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San Juan de la Cruz

Juan Yepes | Imagen: Biografías y Vidas

El 24 de junio de 1542 nacía en Fontiveros Juan de Yepes. Dado que es mucho lo escrito sobre él, me limitaré a analizar las huellas en su pensamiento de algunos místicos y pensadores musulmanes que vivieron en la península.

 
Es necesario recordar, en primer lugar, la proximidad geográfica entre cristianos y musulmanes y la coexistencia de sus respectivos sentimientos religiosos durante más de ocho siglos, lo cual favorecía indiscutiblemente la influencia mutua entre ellos. (La España cristiana se hizo mientras incorporaba en su vida aquello que la forzaba a enlazar con la judería y el Islam, afirmaba Américo Castro).

En cuanto al linaje familiar del santo, estudios rigurosos aseguran que pertenecía al grupo de conversos que en Toledo llevaban ese nombre. Indicio de ello era la condición de médico de su tío (en la primera mitad del siglo XVI aún era excepcional encontrar un médico de sangre no judía), así como su predilección por el Antiguo Testamento; también responde a esta idea la contestación que dio a un visitante que le preguntó si era hijo de un labrador al verlo trabajar la huerta del convento (No soy tanto como eso, que soy hijo de un pobre tejedor).

San Juan, como Santa Teresa, evitaba hablar de su linaje, imponiendo ambos en sus conventos una norma abierta de caridad en la que no contaba para nada el origen familiar; ambos proclamaron que “sólo virtud es nobleza y honra verdadera”. Su familia era pobre y del barrio de artesanos de Fontiveros donde nace San Juan, se trasladó a Arévalo seis años después en busca de trabajo, teniendo que acogerse a la caridad de Medina del Campo cuando, él, ya huérfano de padre, contaba nueve años.

Allí aprendió cuatro oficios: carpintero, sastre, entallador y pintor; y como no logró quedarse con ninguno de ellos, pasó a ser monaguillo y a pedir por las calles para los niños pobres de la Doctrina, y más tarde entró a trabajar en el Hospital de las Bubas y males contagiosos, simultaneando el trabajo con el estudio en el estudio de los Jesuitas. Como no le quedaba tiempo para estudiar durante el día, recurre a las noches y a su silencio para ello, terminando sus estudios en 1563, año en el que también entra como novicio en el Carmen de Santa Ana. ¿Qué sucedió para que un alumno excepcionalmente dotado como él abandonara los caminos de la ciencia y el saber de maestros como Fray Luis de León o “El Brocense”? ¿Acaso ciertas lecturas de este período explican este cambio de rumbo: neoplatónicos, Avicena? ¿Quizá alguna experiencia vivida?

En cuanto a la huella del Islam en su pensamiento, es evidente, ante todo, la conexión entre su “Cántico Espiritual” y “El Cantar de los Cantares” de Salomón, es evidente también la influencia de Garcilaso de la Vega, tanto en los temas como en la perfección y delicadeza de los sentimientos que describe; y por supuesto, de pensadores cristianos como San Dionisio Areopagita, cuya doctrina consiste en llegar a la perfección de la vida espiritual mediante la posesión de Dios por la unión amorosa, y también de su compañera en la tarea de reformar el Carmelo; se puede decir incluso, que San Juan procede doctrinalmente de Santa Teresa, sin que ello reste originalidad ni rigor a su doctrina;  sin embargo, no hay que olvidar que también Santa Teresa recibe influencias del pensamiento sufí en el sistema de símbolos que usa, concretamente con el símil de los castillos: siglos antes Algazel comparaba el corazón del hombre con un castillo asediado por multitud de enemigos, siendo las tentaciones del demonio como los ladridos de un perro feroz que quiere meterse dentro de sus murallas. Y ya en el siglo XVI, se extiende entre la espiritualidad musulmana la versión de la vida del hombre, y fuera de ella está Satanás.  Sin duda, Santa Teresa pudo conocer esta alegoría, más o menos deformada, y aplicarla a los siete grados de oración, lo mismo que hará San Juan en su “Noche oscura del alma”.

Pero ya ciñéndome más a la influencia concreta de figuras islámicas sobre su poesía, es evidente que Ibn-Abbad de Ronda (nacido en 1371), le influye decisivamente. Su idea de la “renuncia” será la base sobre la que se asienta el sistema místico de San Juan; según esa teoría, Dios es inaccesible a la criatura, no siendo algo que podamos sentir, imaginar, pensar o querer. Por ello, el místico debe buscarlo exclusivamente, con desprecio absoluto de toda criatura, y para lograrlo, el mismo Dios le envía estados de angustia y desolación (“quadd” o “aprieto” para ellos, “vía purgativa” para San Juan), alternando con momentos de inmenso consuelo (“vía iluminativa”). Los chadilíes de Al-Andalus ya expresaron en el siglo XI esa alternancia a través del símbolo Noche-Día, que tan trascendental resulta en el misticismo del santo. Asimismo, el concepto de renuncia lo encarnaban en símbolos como “purgación”, “desnudo”, “vacío”, “alejamiento”, o “libertad”, y es precisamente la coincidencia entre la terminología chadilí y la de San Juan, uno de los argumentos más importantes para probar su dependencia. Ibn Arabí de Murcia había dicho, algunos siglos antes: Lo serás todo, cuando hagas de ti Nada. ¿No es este pensamiento el origen de todos los pensamientos del santo sobre el tema? Llegados a este punto, cabe preguntarse cómo pudo llegar hasta él la cultura oriental... No tuvo que ser necesariamente de modo directo, sino que bien pudo ser a través de los moriscos recién convertidos con los que tuvo relación en Granada. Es muy probable también que esa doctrina musulmana rodase entre algunos cristianos, moros o judíos, oralmente, reducida a simples sentencias, igual que el Romancero había circulado siglos atrás y todavía lo hacía. Por otra parte, San Juan era muy culto, y su conocimiento del pensamiento místico musulmán es fácilmente demostrable. Durante su época de estudiante en Salamanca, tanto en la universidad como en el convento de San Andrés, sin duda escuchó en más de una ocasión las explicaciones de los textos del carmelita inglés John Baconthorp, cuya doctrina seguía exactamente el sistema del sufismo oriental de Algazel. También pudo conocer por este conducto muchas tesis de Averroes, entre ellas la de que Dios ha entregado a los hombres la revelación en forma de metáforas y símbolos. Sin embargo, es necesario y doloroso recordar que San Juan estuvo nueve meses preso en Toledo por el Tribunal de la Inquisición, y que intentaron acusarlo de “iluminista” por defender el contacto directo con Dios y no a través de los cauces institucionales; y también debemos recordar que la austeridad de la iglesia construida por sus discípulos en las Batuecas, sorprende precisamente en una época en la que la exuberancia y la riqueza eran importantísimas en la Iglesia, así como también nos sorprende su muerte en Úbeda, no rodeado de veneración precisamente, sino incomprendido y tratado con dureza por sus mismos hermanos de religión; por todo ello es por lo que se me antoja mil veces más admirable hoy la figura de aquel fraile “pequeño de cuerpo pero inmenso de alma”, como solía definirlo Santa Teresa.




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