Leo la novela de Javier Cercas, Independencia, editada por Tusquets. En la tercera parte me encuentro con una grata sorpresa y mi memoria recupera un tiempo perdido. Lejano ya, el buen recuerdo emerge con fuerza quizá porque el poso dejado fue importante y, a pesar de quedar sepultado entre muchos otros, no me abandonó del todo. Y son los buenos escritores quienes nos regalan su tiempo, su buen hacer y lo transforman, magos de la palabra con grandes dosis de generosidad, en algo ameno, instructivo, agradable, inquietante, pasatiempo seductor, informativa lectura que invita a cuestionarnos formas distintas de pensamiento, a veces nos lleva a pensar si lo que cuentan nos llega con fuerza o, por el contrario, apenas emociona ni interesa. Todo un mundo de sensaciones que la lectura nos brinda.
Mi familia catalana, emigrados sus padres desde las Extremaduras, sigue allí. Ahora, los hijos y sus nietos se sienten catalanes y con derechos adquiridos. Uno, partidario de la independencia, trabaja en el Parlament. Hablar de política en reuniones familiares, no se permite. La madre quiere reunir a sus hijos. De otro modo se le perderían como islas en la gran ciudad. Un día, en el ascensor, un vecino al que aprecio y con quien me llevo muy bien, comentó que los gobernantes están llevando el país a la ruina. Cada uno opine como quiera. Pero si fuésemos un poco más dialogantes, digamos respetuosos, en vez de criticar y poner pegas a todo lo que se hace o dice, sería mucho más llevadera cualquier situación por la que obligadamente hemos de pasar.
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