CAPÍTULO SEGUNDO
Richard Ford, 1846
Las montañas españolas tienen generalmente un carácter triste y áspero, no exento de grandeza; las alturas están, por lo común, cubiertas de nieve, que brilla con el sol haciendo recortarse sobre el fondo azul del cielo la silueta escarpada y dentellada de las desnudas lomas; rara vez están cubiertas de bosque. Las masas graníticas se elevan sobre los verdes valles o los amarillos sembrados, semejando los castillos de un señor feudal, dueño de todo lo que está a sus pies, pero demasiado orgulloso para descender a tener nada de común con ello. Para ver estas montañas sin perder detalle de su forma, las mejores horas son a la salida y a la puesta del sol, pues durante el día los rayos verticales borran los contornos alejando las sombras. Desde la costa se eleva el terreno directamente en las provincias del Noroeste y de algunas del Sur y de Levante hasta una faja intermedia seca y prominente; pero al terminar la ascensión no hay bajada propiamente dicha, sino que se encuentra el viajero en una vasta altiplanicie. Los caminos, aparentemente, tienen subidas y bajadas; pero, en realidad, no varía gran cosa la altura media; las llanuras y colinas interiores son ondulaciones de una misma montaña.
El viajero se engaña muchas veces por el bajo nivel aparente de las montañas nevadas, como el Guadarrama; y es que hay que añadirles la gran elevación de sus bases sobre el nivel del mar. El palacio del Escorial, emplazado en una especie de llano al pie mismo del Guadarrama, está situado a 2.725 pies sobre Valencia; y la residencia veraniega de los reyes en La Granja, en la misma cordillera, está 30 pies más alta que la cima del Vesubio. Esto, en verdad, es un castillo en el aire, un château en Espagne, digno del mayor potentado de Alemania, que es la dueña de aquel elemento, como Inglaterra lo es del mar.
La temperatura media de la meseta central de España es de 15° Reaumur, mientras que la de la costa llega a 18 ó 19°, aparte de la protección contra los vientos fríos que le proporciona las montañas que la guardan. No se engaña menos el viajero que con la altura de las montañas interiores, con las campiñas y mesetas llanas. La vista alcanza un vastísimo espacio limitado por el horizonte o por una línea lejana de sierra; este espacio, que parece un desierto plano, está interrumpido por profundos barrancos, en los cuales se agrupan algunos pueblos y corren arroyos completamente inadvertidos. Otro efecto digno de tener en cuenta de esta planicie central es la completa oquedad y el enrarecimiento del aire, que suele ser muy perjudicial para los extranjeros; la puesta del sol, que es muy tentadora en un país cálido, produce fácilmente oftalmías, irritaciones intestinales e inflamaciones y trastornos pulmonares y de otros órganos vitales. Estas causas pueden producir la pulmonía, enfermedad que en pocos días acaba con el individuo y que es la plaga de Madrid. El viento helado del Guadarrama sorprende al incauto en las encrucijadas de las calles que arden bajo un sol abrasador. ¿Es de extrañar, pues, que esta capital sea tan malsana?
Richard Ford
Hispanista ingles (Londres, 21 de abril de 1796-Exeter, 31 de agosto de 1858)
1844 Manual para viajeros por España
1846 Cosas de España
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