La bella desconocida cumple 700 años
Se me ha pedido hablar de esta catedral nuestra, hermosa y humilde, esplendorosa y abandonada del ruido turístico y otros oficios, mayúscula y recogida en el abrazo del desconocimiento. Si se empezó 100 años más tarde que sus compañeras de León y Burgos solo fue porque no la levantaron reyes, sino el pueblo palentino, sus obispos y donantes generosos. Yo aconsejo llegar a ella por la plazuela que la acompaña desde la callejuela estrecha para darse de bruces con las puertas del Obispo y de los Novios y la tonta seriedad desubicada de la torre, menos mal que enseña un campanil y un reloj.
Marcelino García Velasco
Y ya en la plazuela uno vuelve a su infancia. “¿Por qué todo es infancia?" Se pregunta el gran poeta que fue Claudio Rodríguez.
“Hemos venido así a esta plaza siempre,
con la esperanza del que ofrece su obra,
su juventud al aire. ¿Y solo el aire
ha de ser nuestro cliente?
Vuelvo a Claudio. Nuestro cliente es la infancia. Las acacias que bordeaban la calle que la cruzaba, los morrillos que adornaban su suelo, desterrados por la maldita baldosada de granito y otras piedras falsas que hoy la cubren, con algunos cipreses atónitos y aligustres horteras en tan extraño asentamiento.
Yo venía a encontrarme con la catedral todos los días del año, incluso los domingos, menos en tiempo de vacaciones, porque en ella había una escuela con un maestro hecho “del envés del cero”, don Antonio Baranda, que enseñaba a estar ante la vida.
Otro poeta, Carmelo García del Valle, cura que vivía con su tío, canónigo, en la plazuela, dejó escrito:
“Siempre sola, la plazuela,
dorando sus silencios en la tarde.
En sus muros se rompen las músicas de la ciudad.
Remanso al fin
al otro lado de las aguas bulliciosas.”
Y es que Carmelo volvía a casa a las horas de comer y cuando estaban vivas las cuatro bombillas melancólicas y una farola frente a la Virgen de pedestal pobre que mal podían deshacer las sombras de la plazuela. Y es que “la luz nace entre piedras y las gasta”.
No sé si todos hemos ido alguna vez a estar con ella no siendo San Antolín, por su agua, o a misa dominical, por su silencio. Los palentinos, ustedes lo saben, somos bastante despegados. Hoy la llaman bella reconocida, pero era, y es, más real ser bella desconocida.
Y vuelvo otra vez a Claudio Rodríguez:
“Como si nunca hubiera sido mía,
dad al aire mi voz y que en el aire
sea de todos y la sepan todos
igual que una mañana o una tarde”
Y con esta voz ya podríamos entrar en la catedral, como un creyente que busca a fondo, calladamente, memoria de su andar por la vida y el tiempo. ¿Y si entrásemos en su recinto como, a veces, se logró en el corazón de una novia? ¿Y si pisáramos las losas masticando el silencio, recogiendo en el corazón o en el cerebro toda la inseguridad del vivir, el grito oscuro y bronco de la protesta de no saber –y ya somos mayorcitos- qué somos, adónde vamos, de dónde venimos, cuándo se acabará nuestro viaje?
Pero miremos todos estas luces pobres y rotundas que hieren las sombras como un bosque iluminado, porque la catedral es nuestra y la veremos llena de secretos eternales. Soñemos que adentro, por aquel triforio asoman quienes movían las piedras, detrás de aquellas columnas se esconden los que las subían y las troceaban, bajo aquellos sepulcros están los creyentes generosos , desconfiados de sí, porque la catedral es nuestra, que ya lo dijo Juan José Cuadros, poeta palentino alimentado a la fuerza por la tristeza andaluza:
“Aunque vengan gentes
y nos hablen
de reinas
y de infantas,
de obispos
y deanes,
esto no lo hizo nadie
más que la gente que va y viene
por la calle;
la buena gente
con sus afanes
de cada día
alzó esta rosa de gigantes,
alzaron el andamio,
labraron el detalle
del capitel,
y en los vitrales,
colocaron el sol
que canta y arde
en los atardeceres.”
Y que estas luces sean capaces de apagar definitivamente la pandemia que nos ha venido hundiendo en el miedo, en la desconfianza y, a veces, en la irresponsabilidad. ¿Y si ante esta catedral hermosa , y fea de torre, pedimos el milagro del fin de la pandemia, ahora que está tan redondamente bella, escondida y brillante por estas luces que quieren derrotar las sombras de la noche?
“¡Todos cogidos de la mano, todos
cogidos a la vida
en torno
de la humildad del hombre!
Es solidaridad.”
Y así se alcanzan los milagros.
Dicen quienes todo lo saben que todas estas piedras son la madre de cuatro catedrales. Quedémonos con la cuarta, tan joven que tiene ya 700 años y que se nos presenta refulgente, bella, actual por su presencia, renaciente en su edad. Porque si dentro de un edificio gótico se introdujo en él un cuerpo del Renacimiento, ¿no puede ser posible renacer, rejuvenecerse dentro de los 7 siglos de su edad?
Mientras miréis con fe, este bosque de luces menudas y humildes, esta catedral seguirá joven, inquietante, llena de vida y emoción, en pie como los árboles.
Si un poeta escribió
“Luz que toma
cuerpo en mí, tiempo en mí, luz que es mi vida,
porque me da vida”.
qué no dirá, qué no sentirá un templo tan mágico como este nuestro, como esta catedral que no se siente desconocida porque a voz en grito avisa orgullosa: aquí estoy, miradme bien porque con 700 años derramo hermosura.
1 comentario:
Preciosa catedral y muy bonito y emotivo post el tuyo sobre ella.
Muchas gracias por compartir estas maravillas de nuestro patrimonio con todos.
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