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Rodrigo, último rey de los godos



709-711

Nos toca referir en este capítulo uno de los acontecimiento más graves, una de las catástrofes más terribles, una de las más espantosas revoluciones, acaso la mayor que ha sufrido España, y con dificultad se leerá otra más grande, más repentina y más completa en los anales de la humanidad. Porque caer derrumbada en un solo día una monarquía de tres siglos, verse de repente invadido un gran pueblo, vencido, subyugado por extrañas gentes, que hablaban otra lengua, que traían otra religión, que vestían otro traje; venir unos hombres desconocidos de improviso y sin anunciarse, casi sin preparación, apoderarse de un antiguo imperio, pelear un día para dominar ocho siglos, desaparecer como por encanto todo lo que existía, y sorprender la muerte a una nación casi tan de repente como puede sorprender a un individuo, es ciertamente un suceso prodigioso de lo que rarísima vez acontecen en el trascurso de los siglos. Cómo se verificó tan súbita mudanza? ¿Qué causas la prepararon y la condujeron al término y remate que tuvo?

Fatalidad es que cuanto más se aproxima un gran acontecimiento, cuanto más importante es un periodo histórico, más hayan de escasear los documentos auténticos contemporáneos, menos luces, más oscuridad, más incertidumbre y confusión haya de envolver y rodear la historia. No parece -dice un escritor de nuestro siglo- sino que en la turbación de aquella crisis fatal no había quien tuviese tiempo para anotar y trasmitir los pormenores de acontecimientos tan interesantes. Y así fue en verdad. Periodo, por lo tanto, tan fecundo para los poetas como tormentoso para el historiador, cuya misión es brujulear la realidad por entre el silencio o las escatimadas palabras de los unos, y por entre las abundantes fábulas y prolijas ficciones de los otros.

Encumbrado Rodrigo (Ruderich), de la sangre real de Chindasvinto, en brazos de un partido, y vencido y castigado Witiza, de la familia de Wamba, acaso con el mismo género de castigo que aquel había empleado con el padre del nuevo rey, quedó el reino godo miserablemente dividido en bandos y parcialidades que le destrozaban y le destruían, defendiendo unos al monarca reinante, trabajando otros y conspirando en favor de la familia del monarca destronado. Los jóvenes hijos de Witiza, Sisebuto y Ebas, y su tío el metropolitano de Sevilla, Oppas, hombre a lo que parece activo, revoltoso y enérgico, así como sus amigos y parciales, veían cn enojo el cetro de la nación goda en manos de un enemigo de su linaje y partido; le miraban como un usurpador, y aunque no podía alegar el derecho de herencia que las leyes godas no reconocían, los punzaba por una parte el deseo de vengar el agravio recibido, por otra el empeño de entronizar a alguno de los hijos de Witiza por los mismos medios de que a su vez se había valido el hijo de Teodofredo. Ardía la nación en discordias, hervían las ambiciones, y las maquinaciones y conjuras tenían revuelto al reino e inquieto y desasosegado al rey. Ayudaba al desconcierto del Estado la inmoralidad que en los últimos reinados había cundido, y no era ciertamente e nuevo monarca el que lo curaba con su prudencia y con su ejemplo.






La Historia General de España de Modesto Lafuente, es considerada el paradigma de la historiografía nacional del pensamiento liberal del siglo XIX.
Impresa en Barcelona por Montaner y Simón entre 1888 y 1890.

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