Sordas las asambleas al ruido de las armas, en medio de la agitación de las poblaciones irremediable en un largo interregno, y a vueltas de la contrariedad de pareceres imprescindible en hombres reunidos para deliberar en negocios arduos, graves y de vital interés, los parlamentos llegan a entenderse, y cometen a nueve jueces elegidos por iguales partes entre los tres reinos la decisión arbitral del gran litigio, a cuyo fallo han de someterse respetuosamente todas las provincias, todos los pueblos y todos los hombres de aquella vasta monarquía.
Estos jueces que van a ejercer la más suprema de las magistraturas y que han de pronunciar una sentencia sin apelación para un gran imperio, no son ilustres condes, ni ricos-hombres poderosos, ni caudillos vencedores, ni esclarecidos príncipes; son cinco eclesiásticos y cuatro legistas; son la representación de la ciencia y de la virtud. El mundo veía por primera vez con asombro confiado el destino de una de las más poderosas naciones de Europa a nueve hombres del pueblo, pacíficos, desarmados, salidos de la Iglesia, del claustro y del foro, sin el aparato de la fuerza y del poder, sin el esplendor de la cuna y del linaje, sin la ostentación o el influjo de la riqueza, y aguarda en suspenso el fallo de los compromisarios de Caspe.
Abre este jurado nacional su gran proceso: recibe las embajadas de todos los pretendientes; oye las alegaciones de sus abogados; examina con calma y con dignidad de sus respectivos derechos; medita, coteja, discute sin apasionamiento y falla. La voz de la justicia pronuncia por boca de un santo el nombre de Fernando De Castilla es el que tiene el mejor derecho y debe ser en justicia el rey de Aragón (1412). El jurado nacional se ha pronunciado, y el pueblo acata el fallo del jurado nacional. La nación que ha sabido hacer uso tan discreto, prudente y legal de su soberanía, merecía bien unos intérpretes tan rectos y justos como los de Caspe, y jueces tan justos y rectos como los de Caspe eran dignos de un pueblo que sabía venerar el fallo de la justicia pronunciado por labios tan santos. Parlamentos, jueces, pueblos, todos se han conducido con igual magnanimidad en la más ruda prueba que puede ofrecerse a una nación. No sabemos si al cabo de los siglos de progreso y de ilustración obrarían con tanta mesura, sensatez e imparcialidad las naciones modernas.
La Historia General de España de Modesto Lafuente, es considerada el paradigma de la historiografía nacional del pensamiento liberal del siglo XIX. Impresa en Barcelona por Montaner y Simón entre 1888 y 1890.
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