Navidad de entonces
Berta vuelve de la compra. Las luces de Navidad en las calles acercan recuerdos. Piensa en su infancia. La familia reunida junto a la cocina bilbaína. El padre con el cuento de Antoñito en sus manos. Las cinco hermanas pendientes de sus palabras, repetidas cada año, como un rito renovado.
“Érase un matrimonio pobre, muy pobre. Su mayor riqueza era Antoñito, el único hijo. El niño, al acercarse la Navidad, quiso hacer un regalo al padre. Necesitaba un caballo para viajar hasta los pueblos donde ganar algún dinero para su familia...”
El recuerdo también ha llegado a su final. Berta abre la puerta de su casa. Los hijos, universitarios, estudian para salvar los exámenes. No quiere molestarlos. Tampoco hará ruido al ordenar la compra. Y menos aún, podrá contarles el cuento de Antoñito. Quizá, sueña entornando los ojos, pueda hacerlo cuando alguno de ellos se case y, entonces, con una nieta en las rodillas, irá desgranando poco a poco el cuento de Antoñito, o el del Tren viejo, y muchos otros que inventará para ellos. A Berta le gusta soñar. Sabe que soñar no es solo cosa de niños. Mientras cocina, se cree, a lo mejor por ese gran misterio de la ternura, aquella niña que los escuchaba de boca de su padre y sonríe como si él la estuviera contemplando. Luego se aplica con el cardo, la verdura que le gusta a su marido. Se seca dos lagrimillas y piensa que, tal vez, recuerda a Teresa, su madre, que lo limpiaba para él y vuelve a sonreír. ¡Ea! Estamos en Navidad, no voy a ponerme melancólica este año.
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3 comentarios en el blog:
Un cuento de Navidad muy bonito. Gracias Carmen.
A mí padre le gustaba compartir su tiempo de ocio con mi madre y mis hermanas. Leía para nosotras cuentos que, muchas veces inventaba. Vivíamos en Valladolid, Padre Claret, 16, cuarto izquierda. Mientras mi madre hacía la cena en la cocina bilbaína y ponía a punto el cabrito. En otra bandeja honda , las sopas de leche: pan en finas rebanadas, almendra molida, azúcar, cáscara de limón y su canela en rama, tomaban un color dorado mientras el aroma inundaba la casa. Escuchábamos cuentos y el trajín de mi madre que hacía con suavidad para oír en la hermosa voz de su marido cada palabra. Mi amiga Ana María y su madre, viuda, compartían nuestra cena. Yo pasaba a llamarla cuando, ordenada la cocina, mi madre extendía sobre la mesa un mantel de hilo con bordado de Lagartera. En un plato bonito, musgo con la vela roja en medio. Recuerdo que al lado de cada plato había una pequeña sorpresa. Yo sabía que mi amiga suspiraba por un estuche de pinturillas de dos pisos. Se lo dije a mi madre y ese año apenas, por la alegría que tuvo, apenas probó bocado. Cantamos villancicos con deje extremeño mientras alguna lagrimilla se escapaba al recordar a los familiares que se ganaban la vida en Lugo, Irún, Sevilla, Barcelona. Los días anteriores mi padre escribió a todos y esa noche las respuestas eran otro regalo más. Navidad, tiempo de encuentros en el corazón.
Se te quedó grabado todo en el corazón y al mirar hacia atrás vuelves a revivirlo. Un abrazo grande, Carmen.
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