso y González y -a su lado- a la Farmacia aún conocida como de Don Marcelo (**), donde me hacían pasar a la rebotica -con anaqueles y mesa llenos de tarros, frascos y otros recipientes de vidrio- y se lo entregaba a su hijo, D. José María Fernández Nieto, que ya era su titular. Él sacaba dinero del bolso de su bata blanca y, con una sonrisa, me lo pagaba. Viene al caso que -muchos días- D. José María no estaba sólo en la rebotica. Le acompañaban cuatro o cinco señores y un día me sorprendió ver a un chico, un poco mayor que yo, al que conocía del Centro de Acción Católica, de jugar al fútbol y a los juegos de salón que éramos aficionados. Lo que no sabía es que le gustaba mucho eso de la poesía. Era Marcelino. Sentados todos, hablaban sobre unos papeles que tenían sobre la mesa. Más tarde he sabido que eran poesías. También que aquella tertulia dio lugar a la reconocida revista Rocamador. Después coincidimos en nuestros estudios de Magisterio -en el viejo caserón de la Plaza de la Catedral- y continuamos con nuestros juegos y la formación que nos daban, Ignacio y aquellas buenas personas de la Acción Católica palentina. Hace no mucho me reencontré con él por una feliz casualidad. No creo en ellas. Las tengo más bien como “caricias” que Dios nos regala -de vez en cuando- para nuestro bien. La presencia de Carmen Arroyo en Curiosón también lo ha sido, como el ser colegas y desear conocernos. Todo ello ha hecho posible el volver a estar con Marcelino. Nunca se me dio la poesía -soy más bien de investigar y divulgar lo investigado- pero sí he leído y admirado a los poetas, mucho más -no soy un pelota- desde que he conocido la que me ha regalado Marcelino. No quiero aburrir más a los lectores de Curiosón, sólo hacerles constar que doy gracias a Dios por poder disfrutar de la amistad de Carmen y Marcelino. Es otra de sus “caricias”. Y que lo sea por muchos años.

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(*) La poesía de Marcelino García Velasco.- Palencia 2013

(**) Don Marcelo Fernández Rojo falleció en 1936. Su hijo, Don José María Fernández Nieto, fue su titular, desde 1945 hasta su fallecimiento. Ahora lo es Doña Ana Fernández Perandones. Toda una saga de ilustres farmacéuticos. Aún está situada -rotulada con el nombre de su creador- en la Calle Mayor, nº 40.




Una historia de Julián González Prieto 
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