Un panadero de los de antes. O si se quiere un artesano que labora a diario en su taller, mimando su producto, cuidando su resultado final, y al día siguiente vuelta la burra al trigo, al horno, frente al mandato de la sopa con costra, la sopa de los pueblos castellanos, la sopa de ajo ya sin caldo, aburrido y consumido tras horas de paciente asado. Fiel al poeta de Ítaca: “no tengas la menor prisa en tu viaje”.
Así hemos conocido a Jesús Plaza, en su panadería de Villalumbroso. Su fama corre de boca en boca. Leí la noticia del crítico gastronómico de EL PAÍS, José Carlos Capel, quien a su vez la oyó del autor del libro Pan casero, el libro más popular sobre el pan, que “Jesús Plaza es un panadero joven que trabaja muy fino. Además, elabora unas sopas castellanas con costra que son de otro mundo”. Pues sí, eso dicen todos, son de otro mundo, y los lechazos asados. Y los dulces.
En fin, que estamos ante alguien que ama lo que hace. De lo contrario se sabría. Cuatro horas con el ojo puesto en sus cazuelas de barro son muchas horas. Como medio siglo de tradición familiar de su panadería atestiguan que el amor viene de lejos. De la honestidad del castellano que se entrega sin alharacas al silencioso trabajo diario, a horas donde los demás duermen, incluidos domingos y fiestas de guardar.
Jesús Plaza viene a ser un símbolo más de tantos y tantos panaderos que aman su pequeña gran función. Y que pese a la llamada de la industria, permanecen fieles a su lugar, a su pueblo, donde mantienen viva la llama del resistente.
Tenemos muchos pequeños símbolos así en nuestra tierra, me gustaría escribir sobre ellos en esta columna en este año que comienza. Representan cual Obélix, la resistencia a seguir los pasos del exiliado anónimo en la gran ciudad, los héroes que mantienen en pie los pueblos castellanos, los valientes del no pasarán, sabedores de que la despoblación no va a detener su marcha triunfal.
Con Jesús Plaza, y tantos otros, podemos cambiar una palabra del microcuento de Augusto Monterroso, “cuando despertó, el panadero todavía estaba allí”.
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