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Rueda de Traficantes 14

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Regina Cuevas llevaba la representación de “Modas Marconi”. Una amiga le había pasado el testigo hacía ya cinco años.


Froilán de Lózar | Xabier Gereño


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CAPÍTULO X

1

Regina Cuevas llevaba la representación de “Modas Marconi”. Una amiga le había pasado el testigo hacía ya cinco años. Pese a la férrea conducta impuesta en casa, por la condición militar de su padre, la muchacha no se detuvo hasta independizarse de sus progenitores. Dejó los estudios definitivamente y aprovechó la ocasión que le llegaba de manos de su amiga para aliviar su situación económica. Hasta entonces, la hipoteca del piso y los gastos de la casa los cubría trabajando a destajo en los más dispares oficios, desde enseñar a bailar salsa en un local nocturno de Santiago, hasta el reparto de publicidad o la limpieza por horas en comunidades y almacenes.
Un día, su amiga Sara le anunció que iba a dejar su trabajo.
“Mi puesto queda vacante”. “Si lo quieres, te presento a la jefa”.
Y en aquel momento vio los cielos abiertos. Al principio, el trabajo se limitó a bordar pequeños encargos, y era obvio que aquello no colmaba el espíritu inquieto de la joven. Hasta que, corriendo el tiempo, alguien le propuso para ventas.
Aquella noche, después de despedirse de Blas, mientras caminaba hacia la casa de su madre, con la que vivía desde la muerte de su padre, pensaba en las dificultades tan grandes que había tenido que sortear para llegar al lugar donde ahora mismo se encontraba.
Los primeros meses en el departamento de ventas fueron muy duros. Ella iba pregonando su producto por las plazas de los pueblos, aprovechando los días de mercado y, sobre todo, visitando las pequeñas tiendas de los barrios más humildes de la ciudad. Las piezas que se vendían eran contadas y muchos días regresaba al almacén con la carpeta de pedidos en blanco. Los comerciantes se quejaban constantemente de los impuestos y los gastos tan elevados que implicaba el mantenimiento de un negocio. Este tipo de negocios asumía además un riesgo permanente. Por lo general, debían hacer sus pedidos de temporada con medio año o más de antelación y es cierto que muchas veces el tiempo se truncaba y, con las estaciones de primavera y verano locas, se reducían de forma considerable las ventas y se desataba el llanto de estos pequeños autónomos que siempre estaban viendo naufragar su barco.
Lógicamente, como buena vendedora, su primera interpretación, después del apretón de manos, consistía en apechugar con todas las historias que la contaban. Aquello la mortificaba, sí, pero también aprendía cosas, métodos que iba asimilando y servían luego para proponérselos a otros propietarios agobiados.
Los comienzos fueron muy duros.
Al mirar hacia atrás, tenía la impresión de haber vivido ya mil años.
De improviso, una mañana, la dueña la comunicó que iba a vender el almacén a una importante firma de Madrid. No supo nada más. La señora no la explicó el motivo y ella tampoco quiso averiguarlo. Los malos presagios que a pequeña escala corrían por la columna vertebral de sus clientes, debían haberle hecho mella a su dueña, que por motivos personales no quería reactivar el negocio ni con campañas de publicidad, ni mucho menos con una ampliación de mercado que –por otro lado, era consciente– iba a implicar un fuerte desembolso. Eso sí, le tranquilizó el hecho de que el nuevo propietario respetaría su puesto de trabajo. Pasaron los días y fue alcanzando nuevos puestos de responsabilidad en aquella casa. Era la misma en la que había empezado cosiendo trapos, pero tenía otra dimensión, había ganado mucho prestigio y era cita obligada de las primeras modelos del país. En la actualidad, a propuesta de la casa principal, recibía en su domicilio un billete de avión para acudir a otros países, intercambiar opiniones, y adquirir material de importantes modistos europeos, que luego se comercializaría en España a través de su casa. La próxima semana tenía que viajar a Copenhague. No sabía inglés, era una asignatura pendiente, pero aquello no limitaba su valía. Cuando un producto no era de su agrado, porque entendía que en España no tendría salida, lo comunicaba a través del intérprete que el dueño le había asignado.
Miel sobre hojuelas. No sólo le motivaba su trabajo, sino que, además, recibía el apoyo preciso y puntual de aquella mano oculta que la mantenía.

2

Regina llegó a la altura del portal. Extrajo una llave de su bolso y, cuando estaba a punto de introducirla en la cerradura, un brazo la rodeó el cuello, mientras que, el mismo individuo, con la otra mano, le aplastaba sobre la cara un paño empapado en algo que la hizo perder la noción del tiempo. Cuando sintió el abrazo brutal, forcejeó con rabia para deshacerse del intruso, pero no pudo. A una indicación de Fausto, Luciano se acercó con el coche y entre los dos la tumbaron en los asientos traseros del twingo blanco, saliendo poco después de la ciudad, en dirección hacia Madrid. Desde Lugo, Luciano realizó dos llamadas telefónicas. Una a don Carlo, indicándole que iban hacia Madrid con la muchacha y otra a Blas Ledesma, conminándole a que dejara la investigación.
—Espero que esto sirva para detener a ese individuo. He llamado esta mañana a la dirección del periódico, haciéndome pasar por un compañero de Blas Ledesma y estaban decididos a publicar el reportaje en las páginas especiales del domingo…
—El jefe tiene miedo –habló Fausto, que estaba en otra honda, quizás con miedo a morir a manos de su propio compañero – Nunca le había visto tan preocupado y, la verdad, no entiendo bien por qué. ¿Quién está al tanto de sus negocios que pueda perjudicarle…? Vive en una zona privilegiada, oculto al mundo…
Luciano volvió un momento la cabeza al asiento trasero, donde aún seguía inconsciente la novia del periodista.
Iban hacia Madrid,  camino de la finca del jefe. Pasarían allí el tiempo que fuera necesario hasta que el periodista cediese a su petición y ellos devolvieran a la chica. Pero ¿Qué sucedería si este seguía adelante con la historia? ¿La matarían?
Tendrían que matarla. ¡Con lo linda que era!
Y Luciano pensó que, de todas formas, aquella muchacha linda estaba más muerta que viva. Luego retomó el hilo de la conversación:
—Nadie escapa al ojo de la sociedad. Ahora mismo hay más cadenas privadas de televisión, más periódicos. Ahora hablamos de estrellas del periodismo. Antes sólo importaba la noticia. Es más, hay empresas que siguen observando esa filosofía… Pero ahora mismo arrasan las revistas del corazón, los programas rosas de la radio y la televisión compite por mostrar la vida privada de los famosos. El público es el que manda y quieren eso. Los periodistas se enfrentan a un cúmulo de interrogantes: ¿Hasta dónde nos está permitido llegar?
Pero llegan porque la continuación del programa y su propio futuro dependen de que lleguen…
—Pero son famosos –replicó Fausto – Hasta cierto punto les interesa que, bien o mal, hablen de ellos… Sin embargo, don Carlos no lo es.
Luciano, que había leído el libro de Gabriel García Márquez, “Historia de un secuestro”, le puso como ejemplo al traficante colombiano Escobar que, al fin, después de grandes dudas, había accedido a entregarse y liberar a los periodistas que mandó secuestrar para presionar al gobierno de la nación, implicando a importantes personajes de la vida civil.
Carlo Volpini era una especie de prestigioso bandolero. La policía debía saber hasta dónde llegaban sus tejemanejes, hasta qué punto estaba implicado en el sabroso bocado del narcotráfico, pero necesitaba la colaboración de una mano delatora, la orden del juez para entrar en su mansión y, sobre todo, pillarle como vulgarmente se dice, con las manos en la masa.
Lo sabían los jueces, los periodistas, la policía…pero nadie parecía dispuesto a dar el primer paso.

3

Blas Ledesma estaba desolado. En ocasiones anteriores había ensayado pequeños artículos sobre lo que debe sentir un secuestrado. Muy pocas veces, por descuido, porque casi siempre se buscaba al protagonista de la noticia, se había detenido en la congoja y el desafío que esto suponía para los amigos y familiares de la víctima. Él, además de víctima, se sentía culpable, porque su trabajo había sido la causa del secuestro de Regina.
¡Regina!
¿Qué podía hacer por ella?
Esperaba una llamada que desmintiera la amenaza. En su interior alimentaba una esperanza de no verse envuelto en la noticia. En su empresa, un empleado tenía casi prohibido ser noticia. ¿Y si llamaba a la policía? Estudió una vez más el borrador donde se detallaba paso a paso el movimiento de una organización de traficantes, que desde hacía varios años se surtía de droga en aquella ciudad. Pedro Tazo, uno de los supuestos implicados, había muerto en un parque de Madrid, por lo que el periodista calificaba de un ajuste de cuentas. Era probable que la publicación de aquel informe ahuyentase a los implicados, exigiendo la intervención de la brigada de estupefacientes, pero salvo los detalles de la puesta en libertad bajo fianza de Pedro Tazo en A Coruña y su muerte brutal meses más tarde en la capital de España, nada indicaba que aquel informe pudiese llevar a los peces gordos a la cárcel.
Salvo…  un detalle.
Ahora lo comprendía todo.
Modas Marconi. Aquel nombre encerraba la clave. Detrás de aquel nombre se escondía un poderoso traficante. Decidido, marcó el número del redactor del “País” en Madrid.
—Me siento como un maldito debutante… Estoy a un paso de tirar la toalla…
Al otro lado, la voz pareció cortarse unos momentos.
— ¿Qué voy a decirte, Blas? Esto forma parte de nuestro oficio. Mucha gente cree que un reportaje está escrito ya en las efemérides del periódico. Tú y yo sabemos que no es así. Hay que dedicar muchas horas a la investigación, porque un error, un comentario, puede implicar a personas inocentes. Y, al contrario, la ausencia de información puede llevar lejos a una red que se dedica a extorsionar, cuando no a vender muerte.
Blas se sentía reconfortado con aquellas palabras, pero no era bastante. No encontraba el camino para salir de aquella dársena. Uno estaba en el mundo, se sentía fuerte mientras inventaba historias, se sentía capaz de poner una breve y acertada indicación en los escarnios de los demás; se mostraba esclarecedor y apoyaba todas las iniciativas pacíficas a la hora de solventar el secuestro de los otros; sin embargo, cuando los males llamaban a su puerta, toda la filosofía que antes utilizó para calmar una posible reacción de venganza de las víctimas, se volvía contra él y las palabras de los demás en este sentido le ataban más y más al fondeadero.
— Me han advertido que no avise a la policía, que si lo hago matarán a Regina. Lo mismo que si entrego al periódico la información que tengo.
— ¿Qué vas a hacer?
La pregunta era casi una invitación al suicidio.
— ¿Y a ti qué te parece que haga?
El otro pareció darse cuenta. Le había llamado para pedirle un consejo, no para que con los interrogantes ahondara más en sus heridas.
—Yo creo que debes llamar a la policía y seguir adelante con la investigación. El miedo es libre, pero si hoy te sometes al chantaje, mañana seguirán extorsionándote.
Aquella era la única puerta a la que llamaría. Tumbado en la cama, abrió la novela de Dean Koontz, “Espejo mortal” y durante más de una hora se perdió en sus páginas. Le gustaban las novelas de intriga. Robin Cook, Mary Higgin Clark… pero cuando cerró el libro se dijo que tendría que volver al principio cuando pudiera concentrarse, porque la ausencia de Regina era un fragoso que le martilleaba sin piedad.
Y estaba sólo frente al mundo. Llenos sus pensamientos de incógnitas. Sin otro aliciente que los recuerdos bordeando en ocasiones el espejismo, como si todo hubiera sido un sueño: el aliento de Regina, su cuerpo en su cuerpo, sus palabras mitigando el dolor, la opresión que le imponía su alejamiento. Incluso el dolor parecía un experimento grato cuando se vivía un amor tan intenso como el que habían vivido ellos.
Así estuvo mucho rato, hasta que abrió los ojos y se encontró con el defraudador espejo.

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© XABIER GEREÑO-FROILÁN DE LÓZAR
RUEDA DE TRAFICANTES
© PORTADA Y MAQUETACIÓN: Froilán De Lózar
ISBN: 9789464855098

Primera Edición, Julio de 2023


Impreso en España
Editado por Curiosón
https://www.curioson.es
publicado vía Mibestseller.es

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©  Curioson

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