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Fernando Zamora, in memoriam

In memoriam del cirujano, pintor y poeta 


Fernando Zamora


Marcelino García Velasco
Poeta español. Académico de la Institución Tello Téllez de Meneses. 
Codirector de la revista Rocamador.

                                                                     
                                                                Va por tí, Fernando


“¡Qué amigo de sus amigos¡”. Es un verso perdido, el 301, en las Coplas de Jorge Manrique, que hoy se lo robo para aplicárselo a Fernando Zamora, poeta, cirujano, pintor, silencio, palabra viva sorprendentemente estallido de luz, buscador de rincones donde perderse.

“Adiós, nubes,
pasad.
Me quedo en el prado
con la rosa silvestre.”


Qué lejos estos versos tuyos que se clavaron en el número 26 de la revista ROCAMADOR, allá por el año 1962 y en pleno verano cuando le pedías a una paloma “coróneme de sombra el ramo de tu pico”.

Llegabas a la rebotica de José María Fernandez Nieto, todo silencio y amistad. “Buenos días”, decías, y escuchabas los sonidos de la tertulia del mediodía, y “adiós”, era tu despedida porque te ibas al ambulatorio de la Seguridad Social. Y te llevabas el silencio y nos dejabas la amistad. Y Rafael Oliva te llamaba Fernandico el Mudo, lleno de cariño, por eso más adelante, después de aprender cirugía en Alemania, tú le salvaste la vida “no sé cómo lo he hecho pero ha resultado bien, no vayáis a verle hasta que yo os lo diga porque se emocionaría y no es bueno”.

Luego te enredaste en ROCAMADOR, aquella aventura transitoria y firme que llevamos a cabo José María Fernández y yo, y que murió asesinada por el poder al tercer intento -y fue al corral del olvido- y fuiste con Manuel Carrión, Juan José Cuadros y José Albi miembro del Consejo de Redacción. Y vinieron tus libros, el último, "Tratado de la Conservación", de 2018, en el que zumba como en toda tu poesía un humor dolorido porque cuesta vivir, bien lo sabemos los poetas.

Pero como no te bastaba la poesía te fuiste a la pintura y allí estabas tú, exigente, expresivo haciendo que el cuadro hablara con su luz porque no tenía palabras, pero sí lenguaje poético de colores.

Y ahora, en la otra orilla, esa expresión de Manolo Carrión, os vais a juntar con él y contigo y Ángel Cuesta y Félix de la Vega y Juan José Cuadros y Carlos Urueña y José María Fernández Nieto para pensar cómo hacer el mundo de otra manera. Esperadme, porque soy el último, el poso que queda en el vaso de nuestras vidas.

Llevo conmigo el abrazo que nos dimos el día de la Exposición-Homenaje a Ángel Cuesta, hace un mes o así, y que a los dos nos sonó a despedida por lo auténtico, como aquel del indiecito César Vallejo “Emocionado. ¡Qué más da! Emocionado…Emocionado.”

Y como siempre que quede en pie uno de tus amigos, –tantos- los vivos y los muertos, puedes decir con seguridad de roca “murió mi eternidad… y estoy velándola”, igual que el indio aquel que nos calmaba la soledad agreste de las tardes.

Tú que sabías hacer milagros de belleza con la palabra, así de lo cotidiano -los rasgos torpes de la vida- y del arte que sale de las manos sobre un órgano en Paredes de Nava, aún te quedará tiempo para llevarle unas pinturillas por Navidad al Niño Jesús, aquel recuerdo de la infancia.

Te vas y yo me quedo con tus versos, con tus palabras abriéndose a la belleza de la poesía que entraba por tu mirada.

“Sigo y persigo.
Atrapo aquella voz-amor o dicha-
Agazapada en lindes del recuerdo
y voy cobrando
horas aves, liebres días.
Palabras
fugitivas.



Imagen original: Cadena Ser Palencia


2 comentarios:

Alfonso Santamaría Diez dijo...

Nos recuerda hoy el gran Marcelino a Fernando Zamora, de quien tuve conocimiento de su nombre y actividad profesional el día que se jubiló, después de ver en la prensa su fotografía, Me entero de que aquel conocido cirujano que salía en el Diario era mi compañero de garaje. Ese día me lo encontré en la cochera, me dirigí a él y hablé con Fernando Zamora por primera vez, y le comenté la noticia que vi en el periódico. Percibí en su rostro amabilidad, atención pausada a mis palabras, y me respondió con muy pocas, me dio la sensación de que prefería escuchar más que hablar. A partir de ese día su saludo nunca faltó. Con el tiempo me enteré que era poeta, pintor y escultor. Vi obras suyas en exposiciones colectivas en La Caneja. Sus pinturas y retazos de escultura llamaban mi atención.
Lo encontré en el garaje muchos días, y observé que venía con su coche del campo, quizás de algún rincón perdido como dice Marcelino.

Froilán De Lózar dijo...

Es un placer contar con las colaboraciones de Marcelino. Especialmente, la que está programada para las próximas fechas navideñas sobre la historia de Rocamador.

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