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Ríos de España (y V)

Como los ríos en estado natural son algo muy raro en Gran Bretaña se nos disculpará que nos extendamos, demasiado quizá, en la descripción de éste, tanto más cuanto que con ello he de contribuir al conocimiento del carácter español y a la explicación de las cosas de España, que es el objeto principal de estas pobres páginas.



Richard Ford, 1846


El Tajo nace en aquel extraordinario revoltillo de montañas, lleno de restos fosilizados, ricas en plantas y truchas, que están situadas entre Cuenca y Teruel, y que como son casi completamente desconocidas están clamando por los discípulos de Isaac Walton y del doctor Buckland. Desemboca en el mar por Lisboa, después de un recorrido de 375 millas en España, de la cual, por disposición de la naturaleza, parece destinado a ser la principal arteria. Los cronistas toledanos derivan su nombre de Tagus, quinto rey de Iberia, pero Bochart lo hace de Dag, Dagón, un pez, porque además de considerar al río aurífero, los antiguos lo declararon abundante en pesca, aunque a los actuales españoles tanto se les da de los peces como si fueran cocodrilos. Ciertamente se suelen encontrar granos de oro en el río (aunque apenas los suficientes para mantener a un poeta) por unos pobres medio anfibios, llamados artesilleros, a causa de las cestas que usan y en las cuales recogen la arena, que luego pasan por un cedazo.

El Tajo podría sin dificultad hacerse navegable y, con el Jarama, poner en contacto Madrid y Lisboa y facilitar la importación de los productos coloniales y la exportación de vinos y granos. La realización de tal idea reportaría más beneficios a España que diez mil constituciones garantizadas por la espada de Narváez y por la palabra de Luis Felipe. La forma de llevarla a cabo ha sido estudiada por algunos extranjeros, perezosamente contemplados por los toledanos; en 1581, un napolitano, Antonelli, y Juanelo Turriano, milanés, presentaron el proyecto a Felipe II, dueño entonces de Portugal; pero se necesitaba dinero -la historia de siempre- y sus rentas estaban empleadas en trasladar reliquias y en edificar el inútil Escorial. No se hizo nada más que algunos paseos por el río y odas al «sabio y gran rey», que iba a realizar la gran obra, cantando aquello de las brujas de Macbeth, “Lo haré, lo haré, lo haré”, pues en esta tierra el futuro es siempre preferido al presente. El proyecto durmió hasta 1641, en que otros dos extranjeros, Julio Martelli y Luis Carduchi, en vano despabilaron de su siesta a Felipe IV. Este perdió poco después Portugal y, en consecuencia, olvidó por completo el Tajo. Transcurrida otra centuria, en 1755, Ricardo Wall, un irlandés, tomó la cosa por su cuenta; pero Carlos III, ocupado en sostener las guerras de los franceses contra Inglaterra, necesitaba el dinero para aquella empresa.

El Tajo, desde entonces, corre rugiendo por su rocoso cauce, como un potro salvaje, riéndose de los toledanos, que pasean soñolientos en las riberas impracticables invocando a Brunel1, Hércules y Rothschild, en lugar de arrimar el hombro a la turbina. En 1808 se resucitó el proyecto: Fray Xavier de Cabañas, que había aprendido en Inglaterra nuestro sistema de canales, publicó un estudio sobre el río: “Memoria sobre la navegación del Tajo”, Madrid, 1829; parece el libro azul que descubriera las fuentes del Nilo; tan semejantes al desierto son las incultas comarcas que están situadas entre Toledo y Abrantes. Fernando VII imprimió un decreto encontrando de utilidad el proyecto, y así terminó la cosa, a pesar de que Cabañas había entablado tratos con los senadores Wallis y Mason para adquirir maquinaria, etcétera. Recientemente ha vuelto a poner sobre el tapete el mismo asunto una persona muy inteligente, el Sr. Bermúdez de Castro, que, por haber residido mucho tiempo en Inglaterra, está penetrado del sistema y energía de los extranjeros. ¡Veremos!, puede decirse. La esperanza es buen desayuno, pero mala cena, dice Bacon, y, como reza el proverbio, En España se empieza tarde y nunca se acaba.

Imagen: 
El río por el Parque Natural del Alto Tajo, De Olisacu commons.wikimedia



Richard Ford
Hispanista ingles (Londres, 21 de abril de 1796-Exeter, 31 de agosto de 1858)
1844 Manual para viajeros por España
1846 Cosas de España



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