Rueda de Traficantes 4
Pagó el servicio y se dirigió a la cocina. Leyó el prospecto para saber cómo tomarlo e ingirió una pastilla. Se sentó allí mismo para esperar su efecto.
Froilán de Lózar | Xabier Gereño
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CAPÍTULO II
2
Cuando Jaime entró en su apartamento, caminaba con dificultad, aquejado de fuertes dolores. “¿Tendría roto algo en el interior de su cuerpo?” Un sudor frío, fruto más que nada de sus aprensiones, comenzó a invadirle. Aun cuando le vino la idea de buscar un médico, enseguida lo descartó y, mucho menos, acudir al servicio de urgencias del hospital o de alguna clínica privada, por temor a que descubrieran la causa real de su dolencia y a que interviniera la policía. “¿Qué debía hacer para aliviar el dolor que sentía, y que aumentaba con el paso del tiempo?” “Si tuviese en casa a alguna mujer… Ellas saben lo que hay que hacer en estos casos…”
“¡Karina!”. “Le llamaría.” Cogió el aparato, pero al instante volvió a dejarlo sobre la mesa.
“¿Sería prudente llamarle?” Probaría con una aspirina.
Intentó levantarse para ir a buscarla y el dolor se le hizo insoportable. Sí, llamaría a Karina. No le quedaba más remedio.
De nuevo marcó el número.
—Karina, soy yo.
— ¡Hola, Jaime! ¿Qué sucede? Tu voz suena rara, como desfallecida…
—Me duele todo el cuerpo… Estoy tirado en el sofá. No acierto a dar un paso.
—Puedes llamar a un taxi y que te lleve a urgencias.
—No, ni hablar. ¡No puedo hacer eso!
— ¿Por qué? ¿No puedes caminar? Pues llama a urgencias y que manden una ambulancia.
—No, no se trata de eso. Es que me han dado una paliza.
No quería decírselo por teléfono, pero tampoco quería estar dando rodeos para ocultar lo que se iba a saber más temprano que tarde.
— ¿Una paliza? –preguntó ella con extrañeza. ¿Quién te ha pegado?
—Ya te lo contaré en otro momento.
—Tomate un Nolotil.
— ¿Qué es eso?
—Una pastilla contra el dolor. Puedes comprarla en cualquier farmacia de guardia.
—No puedo salir. Al moverme me duele todo el cuerpo.
—Entonces te lo puede llevar a casa cualquier agencia. ¿Quieres que te dé el número de teléfono de una de ellas?
—Sí.
—Espera, se me ocurre otra cosa. Llamaré a una que nos atiende a nosotros y le pasaré el encargo para que te lo lleven a casa. Si necesitas algo más, llámame.
—Gracias, Karina.
Jaime, un poco más esperanzado, colgó el teléfono.
Durante los siguientes minutos permaneció quieto, porque cualquier movimiento, por pequeño que fuese, le producía dolor. Sonó el timbre y tuvo que levantarse. Se le hizo un infierno recorrer el corto trayecto desde su butaca hasta la puerta, pero no quedaba más remedio.
—Buenas noches, Señor –dijo un muchacho joven, con un casco en la mano, cuando la abrió –. Aquí está el nolotil que ha solicitado.
—Gracias –y extendió la mano para recogerlo.
Pagó el servicio y se dirigió a la cocina. Leyó el prospecto para saber cómo tomarlo e ingirió una pastilla. Se sentó allí mismo para esperar su efecto.
Transcurrieron los minutos y el dolor, aunque muy lentamente, fue aflojando. Entonces comenzó a pensar. Tenía que buscar una solución a la forma de traer la droga desde Galicia, porque los sistemas ideados por su suministrador habían fracasado. Con la última, eran ya tres las ocasiones en que la mercancía había sido interceptada por la policía en catorce meses y eso podría ser peligroso para él. Todo hacía pensar que en la red de Galicia actuaba un infiltrado de la “pasma”…
Sí, sería conveniente hacer un viaje a Galicia para poner las cosas en claro. Y también sería interesante ofrecerles alguna idea para hacer los envíos con mayor seguridad. Si ellos carecían de imaginación, él se consideraba un hombre de ideas. Buscaría algo…
De pronto, se levantó excitado.
— ¡Ya está! ¡Ya lo tengo!
Cogió el teléfono y marcó de nuevo el número de Karina.
—Karina, tengo que verte. ¡Es urgente!
— ¿Ahora mismo? –Preguntó ella sorprendida – ¿Sabes qué hora es?
—Sí, pero tengo que verte. Es muy importante.
— ¿Sucede algo malo? –y su voz sonó ahora preocupada.
—No, todo marcha bien.
— ¿Estás en condiciones de moverte o quieres que vaya yo a tu apartamento?
—Prefiero que vengas. Esto no se quita tan fácil.
—Está bien, ahora voy.
—Gracias, Karina.
Después de hablar por teléfono, Jaime se dirigió hacia el salón y se sentó en una butaca. Menos mal que no había sido tan duro como temía. La pastilla había surtido su efecto tranquilizante.
Reflexionó mientras esperaba. Una hora después, levantó la cabeza y dirigió su mirada hacia la puerta. Alguien, “ella, sin duda,” tocó el timbre y abrió a la vez por fuera de forma simultánea.
La entrada de Karina llenó la sala de luz. Jaime la contempló embelesado. No sabía si la presencia de Karina iba a solucionar algo, pero Jaime respiró de otra manera.
— ¿Quién ha sido el mal nacido que te ha pegado? –preguntó ella, sentándose en una butaca frente a él.
—Hombres de don Carlos. Él iba con ellos.
— ¿Don Carlos…? No lo entiendo. ¿Por qué te pegaron?
—Está molesto porque no le he informado de lo sucedido con la furgoneta. Ese hombre es el mismo demonio. Es endiabladamente inteligente y suspicaz… Se entera de todo. Lo controla todo. Incluso ha descubierto que Pedro, el muchacho que trabajaba para mí, vigilaba la furgoneta. Le han matado…
— ¿Qué han matado a Pedro? –preguntó ella sorprendida –. ¿Por qué?
—Este negocio es así de cruel. Cuando alguien está quemado y no es ya útil a la organización, entonces se le mata. Es la mejor manera de suprimir posibles testigos que algún día pudieran contar cosas. Los muertos no hablan.
—Pero las muertes, sí. Cuando la policía descubra el cadáver, abrirán una investigación y…
—Esta gente sabe cómo arreglarlo. En todos los sitios tienen infiltrados.
— ¿Cómo te encuentras? –preguntó ella examinándole con atención.
—Mucho mejor. El nolotil ha surtido efecto, pero no es de eso de lo que quería hablarte.
—Tú dirás…
—Quería preguntarte sobre Gina.
Karina hizo una mueca de extrañeza y prestó atención.
— ¿Y qué quieres saber?
—Quería saber si es de fiar. Con lo de la furgoneta y la desaparición de Pedro, me encuentro sin la posibilidad de traer la droga desde Galicia.
Karina le miró con el ceño fruncido. Ya iba entendiendo la urgencia de Jaime.
—Creo que ese no debiera ser tu problema. La solución deben buscarla los vendedores.
—No son inteligentes, fracasan con demasiada frecuencia y temo por mi seguridad. Además, si encontrase un medio seguro para traerla yo mismo, podría exigirles un precio más bajo.
—Y crees que Gina…
—Sí, me ha parecido una chica muy bella y muy inteligente. Ahora quiero saber hasta dónde llega su lealtad. Vamos..., si se puede confiar en ella.
Karina no dejaba de negar con la cabeza, mientras frenaba su proyecto con las manos.
—No la conozco lo suficiente como para asegurarte su lealtad. Claro que, el dinero hace milagros, es capaz de comprar fidelidades. Sólo sé que Gina Fanfani es natural de Mesina, en Sicilia, y allí saben muy bien lo que es la mafia.
— ¿Sugieres que es mafiosa?, ¿Cómo ha llegado hasta nosotros?
—Por lo que sé vino en un viaje turístico, formando parte de una excursión organizada por una Agencia. Una noche visitaron una sala de fiestas, conoció allí a una italiana que trabajaba como camarera y a través de ella se enteró de lo que podía ganar trabajando de noche. Era más que en Sicilia y decidió quedarse. Yo necesitaba una chica, visité varios clubs de alterne, me gustó ella, le contraté y estoy contenta. Gina gana bien y los clientes están encantados. Eso es todo lo que sé sobre ella. Eso es todo lo que necesito saber.
Jaime seguía en su mundo.
—A mí también me agradó. Es educada y elegante… Estoy pensando que, al volante de un coche de lujo podría pasar la mercancía sin que interviniese la policía. Imagínate, una turista, sola, elegante, ¿Quién puede sospechar nada malo de ella?
Karina guardó silencio y Jaime detuvo su relato.
— ¿No te gusta la idea? –preguntó.
—Sí, sí… –accedió ella saliendo parcialmente de su abstracción.
Jaime se mostró distendido.
—Si accede, puede ser una buena solución. Mañana iré a verla y le sondearé. ¿Qué horario tiene?
—Por la tarde, a partir de las siete.
—Le haré una oferta tentadora –añadió Jaime con la mirada ausente. Luego dirigió sus ojos hacia ella – ¿Cómo anda de dinero? ¿Sabes si es exigente en materia económica?
—Como te he dicho, gana bien.
— ¿Pero cuánto? Necesito saberlo para negociar.
—Sólo lleva conmigo dos semanas. Se levanta unos 2000 euros a la semana. La reservo para los clientes más selectos… Puede hacer carrera en su oficio y… quién sabe, quizás reciba alguna oferta más personal y tentadora que le haga salir de mi negocio…, -se detuvo en seco para rectificar enseguida-, perdona, de nuestro negocio... Desde luego, yo la veo pronto como esposa o amante de un pez gordo...
—Tengo que hablar con ella antes de que eso suceda. La veré en cuanto pueda dar un paso, cuando comience a trabajar. Resérvamela, por favor.
—Sí.
— ¡Ah!, ¿quieres tomar algo? –preguntó Jaime, e hizo ademán de levantarse, desistiendo enseguida–. Perdona, creo que vuelven los dolores.
—Hay unas inyecciones contra el dolor mucho más efectivas que las pastillas.
— ¿Sí? Las compraré.
—No te las darán sin receta.
— ¡Maldito don Carlos!
— ¿Conoces algún médico de confianza?
Jaime hizo un gesto de enfado.
— ¡No! Nunca he tenido necesidad de acudir a ellos… –Luego tuvo una idea–. ¿No habrá alguno entre tus clientes? ¿Alguien que sea discreto?
Karina parecía inquieta. Jaime se dio cuenta de su preocupación.
—Perdona, no sé lo que digo. No quiero complicarte en esto. Supongo que, si no tengo nada roto por dentro, estos dolores se me pasarán en un par de días. Lo soportaré...
Karina habló por fin.
—Si puedes aguantarlo, mejor. Como tú bien has dicho, Don Carlos es astuto e inteligente, y seguro que les dio órdenes adecuadas a sus gorilas para que te arreasen sin causar daños que pudieran requerir una exploración médica.
—Sí, es posible –accedió Jaime pensativo. Luego habló más animado–. Mañana o pasado os visitaré y sondearé a Gina. Si todo va bien, puede que le ponga a trabajar para mí.
Karina consultó su reloj.
—Se hace tarde. Tengo que irme.
—Sí, claro –concedió él, haciendo ademán de levantarse. —Lo siento…
Karina, de pie, colocó la mano derecha sobre uno de sus hombros.
—No te muevas. Abrígate bien y vete a la cama. El calor y el reposo son buenos para las caídas y los golpes. Deberías guardar cama, o estar en reposo varios días. Si quieres puedo enviarte a Gina a tu casa mañana por la tarde. Será menos penoso para ti.
Jaime asintió.
—Me parece una buena idea.
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© XABIER GEREÑO-FROILÁN DE LÓZAR
RUEDA DE TRAFICANTES
© PORTADA Y MAQUETACIÓN: Froilán De Lózar
ISBN: 9789464855098
Primera Edición, Julio de 2023
Impreso en España
Editado por Curiosón
https://www.curioson.es
publicado vía Mibestseller.es
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© Curioson
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