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Revilla en escombros

Cuentan que un buen día un viajero paró en Revilla de Campos atraído por la majestuosidad de su iglesia. Le recibieron a la entrada del pueblo viejos aperos de labranza, que adornan el contorno junto a la charca, y un antiguo parque con viejos columpios y toboganes, que, como los aperos, resultan inútiles en un pueblo donde la ausencia de niños y personas es evidente. Contempló el viajero los alrededores y vio una tenada con ovejas, custodiada por perros pastoriles, y unos corralones repletos de carbón y leña, en cuya portonera aparcaba un camión rotulado con el nombre de “Carbones Pérez”, junto a un caserón derruido, modernas naves de labranza, y al fondo típicos palomares terracampinos.













En el atrio de la iglesia admiró su portada, dio la vuelta al templo y se encontró con una esbelta torre que tenía el tejado derruido, a falta de limosna subvencionada, al igual que el templo, apuntalado para evitar la caída de sus paredes reventadas. Se quedó con ganas de subir a la torre de la iglesia para dominar la inmensidad de la Tierra de Campos y las poblaciones limítrofes de la zona, los Alcores, estribaciones de los Montes Torozos, y la Montaña Palentina, que se contempla en días claros. Pero la verdadera sorpresa se la encontró al recorrer las callejas del pueblo y ver deshabitadas sus casas, derruidas, bombardeadas por el abandono, el saqueo y la despoblación. Se encontró con un pueblo devastado, en escombros, que mantiene en pie cuatro o cinco casonas, alguna de ladrillo y otras de piedra de sillería, escoltadas por tapiales de adobe, materia prima de la zona; corralones, tenadas, hornachas y húmeros derruidos; adobes, muchos adobes, tejas sepultadas por techumbres, casas sin amo destruidas por la intemperie.

Recorrió cada rincón de este lugar abandonado en el corazón de Tierra de Campos, pedanía en escombros, donde le pareció escuchar un concierto al oír el único sonido del pueblo: el del viento. Se sorprendió de la luminosidad terracampina, que le hizo sentir calor en invierno, como si el pueblo estuviese caldeado, como si las antiguas glorias de las casas estuviesen prendidas, y calentasen las callejas. Tras este recorrido por el devastado poblado se fue el viajero de Revilla con la intención de volver algún día.

Pasó otro día por Revilla, sin intención de detenerse, pero desde la carretera le sorprendió la presencia de un buen número de vehículos aparcados en el pueblo, en las inmediaciones de las naves, al lado de la charca, y cerca de la iglesia. Alucinaba al pensar como había resucitado un pueblo moribundo, y atraído por la curiosidad paró su vehículo y se dirigió en busca del inusual tumulto. Se enteró de que se celebraba San Vicente, el patrón de Revilla, y se fue a la nave donde estaba el escenario de la fiesta. Para su sorpresa le recibe José Miguel Regoyo Muñoz, uno de los carboneros de Revilla, tan generoso con quien acude a la fiesta, que hace que nadie se sienta forastero. Regoyo impresiona al visitante con su blusón y gorro de gala, como un chef de alta escuela al frente de los fogones, y le agasaja como a todos los que acuden a la fiesta, le ofrece manjares de la tierra, bocados y exquisitas pócimas terracampinas.

El cocinero presenta al viajero a su equipo de alta escuela, compuesto por su señora, su hija, su yerno, su socio Javier Obispo y su amigo José Luis Gutiérrez, que lleva de segundo apellido nada menos que el nombre de este pueblo. Este gran equipo hace posible el éxito del festejo, y consiguen que nadie sienta frío en su inmensa nave, caldeada con cañones de gasóleo.

Le cuenta el carbonero que en Revilla disfruta y se regocija con lo que le rodea, que aquí vive con intensidad su placentera libertad, se deleita con el silencio de este pueblo abandonado, donde trabaja, se recrea y goza en exclusiva de un paraíso de sigilo, en el que no encuentra a nadie para hablarle, donde el adobe derruido es el rey del paisaje, donde las calles están siempre vacías y solamente se escucha el sonido del viento, que no hay ruidos en Revilla hasta San Vicente, en el mes de enero, cuando celebra su fiesta.

Le cuenta Regoyo al viajero, con intención de impresionarle, que por San Vicente, de Villamartín a Mazariegos, y de Pedraza a Torremormojón, se oyen los chillidos del marrano que matan los carboneros de Revilla para honrar a su patrón. Matan al cochino, y los aullidos del animal sustituyen a las campanas de la iglesia, y avisan al personal de que Revilla está de fiesta. Al oír semejantes berridos acuden al festejo los de Mazariegos, los de Revilla, los de Pedraza, los de Torremormojón y Baquerín. También vienen de Ampudia, de Palencia, y hasta de Grijota y Villalobón, y los colegas ciclistas del Grupo de Amigos “Los del Pabellón”, invitados por los carboneros. Todos acuden a probar los manjares del cochino, una vez destazados, y asados sus chorizos y pancetas, a fuego lento en la parrilla, con carbón de encina, materia prima del fogón que los carboneros tienen en exclusiva. La esencia de la fiesta son los exquisitos bocadillos de chorizo, panceta, el vino de Ribera, y el caldo de Paco Obispo, que mata una gallina y la cuece con los huesos de ternera y jamón, secretos de puchero apropiados para finales de enero.

La festividad de San Vicente tiene muchos atractivos, gracias al empeño de los carboneros, que consiguen con la fiesta que los lugareños y forasteros acudan al pueblo y den vida a Revilla durante dos días, el resto del año es un pueblo moribundo, abandonado y en escombros.


Reportaje gráfico de Alfonso Santamaría.

*Dedicado a José Miguel Regoyo y a Javier Obispo (Carbones Pérez) benefactores de Revilla.





PALENCIA EN MIS RECUERDOS
Una idea de Alfonso para "Curiosón"

10 comentarios:

Froilán De Lózar dijo...

Encoge el alma asistir como mero espectador a este derrumbamiento de los pueblos. Una de las etiquetas que alimenta mi madeja es la “despoblación”. Hoy se la cedo a Alfonso que nos lleva a la descarnada desaparición de este pequeño pueblo de Tierra de Campos.

J. Javier Terán dijo...

Buenos días, Alfonso. Has descrito maravillosamente esa soledad de un pueblo, como es Revilla de Campos, que sólo se recupera en parte para la fiesta de su Patrono. Buen conocedor, como eres, de nuestra provincia, nos has plasmado con toda su crudeza lo que está ocurriendo con la mayoría de nuestros pueblos, a los que vemos en esas mismas circunstancias. Nos has trasladado mágicamente hasta Revilla y nos has hecho revivir recuerdos del ayer mezclados con esa otra realidad triste de nuestros días. Magistral narración. Un abrazo.

FGC dijo...

Tristeza y desolación es lo primero que se me viene a la mente después de ver estas imágenes, que también tienen toda la belleza de todas aquellos pueblos abandonados que gritan al viento lo que un día fueron. Las ventanas llenas de tierra, las calles deshabitadas, los aperos de labranza abandonados y testigos mudos y, sobre todo, la iglesia, nos hablan de un pasado, no tan remoto, de lo que fue este lugar. He tenido la oportunidad y la buena fortuna de conocerlo y haber sido invitada por los pocos vecinos carboneros que se dan cita el día de su patrón y tengo que decir que degusté un bocadillo de chorizo riquísimo que jamás olvidaré. Tanta amabilidad y con gentes tan acogedoras, este pueblo no merecía este desolador destino. Me impresionó el gran edificio de la iglesia apuntalada, una belleza ante la cual me detuve un rato a reflexionar, cuántos acontecimientos no habrían tenido lugar allí, y ahora el implacable paso del tiempo y el polvo la han ido destruyendo. Sería una pena dejarla derrumbarse. Una pena muy grande.

Julius Revolution dijo...

Es una pena ver pueblos en este estado de abandono, pero me imagino que es ley de vida, algo inevitable que los pueblos tan pequeños vayan a menos...Los jóvenes no quieren vivir tan aislados...Lo que sí deberíamos salvar es el rico patrimonio que aun queda en esos pueblos, generalmente su iglesia, para lo cual debería de haber un buen programa de rehabilitación y mantenimiento del mismo. Gracias Alfonso por tu bonita y tan bien descrita crónica sobre Revilla de Campos.

Alfonso Santamaría Diez (Autor) dijo...

Este escrito sobre Revilla de Campos, lo redacté en el mes de enero de 2015, con motivo de la festividad de San Vicente. En la actualidad el pueblo de Revilla ha pasado del abandono a un esperanzador despertar, dispone de Casa Rural, y de varias casonas recuperadas, alguna casa se ha comprado y habilitado, y se puede decir que ya vive gente en Revilla durante todo el año. El pueblo ha tomado vida y quienes viven en Revilla disfrutan de su tranquilidad, de vivir en un lugar estratégico de la Tierra de Campos. Gracias a las subvenciones de la Diputación de Palencia se han recuperado zonas degradadas y embellecidos lugares de interés. En estos días ha sido noticia la protesta de personas que aman el pueblo y quieren evitar el derrumbe de su mítica torre, cuyo tejado peligra seriamente desde hace años, y con él la desaparición total del monumento.
Revilla en escombros ha resucitado, tiene vida, gracias a que se preocupan de esta pedanía lugareños que quieren recuperar un pueblo con trazos de desaparecer, y han conseguido que no sea así,
Revilla ya no está vacío, es un ejemplo ante la Castilla que se muere, que languidece que se pierde porque Castilla ya no interesa.
Luchemos por salvar la torre de su iglesia, porque Revilla siga viva, porque el obispado entre en razones y repare esa torre.
Intentemos por todos los medios que Revilla no se muera y no desparezca, ni su iglesia, ni este mítico pueblo.


José Luis Gregorio dijo...

De auténtica pena lo que está pasando con el abandonado de los pueblos y más lamentablemente lo que está pasando con sus monumentos, iglesias, castillos, palomares etc.
En este sentido y nostálgico artículo que dedicas a Revilla, describes magníficamente lo que pasa en la actualidad con muchos pueblos de España y sobre todo de Castilla.
De niño pase muchas veces por Revilla, pues mi padre y toda su familia son de Mazariegos, su patrón, San Roque.
Enhorabuena Alfonso una vez más por preocuparte con este magnifico reportaje y en este caso de pueblos que desgraciadamente han caído en el olvido.

O. Baranda dijo...

La España vaciada, encomiable tu escrito y ya es hora que se saque a la luz lo mucho que hacen por este pueblo los dos carboneros... al menos dar vida un fin de semana, en la fiesta de S. Vicente, para que mucha gente nos acerquemos hasta sus entrañas!!! Te felicito Alfonso por tu sensibilidad, saber hacer y plasmar la realidad del lugar!!!👏👏👍

Alfonso Santamaría Diez (Autor) dijo...

Me siento respaldado por escritores de prestigio de la talla de Froilán De Lózar, y de Javier Terán. También por Francisca González del Castillo, una pintora primorosa que domina todas las técnicas. Por el director del Blog de Autillo, Julio Prieto, y por mis buenos amigos de Palencia, José Luis Gregorio y Oscar Baranda. Todos ellos se identifican con mi escrito, y sienten la realidad de la despoblación que vacía de gente los pueblos, y derrumba sus casas e iglesias, en un mal que amenaza a pequeñas poblaciones como Revilla. Pero todavía hay personas que luchan porque se mantenga la torre de su iglesia y no se derrumbe su templo, al menos no se quedan de brazos cruzados viendo pasar el tiempo, a la espera de que llegue el abandono y la destrucción.
Revilla se levanta de sus escombros, al menos te puedes encontrar alguien por sus calles, o escuchar el ladrido de los perros, ver como se arreglan las casas, y como disfrutan quienes se encuentran en este privilegiado pueblo, que ha resucitado de la muerte y desaparición.

Herminio Revilla Fernández dijo...

Triste y muy bien documentado artículo Alfonso sobre la desaparición de nuestros pueblos, se le caen a uno las lágrimas al observar las fotografías. Cuantos esfuerzos durante varias generaciones para acabar así.

José Antonio Marcos dijo...

En este mundo todo tiene su momento: comienzo, apogeo y fin. Esta población la estamos viendo caer. En España no hay población diseminada como en otros países, aquí nos concentramos en núcleos urbanos más o menos considerables. Los pueblos chiquititos tienden a desaparecer, más aún cuando están cerca de otros núcleos mayores, no digamos si están cerca de la capital, como es el caso. Sus hijos encaminan su vida laboral en otros lares, solamente quedan los que trabajan sus tierras, y como todo ha ido a menos, no hay servicios (sanidad, escuela...), la despoblación y el abandono de las casas va siendo mayor a medida que pasan los años. En los siglos pasados había muchos poblados pequeños cuyas gentes, poco a poco, se marcharon a poblaciones mayores, es el caso de Carejas y Villorido, tenían ermitas, fue lo último que se vino abajo, si la de Carejas sigue en pie es porque se ha reconstruído y se tomó como la patrona de Paredes de Nava.

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