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Julián, cronista del tren burra

Su libro sobre el ‘trenín’, ahora reeditado, removió entre cientos de lectores recuerdos íntimos del viejo vapor que hilvanaba toda la Tierra de Campos. He aquí un retrato del hombre que hizo santo a ‘fray Escoba’


Emilio Gancedo


Periodista, Escritor, vinculado al Instituto Leonés de Cultura



Emilio Gancedo | León 

Cuando Julián era Julianín le cogía su padre ferroviario y le subía a la máquina, y ese viaje de carbonillas y vapores entre Palencia y el pueblico materno de Villafrades era para aquel chaval algo similar a un periplo transoceánico pero entre mareas de cereal y tortolillas por gaviotas. Allí aprendió a amar la doble vía, y prestó buen oído a la parla terracampina, anotándola con cuidado en el carpetón de las meninges, y muchas anécdotas y personajes comarcales; y le sorprendían guapos detalles como cuando, al pasar al lado de la casilla de un guardagujas conocido, echaba el padre, al andén, unas briquetas de carbón. «Pa que se calienten», decía.

Nacido en la capital palentina en 1938, menor de tres hermanos («yo llegué fuera de control»), junto a la vieja estación, hoy desaparecida, sus primeros recuerdos aletean en torno a los madrugones del padre y los paseos que se daba para llevarle la cesta con la comida antes de que emprendiese rumbo a los horizontes mesetarios. «Se pasaba tres días fuera, hacía todos los ramales del ‘tren burra’, hasta Palanquinos, Villada, Medina de Rioseco, Valladolid..., y yo, cuando iba con él, me sentaba en un rellanito que había y acababa negro del hollín», narra y se acomoda en la narración. «Juli, toca el pito», le pedía el padre, y él tiraba del alambre como un grumete orgulloso.

Otras estampas: en cada parada tocaba el padre ruedas y tubos de la locomota caliente con un martillito, metálico tintineo que daba cuenta de posibles fugas o averías, y las mujeres acudían a recoger el agua caliente desechada de la caldera («ahora es muy fácil tener agua caliente, ¡pero entonces era un lujo!»).

Estudió Julián González Prieto en las Escuelas Nacionales de la calle Valentín Calderón hasta los diez, después superó el preparatorio para el instituto, otro año, y encaró un Magisterio que finalizó jovencísimo como empezaban todos los maestros de aquella: 17 años (tuvo que esperar al siguiente para poder presentarse a la oposición). Iba a ser su primer destino Castrillo de Villavega, en la Valdavia, pero se cruzó por medio otra labor de mucho fuste y tuvo que andar con excedencias y otros paréntesis: le hablaron de su meticulosidad y rectitud a un serio fraile del convento de San Pablo, Benigno de la Cruz, que requería ayudante, y estando de vacaciones en Coyanza le propusieron a Julianín ayudar al monje en un trabajo que requería de método y aplicación. Él aceptó aunque después se olvidó del caso, y tras unos meses, cuando le recordaron el compromiso y se presentó en el monasterio, inquirió el fray, airado: «¿Este es el secre que tanto se ha hecho esperar?».

El tal Benigno era un hombre validísimo, de vocación tardía, gerente que fue de los famosos Almacenes Atocha de Madrid, y no duda González Prieto en llamarlo ‘mi segundo padre’ («su celda se componía de un camastro, una silla, una mesa, y biografías de Martín de Porres hasta en chino, japonés, hindi y dialectos africanos».

Entre los dos iniciaron una monumental campaña que culminó con la canonización del dominico peruano, y a Julián le tocó escribir y enviar cientos de cartas («me temían en Correos», recuerda), y de montar colectas y espectáculos, y también revistas y emisoras juveniles. Antonio Mingote se prestó a ilustrar el empeño y José María Sánchez Silva, autor de Marcelino pan y vino, escribió la biografía oficial y bautizó al santo con el doméstico sobrenombre que le hizo célebre, ‘fray Escoba’. «Pues sí, soy en parte responsable de que lo hicieran santo...», admite.

Conoció a su mujer, en León, «en una boda a la que no estábamos invitados ninguno de los dos» y ambos emprendieron viaje vital y geográfico (vida y Milagros podría ser buen título para la biografía, ese es el nombre de ella). Su primer destino fue Santurce y luego llegaron Bercianos, Santa María del Páramo — se licenció entonces en Ciencias de la Educación—, y la capital leonesa, con la Palomera y, definitivamente, el colegio de Anejas. Jubilado en 1999, ha dedicado desde entonces su tiempo a escribir e investigar. Rebobinó remebranzas y sacó El tren burra (ahora reeditado por Cultural Norte) rescatando, junto al trayecto de este ya desaparecido convoy de secanos, el habla comarcana y de las riberas próximas (con no pocos leonesismos, agudizados cuanto más al oeste viajaba, y de otros lugares, como el más puro alistano, y otras gentes, caso del caló gitanil) y personajes inolvidables pero ciertos como Buenseñor, un familiar del padre a quien asaltaron en tierras de Zamora y golpearon, y pasó un año como eremita sin memoria, vagabundeando hasta que su perro lo guió de vuelta a casa. Otras obras suyas son Vexu Kamin, ensayo histórico en torno al curiosísimo documento que localizó sobre el itinerario jacobeo, aún más antiguo, defiende, que el Calixtinus, luego novelado y ampliado en Pai Frolanus; y Lancia, pesadilla augusta.

El gran erudito pucelano Godofredo Garabito, tras leer el libro del trenín, había dicho: «¡Cuánto disfrutaría Miguel si pudiera leer esto!». «¿Quién dices?», preguntó Julianín. «Pues mi buen amigo Miguel Delibes, hombre. ¡Cómo le hubiera gustado leer esto!».

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Emilio Gancedo, es un escritor y periodista actualmente vinculado al Instituto Leonés de Cultura. Durante 20 años ha trabajado como periodista en Diario de León. Entre sus publicaciones hay que destacar "Palabras mayores, un viaje por la memoria rural", publicado por la editorial "Pepitas" en 2015. En 2019, publica su primera novela "La Brigada 22". En 2020, Emilio fue finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León.



5 comentarios:

Julián González Prieto dijo...

Mi buen amigo Froilán:
Como casi siempre, a bote pronto, gracias mil por terminar de ver, plasmado en tu Curiosón, mi trabajito sobre la Memoria Histórica y lo que escribió sobre mí el gran Emilio Gancedo. Sabes que me supone un gran honor el figurar en este gran espacio cultural, que se ha convertido tu blog.

Froilán De Lózar dijo...

Julián, el placer es mío por encontrar entre las firmas tu nombre y, entre los invitados a Gancedo, muy bien citado en otros medios.

Alfonso Santamaría Diez dijo...

Emilio Cancedo nos acerca a la figura del escritor Julián González Prieto, novato en Curiosón, pero con un interesante bagaje como autor de buenos libros. Julianín sabe escribir, y muy bien, lo he podido comprobar con la lectura de su libro sobre El Tren Burra, que conduce su padre, antiguo fogonero y mítico personaje terracampino. Julianín nos lleva en su viaje, y nos descubre la grandiosidad de la Tierra de Campos, con ricos detalles de aquellos años, y es capaz de meternos de lleno en el personaje, y hacernos disfrutar de su rico vocabulario y sus familiares vivencias.
Hoy Cancedo nos presenta a Julián González Prieto, y nos hace una interesante, perfecta y nítida radiografía del gran Julián González Prieto.

Osbarba dijo...

Alucinante cuántos personajes ilustres a la par que anónimos tenemos en nuestra patria chica palentina, como el de Julián González (julianin para los amigos) y que tú Alfonso, te encargas de darlos a conocer,... fantástico tu buen hacer, redescubriendo personas con vivencias fantásticas, que parecen pertenecer aepocas muy remitas,... Me quito el sombrero y te felicito por lo que haces y escribes. Un saludo, Óscar.

Alfonso Santamaría Diez dijo...

Muchas gracias Óscar por tu comentario, pero a quienes tienes que aplaudir es a dos escritores de tronio: el palentino Julián González, autor del libro del Tren Burra, y al escritor leonés, Emilio Gancedo, que hace unos años escribió este buen artículo sobre Juliano, el Cronista del Tren Burra.
Si quieres disfrutar con la lectura de esta magnífica pública y, lo puedes adquirir en la librería del Burgo. Ayer compré uno para regalárselo a mi cuñado,terracampino, de Villalon de Campos.

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