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Memoria histórica

Seguimos en la calle de San Juan, de Palencia.
Un par de años antes de nacer ocurrió algo, que mis padres me contaron cuando comencé a saber usar mi razón.




Había amanecido el 18 de Julio de 1936. Por la tarde mi padre regresaba con el trenín, tras estar tres días con sus viajes. Mi madre y mis hermanas iban a oír Misa en San Francisco y al llegar donde el Gobierno Civil les sorprendió ver colocados colchones en sus balcones. Desde uno el señor Juan, su ordenanza, amigo de mis padres les dijo:

-Inés. Vuelve a casa con las niñas y no salgas.

-¿Qué ocurre? Julián regresa hoy. ¿Cómo vendrá?

-No te preocupes por Julián. Podrá hacerlo sin problemas.

Mi madre fue a la casa, junto a la nuestra, del Dr. D. Miguel López-Negrete y Doña Aurea, para decirles lo que había pasado. Les había servido y criado a sus hijos hasta que se casó. En la casa vivía también D. Fernando de Unamuno y se encontraba allí su padre, D. Miguel de Unamuno. D. Miguel, el médico, le confirmó a mi madre lo que estaba ocurriendo y que, ante la situación creada, sin que nadie pudiera circular por las calles, se les presentaba la necesidad del pan. A mi madre, siempre solícita, se le ocurrió una solución. Desde la casa del doctor llamó al señor Manolo, el jefe de la estación, por teléfono -uno de los pocos que existían en la calle- para pedirle dijese a mi padre que cogiera un saco de barras de pan de La Flor, que estaba detrás de San Pablo. Le dieron un pase y colocado un brazalete, para poder circular sin problemas. Llevó el pan y por los patios, en cestos y fardeles, fueron subiendo las barras a los pisos de las otras casas, también a la de Don Fernando. Desde entonces, cuando salía el tema de la guerra, mi padre bien que presumía que, el 18 de Julio, Don Miguel de Unamuno -que murió a los pocos meses-, comió pan gracias a él. Un día se lo conté al menor de sus nietos, Fernando, con quien compartí el feliz Bachillerato Elemental en pupitres colindantes, en nuestro recordado Instituto Jorge Manrique. No lo sabía. Ya no vivían en la calle de San Juan y aquellos años tuvimos una cordial relación.

Esa anécdota y otras, por boca de Fernando, fueron protagonistas de nuestro examen de Reválida de Cuarto -la primera que se celebraba de un nuevo plan de estudios-, cuando los miembros del tribunal, catedráticos llegados de Santander, supieron que iban a examinar a un nieto de D. Miguel y le preguntaron por detalles de su vida. De aquel tiempo recuerdo a inolvidables profesores y, sobre todo, a mis compañeros de Bachillerato. ¡Cómo me gustaría reencontrarme con ellos, con Fernando, los Del Río, Jesús, Raimundo, Ramón, Bouzas y un largo etc.

Más hechos ocurrieron en la calle de San Juan, relacionados con mis padres y la guerra, que también me contaron. Uno pudo ser dramático. En los días previos al Alzamiento unos jóvenes muy amables, según me dijeron, habían alquilado el primer piso y observaban subir y bajar cajas. Eran falangistas y las cajas contenían armas y municiones. Una tarde, que mi padre había regresado de su trabajo, imagino que yo en brazos de mi madre, se presentaron tres falangistas buscando a mi padre, para llevárselo. La escena era dramática, con mi madre suplicante, por las imaginadas consecuencias que podía traer. En estas aparecieron dos de los falangistas que tenían alquilado el piso. Al ver que se llevaban a mi padre, uno de ellos dijo a los captores:

-¿Por qué lleváis al señor Julián?

-Hay una denuncia contra él y tenemos orden de llevárnoslo.

-Qué denuncia ni qué ostias. Del señor Julián respondo yo.

Y ahí quedó todo.

Pasado un tiempo tuve interés en saber quiénes fueron el denunciante y los falangistas, buenos y malos, que intervinieron en los hechos. Y mi madre, siempre cargada de amor, concordia y perdón, me dio una gran y sabia lección:

-¿Para qué? ¿Para hacerte mala sangre? Déjalo correr. Gracias a Dios no pasó nada.

Más hechos ocurrieron en la Calle de San Juan

Imagen: CNT de Palencia



Una historia de Julián González Prieto 
© CURIOSÓN

1 comentario:

Alfonso Santamaría Diez dijo...

Miguel de Unamuno comió pan un 18 de julio de 1936, gracias al maquinista Julián González, persona querida en su calle, en Palencia y en Tierra de Campos, a quien alguien salvo del famoso paseíllo de los falangistas. Menos mal porque sino su hijo Juliano no hubiera nunca escrito su magnífico libro sobre el Tren Burra. La vida era muy triste, mísera y el hambre era un mal compañero de viaje. Parece ser que en la calle San Juan, casi todo el mundo podía comer pan. Gracias Julián por describirnos un día de la guerra civil en Palencia.

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