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La bici de carrera

💭 Mi Vuelta a Casa se está convirtiendo en una grata minimemoria juvenil.

💭 Sólo comparable a lo que sentí, cuando mi padre me montó por primera vez en su “chocolatera” -como él llamaba a su máquina 4 del Tren Burra-, fue lo que experimenté una tarde a finales de Julio de 1952.


A Alfonso Santamaría, buen amigo por Curiosón





Había aprobado la Reválida de Cuarto y fueron momentos de gran felicidad para los míos. También para la querida familia López-Negrete, donde mi madre había servido y criado a sus hijos. Todos la querían como su Tata Inés y yo era como un miembro más de aquella querida familia. Mi madre y Miguelín -el hijo menor, después doctor como su padre- me dijeron: -Ven con nosotros. Y me llevaron hasta el taller de bicicletas que los ciclistas Polanco, vecinos de la calle de San Juan, tenían muy cerca de la estación del Norte.

-¿Cuál te gusta más? Elige una.

Yo estaba perplejo y emocionado. No cabía dentro de mí. Cuatro bicicletas Orbea de carrera, relucientes, estaban a mí vista. Y claro que elegí, aquella inolvidable gris: -Me gusta ésta. -Entonces, ya es tuya. Con semejantes palabras me daban a entender que, como premio, querían hacer realidad mi sueño, como era el de tantos chiguitos de Palencia, para intentar emular a nuestros ídolos ciclistas, Copi, Bartali, Trueba, Langarica, a los incipientes Loroño y Bahamontes y a los esforzados de la Vuelta a Palencia.

-Y esto, por si acaso.

Y también me entregaron una cámara de recambio, una bomba de hinchar, una caja de parches y un tubo de disolución para pegarlos. Seguro que, si entonces hubieran existido los cascos, hubiesen incorporado uno al lote.

Después supe que mi querida madrina Merceditas, hermana de Miguelín, se había puesto de acuerdo con su Tata Inés para, entre ambas familias, hacerme feliz.

El resto de aquel verano estuve más tiempo pedaleando que en mi casa. Y conseguí realizar uno de mis grandes deseos: Escalar la Boquilla del Monte, que tantas veces, con los de la pandilla, había subido andando o a la carrera. Y comencé a recorrer, también en bici, los demás lugares próximos a Palencia, que antes había conocido con mis amigos. Desde entonces, siempre me acompañaba en mis viajes vacacionales y a Munguía, donde ya vivía, casada, mi hermana Beny. Y como este bello pueblo está situado en el centro de Vizcaya, dominaba a mi potra, que diría Alfonso, y ella me respondía, me atreví a visitar y contemplar tantos lugares y hermosos paisajes que contiene. En Munguía coincidía con los del equipo ciclista de aficionados allí existente y les acompañaba un rato, hasta que ellos comenzaban a pedalear en serio y me despedían con el inolvidable: -Ahora, Julián, aprieta el culo y da pedales. Y ellos: Gabica, Uribezubía -a quien llamábamos Catarra-, el malogrado Uriona y más, iniciaban la subida del Sollube y otras cuestas, mientras yo pasaba a circular por lugares más asequibles. Recuerdo que una de las veces coincidí con el mítico Loroño, que era de Larrabezúa y cuando estaba por su pueblo, les acompañaba. Cuando eran profesionales participaban en la Vuelta a España y una de sus etapas finalizaba en Palencia, en el Salón. Con unos amigos estaba presenciando su paso en la orilla del río, junto a Puentecillas. En esto que apareció un grupito y entre ellos reconocí al casi albino Uribezubía y grité: Fuerte Catarra, aprieta el culo y da pedales.

Recuerdo que giró su sorprendida cabeza y cuando llegamos a la meta le busqué y al verme:

-Así que fuiste tú. ¿Quién me iba a conocer en Palencia como Catarra?

Y recordamos los tiempos de Munguía.

Pasado el tiempo, aquella inolvidable bici -la única que tuve en mi vida- sirvió para premiar, por un motivo similar al mío, a Falín, mi sobrino palentino.




Una historia de Julián González Prieto 
© CURIOSÓN

2 comentarios:

Unknown dijo...

..... sin palabras, recuerdos para mí memoria. ! Gracias !
Uno del 53

Alfonso Santamaría Diez dijo...

Recibo como cada día el mensaje de Froilán que me envía el artículo titulado “La bici de carrera”. Me sorprende el título, y me pregunto quien será quien me hace la competencia. Leo la introducción, y al llegar a la calle de San Juan me recuerda a Julián. Abro el enlace y me encuentro con la dedicatoria del "Niño del Tren Burra", sorpresa inesperada que me alegra el día. Enseguida quiero expresar mi emoción con el envío del escrito a mis amigos, para después leer con tranquilidad el artículo.
Para mi sorpresa, a los cinco minutos, me escribe mi amigo Javier Negrete, y me dice: “Leo que habla en la historia de mi padre y abuelo, también de mi tía Mercedes que no conocí, ya que falleció muy joven”.
Inmediatamente me pongo a leer el escrito que me parece, como todo lo que escribe Julián, de gran belleza y sensibilidad, y me recuerda cuando mi padre me regaló, a los 14 años, una bicicleta de carrera, que siempre he dicho que fue el mejor regalo que me pudo hacer, la nueva bicicleta me hizo recorrer con otros amigos los pueblos cercanos, y hacer distancias largas.
Todo un honor que a un amante de la bicicleta le dediques tu bello relato, muy agradecido por el detalle, que no será fácil olvidar.

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@Froilán de Lózar, desde 1983.. Imágenes del tema: Bim. Con la tecnología de Blogger.
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