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El hombre del saco, el sacamantecas, el sacauntos...

Todos recordamos las amenazas más habituales de nuestra infancia: ¡Duérmete, qué si no te duermes, vendrá el hombre del saco y te llevará” ¡No te escapes por ahí que si te coge el sacamantecas, te lleva!. Seguramente, el pequeño asustado no se escapase pero dudo muchísimo que el pobre niño insomne pudiera conciliar el sueño con semejante amenaza… Pues resulta que sí se sacaron mantecas y untos de los cuerpos humanos desde tiempo inmemorial por lo que parece para usos curativos. Y naturalmente, se acarrearían en un talego, un saco. Veamos:



Elisa Gómez Pedraja
Miembro de Asociación Cántabra de Genealogía y del Centro de Estudios Montañeses

Hay referencias de qué en el siglo XVI, las tropas de Hernán Cortés en México, aprovechaban algunos cadáveres de sus enemigos vencidos y los abrían para extraerles la grasa, “el unto”, con el fin de curar a sus heridos, incluso las de sus muy apreciados y entonces escasos caballos. Cuenta Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España refiriéndose a los heridos tras la batalla contra los caciques de Tabasco:

“…esto ocurrido apretábamos las heridas de los heridos con paños, que otra cosa no había, y se curaron los caballos con quemalles las heridas con unto de un indio de los muertos, que abrimos para sacarle el unto”. Y más adelante, después de la batalla contra los tascaltecas,“…con unto de un indio gordo de los que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos, que aceite no lo había”.

En otro lugar, un poco más adelante, el 6 de marzo de 1521, ya llegada la expedición de Magallanes a las Islas de Los Ladrones y considerándose robados por los nativos, Pigafetta nos cuenta que:

 

“… en el momento que saltamos a tierra para castigar a los isleños, nuestros enfermos nos rogaron que si matábamos a alguno de los habitantes de las islas les llevásemos sus intestinos, pues estaban persuadidos de que les servirían para curarse en poco tiempo”. 


(Recordemos que Antonio Pigafetta era de Vicencio, hablaría relativamente poco castellano y para colmo, en las naos iba embarcada gente de mar de múltiples nacionalidades. Por todo esto, no es seguro que los enfermos pidieran intestinos u otros entresijos…)

Ya Magallanes muchos años antes, hacia 1505, sirviendo en el Índico al rey Manuel de Portugal, el especiero, había visto curar las heridas de su capitán Joao Serrao con grasa de tocino aplicada por un físico, tras el ataque a Mombasa.

Sabemos que con aceite hirviendo se curaban heridas. Y con hierros candentes. Y aplicando emplastos y cataplasmas de productos extrañísimos… quizá con muchas otras cosas. Y desde luego, con diferentes grasas hirvientes. Y así debió de seguir siendo el arte de curar hasta casi nuestros días.

Si encontramos descritas estas prácticas curativas en América, África y Asia, nada tiene de sorprendente que esto fuera mucho más habitual de lo que suponemos en todo el mundo entonces conocido.


Albarelo y pote de cerámica artesanal conteniendo grasa humana.

Picada por la curiosidad me he puesto a buscar y he encontrado muchas más referencias al uso de grasa humana con fines curativos:

En Perú, Cristóbal de Molina refiere que 


“…los indios tenían la creencia de que los españoles habían sido enviados para recolectar grasa de los indios y curar una enfermedad de su rey para la cual no existía otra cura”.

Otra versión en la que involucraban especialmente a los frailes, era que “atraían a los indios para sacarles las enjundias y hacer manteca para las boticas de Su Majestad”. Tenían incluso un vocablo en quechua que lo definía: PISTAC: cortar en tiras o cortar en trozos.

Pero en Europa existe el conocimiento de que muchos verdugos extraían y vendían la grasa de los pobres ejecutados por ellos, cadáveres que nadie reclamaba, lo que suponía una importante fuente de ingresos para sus mermadas economías. Parece que también traficaban con otras partes de los cuerpos…

La grasa humana estaba especialmente indicada en tratamientos para curar el dolor de huesos, de muelas, la gota, la tuberculosis, la artritis reumatoide…

También se daba un posterior destino a la grasa de los cadáveres en general: en París, en 1786, al tener que clausurar el cementerio de los Santos Inocentes, los restos humanos fueron exhumados y trasladados a las Catacumbas. La grasa hallada entre los restos fue recogida y convertida en velas y jabón. ¡Eso sí que era reciclaje!

A finales del siglo XIX se produjo y se ofreció al consumidor grasa humana estéril, licuada, en ampollas para inyecciones, bajo el nombre de Humanol que desde 1909 se utilizó en tratamientos quirúrgicos de cicatrices y heridas. Se pasó de moda hacia 1920 dadas las bajas tasas de curación y el conocimiento de haberse producido embolias grasas.

En algunas regiones americanas aún persiste la idea de que “…las campanas engrasadas con unto humano suenan mejor…”

Esto de la sonoridad de las campanas no debe de tener el menor fundamento. En el Valle de Mena, en tiempos tan cercanos como el año 2017, unos mangantes, por decirlo suavemente, se llevaron las campanas del Santuario de Ntra. Sra. de Cantonad. Las arrojaron desde lo alto de la torre causando un socavón y las debieron de vender como chatarra. Los feligreses de la Virgen de Cantonad, con su párroco a la cabeza, reunieron el dinero necesario y repusieron unas campanas nuevas el día 8 de mayo de 2019. No consta en absoluto que estén engrasadas con ningún unto especial, pero puedo dar fe de su magnífica sonoridad: su responsable nos ofreció un glorioso repique que resonó en todo el valle haciendo que esa visita resulte inolvidable.

En este ambiente de negocios curativos y sonoros con unto humano no es de extrañar que fueran surgiendo leyendas sobre los temidos sacamantecas y que las madres y abuelas de niños gorditos anduvieran vigilantes por si el hombre del saco los arrebataba para sacarles los untos y comerciar con ellos. El terreno estaba bien abonado.




HISTORIAS DE GALEONES
Elisa Gómez Pedraja para Curiosón
Primavera de 2022

2 comentarios:

Jose Carlos dijo...

Muy buen post con interesantes leyendas.
Muchas gracias por compartir estas curiosidades con todos.

Marcos Manuel Sánchez dijo...

Lo de la sonoridad de las campanas es extraño e inquietante. Qué costumbres más chocantes. Gracias por tan interesante artículo.
Saludos!

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