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José Zorrilla

El 23 de enero de 1893 moría en Madrid José Zorrilla, el gran poeta que sobrevivía a su época


Zorrilla había escrito de sí mismo estas esclarecedoras palabras: “He vivido siempre con la sonrisa en los labios y con la boca llena de palabras, pero he llevado siempre la tristeza en el corazón, por no haber sabido lograr jamás lo que me he propuesto; no he dejado jamás a nadie penetrar en mi corazón, para lo cual he aprendido desde muy joven una cosa muy difícil de poner en práctica: el arte de hablar mucho sin decir nada... Yo soy un hombre muy alegre, y un poeta muy triste, de lo que resulta que mi poesía y yo parecemos falsos”. 



Hombre sentimental de extraordinaria sensibilidad, que veía bueno y honrado a todo el que trataba, modesto en el trato y en sus costumbres familiares, lo describió así R. Becerro de Bengoa: “Corto de cuerpo, grande en fantasía, nada poético en su aspecto, burlón en su genio y en su palabra, soñador en sus creaciones, trabajador titánico a ratos, a ratos inerte y perezoso, acariciado por la fortuna de las musas que sin cesar le perseguían, y ansioso de la fortuna pecuniaria, a la que persiguió siempre sin dar con ella jamás”.

Este poeta, que sería coronado más tarde en Granada triunfalmente, nació en Valladolid el 21 de febrero de 1817, y pronto empezó a funcionar en aquel cerebro infantil, inclinado a lo misterioso y lo fantástico, una imaginación exaltada que encerraba el germen del gran poeta.

Hizo sus estudios en el Real Seminario de Nobles, donde en lugar de someterse al estudio metódico, se dedicó a leer novelas y versos, y a dibujar torres de castillos, iglesias, calles fantasmales, inscripciones...

En 1833 aparece estudiando en Toledo, ciudad que lo fascina, convirtiéndola en el recinto poético que aparece como testigo de sucesos y lances caballerescos. Sus profesores lo presentan como “un holgazán vagabundo”, “una inteligencia de primer orden encerrada en una cabeza loca”.

Su padre, un hombre importante, nunca comprendió las inclinaciones poéticas de su hijo, y entre ambos no existió el afecto y la confianza que se suponen normales entre padre e hijo. Don José veía solamente en él a un iluso desequilibrado por lecturas malsanas... Zorrilla, por su parte, consideraba a su padre un tirano.

Un día encontró a un amigo muerto en su alcoba, y esto contribuyó a arrastrarle por la galería de sombras y espectros que llenan sus libros. Por aquellos años, su temperamento romántico es ya indudable: se dedicaba a vagar por las silenciosas calles de Toledo, a contemplar el trabajo de los sepultureros, a dibujar ventanales, torres, patios y almenas, a recorrer pueblos cercanos, y a encerrar en versos todas las impresiones que recibía de ello.

Al suicidarse Larra, Zorrilla lee un poema ante su tumba que le abrirá las puertas de la fama. Son memorables sus primeros versos:

“Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana:
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana”.

Le ofrecen entonces una plaza retribuida con 600 reales mensuales en el periódico “El Porvenir”, que muy pronto iban a publicar. Sólo dos meses duró su trabajo allí.

Se casa en 1839, disfrutando de una felicidad que da paso luego al hastío y al rechazo. A pesar de haber tenido a lo largo de su vida algún que otro episodio amoroso, la poesía de Zorrilla carece de la ternura y la pasión de otros poetas románticos, quizá porque, a diferencia de éstos, él no lo sintió tan intensamente, siendo precisamente la falta de intensidad emotiva uno de los defectos que se suelen achacar a sus versos.

Poco a poco va siendo respetado y admirado, ya que el público se siente cada vez más atraído hacia esos héroes valientes, gallardos y enamorados, celosos de su honra, que son los protagonistas de sus obras, llámense Don Juan Tenorio, El Capitán Montoya o Don Pedro.

Al conocer la ciudad de Granada se siente profundamente atraído hacia ella, y allí situará precisamente varias de sus leyendas, deteniéndose en cada uno de sus bellos y legendarios rincones.

Viaja a París y a Méjico, donde entabla una gran amistad con Maximiliano, que le protege. Vuelve a España, siendo coronado oficial y solemnemente como Poeta Nacional en Granada: había alcanzado, vivo y joven todavía, la veneración que sólo suele otorgarse a los muertos...

Sin embargo, su larga vida y el no haber evolucionado con los nuevos tiempos, hará que permanezca inmóvil en medio de las generaciones siguientes, envuelto en una aureola de misterio y leyenda, como la evocación de un recuerdo y de una época, como un fantasma legendario de otros días moviéndose en medio de una sociedad que ya no era la suya: el Romanticismo había muerto, y era ya el Realismo el que triunfaba en el panorama literario español.

A Zorrilla se le llamó “Poeta Nacional”, y es que, en efecto, su poesía es de gran aliento patriótico, interpretando fielmente los sentimientos del pueblo español, y ensalzando sus glorias y tradiciones, aunque, sin embargo, permaneció alejado de las luchas políticas.

Su poesía representa  la vertiente conservadora del Romanticismo español, en lo que tiene de expresión popular. Su poesía es ajena al Romanticismo extranjero, y se mantuvo alejado de la poesía filosófica que sólo cantaba las luchas del espíritu o las miserias de la vida.

Dueño de una facilidad sorprendente para versificar, la aplicó a muchas leyendas e historias tradicionales, con las que consigue contagiar su acento patriótico.

Dondequiera que encontraba una tradición importante, sacaba asunto para una leyenda, destacando entre sus leyendas: “Margarita la tornera”, basada en una cantiga de Alfonso X el Sabio, de gran ingenuidad y lirismo, y ambientada en un convento de religiosas de Palencia.

“A buen juez, mejor testigo”, una de las más conocidas, tiene por tema una tradición toledana que se refiere al Cristo de la Vega: un capitán prometió matrimonio a Inés de Vargas ante él, y fue obligado más tarde a cumplir su promesa, al testificar el Cristo a favor de la demandante.

En todas ellas encontramos bellezas ideales, jóvenes caballeros valientes y elegantes, apariciones de muertos y sombras, sucesos extraordinarios, embozados, amores imposibles, venganzas, terribles enfermedades, deslumbrantes y fastuosas descripciones del mundo oriental, silencios, noches de luna llena, rumores, sombras misteriosas de personajes sigilosos que cruzan las calles de ciudades decrépitas...

Aunque no es mi pretensión en este artículo estudiar exhaustivamente su obra (amplísima, por otra parte), es casi obligatorio mencionar su gran drama “Don Juan Tenorio”, obra de teatro típicamente romántica, con un tema y un personaje que venía siendo en la literatura universal símbolo del placer amoroso, y que en el caso de la literatura española se cruza con un obsesionante tema religioso.
Aunque el tipo de Don Juan es muy semejante al de Tirso, Zorrilla le añade un elemento de amor que potenciará su interés humano, redimiéndolo moralmente.

En el panorama de la Literatura Española, por mucho que cambien los tiempos y las modas, siempre asomará Don Juan Tenorio, como cruza la risa sana y vital de Juan Ruiz en la Edad Media, o como asomará siempre un Cid con barba y espada, un orondo Sancho Panza, o la bella Melibea...

Zorrilla fue quizá el poeta de su siglo que mejor supo captar las sensaciones de la naturaleza, sondeando sus misterios y encantos, llegándose a afirmar, incluso, que la naturaleza es la musa de Zorrilla, dándole sus colores y prestándole sus armonías; y así, su poesía es capaz de “repetir los gemidos del lago, los cantos del ruiseñor, los estremecimientos del trueno, o el árbol que florece...”

Como conclusión, y a pesar de que en ocasiones se achaca a su obra el ser excesivamente prolija, la pobreza de ideas y sus frecuentes caídas en el prosaísmo, también es verdad que no todo puede ser perfecto en la obra de quien escribió miles de poemas, improvisados y sin poder releerlos la mayor parte de las veces, agobiado por necesidades económicas.

Además, también es cierto que en su estilo abundan imágenes deslumbrantes y seductoras que consiguen sacudirnos con su armonía y su gracia indiscutible, y se prestan como pocas a ser guardadas en la memoria, y a ser memorizadas y repetidas una y otra vez...

Por todo ello, vaya este pequeño recuerdo al gran poeta que fue coronado en vida como “poeta nacional”.

Para saber más
José Zorrilla en la Wikipedia




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