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Cada vez más indefensos, cada vez más solos.

No podemos estar más de acuerdo. Y aunque en el "Semanal", donde lo publica habitualmente, seguro que ha recibido miles de lecturas, no está de más repetirlo aquí para que ninguno de nuestros seguidores y amigos se lo pierdan. Tal vez de tanto repetirlo quede el mensaje de que estamos solos e indefensos frente a tantos políticos como pregonan cada vez que se convocan elecciones su intención de conducirnos a una felicidad que solo logran a medias y a escondidas para ellos.



Entro en mi sucursal bancaria de toda la vida, que es una oficina pequeña situada en un barrio de Madrid –cada cual tiene sus lealtades– y veo a Manolo, el cajero, atendiendo en la ventanilla a una señora embarazada, a Pepe, el director, recibiendo en su minúsculo despacho a un matrimonio de cierta edad, y a Paco, el único empleado, explicándole a una abuela cómo recuperar un fondo de pensiones. Me quedo de pie, pues no hay dónde sentarse, esperando turno mientras observo la paciencia con que los tres encargados de la oficina –en treinta años los han reducido de una docena a los tres de ahora– atienden a los vecinos; y cómo éstos, muchos de avanzada edad, se dirigen a ellos como si fueran de la familia, con una confianza enternecedora, seguros de que están recibiendo las mejores explicaciones y consejos posibles de aquellos a quienes confían sus ahorros, inquietudes y esperanzas. Su humilde presente y su incierto futuro.

Miro alrededor y me pregunto cuánto va a durar. Durante cuánto tiempo los vecinos del barrio, la gente trabajadora y de condición modesta, y sobre todo los de más edad, podrán todavía situarse ante esos tres rostros amables, conocidos, en los que confían para gestionar sus cuentas. La rapacidad y codicia de las grandes firmas bancarias, su despiadada búsqueda ciega de beneficios a toda costa, lleva tiempo liquidando estas pequeñas sucursales, esos reductos donde la humanidad todavía es factor decisivo. Donde el cliente encuentra un rostro, una conversación, un consejero y a veces un amigo.

Cada vez que se saluda con trompetazos la fusión de dos grandes entidades bancarias, la experiencia hace que te preguntes cuántas sucursales sacrificadas significa eso, cuántos empleados van a ir a la calle, cuántos abuelos se quedarán sin su Pepe, sin su Paco, sin su Manolo. Cuántos clientes serán condenados a peregrinar a otra oficina lejana hasta que también ésa sea clausurada, al servicio de caja que ya cierra ¡a las 11,30 de la mañana! y pronto será inexistente, al frío cajero automático, a la comunicación bancaria que te informa de que en adelante no habrá más comunicaciones por correo, y avisa al pobre abuelete de que si no aprende a manejar claves, contraseñas y aplicaciones de un teléfono móvil de última generación, o si no tiene un nieto o un hijo que sepan moverse por Internet y se ocupen de eso, en adelante lo va a atender el banco de Rita la Cantaora.

Es asombroso el silencio cómplice de los medios informativos, incluso la sumisión de los clientes, ante la impunidad con que los bancos reducen gastos y procuran mantener intactos sus beneficios. Siempre fue así, por supuesto; nunca una entidad bancaria buscó el bien de la humanidad. Tales son las reglas, y se aceptan. Pero la actual falta de pudor, el modo infame con que, pretextando facilitar el servicio, acorralan a quienes no tienen más remedio que confiarles su dinero, tiene cada vez menos límites. En esta España donde el expolio sistemático por parte de Hacienda impide a un trabajador guardar en su casa el dinero que gana y pagar con él lo que desee, donde hasta sacar dinero de la propia cuenta bancaria y dárselo a un hijo se ve penalizado con impuestos, donde no sólo no cobra intereses el depositario, sino que pronto deberá pagarlos para que le ingresen la nómina, donde se obliga a usar tarjetas de crédito y operar vía Internet con el riesgo y la vulnerabilidad que eso implica, donde ningún banco se compromete a reembolsar el total de una cuenta corriente cuando todo se vaya al carajo, la indefensión de los usuarios es total y la impunidad de las entidades, absoluta. Nadie les pone límites, nadie les para los pies, nadie los obliga a garantizar servicios elementales, atención razonablemente humana, seguridad operativa para quienes, privados de otra opción, se ven obligados a confiarles sus ahorros.

Tal es el triste presente, y todo indica que irá a más. A peor. Atados a una madeja de contraseñas, toques en móviles, aplicaciones que convierten en un calvario lo que antes se solventaba en una sucursal mediante un rato de espera, un papel y una firma, obligados a moverse por un mundo virtual que ni conocen ni les interesa conocer, millones de abuelos, y no tan abuelos, miran hoy desconcertados la pantalla de un teléfono móvil con las siglas de un banco a cuyos accionistas, gerentes y técnicos, ajenos a la realidad inmediata de la vida, les importan literalmente un carajo. Y que, para más recochineo, te tutean en sus comunicaciones en plan compadre y oye, chaval, como si alguna vez hubieseis tomado copas juntos. Los hijos de la grandísima puta.


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Imagen: Pumar59
Arturo visto en Marca

4 comentarios:

Carmen Arroyo dijo...

Como siempre acertado, rotundo, sin pelos en la lengua. Y todo ocurre ante la pasividad de los políticos, siempre de parte del más fuerte. Se nos empuja a utilizar las nuevas tecnologías porque genetan intereses económicos a unos privilegiados dueños de empresas tecnológicas. Las personas somos números, nada más, y la desesperación de los mayores ante cada dificultad creada por este afán de empujarnos hacia la inevitable necesidad de utulizar esos medios, aumenta. Alguien debería defender a los mayores de tanta pesada losa y me incluyo a pesar de que me muevo en el medio no como pez en el agua pero sí saliendo a flote en muchos casos. Enhorabuena a Pérez Reverte.

Gabriel dijo...

Tiene toda la razón del mundo. Llevo leyendo sus artículos, desde que era corresponsal de guerra. ¡Cuanto me alegraría conocerle!

Itzi dijo...

Muy claro y cierto.

jarrrr dijo...

La triste realidad ,más claro y conciso es imposible, dan por hecho que las nuevas tecnologías están al alcance de cualquiera y digo alcance en el tema de conocimientos
Y nadie de nuestros legisladores sean del color que sea se enfrentan a estos todopoderosos banqueros
Me alegra saber que lo que muchos opinamos hay una persona como Arturo aperez Reverte que se atreve a difundirlo publicamente

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