Cubillo de Ojeda: Donde nació el amor
Recuerdos de mi pueblo extremeño, de mis abuelos, de mi primer destino como maestra en Cubillo de Ojeda (Palencia)
“Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes”
Gabriela Mistral
Extremeña, nacida en Acebo (Cáceres)
“Amiga Enriqueta, yo mucho lo siento, he tenido carta de mi tío ayer, y en ella me dice que heredo sus bienes pero es si me caso con mi prima Petra la de Peñalver”.
Vocación de maestra
Muñecas de arcilla
💬En primavera, las primeras lluvias me aportaban otro entretenimiento: la abuela cruzaba dos palitos en forma de cruz y los ataba fuertemente. Yo me iba a unos charcos de tierra arcillosa cercanos a la casa y allí hacía muñecas que dejaba secar al sol. Al día siguiente, con mucho cuidado, las iba despegando del suelo y a pesar de que, casi siempre, perdían un brazo o una pierna, la abuela solía ponerles un trapito que entraba, mediante una abertura por la cabeza. Y le anudaba un trocito de cuerda alrededor de la cintura. El haberlas hecho yo, aunque toscas, me producían alegría y les tomé cariño. Cuando me adjudicaron en Cubillo de Ojeda la primera escuela rural, seguí haciéndolas y los niños se divertían con aquel trabajo en barro que fueron perfeccionando. Y siempre las recordé cuando, pasado el tiempo, ejerciendo mi profesión en otros colegios, apareció la moldeable plastilina con la que se podían hacer maravillas. En la escuela rural además, enseñaba a las mayores a hacer el “costurero” donde cada fila era una muestra de la labor que aprendían: puntadillas, vainicas, festón, bodoques, punto de cruz...Todas las labores que, las madres lavaban y almidonaban, y se exponían a final de curso, junto a ejercicios de redacción, cuando hacíamos la fiesta de despedida.
Un mundo en los recuerdos
💬Cierro los ojos y me veo niña con mi abuela, buscando en la cuadra, al otro lado de la cocina, los huevos que las caprichosas gallinas nunca ponían en el sitio adecuado. Vi salir a los polluelos del cascarón y nacer a los cabritos, aprendí, mi mano dentro de la fuerte mano de mi abuelo a ordeñar a las cabras. La pequeña de las hermanas de mi padre, Concha, pasaba temporadas con nosotros en el ventorro y, si la abuela me daba permiso, algunos días me llevaba a vender al pueblo la leche y los quesos que había ido haciendo la abuela artesanalmente, durante el invierno. Las primaveras eran lluviosas y el río Carreciá venía crecido. Algunas veces la burrita con el serón y los dos cántaros de leche y yo, a horcajadas, con las piernas metidas junto a los cántaros, se negaba a cruzar y mi tía la iba dirigiendo subida en unos canchales que, a modo de pasaeras, no había puente, atravesaban el río. Si venía muy crecido, la borriquilla se ponía terca y no cruzaba. Entonces, mi tía acariciaba su cabeza y le hablaba al oído. Nunca me dijo qué le decía, sonreía con aire misterios y contestaba: “es nuestro secreto” y una vez cruzado el río el animalito parecía que la miraba y se sentía satisfecho de su proeza. Pienso que a algunos animales solo les falta hablar.
Peyo y Candelas
💬Saliendo de la casa de los abuelos, a la derecha, se inicia un camino que, en descenso, nos llevaba a la finca de los Hornillos que aún sigue en manos de la familia. En un espacio de la misma el abuelo cuidaba un mínimo huerto, el “Rozo” y en él cultivaba verdura, hortalizas, sandías y melones. Había manzanos, perales, naranjos e higueras. El resto de la finca se destinaba al olivo y si era necesario, contrataba jornaleros para arar y estercar las oliveras. Para varear y apañarlas, cuando el color del fruto pedía a gritos molienda, llegaba un matrimonio de la raya: Peyo y Candelas, con sus niños, que mi abuelo conocía de años atrás. Mis amigos por unos días, los que duraba recoger las aceitunas. Cuando no hacía mucho frío, la abuela me daba permiso y yo me iba con ellos a apañar. Cada año, Pero me llevaba una pequeña cestita que había tejido con láminas de madera de castaño y de cuclillas, junto a los mayores, la llenaba una y otra vez para ir echando las aceitunas en el montón que se formaba. Según la cantidad de fruto, se llevaba en varias tandas al molino.
El aceite de la Peraliega
💬Los niños portugueses, sus hijos, fueron mis compañeros de juegos esos años. A Candelas la recuerdo siempre esperando otro hijo. Y, al final de la jornada, cenábamos y nos gustaba quedarnos sentados cerca del fuego que se encendía en una gran lancha en medio de la cocina escuchando historias y canciones de los mayores hasta que el sueño nos rendía. Mientras, mis padres seguían en Valladolid abriéndose camino. La tierra ya no daba para alimentar a todos los hermanos, y se fueron a trabajar a Salamanca, Irún y Barcelona. Se reunían por octubre o noviembre a recoger las aceitunas de “verdeo” a mano, que pagaban a mejor precio en el molino de Perales del Puerto. El aceite de La Peraliega sigue en mi cocina.
La matanza y los encajes de bolillos
💬En Acebo se hacen encajes de bolillos, como en Almagro y Camariñas, y muchos paisanos se aventuraron a venderlos fuera de la tierra. Mi madre conocía bien el oficio y a él se dedicó con mi padre. Compraban los encajes en el pueblo y los vendían donde esa labor se apreciaba. Pasó el tiempo. Yo era feliz viviendo con los abuelos. En primavera, mi abuelo Antimo solía quedarse a dormir en un refugio de pastor para vigilar que los jabalíes no destrozasen lo que había sembrado y más de una vez mató alguno y, aparte del cerdo que se criaba para la matanza, tuvimos doble cantidad de comida. Estábamos a siete kilómetros del pueblo, Acebo, y el matarife venía encantado a realizar su faena pues a él le gustaba aquella carne más firme y fibrosa y de sabor inconfundible. Y la abuela le daba una buena parte por su trabajo.
La trashumancia hacia la montaña palentina
💬En el estío, los rebaños de cabras, ovejas y, también algunos caballos, subían desde más abajo de Coria (se practicaba la trashumancia), hacia los verdes pastos de las montañas palentinas y pasaban delante de nuestra casa hacia el Puerto de Perales. A veces, encerraban las que cabían en un gran corralón que había detrás de la casa y se quedaban a dormir. Pocas veces, la verdad, porque ellos tenían bien marcadas las etapas y avanzaban hasta entrada la noche. Solían juntar varios rebaños, para defenderse de ataques de lobos, con los perros que llevaban.
La maestra
💬Cumplí seis años, tiempo de ir a la escuela. Mis padres alquilaron un piso en Valladolid frente al Grupo Escolar San Fernando, en la calle Padre Claret. Fue mi primera escuela. Separarme de la abuela Nati, según mi madre, me costó una “calentura”. Desde entonces, y tengo 81 años, ella sigue en mi corazón. He querido unir estos recuerdos como extremeña con lo que voy a relatar sobre mi trabajo como maestra en una escuela rural porque siempre mi corazón estuvo y, está repartido entre Acebo y esta ciudad castellana, Palencia, en la que he trabajado, me casé, fui feliz, tuve hijos y el cariño de mis alumnos palentinos. Y como mi vocación estaba clara, fui maestra durante 40 años, seis meses, y diez días, una labor social hermosa, al igual que la de médico o sacerdote en la que se aporta, lo digo convencida, menos de lo que se recibe, en dosis de cariño y devoción. La maestra, son palabras de la catedrática palentina doña Casilda Ordóñez, ocupa en el imaginario infantil, un lugar semejante al de las hadas, ese es el gran regalo de amor que recibimos. Y el agradecimiento de los padres, que nos paran en la calle para contarnos que sus hijos ya casados, con hijos, y viviendo fuera de Palencia, no nos olvidan. Un buen regalo para los oídos, sobre todo, cuando hace ya tanto tiempo que me jubilé. En mi título de maestra se lee: Carmen Arroyo Rodríguez, nacida el 16 de julio de 1943, ha hecho constar su suficiencia en la Escuela del Magisterio de Valladolid el 4 de mayo de 1960 con la calificación de Sobresaliente, expido el presente Título de Maestra de Primaria Enseñanza que faculta a la interesada para ejercer la profesión y disfrutar los derechos que a este grado le otorgan las disposiciones vigentes. Dado en Madrid el 29 de marzo de 1.961. Siguen firmas. Cumplí, 17 años, el 16 de julio. A los 18, con Oposición aprobada, esperé destino en Valladolid. Mis padres se habían trasladado a Coruña a vivir y me quedé sola. Fui en Navidad y luego volví a esperar plaza. Obtuve el número 16 en la Oposición, hubo pocas vacantes en Valladolid, en septiembre del sesenta y dos. Tuvimos el resto de aprobadas -hasta el final de la lista- que esperar hasta que nos repartieran por otras provincias. A Palencia nos enviaron para cubrir plazas vacantes el 23 de febrero del año 1963. Mi padre, vino desde Coruña y me acompañó. La alegría se mezclaba con los nervios lógicos. Elegí la primera. Pedí Cubillo de Ojeda, un pueblo de la montaña palentina. Llegué con nieve, un sábado. La tarde de vacación escolar, en aquel tiempo era el jueves, y tuvimos que esperar en Perazancas de Ojeda, a que el maestro terminara su tarea para que me firmase el Acta de toma de posesión. A dos kilómetros, queda Cubillo de Ojeda. Mi nombramiento alegró a los vecinos que me recibieron bien. Me alojé en casa del señor Hipólito, con sus dos hijas, Encarnita y Pilar, de edad cercana a la mía. Fuimos buenas amigas.
La despoblación
💬Estaba contenta con mi trabajo, en una escuela rural mixta, donde la más pequeña era Gina -4 años- y el mayor -Norberto- tenía 12. Yo, su maestra, le llevaba siete años. Aquellos alumnos, los primeros que tuve, están en mi corazón pero con Norberto, que vive en Valladolid, me comunico por móvil y ordenador y conservo fotografías de su familia actual. Cubillo se despobló como las zonas rurales en cualquier provincia cuando no hay modo de ganarse la vida. Parte de los vecinos que sobreviven, vuelven a sus casas, renovadas, algunos días en verano y, por supuesto, si pueden, el día de la fiesta, San Pedro. (Actualmente, Cubillo de Ojeda solo está habitada durante todo el año por una familia: José Luis Fraile, María, su esposa, y el hijo Daniel, que acaba de cumplir 11 años. Son ganaderos y Daniel, que cursa sus estudios en Cervera de Pisuerga, ayuda en el trabajo a su padre en ratos libres de escuela y, por vídeo, he visto con qué destreza ayuda en el parto a las ovejas y sabe perfectamente cómo actuar en esos momentos difíciles.)
Emigrar para ganarse la vida
💬Añadiré algo por lo que, pienso, los pueblos se abandonan. Cuando llegué, estaban haciendo en toda la zona de La Ojeda, la Concentración parcelaria. Una tarde, alguno de los peritos nos comentó que las tierras de Perazancas y Cubillo se podían trabajar con un par de tractores y el resto de agricultores deberían ganarse la vida en “los Bilbaos”. Y fue premonición: Es cierto, hemos vuelto muchas veces y cada vez había más casas cerradas. Con la ilusión por bandera me dispuse a atender a todos mis alumnos y a lograr silencio para hacerme oír en medio de la alegría expansiva de los niños. La experiencia me llevó a pensar que cada maestra/o de educación mixta rural tiene varios ángeles, o hadas que le ayudan en su importante trabajo... Aunque sé bien, por mi fe, que Dios bendice esa tarea realizada con amor.
El maestro de Perazancas se llamaba Marcelino
💬Desde el día de la toma de posesión, la nieve fue compañera fiel en mi camino de casa a la escuela. Debía llegar media hora antes a ésta para encender una pequeña estufa que, en el centro del aula, daba más humo que calor. Norberto era un eficaz ayudante y sabía encenderla mejor que yo. Mantener su amistad me enorgullece. El maestro de Perazancas de Ojeda se llamaba Marcelino García Velasco, un gran maestro y poeta ganador de muchos y prestigiosos certámenes y con muchos libros publicados. Titulé estos recuerdos: Donde nació el amor, el de mi primera escuela rural, pero si la vocación se había despertado en mí, también Marcelino era un enamorado de su profesión y, además, juntos, descubrimos el amor, con el que hemos caminado sesenta años, hasta su fallecimiento.
De fiesta en la patatera de Villaverde de la Peña
💬Nos hicimos novios en Villaverde de la Peña el 2 de junio de ese año, 1963. Era la fiesta del pueblo y nos habían invitado. Bailamos en una “patatera” y lo digo porque las patatas de La Ojeda tienen justa fama y se guardan en esos locales largos y frescos donde se conservan hasta el momento de venderlas como patata de secano, para siembra, porque el sabor es exquisito y, al guisarse, quedan deliciosas. Siempre se reserva cada agricultor una buena cantidad, para consumo del año, y volver a sembrar las que se venderán.
Los hijos y los nietos
💬Las mozas habían adecentado el local para el día de la fiesta. Y los mozos se encargaron de poner un hilo de luz que alimentaba, dos únicas bombillas, favorecedoras de besos furtivos... Pero, volvamos al principio, cuando conocí a una persona buena, sencilla e inteligente con quien formé familia y tuve tres hijos, el segundo de los cuales y su esposa nos hicieron abuelos, ese grado de suerte al que se llega cuando el amor de los hijos nos devuelve la ilusión: conocer y acariciar el tesoro que son los nietos. Como era víspera de domingo, Marcelino nos pidió que le acercásemos a Palencia donde vivía. A mi padre, Vidal, le pareció una buena persona y le cayó bien desde el primer momento de conocerlo. Acertó de pleno. Yo había salido de las Religiosas Carmelitas de Madre Vedruna, y le pidió que cuidase de mí... Y ¡vaya que lo hizo! Nos casamos al año siguiente, 1961. Conocerlo fue una hermosa conjunción que llenó mi vida. Entre ambas me realicé: en la escuela y con mi esposo, Marcelino García Velasco.
Infancia y juventud. Acebo y Cubillo de Ojeda.
💬He querido unir dos etapas tan distintas: infancia y juventud en este fiel relato porque siempre amé la tierra en la que nací, Extremadura, la misma de don Antonio Álvarez, autor de El Parvulito y las Enciclopedias Álvarez que se convirtieron en los libros más valorados en aquel tiempo en las escuelas, cuando disponer de un buen libro de lectura y de aprendizaje ameno y atractivo era poco menos que imposible. Voy a relatar una anécdota que viví siendo ya maestra en Palencia donde ejercí desde septiembre de ese mismo año, 1963, hasta julio del año 2003, mi fecha de jubilación, y que refleja la importancia del trabajo realizado por don Antonio Álvarez y que tanto ayudó en la escuela de Párvulos como en cursos superiores. Fue una compañía valiosa que jamás dejamos de agradecer, al menos con el pensamiento, cada maestro, a pesar del lugar en el que se desarrollase nuestro trabajo. Como extremeña, me siento orgullosa de haber nacido en la tierra de Gabriel y Galán cuyos poemas acompañaron toda mi vida y que mi padre, Vidal, nos leía cuando éramos chicas, tengo cuatro hermanas, dos estudiaron Magisterio. Y, por supuesto, la misma tierra de don Antonio Álvarez. Persona digna de elogio. Agradezco su obra, que tanto me ayudó, con este relato de mi vida, que dedico a su grato recuerdo.
El Parvulito en la librería de Diario Palentino
💬Ahora voy contar una anécdota que viví y quizá, sea poco conocida. Los maestros de Palencia sabíamos que la librería El Diario Palentino, en la Calle Mayor, nos iba a dar una sorpresa. Esa librería, del mismo dueño del periódico local, Diario Palentino, se llenó un buen día de ejemplares de libros escritos por don Antonio Álvarez y que, además, compramos como regalo a nuestros hijos... Aún recuerdo la cara de sorpresa de todos nosotros cuando nos parecía estar haciendo un recorrido emocional en el tiempo, desde que fuimos niños hasta que llegamos a ser padres. Las enciclopedias para cursos superiores y en infantil, El Parvulito, nos había acompañado en nuestra tarea escolar como el mejor amigo. Guardamos aquellos libros como un tesoro. Y recuerdo que, durante las Ferias de San Antolín de ese año, que se celebran el dos de septiembre, en Palencia, en alguna caseta del Paseo de Isabel II, se vendían. Fue todo un éxito. A mí me pareció un buen detalle por parte de los dueños de la Librería y sus dependientes: Pizarro y Angelines que se esmeraron en colocar pilas de volúmenes hasta llenar el escaparate y que trabajaron sin desmayo para vender y envolver una gran cantidad de libros. Siento no conservar ninguna fotografía. Pasado un tiempo, se estrenaron nuevos locales en la misma Calle Mayor pero -aunque pregunté a los periodistas-, no encontraron referencias. En el traslado, a los amplios y modernos locales, es posible que se perdiesen.
La gloria de la montaña
💬En la Ojeda, cercanas las montañas del Espigüete y el Curavacas, las noches son heladoras. Se utilizan, para luchar en contra del frío la gloria y la trébede. Ya los romanos calentaban con este sistema las habitaciones de los dueños de las Villas Romanas, como la de la Olmeda. Un sin fin de galerías en el suelo que recibía aire caliente por una especie de entrada de horno donde se quemaba paja, sarmientos o leña. Al otro lado, estaba la cocina que se enrojaba con piñas y leña, donde se cocinaba. Adosado a ella, recubierto con azulejos, y a su misma altura un amplio espacio en el que mi patrono nos colocaba un cochón y mantas y muchas veces nos acostábamos las tres. Y dormíamos tan ricamente pues daba gloria quedarse allí hasta que llegaba el sueño.
En las noches de invierno
Pregonera en Puente Agudín
💬Un buen día, años más tarde, don Enrique Martín, entonces presidente de la Diputación Palentina me invitó a dar el Pregón de la fiesta de Puente Agudín. Y tuve el honor de hablar de mi experiencia extremeña, el ver pasar los rebaños en el ventorro de los abuelos convertida -con el tiempo- en realidad en aquel lugar palentino y, una distinción, como maestra de escuela rural. Todo un honor que aún me enorgullece.
Pinar el mayo
💬En la narración de mis amigas Encarnita y Pilar, conocí lo que significaba pinar el mayo, las enramadas a novias, y a sacerdotes que cantaban misas en su pueblo, leyendas como la de la Fuente de la Reana... Intentaré detallar algo de ellas. Adjunto fotografías que me ha facilitado José Luis Fraile, que vive en Cubillo, a quien agradezco su deferencia y amabilidad. También, la mía de Puente Agudín, que conservo como un tesoro. Pinar el Mayo era también una de las tradiciones que no llegué a ver porque en Cubillo ese año no hubo. Pero contaré lo que mis patronas me dijeron: Muy de mañana, los mozos iban al monte y elegían un árbol alto y derecho, generalmente un pino. Lo cortaban y le quitaban todas las ramas salvo las de la punta. Lo traían al pueblo mediante arrastre y lo plantaban en medio de la plaza; solían untarlo con grasa y, colgar arriba una bolsa de golosinas. Se reunía el pueblo alrededor y los mozos intentaban subir para demostrar su maestría. Cuando resbalaban y caían a tierra, las mocitas cantaban, en tono jocoso, unas estrofas formando unas coplillas que se llamaban de picadillo si esto ocurría y, por el contrario, resaltaban el salero de quienes conseguían llegar hasta arriba y coger las bolsas de chuches, que se repartían a los chiguitos (palabra palentina con la que se nombra a los pequeños), también los abuelos se animaban a tomar algún caramelo. Mozos y mozas acababan la fiesta con una buena merienda. Todas estas tradiciones unían a la gente del lugar, sin distinción alguna que confraternizaban entre sí y olvidaban algún rencor entre ellos.
Las Enramadas
Cantamisas
💬También cuando un hijo del pueblo cantaba su primera misa se iba a buscar al misacantano y se organizaba una procesión en la que participaba todo el pueblo desde su casa hasta la iglesia en la que iban él y los padres o familiares bajo una enramada alta. La alegría era generalizada por haber dado, el pueblo, a la iglesia, otro guardián de su rebaño. Tampoco pude asistir a ninguna pero mi buen amigo José Luis Fraile Báscones, ganadero, que es quien vive de modo permanente en el pueblo, y es presidente de la marca de lechazo IGP, me ha prestado por Internet, de buen grado, estas fotografías familiares del día en el que su tío Fulgencio cantó misa. Y que le agradezco de corazón. Me cuenta en un correo que las guarda en una vieja caja de galletas y que cada vez que se reúne la saca para que Daniel y las dos hijas mayores, emancipadas ya, no olviden a sus mayores, sus nombres, su forma de vida sacrificada de sol a sol, para que ahora sus descendientes vivan mejor. Una buena idea, pasar un buen rato con esos recuerdos aunque, ahora, es triste decirlo, los nietos te cambian por la pantalla de su móvil que los atrae como un imán y eso de escuchar a padres o abuelos pasa a segundo término y, te dicen, sí, te escucho, pero que sea cortito abuela...
Mi tercera visita a La Reana de Velilla
Aprender de los otros
💬Escuchar a los demás es importante. Se aprende mucho y, además, en un pueblo pequeño donde todo se comenta, es importante ganarse la confianza de los vecinos y hacer amigos. Cierro ahora esta especie de memoria de mi querida escuela rural y me siento tranquila de lo que hice en esa primera etapa de mi vida como maestra. Conservo amigos de aquel tiempo y ojalá haya dejado algún recuerdo para que en los días que llegan con cada segundo de nuestra vida puedan pensar en mí como yo lo hago: con agradecimiento y cariño.
Otras historias de Carmen en Curioson
🔰 Para Marcelino García Velasco que me enseñó hace mucho que en la soledad hay resplandor. Con admiración, este abrazo entre dos castellanos viejos.
De poeta a poeta
Por amor a la tierra en que nací
🔰 Mi nombramiento de maestro en un pueblo del Norte de Palencia, me dio la oportunidad de conocer a personas que, a partir de entonces, ocupan un lugar importante entre los recuerdos que acompañan mi vivir.
La Reana y su tiempo
🔰 Nacer en un pueblo hermoso al que poder volver cuando aún viven los padres, y después para reunirse con las hermanas es un todo un lujo.
Acebo (Cáceres)
SOBRE ESTA BITÁCORA

Esta bitácora nace en noviembre de 2008 con el ánimo de divulgar historias curiosas y entretenidas. Son 17 años acudiendo diariamente a la llamada de amigos que vienen de todo el mundo. Con +7.060.000 visitas, un mapa del románico abierto a finales de 2023 que ya ha recibido +875.000 consultas y +6.000 artículos en nuestra hemeroteca, iniciamos una nueva andadura. Comparta, Comente, síganos por nuestros canales de Telegram y Wasap. Y disfrute. ¡Es gratis!
Un poco largo pero excelente para rememorar nuestras costumbres. Este trabajo de nuestra colaboradora ha sido seleccionado para el II Premio de Memoria Escolar Rural.
ResponderEliminarQuerida Carmen: Termino de leer, por segunda vez y lo volveré a leer, tu entrañable y conmovedor relato que, como maestro que fui, y el haber tenido una infancia parecida a la tuya, en el pueblo vallisoletano de mi madre, Villafrades de Campos, ha hecho revivir muchos felices recuerdos, infantiles y profesionales. Quiero darte especiales gracias por ello.
ResponderEliminarNo importa que sea largo lo que nos cuentas, pues es sumamente aleccionador, y me alegra mucho saber que ha sido seleccionado para ese, tan acertadamente convocado Premio, al hace alusión nuestro buen amigo Froilán que, confío, recibirás. Lo mereces.
Tu escrito da para un comentario, tan extenso como él, pero no estaría bien que viniera yo ahora a aburrir a los seguidores de Curiosón.
Con mi abrazo, recibe mi felicitación, sincera y emotiva, porque me ha hecho mucho bien, como el afecto que siempre me mostrasteis, Marcelino y tú. Gracias por todo, de vuestro amigo Julián