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Aquellos años cuarenta

Inolvidables son las felices excursiones exploratorias de mis tiempos infantiles, con mi primo Paco al frente de la pandilla de la calle de San Juan. Íbamos hasta Viñalta, por la parva del Ramalillo de La Ría, para ver pasar las barcazas por las compuertas; al cerro de San Juanillo, para coger el cristal de bruja; al Cuérnago, para buscar a los pájaros atrapados por la liga y a renacuajos y morucas para los cebos; al puente alto del Canal, al de don Guarín y al Pico del Tesoro; a las Eras de San Román, para mangar fruta y ver bañarse a las chicas; y hasta cerca de la Boquilla del Monte, para coger las uvas en los majuelos de Junco donde, un tardío, cuando ya tenían las uvas para comerlas, nos metimos en ellos.


Paco, que tenía ganas de giñar, se puso a hacerlo. Nos guipó el guarda y empezó a correr tras nosotros. A Paco no le dio tiempo a ponerse los pantalones, le echó mano, le metió en la cabaña y le dijo: De aquí no sales, hasta que vengan a buscarte. Los demás bajamos corriendo por la Boquilla y casi tiramos a dos hacejeros. Después seguimos corriendo por la parva de la Ría. Cuando llegamos a la calle nos dimos cuenta que Paco no estaba. Pasó bastante tiempo. Ya oscurecía y no llegaba. Mis amigos me dijeron que se lo contara a mi tía. Ya iba a hacerlo cuando llegó, dando grandes langadas, con heridas y bojas en las manos, que le uslaban mucho y nos contó lo que le había pasado. Cuando vió, por una rendija de la cabaña, que se había marchado el carapijo del guarda y había cerrado la puerta con una tranca, empezó a romper el techo, que era de ramas, hasta que abrió un hueco, por donde salió. Por eso tenía heridas en las manos. Recuerdo que me dijo:

- No digas nada a mi madre. ¿Me lo prometes?

- ¡Prometido!

Por eso, cuando veíamos al guarda en la Bodeguilla de Junco, desaparecíamos de la calle. Paco el primero.

También jugábamos en el campo de José Antonio, que estaba por la Electrolisis, y los soldados, que estaban con los caballos, nos daban algarrobas. Pero, sobre todo, recuerdo al Sotillo de la merienda por la romería de San Marcos y de los felices baños -primero en El Brasero, coritos, después en la presa: En La Primera Escalerilla, donde mi primo Paco, mayor que nosotros, nos enseñaba a nadar; en el Trampolín, la Segunda Escalerilla, el Estacón y la Bomba, donde se bañaban los mayores. Yo estrené allí un taparrabos azul marino, que mi hermana Beni me regaló, traído de Madrid. Especialmente recuerdo a Puentecillas, cuando íbamos a ver los fuegos artificiales por San Antolín y con nuestras madres a lavar la lana de los colchones.

Siempre nos sentábamos, para descansar, en el Bolo de la Paciencia, detrás de la catedral, junto a la panadería del señor Atilano, que todos los días llevaba el pan a la calle y nos dejaba el carro y el caballo para llevar la lana. La lavaban y después tendían en las praderinas junto al acceso del camino al Sotillo. Nosotros lanzábamos basnonas, para intentar atravesar el río con ellas y rustrábamos sobre él cuando, en invierno, estaba helado. Por la tarde merendábamos y jugábamos entre los árboles del Sotillo, después de darnos un buen chapuzón en la pesquera. Cuando la lana estaba seca, la metían en sacos limpios y al atardecer, los cargábamos en el carro, atravesábamos Puentecillas, subíamos la pindia cuesta, junto al viejo Instituto, hasta la Catedral, descansábamos en el Bolo de la Paciencia y regresábamos a nuestras casas, donde nuestras madres tenían mucho que hacer, metiendo la lana en las fundas de los colchones, para después coserlos.

Todo esto ocurría en la calle de San Juan de Palencia, en los años cuarenta.



Una historia de Julián González Prieto 
© CURIOSÓN

3 comentarios:

Alfonso Santamaría Diez dijo...

Tenía especial interés en encontrar un rato para poder leer el escrito de Julián, basado en los años 40. La espera se me ha hecho larga, pero al fin lo he podido leer, con una satisfacción plena por el contenido y la facilidad de este gran escritor para contar sus historias, y meternos de lleno en ellas.
Sin darme cuenta me he integrado en su famosa pandilla de la calle de San Juan, y me he ido con ella a Viñalta, pero no vi en el Canal ni las barcazas, ni las compuertas. Si que vi y cogí los cristales de bruja en cerro de San Juanillo. También fui al Cuérnago a coger pájaros con liga, renacuajos y morucas, y al puente alto del Canal, al de Don Guarín. Subí al Pico del Tesoro, y fui a las Eras del Camino de San Román a mangar deliciosas uvas, peras y manzanas.
También la pandilla de Julián me llevó al Monte El Viejo, a la Boquilla, a vendimiar los majuelos de Junco. Felices años, que algunos días terminaron mal cuando a Paco, el primo de Julián, lo entraron ganas de giñar, pero nos guipó el guarda que nos tenía ganas. A Paco, por culpa del apretón, no pudo rematar a tiempo la faena, y tuvo que correr con los pantalones en las perneras, por lo que le echó mano el guarda, mientras nosotros corríamos por la Boquilla hasta alcanzar la parva de la Ría. Fue al llegar a nuestra calle cuando echamos en falta al primo de Julián. Después supimos que el guarda lo encerró en la cabaña, pero consiguió escapar, y con grandes langadas se presentó en la calle al anochecer.
Vimos las heridas del primo de Julián y bojas en las manos, como causa de la escapada por el techo de la cabaña, aprovechando que el carapijo del guarda se había marchado a tomar un porroncillo a la bodeguilla de Junco, y cuando pasamos lo vimos desde la calle, y corrimos veloces cada uno a nuestra casa.
Nuestra pandilla también jugaba cerca de la Electrolisis, y acudía por San Marcos a la romería, y en verano al Sotillo a bañarse en el Trampolín, en la Segunda Escalerilla, el Estacón y la Bomba, lugar de baño de mayores, donde Julián llamaba la atención por el curioso taparrabos que su hermana le trajo de Madrid.
Recuerdos de las ferias de San Antolín y de los fuegos artificiales en Puentecillas, las sentadas en el Bolo de la Paciencia, y las reiteradas visitas con nuestras madres a la orilla del río que lavaban la lana de los colchones, que luego tendían en las praderinas junto al Sotillo.
Queríamos atravesar el Carrión con las basnonas, pero cuando mejor lo pasábamos era en invierno que lo atravesábamos cuando estaba helado para llegar al Sotillo. En verano nos bañábamos en la pesquera y nos gustaba observar a las chicas en bañador hasta que se ponía el sol y regresábamos a la calle de San Juan, y a nuestras casas, donde nuestras madres siempre estaban atareadas.

En los años 70, que llegué a Palencia, pude ver que todo más o menos seguía igual, como lo ha contado Julián, de forma magistral.

JOSECARLOS dijo...

Oye: Si el escrito de Julián es magnífico, tengo quee reconocer que la idetificación, que consigue aquí Slfonso Santamaría es magistral. Se trata de dos estupendos escritores quenos narran y describen las historias de su vida personal con un colorido y una claridad tan meridiana, que resulta imposible evitar ser arrastrado a sus historias. Es una delicia y un lujo contar con tan maravillosos escritores que son capaces de sintonizar tan perfectamente para meternos absoluta y personalmnte en sus propias vivencias. Gracias, amigos.

Alfonso Santamaría Diez dijo...

José Carlos, me agrada que valores el escrito de Julián, que te parezca magnífico, y sin duda lo es.
Que sepas que Julián y yo, gracias a Curiosón, nos hemos hecho amigos, y por ello me ilusiona que me consideres tan estupendo como a él, aunque yo este bastante lejos de la categoría de Julián, que relata con exquisita y nostálgica precisión “Aquellos años cuarenta”.
Me haces sentirme orgulloso cuando dices que la identificación que consigo con mi “Palencia ayer, Palencia antigua” es magistral, y que Julián y yo somos “estupendos escritores que describen las historias de su vida personal con un colorido y una claridad tan meridiana, que resulta imposible evitar ser arrastrado a sus historias”.
Es una delicia y un lujo para Julián y para mí contar con tan maravillosos lectores, capaces de expresar, y de dejar constancia de su comentario, su sintonía con nuestros escritos y vivencias. Muchas gracias amigo José Carlos.

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