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Aventura de alta montaña


Siempre, en nuestros años de juventud, quisimos emprender aventuras. Nuestra edad nos lo estaba demandando a cada paso y nuestro espíritu inquieto y aventurero de por sí, aportaba también su granito de arena en pos de la misma causa. Así que, aprovechando que uno de los amigos tenía una casa familiar en plena Montaña Palentina, en la localidad de San Juan de Redondo concretamente, decidimos pasar en ella los días de una Semana Santa.


Aventura en la alta Montaña Palentina

Aventura en la alta Montaña Palentina

Nada mejor que huir del mundanal ruido y encontrar paz y sosiego para esos días, propios, por otra parte, para la reflexión y el descanso. Todo ello, antes de que se extendiese en nuestro país el boom de las casas rurales. Aunque en nuestro caso, el descanso brillase por su ausencia, porque nuestra idea de principio era salir cada día a la montaña en pos de aventuras de cualquier tipo que se nos presentasen: esquivar, que no luchar, ante la presencia de algún oso que tuviera a bien cruzarse en nuestro camino, adentrarnos en algunas de las cuevas del lugar, ver con nuestros propios ojos la bocamina de alguna explotación de carbón de aquel sitio, emocionarnos al descubrir el nacimiento del río Pisuerga que recorre la provincia de norte a sur y que tenía allí mismo su nacimiento…, y, en general, deleitarnos con el paisaje.

Pero cualquiera de estas aventuras quedaría mermada en intensidad, ante la que decidimos emprender el último de los días de nuestra estancia en el lugar. Consistía en llegarnos andando a través de la montaña, escalando riscos y promontorios, descendiendo a valles y depresiones, hasta otro pueblo de aquel norte provincial que, según nuestros cálculos habiendo consultado un pequeño mapa de bolsillo, debía encontrarse tras aquellas montañas que teníamos al frente. Y contando sólo con aquel pequeño mapa y ciertas dosis intuitivas de alguno de los amigos. Que siempre sostuvo que la distancia más corta entre dos puntos era invariablemente la línea recta. Claro, no sé si contaba con que en nuestro caso la línea recta surcaba necesariamente valles y montañas.

Como profanos en la materia, no calculamos el tiempo que necesitábamos en tamaña aventura y, cuando estábamos en lo más alto de una de las montañas, comenzamos a notar que las horas de luz iban mermando y que muy pronto llegaría la noche. Y nosotros perdidos en medio de la montaña, sin ningún tipo de comunicación, ni artilugio susceptible de poder detectar nuestra presencia en aquel paisaje (el teléfono móvil ni siquiera se había inventado todavía).

En esos pensamientos andábamos, cuando alguien del grupo pareció divisar al fondo de una especie de valle, un pequeño chozo o refugio de montaña. Hecho el descubrimiento y comunicada a todos la buena nueva, lo celebramos con profusión y en cada uno de los rostros se nos colocó de pronto un gesto de alegría y corrimos montaña abajo a su encuentro. Y, en efecto, allí estaba el refugio, presto para poder ocuparse y ofreciéndonos a nosotros la mayor de sus prestaciones: ser nuestro cobijo para pasar la cruda noche dentro de él. Con total presteza y antes de que la noche cayese definitivamente sobre aquellos parajes, recogimos toda la leña que nos fue posible en los alrededores para poder encender un fuego en su interior y poder calentar nuestros fríos y ateridos cuerpos. Y como la noche devino fría en exceso –en los alrededores incluso se advertía la presencia de nieve helada-, y aunque el fuego continuamos avivándolo incluso durante muchas horas de la noche, el frío penetraba no obstante en el interior del refugio por todos los costados y apenas si nos dejaría conciliar el sueño algunas horas. Si larga y fría fue la noche, el amanecer, en cambio, fue espectacular en aquel valle rodeado de montañas; y hasta el sol quiso acompañarnos bien temprano para caldear un poco el ambiente. Con las luces del día y con el sol como compañero de viaje, parecía como si todo nos resultase mucho más fácil; y la intuición misma nos hizo llegar hasta lo alto de otra de las montañas desde donde se observaba ya con meridiana claridad un pueblo. ¿Sería el que íbamos buscando?. La alegría se nos plantó de nuevo en el rostro, y con ella colocada ya permanentemente en todos nosotros, llegamos al cabo de poco tiempo a un camino que nos condujo hasta las primeras casas del pueblo. Aquello era ya coser y cantar para nosotros, las calles llanas y bien asfaltadas; en tanto las chimeneas de las casas del pueblo arrojaban su humo al exterior como signo de civilización. La localidad era Brañosera.

De vez en cuando, desde sus calles mirábamos a lo alto de la montaña y hasta nos parecía imposible que hubiésemos estado allí arriba y que en medio de ella hubiésemos pasado la noche, en aquel refugio tan proverbial que la suerte misma nos puso en el camino. Ya teníamos una pequeña aventura que contar en el futuro a nuestros hijos.

Imágenes: José Luis Estalayo
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Abr2025 | +250👀





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3 comentarios en el blog:

  1. La montaña es impredecible, no se puede planear una cosa así a la ligera, las cosas que parecen estar cerca están más lejos de lo que pensamos, pero bueno, final feliz con la llegada a un pueblo con mucha historia, ¿No está considerado el primer pueblo con ayuntamiento? Un bonito destino para una primera escapada.

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  2. Alfonso Santamaría Diez15 mayo, 2025 13:15

    Interesante ´Aventura de alta Montaña´ en tus años de juventud en una Semana Santa, que me ha traído recuerdos de la Tragedia de los Faquires, que ocurrió en una Semana Santa de hace 68 años, con la diferencia de que la aventura de los Faquires, en su ascenso al Curavacas, se vieron sorprendidos por una tormenta de nieve y los tres jóvenes montañeros se precipitaron al vacío. La vuestra fue una aventura inolvidable al perderos en la montaña y pasar tanto frío, pero al día siguiente con el sol se os olvidaron las penas. Buena travesía desde San Juan de Redondo a Brañosera, en dos días.
    Impresionantes las fotografías de José Luis Estalayo.

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  3. Es normal esa sensación que apuntas de calcular las distancias a voleo. Y subes a una cima y ves que hay que librar otra y subes a la otra y así buen rato librando cimas. Pero sí es verdad que al final siempre encuentras un chozo, un rincón entrañable, un valle verde, un pueblo. Buen paseo, Javier. Un abrazo.

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