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Don Quijote: vigencia de un sueño, cuatro siglos después

El Quijote es la obra más traducida en la historia de la literatura universal, y el libro profano más editado, sólo superado por la Biblia.


Han pasado cuatrocientos años, efectivamente, desde la publicación de la primera parte del Quijote, y la historia del “Caballero de laTriste Figura” continúa fascinando, más allá del tiempo y del espacio. Hablamos probablemente del libro más profundo que se ha escrito, de un libro que enseña a vivir y a reflexionar sobre la vida.


Lo mágico del Quijote, es que Cervantes destruye los libros de caballerías, y sin embargo difunde el espíritu caballeresco que propugnaba como valores la abnegación, el respeto a la mujer, y una conducta personal muy exigente.

En El Quijote encontramos, sobre todos los demás, el tema del soñador y de su sueño (Don Quijote cree en su sueño y quiere cambiar el mundo a golpes de literatura, haciendo que la realidad se haga literatura y que los débiles triunfen).

Detrás de su inmortal personaje está Miguel de Cervantes, un exsoldado e intendente de la Armada de Felipe II, un hombre de 58 años, cansado y gastado por la vida, con una gran desilusión y un desencanto que era compartido por los españoles de su tiempo, ya que le tocó ser testigo de la grandeza del Imperio español y de su decadencia.

Su propia vida fue reflejo del declive de la historia de España, desde las horas gloriosas de Lepanto (la más alta ocasión que vieron los siglos), su cautiverio en Argel, sus estancias repetida en la cárcel por problemas no siempre ajenos a él, sus estrecheces económicas, su soledad...

Lo que Cervantes lleva a cabo es una demoledora tarea desmitificadora, un ataque contra el monumentalismo de su época, vacío de contenidos humanísticos, en que triunfaba sólo el aspecto exterior de personas y actuaciones; en la mente de Cervantes estaba sin duda el deseo de ridiculizar aquellas absurdas novelas de caballerías, que en contraste con la gradual derrota de España, sólo ofrecían bazofia literaria y evasión.

Pero le salió mal el intento, porque Don Quijote no era uno aquellos héroes de cartón-piedra sino un fragmento de sí mismo: así, lo que empezó siendo una novelita de burlas, acabó en algo mucho más hondo.

Y creo sinceramente que el aprovechamiento de su lectura está en relación directa con la sensibilidad de quienes lo leen, quedándose muchos con su aspecto ridículo, porque carecen de resortes humanos y de la sensibilidad suficiente para profundizar y captar lo esencial de la novela: la densidad humana del protagonista, que se convierte en símbolo del hombre que lucha por el triunfo del espíritu sin temer los obstáculos.

Toda la obra es un diálogo constante entre ideal y realidad, y aunque los efectos son a veces cómicos, el lector se siente invadido por la amargura de ver cómo los nobles deseos del protagonista van siendo truncados por el egoísmo y la ingratitud que envuelven a Don Quijote ylo asfixian...

Frente a su espíritu ejemplar (que le hace luchar para instaurar sobre la tierra el imperio de la justicia, y lo lanza por los caminos del mundo dispuesto a enderezar entuertos, vengar agravios, y liberar el mundo de malandrines y follones), tenemos a Sancho Panza, opuesto en lo físico pero no tanto en lo moral, mirando siempre a la tierra pero con un fondo de honradez y de hombría que le lleva en numerosas ocasiones a sacrificar su egoísmo por el bien de los otros; y aunque no entiende a su señor lo sigue, dando un ejemplo admirable de fidelidad.

El espíritu idealista de Don Quijote parece comunicarse al escudero, y de este modo resulta su complemento más que su antítesis.

En cuanto a la “locura” del protagonista, es necesario señalar que la locura de Don Quijote no se ajusta a ningún patrón descrito en Psiquiatría, a pesar de que se ha intentado explicarla en numerosas ocasiones. Quizá la explicación más certera sea la que da Cervantes, definiendo a su héroe como loco entreverado de lúcidos intervalos, aquejado de una extraña insensatez que le lleva a hacer cosas del mayor loco del mundo, y a la vez decir razones tan discretas que borran y deshacen los hechos...
Amalgama de cordura y demencia, sueño y realidad, todas las energías del cuerpo y del espíritu puestas al servicio del bien y de la justicia. Es lo que se llamará para siempre el “quijotismo”, la locura sana que nos acerca a lo sublime.

Y es esa “locura” la que empuja también a Don Quijote hacia una dama que sólo existe en su imaginación, Dulcinea del Toboso, a la que amó con amor total, entregándose a ella sin pretender que ella se entregase. Se lanzó al mundo a conquistar gloria y laureles para depositarlos a sus pies; no fue de galán al Toboso para enamorarla, sino que se echó al mundo, a conquistarlo para ella...

Lo que no pudo evitar Cervantes fue que sus recomendaciones al final del libro, de asumir la realidad por dura que sea, fueran inútiles: había matado a Alonso Quijano, pero Don Quijote cabalgaba ya por todo el mundo como símbolo de lo mejor que en él puede existir.

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1 comentario:

FGC dijo...

Maravilloso artículo de lo que supuso el Quijote no solo para la literatura española y universal, sino el símbolo de todo lo que se ha dado en llamar quijotesco, una suerte de idealismo que nos anima a luchar por aquello en lo que creemos aun cuando se nos interpongan multitud de obstáculos en el camino. El Quijote está lleno de frases míticas, célebres que han pasado a la historia como sentencias a seguir y atesorar.

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