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Así viví la visita de los Reyes a Brañosera
El lunes he vivido un momento histórico que no olvidaré. Los Reyes Don Felipe y Doña Letizia han visitado Brañosera para presidir el acto de celebración del 1.200 aniversario del Fuero de Brañosera, considerado el primer Ayuntamiento de España gracias a su Carta Puebla del año 824.
📍 Brañosera, Montaña Palentina | 3 de junio de 2025
JOSÉ LUIS ESTALAYO
A pesar de tener contacto directo con el alcalde, Jesús Mediavilla, no fui informado de que era necesario inscribirse previamente, no solo para subir al autobús desde Barruelo de Santullán, sino también para acceder a las conferencias que se celebran en una carpa instalada en el pueblo. Lo intenté por varios medios, incluso, caminando, pero los controles fueron muy estrictos. Cuando ya quedábamos muy pocos esperando, conseguimos finalmente llegar a Brañosera. Justo a tiempo: los Reyes llegaron al filo de la 1 de la tarde y nos saludaron con una cercanía y una generosidad que les honra. Fue un momento breve pero muy especial.
Mientras los veía acercarse, me vinieron dos recuerdos muy vivos:
🟡 El primero, de hace muchos años, cuando el Rey tenía solo nueve años. Yo vivía entonces en Huaraz, una ciudad en los Andes peruanos, y formé un pequeño equipo de fútbol con niños de su misma edad. No tenían uniformes, así que escribí al entonces Príncipe Felipe. Un mes después, aquellos niños estaban orgullosamente uniformados. Fue un gesto que nunca he olvidado.
🟡 El segundo, en México, donde visité a una niña que estaba gravemente quemada y llevaba mucho tiempo hospitalizada. Le pregunté qué le gustaría hacer en la vida, y me respondió: “Ver a los Reyes”. Conseguimos que fuera recibida en el Palacio de la Zarzuela. Recuerdo el momento con una emoción difícil de describir: la Reina se agachó para saludar a la niña, y esta, con toda la inocencia del mundo, le preguntó: ”¿Dónde está la corona?” Tal vez ella pensaba en los Reyes Magos… Fue un instante de ternura pura.
Actualización Sep2025 |💥+818👀
Aquel ingrato momento de un amigo
Adriano Domínguez era mi amigo, y me dolió la noticia. Adriano Domínguez era mi admirado amigo y cuando un amigo mío es maltratado me indigno, grito, me rebelo, y escribo. Adriano llevaba unos meses en León, después de una desafortunada caída que le impidió seguir disfrutando de su apartamento en Madrid y de todo lo que la capital implicaba para él: allí estaban sus amigos, sus compañeros de profesión y sus recuerdos más queridos.
León lo acogió con cariño porque un hijo suyo eminente volvía a sus raíces. Su estancia en una flamante Residencia para Mayores de la capital leonesa era todo lo agradable que pueden serlo estos lugares, -melancolías y silencios, pasos lentos y días que se suceden con la esperanza de ver aparecer en el umbral de la puerta a alguien que ayude a desperezarse de la monotonía…
La soledad en esos lugares es lo más terrible, pienso yo; y, si como él, se goza de la más absoluta lucidez, pues peor.
Allí había encontrado una amistad entrañable, con la que compartía charlas y atardeceres, paseos y recuerdos…
El tiempo transcurría más acogedor, pero a alguien no le pareció bien y se encargó de separarlos. Y de forma injusta y cruel, se les prohibió sentarse juntos a la hora de comer, y luego, le fue comunicada a mi amigo la irrevocable resolución de que tenía que abandonar la Residencia… Vamos, que lo echaron como a un perro, a él, a una de las figuras más eminentes que ha dado León, a quien deberían agradecer los leoneses horas y horas de magistrales interpretaciones haciendo revivir en escena pasiones, amores y muertes en nuestro teatro y en nuestro cine.
Intervino en más de 130 películas, figuras míticas como Olivia de Havilland, Lee Remick, Brigitte Bardot o Alfredo Kraus fueron sus compañeros y amigos (una no se cansaba de oírlo cuando nos contaba anécdotas de su vida brillante con aquella memoria portentosa, y su voz suave y contundente a la vez…)
Pues bien, a él, a mi amigo Adriano Domínguez le echaron de la Residencia “por problemas de convivencia”, según se quiso justificar. Pero por debajo subyace la verdad, y la verdad tiene nombres concretos: egoísmo, inexplicables intereses, injusticia y crueldad con una persona que dio todo lo mejor y entonces no puede defenderse, y lo peor de todo, ingratitud… Viene a mi memoria la imagen de Miguel de Cervantes, quien en sus últimos años vivía con gran pobreza y abandono, a pesar de ser conocida su figura internacionalmente. Pues bien, cuando fue visitado por un embajador francés, éste quedó perplejo al ver su situación y se preguntó cómo era posible que un hombre como aquel “no estuviera protegido del erario público, y con todo tipo de honores”. Sobran los comentarios y los símiles.
Allí había encontrado una amistad entrañable, con la que compartía charlas y atardeceres, paseos y recuerdos…
El tiempo transcurría más acogedor, pero a alguien no le pareció bien y se encargó de separarlos. Y de forma injusta y cruel, se les prohibió sentarse juntos a la hora de comer, y luego, le fue comunicada a mi amigo la irrevocable resolución de que tenía que abandonar la Residencia… Vamos, que lo echaron como a un perro, a él, a una de las figuras más eminentes que ha dado León, a quien deberían agradecer los leoneses horas y horas de magistrales interpretaciones haciendo revivir en escena pasiones, amores y muertes en nuestro teatro y en nuestro cine.
Intervino en más de 130 películas, figuras míticas como Olivia de Havilland, Lee Remick, Brigitte Bardot o Alfredo Kraus fueron sus compañeros y amigos (una no se cansaba de oírlo cuando nos contaba anécdotas de su vida brillante con aquella memoria portentosa, y su voz suave y contundente a la vez…)
Pues bien, a él, a mi amigo Adriano Domínguez le echaron de la Residencia “por problemas de convivencia”, según se quiso justificar. Pero por debajo subyace la verdad, y la verdad tiene nombres concretos: egoísmo, inexplicables intereses, injusticia y crueldad con una persona que dio todo lo mejor y entonces no puede defenderse, y lo peor de todo, ingratitud… Viene a mi memoria la imagen de Miguel de Cervantes, quien en sus últimos años vivía con gran pobreza y abandono, a pesar de ser conocida su figura internacionalmente. Pues bien, cuando fue visitado por un embajador francés, éste quedó perplejo al ver su situación y se preguntó cómo era posible que un hombre como aquel “no estuviera protegido del erario público, y con todo tipo de honores”. Sobran los comentarios y los símiles.
Actualización Sep2025 | +210👀
Como en Canarias
Llevo cuarenta y cinco años colaborando en prensa. Y se va acercando el momento de cerrar esta madeja definitivamente. Aunque ya he tenido sonoros tirones de orejas por los colaboradores de este diario, no han faltado felicitaciones de amigos desde todos los ámbitos, sin imaginar que esto fuera como un cumpleaños o un aniversario de bodas.
Lo cierto es que, los compañeros de la empresa de deporte donde he trabajado los últimos quince años, que son como hijos para mí, decidieron hacerme una despedida. ¡Te vamos a llevar a Canarias! No, olvidaros que yo no voy a ningún lado. Comemos en algún sitio, vamos a bailar al Moma y con eso ya me doy por satisfecho. Que va. Ellos a lo suyo. Tú prepara la maleta con algo de ropa, coge un bañador y allí ya tendremos lugares para comer y bailar. Yo intuía que aquel viaje no iba a producirse, pero algunos son muy traviesos y no las tenía todas conmigo. Ahora ya saben que las despedidas se celebran lo más lejos posible, y aunque les dejé claro que yo no era un muñeco, ellos siguieron amenazándome a diario con un viaje. El 12 de abril, un sábado cualquiera, yo me levanté a las nueve como cada día de mi nueva vida, bajé a desayunar y después me fui a hacer mi paseo diario de 5 kilómetros, que es lo que me mantiene en forma. A las 14, cuatro compañeros a la puerta de casa. Coge la bolsa que nos vamos. No tengo ninguna bolsa. En San Mamés, después de sortear a otro grupo que venía con una pancarta para desearme buen viaje, bajamos al andén y cogimos el autobús al aeropuerto. No lo tenía claro, porque me dijeron que otros dieciséis compañeros viajaban con nosotros. La duda crecía porque me iban ofreciendo rutas por Canarias y centros de ocio para los cuatro días. Pero bueno, se arrepintieron y nos apeamos en la Plaza Moyua, porque llegaba la hora de comer y ahí quedó el sueño tan amenazante de Canarias.
Por qué les cuento esto. Pues sencillo. Estamos hartos de ver cada día puñaladas, muertes sin sentido, odio por doquier, rivalidad política. Y esto me pareció la gloria. Llegar a Indautxu y encontrarme a mogollón de amigos y compañeros fue mejor que cualquier viaje a ningún sitio. Allí estaban los que se fueron a otras instalaciones, los que cambiaron de trabajo y quienes siguen en Azkuna actualmente. Ya se pueden imaginar ustedes la sensación tan placentera encontrarte con tantas personas que te valoran y te quieren. Quiero desde esta madeja dar las gracias por tanto cariño, por tanta amistad, por tanto amor. Es evidente que os quiero un montón. Sois mis hijos. Perdonar los días que no estuve a la altura. A vuestro lado he vivido los mejores momentos y así no cuesta ir a trabajar. Que os quiero, coño. Que sois el mejor equipo que uno podría tener. Que la vida sin estos detalles no tendría aliciente. Gracias.
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Ocio es liberación
No leo revistas del corazón. No me interesan. Cada uno tiene su modo de entretenerse o de utilizar el tiempo libre, de ocio, suele decirse en lenguaje más o menos coloquial.
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Retrato | Francisca González del Castillo |
Nunca tuve mucho, pero tanto mi marido como yo, por fortuna supimos aprovecharlo bien. No hace falta decir que en la variedad está el gusto, ni que cada persona es libre para hacer de su capa un sayo.
Ocio es liberación. Hubo veces que lo cambié por trabajo y digo trabajo real y cansaba pero la paz que sentía luego era tan grande que merecía la pena. Uní ocio/viajes, ocio/aprendizaje, ocio/patear rutas, ocio/conocer ciudades, ocio/aprender, ocio/escribir, ocio/leer cuanto pude y puedo, ocio/ordenar espacios que luego ocupo con otras cosas que me gustan. Ocio/mantener unidas a un grupo de personas durante la pandemia y en los días que van transcurriendo, salvo dos buenas amigas que se fueron sin permiso al viaje del que es imposible volver. Lo hago mediante llamadas al móvil, mensajes y llamadas de teléfono -cuando la voz no se me convierte en hilo delgado o afonía duradera y persistente- a pesar de ir a clase con Sara -una excelente profesional- que debe sentirse frustrada pues ella pone todo el interés para que yo, al menos, me pueda defender, con algo de ese don divino de la palabra hablada. Un regalo, que se toma vacaciones sin permiso; me pasó por la emoción una gran pérdida; forma en la garganta un muro infranqueable a pesar de que tomo infusiones, miel con limón y haga que, la hierba del cantor, haciendo ese ruido tan tonto allá en el fondo de mi garganta, logre pocos avances.
A pesar de mis aficiones que van desde el ganchillo, punto, frivolité, encaje de bolillos o labores de lagartera y para esas no se necesita hablar, y tampoco ahora practico. Como tampoco navego por paraísos-bosques de Internet, salvo cuando necesito información o buscar algún dato. Será porque las redes sociales me huelen a sacrificio como las redes que en Villagarcía de Arosa, al volver de la pesca los hombres, ellas, repasaban para tenerlas prestas para que de mañana, el marido, saliese de nuevo a la mar y no se escapara ni un pez. Leo que en España los jóvenes navegan por las redes y un 1,5 % está enganchado. China, Taiwán Y Corea nos ganan. Ojalá no nos igualemos.
El viento idiota de Peter Kakdheim
¿Cambiaría algo nuestra vida si volviésemos a vivirla? Esa es la pregunta que se me ocurre después de meterme de puntillas en la vida de Peter Kakdheim, autor de un solo libro: “El viento idiota”, editado en España por Planeta, donde cuenta cómo se dejó llevar por el huracán de las drogas al inicio de una carrera prometedora como autor y editor. Licenciado en Literatura Inglesa por la Universidad de Dartmouth (Estados Unidos), este admirador de Roberto Bolaño se murió de repente el último viernes de octubre mientras recitaba un monólogo en la sala Cronopios de la ciudad condal, la que iba a ser su primera actuación en público y en español.
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Peter Kakdheim | @Mané Espinosa | |
Pero eso de morirnos, que nos puede pasar a cualquiera, cualquier día, por muy despistados que estemos viendo ingenuos pasar la muerte de otros, es una verdadera putada cuando habíamos encontrado la puerta de salida y el mundo esperaba con cierto interés una historia de verdad entre tanta mentira.
Un hilo de la madeja
Todas las pandemias dejan un lastre inmenso de damnificados. Miles de personas que caminan sin rumbo, rotos todos los hilos que les mantienen atados a la esperanza y donde se hace necesario recibir ayuda de almas caritativas, que las hay, menos mal, que se vuelcan con las causas ajenas, como enfrentados y contrarios a toda esa farándula televisiva donde van desfilando a diario personajes variopintos a cambio de un contrato millonario y sus huestes millonarias de seguidores.
La madeja de la pobreza no tiene fin. Tiras de ella y vuelve a llenarse con historias que te ponen los pelos de punta. Pero como no te ha tocado a ti y tienes mucha prisa en seguir caminando mientras puedas, porque el tiempo es una lucha que tenemos perdida, enseguida se queda esa madeja en el olvido, entre el montón, allá, tirada. A nosotros no nos interesa demasiado que se repita de contínuo esa cantinela de penurias, que bastante tenemos con lo nuestro. Que nada nos impida seguir nuestro camino, que es un camino lleno de beneplácitos, de aplausos, de triunfos. "Nosotros lo que queremos es brindar y basta ya de quejas y miserias".
Somos tan chulos que creemos que las madejas no se agotan nunca, que la vida no pasa como un rayo, que hay madeja para toda la vida, que a las madejas no les pilla el virus, que las madejas buenas no traen hilos terciados. Después de esta pandemia, un millón de personas están a punto de ingresar en esa madeja de los cuatro millones que viven de milagro, en la más absoluta de las miserias, con escasas ayudas, sin espectadores ni premios que compensen la hambruna. Y aunque no quieras, con el avance de la tecnología te llegan al correo cada día peticiones de firmas y aporte de dinero para gente que sufre desahucios, gente que pide comida, un techo para pasar la noche. Las cifras de quienes buscan alimento y cobijo crecen alarmantemente y recuerdo la premonición que hizo un vagabundo en una cadena de televisión: “¿Es que ustedes no lo ven? En un futuro próximo, mucha gente vivirá en la calle”. Nadie medianamente cuerdo, ni palpándolo, se da por enterado que pendemos de un hilo de esa madeja, que todo está contado, que no necesitamos equipaje, que nos sobra casi todo, que hoy estamos y mañana no estamos.
La tragedia de los faquires
💭 Impresiona el documental de Tamara García, y oír los relatos de ilustres y pioneros montañeros de la época.
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