Rueda de Traficantes 12
—Lo que habéis hecho hasta ahora, es un paseo sin importancia. Ni falta hace que os diga que de esta misión depende vuestra vida.
Froilán de Lózar | Xabier Gereño
12
CAPÍTULO VIII
1
No es verdad que el dinero lo compre todo en esta vida. Eso se dice, y ocurre así la mayor parte de las veces, pero como en todas las reglas también se barajan excepciones. Eso lo sabía muy bien Carlo Volpini, traficante de traficantes, endiabladamente millonario, a quien un simple chasquido de dedos le bastaba para reconducir o atraer hacia su lado a las voluntades más difíciles. De vez en cuando, para que aquellos que como Jaime Delibes mantenían cierto poder dentro de su organización frenasen sus ansias de auparse a lo más alto, les daba un fuerte escarmiento, utilizando una persona muy allegada a ellos. Pedro Tazo fue un chivo expiatorio, aunque la mala mano de su gente le había dado por muerto antes de tiempo. Los periodistas —que se pasan la vida hurgando y compitiendo—, encontraron un hilo, el soplo de vida que le quedaba a un individuo anónimo hasta entonces, hasta que apareció moribundo en el Parque, y estaba tejiendo ya una historia que podía romper aquella vida suya de lujo y de poder. Y aquello, lógicamente, le preocupaba mucho a D. Carlos.
Sí, porque todo su esfuerzo podía venirse abajo si alguien le relacionaba con él. Tarde o temprano todo se sabe y aquella historia podía cambiar su vida si no cortaba de algún modo el hilo conductor. Su confidente, Isidoro Buendía, el policía comprado que había recogido las últimas palabras del muchacho, le puso al corriente aquella mañana de la investigación que estaba llevando a cabo un periodista adscrito a la dirección del “País” en A Coruña. Y decide enviar de nuevo a sus dos mejores cachorros: Luciano y Fausto, unas horas después de que estos le dieran detallada información de los pasos dados por Jaime Delibes.
Sin perder un minuto, porque hay una información a punto de salir a la opinión pública que puede llevar a las mazmorras a su caudillo, vuelven sobre sus pasos con el encargo serio de detener, al precio que sea, la mano del informador.
“Lo que habéis hecho hasta ahora, es un paseo sin importancia. Ni falta hace que os diga que de esta misión depende vuestra vida”.
Esa fue la amable despedida. Estaba claro: si te portabas bien, podías tenerlo todo, pero si fracasabas, tus pies saldrían por delante, como habían salido los pies de tantos otros que con anterioridad ocuparon tu puesto.
—El jefe nos ha dado carta blanca —habló Luciano, como tratando de buscarle una solución definitiva al asunto. Y añadió: ¡Ya sabes lo que eso significa!
—Sí, claro… la bolsa o la vida…
Para Fausto fue un viaje horrible. La ansiedad le oprimía como nunca el pecho y a intervalos creía soñar que algo fallaba, y que primero caía su compañero y después él, mientras la bola de su asqueroso jefe reía sin cesar bebiéndose su sangre.
2
Comieron en un restaurante del camino, muy cerca de Valladolid. La conversación entre ellos, durante mucho tiempo, giró en torno a las nimiedades habituales: la comida, la bebida y el folleteo. Cada uno a su manera trataba de abaratar el costo tan elevado de un posible fracaso, pues sabían que Carlo Volpini no amenazaba nunca en vano.
—Esto no me gusta —habló al fin Fausto, que no podía alejar de sí la misión que llevaban entre manos.
—Estamos entrando en A Coruña. Lo primero que tenemos que hacer es desembarazarnos del coche, alquilar otro y buscar la delegación del periódico. Nuestro hombre es un tal Blas Ledesma y en algún sitio debe guardar una valiosa información que atañe al jefe. Tenemos que encontrar esa información antes de matarle.
—Si lo miramos detenidamente, no parece una misión tan arriesgada — terció Fausto.
— ¡No te fíes! Lo que sí ha quedado claro es que se trata de un asunto trascendental…
— ¡Joder! ¡Ni que lo digas! ¡Como que nos va la vida en ello!
Dejaron el automóvil en un bajo del hotel y allí mismo les alquilaron otro, un twingo, color blanco, con matrícula de A Coruña. Aquella misma tarde, antes de cenar, dieron un paseo por el puerto y llegaron hasta la sede del periódico. Localizaron a través de la guía telefónica la casa del periodista y durante varios días le siguieron a todas partes procurando guardar siempre las distancias. Volpini les había señalado como fecha límite el domingo siguiente y apenas quedaban ocho días.
El sábado por la tarde esperan a unos cien metros de la puerta del periódico la salida de Blas Ledesma. A las siete, sale de la redacción y se dirige a la Avenida de las Conchinas. Recoge a su novia y ya no se detiene hasta Capitanía General.
Luciano y Fausto le imitan.
Sacuden una propina generosa al guarda cojo y bajan tras ellos hasta el rincón del puerto. La pareja tiene su nido de amor a bordo de un precioso yate que lleva a proa grabado el nombre de “Regina”.
Mientras Luciano vigila en las inmediaciones, Fausto, con mucho sigilo, sube a la cubierta y asiste momentos después a un espectáculo gratuito. La mujer cabalga sobre el hombre como una yegua desbocada. Lleva el pelo suelto y a intervalos detiene su ritmo, le susurra algo al oído y vuelve a la carrera. En un intervalo del acto, la muchacha salta de la cama y se dirige hacia un rincón de la estancia; coge un frasco de ¿mermelada?, y con una cuchara de palo unta los atributos generosos de su amante.
Fausto jamás se había excitado tanto. Se imagina lo que venía después: una felación de antología que él nunca había recibido de su esposa, por escrúpulos vagos que con el tiempo se iban haciendo fijos, limitándose a darle una postura casi única y un goce rápido dos o tres días a la semana. Aquellos eran jóvenes. Tenían otro concepto del sexo. Buscaban alternativas que aumentaban con creces la excitación.
Aquella diosa morena se había comido toda la mermelada y ahora iba y venía una y otra vez sobre el atributo poderoso de su macho. Diez minutos más tarde, a ritmo de lambada, la mujer experimentaba una serie de orgasmos y Blas se marchaba también volcando en el acto todos los sentidos, como si quisieran llegar al fondo de una experimentación y alargar unos segundos aquel latigazo de placer que recorre los cuerpos.
Fausto, alterado por aquella visión, vuelve a la realidad cuando su compañero, subido a uno de los botes, le hace señas. Se aleja de la lucera que le ha servido de pantalla, amortiguando los suspiros de la pareja que calaban como fantasmas en el silencio de la noche.
Si hubiera sido otro el momento, Fausto se hubiera tirado a aquella hembra por encima de cualquier otro impedimento. Pero el encargo de don Carlos era claro y sabía que un desliz se pagaba con la vida.
3
Mientras salvan a pie el trayecto que les separa del automóvil, es cuando barajan la posibilidad de secuestrar a la muchacha para presionar al periodista. Casi es la única carta que les queda. Luciano, que no ve los obstáculos hasta que se tropieza con ellos, extrae un manojo de llaves que lleva en el bolso de su chaqueta y se dirige hacia el Audi de la pareja. Quiere agotar todos los caminos antes de optar por el secuestro. Durante unos minutos tratan infructuosamente de abrirlo. En su interior pueden estar los papeles que buscan. El guarda los descubre y trata de impedir a toda costa el robo. Ellos son más fuertes y durante el forcejeo Luciano le asesta a traición un navajazo. Unos minutos más tarde la pareja se encontrará con el rastro de sangre y la noticia de que el generoso guarda, su amigo Julián, ha sido trasladado en ambulancia al hospital.
“Después del amor, llega la sangre”. –escribiría dos días más tarde en la columna del periódico, aunque ninguno de sus lectores entendería el mensaje y hasta Fausto y Luciano dudarían: ¿A qué amor se estaba refiriendo? ¿Al de Regina o al del cojo?
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© XABIER GEREÑO-FROILÁN DE LÓZAR
RUEDA DE TRAFICANTES
© PORTADA Y MAQUETACIÓN: Froilán De Lózar
ISBN: 9789464855098
Primera Edición, Julio de 2023
Impreso en España
Editado por Curiosón
https://www.curioson.es
publicado vía Mibestseller.es
© XABIER GEREÑO-FROILÁN DE LÓZAR
RUEDA DE TRAFICANTES
© PORTADA Y MAQUETACIÓN: Froilán De Lózar
ISBN: 9789464855098
Primera Edición, Julio de 2023
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