Una historia para un pueblo
Llegamos a Comporredondo. Hay en Camporredondo unas ruinas que evocan lejanos tiempos de armaduras, de siervos y de violentas conquistas de amor. Son las ruinas de un palacio en el que dicen vivió el hijo bastardo de un rey. Cuando los viejos vecinos refieren las historias oscuras e inverosímiles de aquel gran señor, parece que se escucha el habla altina del infanzón Duque de Frías, mujeriego y creyente. No ha muerto su recuerdo, porque nunca mueren de los nobles, devotos y bárbaros. Cuentan de él peregrinas empresas. Llevaba con orgullo el título sonoro de "Señor de Camporredondo" y "Duque de Frías". Todos le rendian pleitesía y su voluntad no tuvo súbditos rebeldes. Nunca sintió miedo. Caminaba solo y anunciaba su regreso a palacio disparando pistoletazos al aire. Entonces abrían los plebeyos las puertas de la mansión. Los pastores tenían que pagar el derecho de asadura al pasar por "Puente Vega". Todas las mozas tenían que acudir a palacio en las noches de invierno medrosas para escarmenar la lana de los recentales. En la primavera la hilaban las ancianas. El Infanzón ofrecía después las madejas a la Virgen de Viarce, en el Santuario que tiene una fuente milagrosa, descubierta por un moro renegado. Los caprichos del Duque de Frías eran leyes obedecidas por el pueblo resignado y dolorido. Solamente una vez la mujer del Corregidor se rebeló y, en la plaza, a toque de corneta, la mandó desnudar y la dio cincuenta azotes. Por este hecho el Rey, su señor, le apercibió, enviándole un Alguacil de Corte. El Infanzón le recibió con pleitesía. Mas luego, unos perros, emboscados por el Infanzón bastardo, lo despedezaron. El Duque de Frias decía: "Justicia que hace el señor de Camporredondo en nombre de su Rey".
"El Rey entonces le quitó todos sus privilegios siendo muy reñido el pleito. El Infanzón se rebeló contra el fallo del juicio un día en el que se casó una moza de su dominio, que siempre tenía en la boca la flor de una sonrisa y en los ojos el aleteo de la castidad. El Duque de Frías quiso reclamar el derecho de pernada, que el Rey le quitara en el pleito famoso. El pueblo se lo negó, pues había perdido los privilegios del Señor de Camporredondo. Y desafiando al pueblo hosco y leverado por la excelsa magnitud del Rey castellano. El linajudo Infanzón decía entonces: "¡Aunque me cueste la vida, esa es para mí, porque es mi amor!" Y la voz metálica y vibrante arrancó a la plebe un murmullo rugiente. El Hidalgo Infanzón tendió su mano a la Virgen y bajo el entrecejo duro, aulló el pueblo en griterío salvaje. El Duque de Frías asió por un brazo a la doncella y la arrastró hacia sí. El desdichado esposo de la doncella le quiso ahogar, pero el bastardo Infanzó le partió el craneo de un pistoletazo. El crímen amendrantó al gentío cobarde y el Señor de Camporredondo desapareció llevándose en los brazos a la única doncella que en la vida amó".
Nadie volvió a saber de él, hasta que de Flandes llegó la noticia de su muerte. Peleando por el rey de las Españas murió de una lanzada aquel Señor que en vida fue don Iñigo Fernández de Velasco, descdendiente del Conde de Haro, Condestable de Castilla, Virrey de Granada y como él, Señor de Camporredondo y Duque de Frías.
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"El Roble agradece al Señor Conrado Gutiérrez Montero, de Guardo, el haber proporcionado la copia del citado libro "Cumbres Palentinas", cuyo autor es Juan Diez-Caneja, y de donde se ha tomado, repetimos, esta historia.
DIRIGE: JAIME GARCÍA REYERO 1975
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