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Mi pueblín

¡Quién no tiene un pueblo en su memoria! Si así no fuere, mucho se pierde.


Vivo en uno y tengo a otros en mi sentimiento, pero Villafrades de Campos es especial. Tiene que ver con mis raíces. Allí aún me recuerdan como “Juli el de Inés, la de Andrea, y Julián el maquinista”. Es mi mejor tarjeta de visita.


                                         A Rafael Gómez y los Ahumatines



Se me agolpan los recuerdos de cuando llegaba con mi padre en su “Chocolatera”, su máquina número 4 del Tren Burra, y veía a lo lejos la inconfundible imagen del pueblín, con su destacada Pajarota, perdido en la inmensidad del Aratoi vacceo, la Tierra de Campos. Y cuando, pasado el puente, aparecía la gran pradera junto al Sequillo, hasta la Punta de la Vega, donde corríamos y jugábamos al fútbol, primero con las hinchadas vejigas de los guarros, después con el balón de cuero que me regaló mi madrina Merceditas. Allí estrené mis primeras botas de fútbol con tacos de cuero que, tras cada partido, tenía que reponerme el entrañable señor Ramón, zapatero remendón, en su taller bajo las escuelas de mi calle de San Juan. Y mirando los secos caminos recordaba las andaduras y carreras con mi bicicleta de carrera. Primero me llegaba hasta Villalón, Villarramiel, Herrín o Gatón. Pero, cuando supe de la historia de Villafrades, por escritos de su culto paisano Maximino Rodríguez “el tío Velay”, iba hasta el lugar de Las Sernas, al otro lado del río, donde estuvo el pueblo de Ecclesias Albas.

Dicen las crónicas y la leyenda que, cuando La Corte estaba en Valladolid y por estas históricas tierras moraban los más poderosos personajes cortesanos de España, el último domingo de mayo de 1517, como castigo, fue arrasado, quemado y sembrado de sal porque sus moradores -Comuneros bajo órdenes de los influyentes Girones de la casa de Urueña- se rebelaron contra el poder de Cisneros, que apreciaba mucho a esos nobles y al pueblo de Ecclesias Albas, hasta el punto de tener pensado establecer en él la que después fuera Universidad de Alcalá.

Entre lo salvado, los supervivientes ahumatines, -así llamados desde entonces los habitantes de Villafrades- llevaron la Virgen de Grixasalvas al monasterio cercano de San Juan, junto al que edificaron el nuevo pueblo, que llamaron Villafrades, por eso de los frades benedictinos del cenobio, que fuera Priorato del todopoderoso de San Benito de Sahagún. Estos hechos y su historia la tiene bien estudiada, recogida y expuesta Rafael Gómez Pastor, alma cultural del pueblo. 

Al bajar del trenín y enfilar el Camino de la estación siempre alargaba la mirada buscando encontrar las ovejas del tío Marceliano. Era muy feliz cuando me reencontraba con él.

Pero sobre todo recuerdo a Villafrades por mi madre, a quien debo todo y era plenamente feliz cuando estaba allí. Por eso lo visitábamos con frecuencia, a tiempo y a destiempo, en las vacaciones de mi época estudiantil y sobre todo cuando llegaba la Fiesta.

Me extendería mucho recordando lo ya contado sobre mis vivencias, en mi libro sobre el Tren Burra, sobre todo por la Fiesta de la Virgen de Grijasalbas, la querida Morenica de Campos. Pero si quiero referir lo ocurrido no hace mucho en la Hospedería de San Zoilo de Carrión de los Condes, célebre por su gastronomía.

Celebrábamos el banquete de boda de una sobrina y al degustar uno de sus platos portado en una cazuelita, acudieron a mi memoria sabores de la comida de pobres que preparaban mis añoradas y queridas tías. Mucho me emocionó y solicité hablar con el chef. Se presentó y le expresé mi felicitación por lo que había comido, que era uno de sus platos estrella. Y le hablé de lo feliz que me había hecho, por recordar mi infancia: -Solo ha faltado, para completar el menú, una gran cazuela con sopa del cocido, como la que mis tías ponían en la mesa y donde mis primos yo metíamos la cuchara. No se puede imaginar lo que su plato ha supuesto para mí. Mil gracias por ello. Puede añadirlo al anecdotario gastronómico de su Hospedería.

Se rió mucho y quedó muy complacido.

A mi madre la querían mucho las gentes del pueblo, porque ella también les quería. Doy fe por cuantos nos visitaban en Palencia. Tanto que mi padre dijo: “Esto se está convirtiendo en la Fonda Villafrades”. Mi madre les ayudaba y acompañaba en sus gestiones.

Y el colmo de este afecto ocurrió cuando fuimos a Roma, para asistir a la canonización de Fray Escoba y paramos en Madrid. Nunca olvidaré el trato cariñoso que nos dispensaron, Poli, el “embajador” de Villafrades en Madrid; Máximo, apasionado chiborra y padre de los afamados Trueba; y Pedro Herrero, el militar. Nos recibieron en la estación y dedicaron un día entero a enseñarnos parte de Madrid, El Escorial y el Valle de los Caídos. Culminaron sus atenciones, al despedirnos en la estación.

Por último recuerdo, cuando yo estaba de maestro en Bercianos del Páramo y mi amigo Pedro Puente, el cura de los gitanos, nos llevó en su 600. Cuánto disfrutó y nosotros con ella, cuando participó de la feliz compañía de sus hermanas y amigas del alma. Fue su último viaje.

Aunque naciera en Palencia a mi pueblín le llevo muy adentro. Por eso algunos cariñosamente me dicen que “soy un poco de pueblo” y eso me honra.

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Una historia de Julián González Prieto 
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2 comentarios:

Alfonso Santamaría Diez dijo...

Al leer la dedicatoria de este entrañable escrito me pregunté quien podían ser “los Ahumatines”. Me entero que llaman así a quienes residen en Villafrades, herederos de los frades benedictinos del monasterio cercano, que Rafael Gómez Pastor estudió con pasión, y a la Morenica de Campos, a la que también adoraba la madre de Julián, y no se perdía nunca la fiesta.
Nació Julián González Prieto, el “hombre del Tren Burra”, en Palencia, pero Villafrades, fue siempre su pueblo. Pueblín con apellido de Campos, extensa tierra de llanuras interminables, campos cromáticos y canejianos, último pueblo de Valladolid, frontera con la provincia de Palencia. Villafrades limita en toda su extensión con la carretera de León, hace muchos años era peligroso pasar por esta población, que se pasaba con excesiva velocidad, motivo de trágicos accidentes. En cambio, el Tren Burra nunca tuvo accidentes, el señor Julián, buen maquinista, hacía sonar sin descanso la bocina cuando llegaba a la estación de este pueblo que a Julián le traen tantos recuerdos.
Recuerdos de grandes partidos de fútbol, jugando con una vejiga de cerdo, hasta que estrenó un preciado balón de cuero, y sus botas de fútbol. Recuerdos de las carreras en bicicleta por los cercanos pueblos.
Velay, que cuando se acuerda Julián de Villafrades recuerda a su madre, que se sentía allí tan feliz, que quería pasar en este pueblo todo el año. Ayudaba a sus hermanas en muchas cosas y guisos, como a preparar el cocido, cuya sopa se hacía en cazuela de barro, y era tan sabrosa que cucharada a cucharada la acababan Julianín y sus primos.
Velay, que la casa de la calle de San Juan en Palencia de los padres de Julián era la “Fonda Villafrades”, ya que muchos venían en el trenín a comprar a Palencia y comían en casa del maquinista.
Velay, que Villafrades tenía a Poli como “embajador” en Madrid, a Máximo y a Pedro el militar, y al “cura de los gitanos”.
Velay que por todo ello Julianín siente a Villafrades como su pueblo.

Julián González Prieto dijo...

Amigo Alfonso: Tu comentario es un torrente de afecto. ¿Qué decir ante él? Sólo mil gracias y dártelas también por las buenas gentes de Villafrades que, si lo leen, te lo agradecerán. Si algo más quieres saber, acude al blog Grixas Albas del bueno de Rafael.

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