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El mejor establo del mundo

Quien llega allí inadvertido esperando encontrar el refugio que promete desde lejos el magnífico edificio, se da de bruces con una barra americana para vacas, y experimenta tan aflicción, tal indignación, que hace inútil el buen propósito de denunciar el hecho utilizando el recurso del humor, por mucha gracia que, en principio, le haga a uno encontrarse a una vaca acostada en lo que pudieran ser suites de la segunda planta o rumiando el aperitivo en el lounge mientras el ternero lame el mostrador, o se rasca en un marco, o se asoma curioso a una canalización de aire acondicionado que a él, hecho al cierzo, le hace estornudar.


 
Felipe Calvo
Palencia, 1978


La vaca es un animal que me cae particularmente bien. A las razones obvias puedo añadir que, durante el verano y ocasionalmente en el invierno, las tengo en Polentinos muy cerca de mis sentidos y de mis sentimientos. Por eso, por lo que respecta a las vacas, registro con complacencia que la Excma. Diputación Provincial -según creo- las está permitiendo -es de suponer que en usufructo- el uso y el abuso de lo que, estoy seguro es, por esa libertad de la Excma. Corporación, el mejor establo del mundo. Y si no, que lo digan las vacas de la cabaña de Brañosera. Porque ¿en qué establo del mundo se puede tumbar una vaca -quien dice una dice veinte- en la barra de un lujoso Bar, o se puede asomar a terrazas ajardinadas colgadas sobre el valle que, además, ofrece pasto jugoso y abundante?¿en qué establo del mundo se le permitiría expulsar de su recinto a embestidas, al hombre intruso, reservándose para sí el derecho de admisión? ¿en qué establo del mundo dispone de tantas privacidad en segundas plantas con maderas nobles y vidrios dobles? ¿en qué establo del mundo podría hacerse del cuerpo en todo, sin la subsiguiente molestia de la operación de limpieza por parte de los bípedos? ¿en qué establo del mundo gozan su congéneres de accesos y servicios generales pensados para los, así llamados, seres inteligentes de las sociedades avanzadas? y, por último, ¿en qué establo del mundo puede hacer todo esto, y mucho más, sin que la toque una teta nadie más que su simpático ternerillo? Pues en ninguno más que en el Establo- Refugio de El Golobar, un alarde de buen gusto, mal calculado y, por lo que más quisiéramos no haber visto, peor gestionado, cuyo estado actual sí me alegra por mi simpatía a la vaca, me averguenza como palentino y, con perdón de los autónomos, como español.


Me había propuesto tratar este asunto por la vía del humor, pero no cabe el humor; es demasiado esperpéntico. En aquel paraje impresionante, al que se llega por una carretera labrada en la roca, una roca de varios kilómetros que ofrece a ambos lados hermosos brezos y sabrosos arándanos, en aquel paraje -digo- alguien, no sé quién, trató de hacer un refugio de montaña para hombres cuando, por lo visto, lo que allí se necesitaba era un redil y una cabaña. Quien llega allí inadvertido esperando encontrar el refugio que promete desde lejos el magnífico edificio, se da de bruces con una barra americana para vacas, y experimenta tan aflicción, tal indignación, que hace inútil el buen propósito de denunciar el hecho utilizando el recurso del humor, por mucha gracia que, en principio, le haga a uno encontrarse a una vaca acostada en lo que pudieran ser suites de la segunda planta o rumiando el aperitivo en el lounge mientras el ternero lame el mostrador, o se rasca en un marco, o se asoma curioso a una canalización de aire acondicionado que a él, hecho al cierzo, le hace estornudar.

Escribo, insisto, sin saber de quién es aquello, ni me importa. Estaría igualmente ofendido en el caso improbable de que un particular se hubiera dado el mal gusto, y se hubiera arruinado, en esta increíble trasmutación refugio-establo. Pero mucho me temo que sean organismos e instituciones de las llamadas públicas, los responsables de aquella indescriptible demasía. Id y ved para creer, palentinos; pasar por Brañosera bien vale este disgusto. Y, cuando lo veais, decidme si ya que no cabe el humor ante aquel panteón de millones, ante tamaño monumento a la despreocupación, ante tan gran desprecio al contribuyente, tampoco van a caber responsabilidades. Porque, si así fuera, si nadie fuese a responder al grito de condena que aquello arranca, cuando el próximo otoño subamos a saludar al viento recien hecho, a envolvernos de nubes que ruedan por la Sierra de Hijar, estrecharé la pezuña de la vaca y dejaré que me lama la mano su ternero, los únicos semovientes no responsables. Tan así lo creo que les llevaré un saco de hierba que este año ha sido buena la cosecha en Polentinos y no faltará quien me ceda unos canastos para el invierno de todos los animales del refugio.

Hace un mes que vengo retrasando el escribir lo escrito. Creía que el tiempo y la ocasión templarían esta invocación a la autoridad, moderarían la forma, suavizarían la condena... pero no ha sido así. Lo siento. No espero más; va como está. Quiero que los responsables -ya vereis como sale a relucir Fuenteovejuna- tengan tiempo de enmendalla: detener el vandálico despojo, reconstruir lo destruído, y darlo cometido reparando así el agravio social del abandono.

Si resultase que aquello no es de nadie, que nadie sabe para qué y cómo se hizo, que el asunto está tan complicado que lo mejor que puede hacerse es echárselo a las vacas, pues entonces, palentinos, apuntémonos a ternerillos para que no nos echen a cornadas de un refugio donde la única raza que cabría con razón sería la tudanca.






Felipe Calvo, humanista palentino. 
Ensayos y escritos en "Curiosón".

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