Rueda de traficantes 2
Fabio pasó el control sin ningún problema. Le solicitaron algunos documentos, los examinaron superficialmente y eso fue todo.
Froilán de Lózar | Xabier Gereño
2
CAPÍTULO II
Fabio Tazo se dio cuenta enseguida. La furgoneta que circulaba a unos cien metros por delante de su automóvil aminoraba la marcha y él hizo lo propio para seguir manteniendo entre ambos una prudente distancia, al mismo tiempo que prestaba atención a todo lo que se movía por delante.
Quería averiguar la causa de ese repentino cambio. Varios coches le rebasaron, pero ellos también reducían luego su velocidad. ¿Un control policial? Movió el volante para buscar un lugar de visión más amplio y, sí, parecía que se trataba de un control. Aminoró más la velocidad para que se situasen más coches entre él y la furgoneta. Segundos después, se echó hacia un lado de la carretera, detuvo el vehículo, entró en una cabina telefónica y llamó a Madrid.
Escuchó una voz conocida de mujer.
—Despacho de Miguel Andueza, ¿en qué puedo ayudarle?
—Edurne, soy Fabio. Quiero que me pongas con el jefe.
—Un momento…
Era media mañana y un cielo con nubes que presagiaban lluvia apagaba el verdor de los prados y los montes, rebosantes de vegetación.
—¿Qué hay de nuevo, Fabio?
—Tengo problemas con el coche.
—¡Vaya por Dios! ¿Son graves?
—No lo sé aún. Puede que sí…
—¿Dónde estás?
Fabio miró a través de la ventanilla, buscando inútilmente alguna indicación.
—No lo sé exactamente, pero aún no hemos salido de la provincia de A Coruña.
—Está bien. Quiero que me mantengas informado en todo momento.
—Sí, don Miguel.
La fila de vehículos seguía avanzando lentamente y cuando Fabio llegó a la altura del control policial observó que la furgoneta se encontraba detenida en el arcén y que dos guardias civiles hablaban con el conductor. Fabio pasó el control sin ningún problema. Le solicitaron algunos documentos, los examinaron superficialmente y eso fue todo. Puso el motor en marcha y se alejó preocupado por lo que había visto en el arcén. Condujo despacio y pensativo durante unos cientos de metros y detuvo el coche junto a lo que parecía ser un café-restaurante. Había allí parados media docena de camiones y varios automóviles. Entró, se acercó al mostrador y pidió una cerveza y un bocadillo de jamón.
El camarero le sirvió la consumición.
—¿Puedo comer fuera? –le preguntó, señalando una de las mesas colocadas en el exterior, junto a la carretera–.
—¡Cómo no, caballero!, sin problemas.
Fabio recogió el bocadillo y la cerveza y se sentó en una de las mesas. Mientras comía dirigió su mirada hacia el control. Allí, a lo lejos, había una retención de vehículos, lo que indicaba que el control policial no se había levantado. Siguió mordisqueando el bocadillo y bebiendo pequeños sorbos de cerveza mientras iban pasando los minutos. Poco tiempo después, antes de terminar su consumición, el tráfico de la carretera ganó en fluidez, detalle que reavivó su atención.
Más tarde vio venir un jeep verde, al que seguía la furgoneta conducida por un guardia civil y, cerrando la comitiva, otro jeep con los materiales utilizados para montar el control.
Fabio se levantó y se dirigió seguidamente hacia la cabina que había utilizado con anterioridad. Una vez dentro, hizo su segunda llamada a Madrid.
—Señor, la avería del coche es grave y no está en condiciones de circular. ¿Sigo aquí hasta que lo reparen?
—No, regresa de inmediato.
—Está bien.
Quería averiguar la causa de ese repentino cambio. Varios coches le rebasaron, pero ellos también reducían luego su velocidad. ¿Un control policial? Movió el volante para buscar un lugar de visión más amplio y, sí, parecía que se trataba de un control. Aminoró más la velocidad para que se situasen más coches entre él y la furgoneta. Segundos después, se echó hacia un lado de la carretera, detuvo el vehículo, entró en una cabina telefónica y llamó a Madrid.
Escuchó una voz conocida de mujer.
—Despacho de Miguel Andueza, ¿en qué puedo ayudarle?
—Edurne, soy Fabio. Quiero que me pongas con el jefe.
—Un momento…
Era media mañana y un cielo con nubes que presagiaban lluvia apagaba el verdor de los prados y los montes, rebosantes de vegetación.
—¿Qué hay de nuevo, Fabio?
—Tengo problemas con el coche.
—¡Vaya por Dios! ¿Son graves?
—No lo sé aún. Puede que sí…
—¿Dónde estás?
Fabio miró a través de la ventanilla, buscando inútilmente alguna indicación.
—No lo sé exactamente, pero aún no hemos salido de la provincia de A Coruña.
—Está bien. Quiero que me mantengas informado en todo momento.
—Sí, don Miguel.
La fila de vehículos seguía avanzando lentamente y cuando Fabio llegó a la altura del control policial observó que la furgoneta se encontraba detenida en el arcén y que dos guardias civiles hablaban con el conductor. Fabio pasó el control sin ningún problema. Le solicitaron algunos documentos, los examinaron superficialmente y eso fue todo. Puso el motor en marcha y se alejó preocupado por lo que había visto en el arcén. Condujo despacio y pensativo durante unos cientos de metros y detuvo el coche junto a lo que parecía ser un café-restaurante. Había allí parados media docena de camiones y varios automóviles. Entró, se acercó al mostrador y pidió una cerveza y un bocadillo de jamón.
El camarero le sirvió la consumición.
—¿Puedo comer fuera? –le preguntó, señalando una de las mesas colocadas en el exterior, junto a la carretera–.
—¡Cómo no, caballero!, sin problemas.
Fabio recogió el bocadillo y la cerveza y se sentó en una de las mesas. Mientras comía dirigió su mirada hacia el control. Allí, a lo lejos, había una retención de vehículos, lo que indicaba que el control policial no se había levantado. Siguió mordisqueando el bocadillo y bebiendo pequeños sorbos de cerveza mientras iban pasando los minutos. Poco tiempo después, antes de terminar su consumición, el tráfico de la carretera ganó en fluidez, detalle que reavivó su atención.
Más tarde vio venir un jeep verde, al que seguía la furgoneta conducida por un guardia civil y, cerrando la comitiva, otro jeep con los materiales utilizados para montar el control.
Fabio se levantó y se dirigió seguidamente hacia la cabina que había utilizado con anterioridad. Una vez dentro, hizo su segunda llamada a Madrid.
—Señor, la avería del coche es grave y no está en condiciones de circular. ¿Sigo aquí hasta que lo reparen?
—No, regresa de inmediato.
—Está bien.
3
A las cuatro y diez de la tarde don Miguel Andueza recibió a Fabio Tazo en su despacho del Paseo de la Castellana. Dejó el folio que estaba leyendo y lo depositó en la mesa.
—Buenas tardes, don Miguel –saludó Fabio con deferencia.
—Buenas tardes, Fabio. Acerca una silla y siéntate ahí –añadió, señalándole el otro lado de la mesa, frente a él-.
Fabio obedeció y permaneció en silencio, esperando que don Miguel le preguntase.
—Bien, detállame lo sucedido.
—Igual que otras veces, esperé dentro del coche, procurando no llamar la atención, en un lugar próximo a la lonja de pescado. Cuando salió la furgoneta con su cargamento, la seguí…
—¿Qué coche llevabas tú? –le interrumpió.
—Un R-18 de color beige. Siguiendo sus órdenes, nunca utilizo el mismo automóvil, y siempre vehículos con colores discretos y corrientes, sin nada extraordinario que los haga destacar…
—Está bien. Continúa...
—La furgoneta inició su viaje hacia aquí sin que notase yo nada anormal. Llevábamos algo más de media hora circulando cuando nos topamos con un control de la Guardia Civil. Entonces yo aminoré la marcha para abrir más distancia entre nosotros. La fila de coches avanzaba con lentitud y cuando llegué al control vi que la furgoneta estaba aparcada en el arcén. Lo pasé sin problema y me detuve en un restaurante próximo, ocupando una mesa en la terraza. Desde allí vi cómo se levantaba el control. La furgoneta había sido requisada y poco después pasó por delante de donde me encontraba, en medio de dos patrulleros, conducida por un guardia civil.
—¡Vaya! ¡Eso es grave!
—Sí, don Miguel…
—¿Crees que el conductor de la furgoneta se dio cuenta de que le seguías?
—No lo creo. Me pareció que conducía con despreocupación, aunque ya sabe que algunas veces las apariencias engañan.
—¿Dónde está ahora el R-18 que conducías tú?
—En el garaje de Hortaleza.
—Ese coche tiene que desaparecer inmediatamente.
—Sí, don Miguel. Me ocuparé ahora mismo de ello.
—Luego te tomas diez días de vacaciones.
Aquello le pilló por sorpresa.
—¿Y a dónde voy? –preguntó tímidamente.
—A Brasil.
Miguel se levantó y abrió la caja fuerte. Extrajo un fajo de billetes de banco.
—Toma, cinco mil euros para gastos de viaje.
Fabio, emocionado, recogió el dinero.
—Gracias, don Miguel –susurró apenas. Y sus palabras sonaron sinceras.
No le disgustaba que el jefe soltase un buen fajo de billetes y le diera vacaciones de repente. Sabía el negocio en el que andaba metido, los riesgos que corrían. Cómo estas gentes se deshacían de todo lo que pudiera implicar una sospecha: coches, locales comerciales y personas. También se deshacían de las personas.
Eso era lo que de verdad le preocupaba.
—Buenas tardes, don Miguel –saludó Fabio con deferencia.
—Buenas tardes, Fabio. Acerca una silla y siéntate ahí –añadió, señalándole el otro lado de la mesa, frente a él-.
Fabio obedeció y permaneció en silencio, esperando que don Miguel le preguntase.
—Bien, detállame lo sucedido.
—Igual que otras veces, esperé dentro del coche, procurando no llamar la atención, en un lugar próximo a la lonja de pescado. Cuando salió la furgoneta con su cargamento, la seguí…
—¿Qué coche llevabas tú? –le interrumpió.
—Un R-18 de color beige. Siguiendo sus órdenes, nunca utilizo el mismo automóvil, y siempre vehículos con colores discretos y corrientes, sin nada extraordinario que los haga destacar…
—Está bien. Continúa...
—La furgoneta inició su viaje hacia aquí sin que notase yo nada anormal. Llevábamos algo más de media hora circulando cuando nos topamos con un control de la Guardia Civil. Entonces yo aminoré la marcha para abrir más distancia entre nosotros. La fila de coches avanzaba con lentitud y cuando llegué al control vi que la furgoneta estaba aparcada en el arcén. Lo pasé sin problema y me detuve en un restaurante próximo, ocupando una mesa en la terraza. Desde allí vi cómo se levantaba el control. La furgoneta había sido requisada y poco después pasó por delante de donde me encontraba, en medio de dos patrulleros, conducida por un guardia civil.
—¡Vaya! ¡Eso es grave!
—Sí, don Miguel…
—¿Crees que el conductor de la furgoneta se dio cuenta de que le seguías?
—No lo creo. Me pareció que conducía con despreocupación, aunque ya sabe que algunas veces las apariencias engañan.
—¿Dónde está ahora el R-18 que conducías tú?
—En el garaje de Hortaleza.
—Ese coche tiene que desaparecer inmediatamente.
—Sí, don Miguel. Me ocuparé ahora mismo de ello.
—Luego te tomas diez días de vacaciones.
Aquello le pilló por sorpresa.
—¿Y a dónde voy? –preguntó tímidamente.
—A Brasil.
Miguel se levantó y abrió la caja fuerte. Extrajo un fajo de billetes de banco.
—Toma, cinco mil euros para gastos de viaje.
Fabio, emocionado, recogió el dinero.
—Gracias, don Miguel –susurró apenas. Y sus palabras sonaron sinceras.
No le disgustaba que el jefe soltase un buen fajo de billetes y le diera vacaciones de repente. Sabía el negocio en el que andaba metido, los riesgos que corrían. Cómo estas gentes se deshacían de todo lo que pudiera implicar una sospecha: coches, locales comerciales y personas. También se deshacían de las personas.
Eso era lo que de verdad le preocupaba.
4
Jaime conducía su lujoso y potente automóvil por la carretera de Burgos, que a esa hora avanzada de la noche –eran las doce menos veinte–, presentaba el curioso aspecto de una concentración de luciérnagas bicolores en movimiento, rojas que se iban y amarillas que venían.
Había sido un mal día. El envío que esperaba fue descubierto y decomisado por la Guardia Civil dentro de la misma Galicia, oculto en una furgoneta con un cargamento de pescado.
Hacía pocos minutos que las últimas luces de Madrid habían quedado atrás y ahora la negrura de la noche lo envolvía todo. También había oscuridad en su mente. La llamada telefónica que había recibido aquella mañana, comunicándole el contratiempo sufrido por la furgoneta, le había afectado considerablemente. Tuvo que dejar de examinar la correspondencia recibida en su despacho de la empresa inmobiliaria y recostarse en la butaca con los ojos entrecerrados, valorando las posibles repercusiones de aquella noticia. Había sido un acierto por su parte enviar a un automóvil detrás de la camioneta para mantenerle al corriente de las posibles incidencias. Se suponía que el conductor desconocía este hecho, aunque podía haberlo descubierto por su cuenta, en cuyo caso podrían sobrevenir complicaciones, si bien, le tranquilizó el hecho de que Pedro utilizara un coche distinto en cada seguimiento.
Al acercarse a su destino, Jaime aminoró la marcha. Se trataba de una finca de unos dos mil metros cuadrados, circundada por un muro de ladrillo revocado, recubierto de pintura blanca, de una altura de metro y medio. Uno de sus lados más cortos daba a la carretera y, entrando por la puerta de hierro forjado, que ahora estaba abierta, el automóvil de Jaime atravesó un pequeño jardín y se dirigió hacia la parte de atrás del edificio, ocupado en su totalidad por un amplio aparcamiento de coches.
Después de dejar su automóvil bien aparcado, Jaime caminó hacia la puerta de entrada del moderno edificio de dos plantas. La puerta principal estaba abierta. Un portero uniformado de azul claro y complementos amarillos le saludó con respeto.
—Buenas noches, don Jaime.
El semblante adusto del supuesto cliente esbozó una suavización en señal de correspondencia al saludo recibido.
—Doña Karina está en su despacho. –añadió el portero.
—Gracias, Bernardo.
Jaime atravesó el lujoso hall, dirigiéndose con paso firme hacia la puerta entreabierta de una habitación que conocía bien. Hasta ese momento, nada de cuanto se mostraba hacía pensar que aquello era un burdel de lujo.
Jaime dio unos golpecitos en la puerta y entró. Ella estaba allí, sentada ante su mesa de despacho. Se sonrieron. La mujer se levantó para recibirle. Se besaron en ambas mejillas con mucho afecto. Karina le tomó de la mano.
—Ven, sentémonos en el sofá. ¡Cuéntame! Te noto preocupado. Ahora puedes desahogarte…
Jaime admiraba la intuición de la mujer. Estaba convencido de que así sucedía. Por esa razón había buscado aquel refugio. Nada mejor que permanecer un rato en aquel jardín para recuperarse, porque aquella habitación era eso, un jardín, un bello jardín con plantas de salón, jarrones con flores naturales, cuadros de flores, todo en abundancia, siendo aquella mujer la más bella y perfumada de todas.
Se sentaron muy juntos. Ella le cogió ambas manos.
—Alégrate, Jaime. ¡Es primavera! ¡La vida es bella!
Todos hacían hincapié en aquella belleza de la vida. Él cada día lo dudaba más.
—La vida es bella, pero dura, Karina. Mira sino esas rosas: tienen espinas.
—No las toques y no te herirán. ¿Por qué sigues en eso? Deberías dejarlo. Eres muy rico. Deja las espinas y dedícate sólo a las flores.
El hombre se movió inquieto.
—No puedo hacerlo. Me atrae el peligro. Soy un devoto de las emociones fuertes… una vez que te implicas en esto, ya no hay vuelta atrás.
—Lo sé, pero existen otro tipo de emociones menos peligrosas.
Aunque nunca le había hecho partícipe de sus pasatiempos, quiso matizarle las cosas. Y a ella, en aquel momento, le pareció sincero.
—Si te refieres al sexo, te confesaré que ya me aburre por su monotonía. La emoción es proporcional al peligro. Directamente proporcional.
—Si trabajases en un circo serías un trapecista excepcional, caminando con los ojos cerrados por una cuerda a cincuenta metros de altura y sin red. Serías el rey de la pista –comentó Karina sonriendo y besándole de nuevo en la mejilla – Pero ahora, ¿por qué te dedicas a ese tipo de negocios? Puedes crear otras empresas. El trabajo de creación es también emocionante porque tiene riesgos… Asúmelo.
Él la miró con curiosidad. Era muy bella y ambos rondaban los cincuenta. Era una buena edad para empezar cualquier historia nueva.
—Ya tengo otros negocios. Y lo sabes. Una inmobiliaria, un taller de reparación de coches, un almacén de alambre en Coslada, dos hoteles en Benidorm, una agencia financiera, este lugar que tú tan bien diriges…
—Me halagas –dijo haciendo un mohín muy femenino–. Todavía me pregunto por qué me escogiste a mí precisamente para dirigirlo.
Jaime levantó los hombros y su mirada se quedó perdida en algún punto.
—No encajabas en aquel club de alterne. Tenías mucha clase. Y no es por hacerte la pelota.
— ¿Tenía…? –preguntó ella simulando ofenderse.
—Y la sigues teniendo. Tienes clase e inteligencia. Yo decidí montar este negocio con el doble objeto de blanquear el dinero obtenido con la venta de droga, sin ánimo de lucro y… para satisfacer mis necesidades sexuales, pero tú lo has convertido en una empresa rentable. ¿Sabes? Quizá compre un hotel de lujo en Marbella y en ese caso te ofreceré su dirección.
La cara de Karina resplandeció de alegría.
— ¡Oh, Cariño!, ¿Harías eso por mí…?
Él la miró con picardía.
—Por ti y por mí. Yo también saldría beneficiado. Necesito dejar todo esto atrás...
— ¿Lo ves? –dijo ella sonriendo- Ya he conseguido relajarte. Has entrado aquí preocupado y ahora bromeas.
—Esta mañana la guardia civil se ha llevado una furgoneta que traía diez kilos de coca para mí –confesó Jaime con semblante serio.
— ¿Lo habías pagado?
—No.
— ¿Si el conductor se fuese de la lengua, puede involucrarte?
—Creo que no. Tenía orden de estacionar el vehículo en un lugar determinado y esperar allí la contraseña, otra persona que se acercaba haciéndole determinada pregunta…
La mirada de Jaime se tornó vaga.
—Cualquier contratiempo rompe el orden establecido, y del desorden surgen las situaciones imprevistas. Eso produce inseguridad.
Karina le habló ahora insinuante.
—Tengo una chica nueva, italiana. Gina. Es bellísima. Tiene clase y es inteligente. Te gustará jugar un rato con ella.
Jaime la miró ahora intensamente.
—Das la impresión de estar contemplándote ante un espejo al describirla.
Ella le sonrió.
—Tienes una virtud: sabes cómo halagar la vanidad de las mujeres, con elegancia, sin caer en la grosería.
— ¿Crees que exagero?
Karina retocó coqueta su exuberante cabellera.
—Me considero bonita –confesó – Dime, Jaime, ¿te presento a Gina?
Karina no esperó la respuesta. Se levantó y marcó en el teléfono un número interior.
—Quiero que venga Gina a mi despacho –ordenó, cambiando la voz hacia un tono más autoritario.
Colgó el aparato y esta vez se sentó ante su mesa.
Jaime la miró complacido.
— ¿Qué haría yo sin ti? Ella sonrió con picardía.
— ¿Sabes? Creo que deberías casarte.
— ¿Casarme? ¡No!, ¿por qué había de casarme?
—No te estoy pidiendo que te cases conmigo. Necesitas una mujer a tu lado.
Aquella mujer intuía cosas. Más que intuirlas, las soñaba. ¿Una mujer en su vida?, ¿una mujer para toda la vida?
— ¿Para qué? ¡Ahora tengo las mujeres que quiero!
—Pero eso no es lo mismo. No es lo que me gustaría para ti. Necesitas una mujer que te escuche, que te apoye en los momentos difíciles.
—Ya te tengo a ti…
Karina compuso un mohín.
—Eres incorregible.
Se abrió la puerta y apareció una joven. Al mirarla, Jaime se dio cuenta de que Karina no había exagerado al describirla como una bellísima mujer.
— ¿Me llamaba?
—Sí, Gina, pasa un momento –dijo Karina, levantándose – Este Señor es un buen cliente. Quiero que le trates con esmero.
—Sí, señora –respondió la joven acercándose a Jaime, que se puso de pie y le dio la mano.
—Me llamo Jaime.
— ¿Vienes conmigo? –le invitó, insinuante, como si se conocieran de toda la vida. Jaime se dejó llevar. Karina sonrió.
5
Cuando dos horas más tarde Jaime se disponía a abrir la puerta de su coche para regresar a Madrid, dos fornidos individuos surgieron de la noche y mientras uno de ellos le inmovilizaba, el otro le propinaba una serie de golpes en el vientre y en la entrepierna, y patadas en las piernas, respetándole el rostro.
— ¡Entra ahí! –le ordenó con descaro uno de ellos, señalándole el asiento trasero de su propio coche.
Aquella brutalidad le dejó mudo.
Jaime obedeció y el que le había pegado se sentó junto a él, mientras que el otro se ponía al volante. El coche se puso en movimiento en dirección a Madrid, deteniéndose en un punto del trayecto detrás de otro coche.
— ¡Baja!
Jaime bajó y sujetado del brazo por el que le había golpeado se encaminaron hacia el otro automóvil. Un hombre salió de él y abrió la puerta trasera.
— ¡Entra! –y le empujó.
Jaime se sentó con el rostro crispado por el dolor.
— ¡Conmigo no se juega! –le advirtió un hombre corpulento, de unos sesenta años y de rasgos duros, impecablemente vestido.
— ¿En qué le he fallado? –preguntó Jaime con un hilo de voz, sosteniendo su vientre con ambas manos.
—Somos un equipo y no me has informado. ¿Por qué no me has comunicado de inmediato lo sucedido esta mañana?
—No ha tenido consecuencias, don Carlos.
—Eso lo tengo que decidir yo, no tú.
— ¿Y por eso ha ordenado que me peguen? –se quejó lastimeramente Jaime.
—Sí, por eso, y para que recuerdes que aquí el jefe soy yo, que tú eres simplemente la pantalla. Te recuerdo, por si lo has olvidado, que yo te saqué del pozo. Todo lo que eres y todo lo que tienes, me lo debes a mí. Yo puedo destruirte cuando se me antoje.
—Me gustaría dejarlo…
—¿Dejarlo? ¡No! –bramó don Carlos y cambió su tono de voz hacia el sarcasmo-. Te gustaría, ¿eh? ¡La cosa no es así de sencilla! Lo dejarás cuando yo quiera.
— ¿Quiere que le explique lo sucedido esta mañana?
—No es necesario. Lo sé todo. Pero debías haberme llamado tú. Y ahora, vete.
Jaime se dispuso a salir.
— ¡Ah! Y no esperes el regreso de Pedro de su viaje a Brasil. El pobre ha sufrido un accidente.
Jaime le miró lívido de espanto. Don Carlos se encogió de hombros con indiferencia.
— ¡Son cosas que pasan!
Jaime salió del coche con dificultad. Don Carlos asomó su cabeza por la ventanilla.
—Acompañadle a casa y tratadle con cuidado.
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RUEDA DE TRAFICANTES
© PORTADA Y MAQUETACIÓN: Froilán De Lózar
ISBN: 9789464855098
Primera Edición, Julio de 2023
Impreso en España
Editado por Curiosón
https://www.curioson.es
publicado vía Mibestseller.es
|© Curioson
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Esta bitácora nace en noviembre de 2008 con el ánimo de divulgar historias curiosas y entretenidas. Son 17 años acudiendo diariamente a la llamada de amigos que vienen de todo el mundo. Con +6.883.000 visitas, un mapa del románico abierto a finales de 2023 que ya ha recibido +852.000 consultas y +6.100 artículos en nuestra hemeroteca, iniciamos una nueva andadura. Comparta, Comente, síganos por nuestros canales de Telegram y Wasap. Y disfrute. ¡Es gratis!