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Camino Lebaniego
Si es verdad que con los años va cambiando tu actitud ante la vida, ante historias en las que nunca te fijaste, porque lo tenías cerca y no te llamaba conocerlo o porque entonces tenías otro concepto de las cosas.
Viaje al occidente de Cantabria
Cinco son los nervios principales que forman esta extensa comarca: La ruta de Piedrasluengas: un extenso ramillete de pueblos que junto al río Buyón caminan hacia la capital de los mercados: Potes; la ruta de Espinama, en el extremo más occidental, que enseguida nos dejará en el Monasterio de Santo Toribio; la ruta de Aliva, el desfiladero de la Hermida y la ruta de San Glorio. Pero por proximidad y contacto voy a centrarme en la primera.
Como el Covaterio
Estos últimos años no he dejado de viajar por el norte. Y cuando llegas a un pueblín como Piasca, al final del valle cántabro de Liébana, valle al que nos asomamos a menudo los palentinos desde Piedrasluengas, aquello es un regalo para los sentidos.
Piasca se encuentra a diez kilómetros de Potes y el viaje que me sugiere Margarita incluye la intención de conocer su iglesia. Allí el maestro Covaterio esculpió un beso. Y ella siempre le ve una explicación a esos misterios porque ha estudiado mucho y se conoce casi todos los secretos que atesora nuestro románico. Es una misión complicada esta de buscarle la explicación a los detalles de los maestros que tallaron las caras: ¿hombre y mujer? Maestro y alumno? Por las memorias de un caniche que se llamaba Mongui, he sabido que quienes viajan mucho entre románico suelen polemizar sobre los detalles, sobre los siglos, sobre los autores y, a veces, sin quererlo, le ponen veto a las escenas, como el crítico apuntilla sobre el orden de un capítulo en una novela de los autores más reputados. Dice Margarita: “Si extrapolamos a ambos jóvenes de sus respectivas dovelas ,parecen la misma persona o al menos el mismo modelo: imberbes, larga melena lisa sobre los hombros y raya al medio”. Yo soy torpe para esto. Cualquier arte me toca, pero no me imagino a un artista de aquellos siglos elaborando su escultura antes de hacerla, quiero decir, con un borrador ante sus ojos que, sin duda, existían, pues es obvio que los maestros tenían su librillo y de ahí la similitud de tantas obras en los pagos cercanos, en la ermita de Vallespinoso de Aguilar, en Pozancos y ya tocando tierras burgalesas, en Rebolledo de la Torre, donde el maestro estampa por fin su firma, como visionando la exclamación de sus fans muchos siglos más tarde.
Lo que llama la atención es el silencio y la intensidad con la que se volcaban en sus trabajos. Por cuatro maravedíes, elaborando una obra de arte que durase milenios, y que siguiera dejando dudas entre ese largo reguero de rendidos amantes. Qué diferencia con tantos niñatos de hoy emborrachados de éxito, que no saben hacer la o con un canuto.
Lo que llama la atención es el silencio y la intensidad con la que se volcaban en sus trabajos. Por cuatro maravedíes, elaborando una obra de arte que durase milenios, y que siguiera dejando dudas entre ese largo reguero de rendidos amantes. Qué diferencia con tantos niñatos de hoy emborrachados de éxito, que no saben hacer la o con un canuto.
En Santander, con Elisa
El otoño pasado, que parece que han transcurrido cuatro siglos, tuve la suerte de compartir en Santander una jornada con Elisa. Elisa Gómez Pedraja, es miembro del Centro de Estudios Montañeses y pertenece a la Asociación Cántabra de Genealogía.
Curiosamente, Elisa trabaja estos días en una investigación sobre la vida de Blas Nicolás Larín, que nació en Cuba. Su padre era de Pembes, localidad del municipio de Camaleño, situada a los pies de los Picos de Europa y perteneciente a la comarca de Liébana. Blas se casó en 1916 con M.ª Luz del Peral González, natural de Camasobres y se sabe que vivieron en la Casona, hoy hotel rural.
Cuaderno de Elisa Gómez Pedraja
Actualización Agosto2025 | 463👀
LA MADEJA
Cada viernes en la tercera de Diario Palentino
La osa de Ándara
El ingeniero de alguna de aquellas minas, interesado por la los relatos de Fusté y García Lomas, se propone una revisión de la historia, localizando en 1966 a Crescencia González, nacida en Tresviso en 1888. Aquella le cuenta que la Osa de Ándara era una pastora, natural de Bejes.
El título obedece a una obra del escritor Joaquín Fusté Garcés, publicada en 1875, ubicando al suroeste de Cantabria, en las faldas de los Picos de Europa, a un extraño ser. Las versiones posteriores van tomando forma en la voz de los más ancianos, que las recogen a su vez de sus antepasados, y donde se habla de una bestia, mujer-osa, que evita cuanto puede el encuentro con los humanos, que no ataca si no se ve forzada a ello. Al describir su cuerpo dicen que está cubierto de pelo, sus cabellos son largos y morenos, sus manos ásperas y se cubre con una especie de jubón y un refajo.
La leyenda interesa a García Lomas, autor que ya hemos mencionado aquí a raiz de intervenir en los orígenes del “cuevanito”. En 1964, haciéndose eco de la obra del primero, recoge en su obra “Mitología y supersticiones de Cantabria”, las andanzas de esta extraña figura, añadiendo el trabajo de campo realizado en 1924. Allí los lugareños más ancianos le cuentan cómo es y cómo vive la Osa de Ándara, cómo pasa el verano entre Grajal y Macondio y de qué modo busca en invierno el refugio de las cuevas de La Hermida. Que se alimenta de castañas, leche, maiz crudo y raíces y que en alguna época del año trapiña alguno de los cabritos que paren sus reses. En 1918, parte de los relatos de este investigador que recaló en Palencia, fueron publicados en la obra “Picos de Europa” de la que son coautores Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa y José F. Zabala, del Club Alpino Español.
Quienes se sienten atraídos por el relato van añadiendo nuevos datos, algunos tan curiosos como aquel donde se dice que incrementaba sus rebaños con rebecos, a los que atrapaba con sigilo cuando nacían y eran amamantados por una de sus ovejas hasta que conseguía domesticarlos. Posteriormente, los profesores Manuel Gutiérrez y Carlos Luque, en su obra “La minería de los Picos de Europa”, donde se extraen escalerita y galena, describen la Sierra de Ándara como un lugar donde las inclemencias meteorológicas sólo permiten trabajar seis meses, desde mayo a octubre. El ingeniero de alguna de aquellas minas, José Antonio Odriozola, interesado por la los relatos de Fusté y García Lomas, se propone una revisión de la historia, localizando en 1966 a Crescencia González, nacida en Tresviso en 1888. Aquella le cuenta que la Osa de Ándara era una pastora, natural de Bejes, nacida en torno a 1818. Según esta testigo, se trataba de una mujer muy velluda (afectada de una enfermedad conocida como hirsutismo). Crescencia le asegura que la mujer llegó a tener toda la cara cubierta de pelo y, avergonzada, se retira a vivir en las cuevas de Ándara, donde permanecerá mucho tiempo cuidando su rebaño de cabras.
La historia de Odriozola, que parece la más creíble, si es que alguna lo fue, pierde la compostura allí donde la fuente señala que años más tarde volvió al pueblo, se casó y tuvo numerosa descendencia. Fran Renedo Carrandi, seducido por esta historia como los anteriores, se preguntó al llegar a la versión del ingeniero, por esos hijos que tuvo y de los que nadie sabe nada. Tampoco debía ser tan salvaje, ni estar tan escondida, cuando su testigo afirma que las muchachas de Tresviso y Bejes subían de vez en cuando a ayudarla con su rebaño.
Como la Ivetgges francesa, los simiot de los pirineos; los Silvan, en la comarca aragonesa de Sogarbe, los Bigfoot norteamericanos, o el Yeti que fue avistado en 1935 los relatos nos llevan a lugares preciosos y quienes lo transmiten, a veces, lo hacen con tanta fe que parecen en realidad parte de la propia historia.
De la sección del autor "Vuelta a los Orígenes", publicada en Diario Palentino, 13 de Septiembre de 2008.
La leyenda interesa a García Lomas, autor que ya hemos mencionado aquí a raiz de intervenir en los orígenes del “cuevanito”. En 1964, haciéndose eco de la obra del primero, recoge en su obra “Mitología y supersticiones de Cantabria”, las andanzas de esta extraña figura, añadiendo el trabajo de campo realizado en 1924. Allí los lugareños más ancianos le cuentan cómo es y cómo vive la Osa de Ándara, cómo pasa el verano entre Grajal y Macondio y de qué modo busca en invierno el refugio de las cuevas de La Hermida. Que se alimenta de castañas, leche, maiz crudo y raíces y que en alguna época del año trapiña alguno de los cabritos que paren sus reses. En 1918, parte de los relatos de este investigador que recaló en Palencia, fueron publicados en la obra “Picos de Europa” de la que son coautores Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa y José F. Zabala, del Club Alpino Español.
Quienes se sienten atraídos por el relato van añadiendo nuevos datos, algunos tan curiosos como aquel donde se dice que incrementaba sus rebaños con rebecos, a los que atrapaba con sigilo cuando nacían y eran amamantados por una de sus ovejas hasta que conseguía domesticarlos. Posteriormente, los profesores Manuel Gutiérrez y Carlos Luque, en su obra “La minería de los Picos de Europa”, donde se extraen escalerita y galena, describen la Sierra de Ándara como un lugar donde las inclemencias meteorológicas sólo permiten trabajar seis meses, desde mayo a octubre. El ingeniero de alguna de aquellas minas, José Antonio Odriozola, interesado por la los relatos de Fusté y García Lomas, se propone una revisión de la historia, localizando en 1966 a Crescencia González, nacida en Tresviso en 1888. Aquella le cuenta que la Osa de Ándara era una pastora, natural de Bejes, nacida en torno a 1818. Según esta testigo, se trataba de una mujer muy velluda (afectada de una enfermedad conocida como hirsutismo). Crescencia le asegura que la mujer llegó a tener toda la cara cubierta de pelo y, avergonzada, se retira a vivir en las cuevas de Ándara, donde permanecerá mucho tiempo cuidando su rebaño de cabras.
La historia de Odriozola, que parece la más creíble, si es que alguna lo fue, pierde la compostura allí donde la fuente señala que años más tarde volvió al pueblo, se casó y tuvo numerosa descendencia. Fran Renedo Carrandi, seducido por esta historia como los anteriores, se preguntó al llegar a la versión del ingeniero, por esos hijos que tuvo y de los que nadie sabe nada. Tampoco debía ser tan salvaje, ni estar tan escondida, cuando su testigo afirma que las muchachas de Tresviso y Bejes subían de vez en cuando a ayudarla con su rebaño.
Como la Ivetgges francesa, los simiot de los pirineos; los Silvan, en la comarca aragonesa de Sogarbe, los Bigfoot norteamericanos, o el Yeti que fue avistado en 1935 los relatos nos llevan a lugares preciosos y quienes lo transmiten, a veces, lo hacen con tanta fe que parecen en realidad parte de la propia historia.
De la sección del autor "Vuelta a los Orígenes", publicada en Diario Palentino, 13 de Septiembre de 2008.
Actualización Jun2025 | 675👀
VUELTA A LOS ORÍGENES
Diario Palentino
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