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Unas palabras para mi padre

Como aquel del soneto que Violante le demandaba a Lope de Vega, mi madre me anima a que escriba unas líneas a la memoria de mi padre en esta semana que, a modo de homenaje, le dedica el Curiosón. Hace aproximadamente siete meses, un autor muy querido y admirado por mi padre (que tenía muchos), el leonés Tomás Sánchez Santiago, escribía que su muerte era la que más le había impresionado al conocerla (y coincidió con la de Sánchez Dragó) y que aquélla se había producido discretamente, sin hacer ruido. Y aquellas palabras me traen a la memoria una característica suya que sobresalía por encima de las muchas y buenas que en su persona atesoraba: la humildad, me corrijo, la HUMILDAD.




ALVARO RUBÉN GARCÍA ARROYO
Noviembre de 2023


Pues como él bien sabía, tirando de aquellas palabras de Marco Aurelio, “pronto lo habrás olvidado todo, pronto todos te habrán olvidado”, la poesía, que es una de las artes más excelsas, seguramente una de las que más pueden conmover las pasiones del alma (con tanta inmediatez y fuerza como la música), es también, como aquélla, una de las más minoritarias (me refiero tanto a la buena música como a la buena poesía). Un día le preguntó su peluquero cuál era la utilidad de la poesía, y su respuesta fue clara e inmediata: “pues cuando tienes una depresión es casi lo único que te puede sacar de ella”. Y aquella respuesta pareció convencer al bueno de su peluquero.

Mi padre bien sabía que en este mundo nuestro lo que más abunda es la vanidad, y que cuanto más mediocre es una obra, más alardea el autor de su arte. Recuerdo no hace demasiado tiempo una reunión de “artistas” en una terraza de un bar y cómo alguno que se tenía por tal parecía llevar la voz cantante mientras su grupo de corifeos le escuchaba, asentía y adulaba. Sabía también que, como indicaba Machado, esto que para nosotros es tan necesario y vital como el aire que respiramos, para el común de los mortales no significa nada y así es tenido en poca o ninguna estima. Por eso no es infrecuente que vayas a un acto cultural y observes que los políticos de turno sigan con más atención los mensajes de su móvil e incluso respondan con voz potente a una llamada mientras se interpreta una pieza de un tal Bach, de un Beethoven o de un Chopin, quiero decir, gente totalmente intranscendente y que no aportaron gran cosa a la humanidad, o se pronuncia una conferencia sobre unos tales Blas de Otero y Gabriel Celaya, que vaya usté a saber quiénes fueron y además “total, a mí qué narices me importa”.

Sabía mi padre (o tal vez yo, que fue quien lo encontró y no dijo nada) que un día, en una casa familiar, te puedes encontrar uno de tus libros, publicado por la nada fácil circunstancia de haber obtenido un premio en un concurso de poesía, tirado por el suelo, pisoteado y deslustrado, o bien en otro lugar -donde también me lo encontré yo- uno hecho trizas y convertido en papel de notas sobre el que escribir cualquier necesidad perentoria de la vida -que por supuesto tiene más valor para el destinatario del libro- o, pongo por caso, encontrarte que el libro que en su día dedicaste a un conocidísimo personaje público se lo puede acabar encontrando otra persona -de nuevo fui yo- al adquirirlo por internet. No sabemos si por falta de interés o de espacio en su biblioteca, el caso es que aquel personaje se había deshecho del mismo, es decir, que ni siquiera valoraba el hecho de que otra persona se lo hubiera dedicado, y no por compromiso, precisamente.

Recientemente me decía uno de los mejores alcaldes de nuestra provincia, tras un día en el que se podía sentir merecidamente orgulloso por el logro obtenido para su pueblo, que me agradecía mi felicitación pues, según él, era una persona comprometida con la cultura. A lo que le contesté que lo había tenido fácil con el ejemplo recibido en casa, siendo precisamente palentinismo y compromiso las dos palabras -junto con la que abría estas líneas- que primero me vienen a la cabeza al pensar en mi padre. A veces tengo que escuchar la recriminación de mi querida madre, que me dice que los frutos de mi labor los cosechan otros, que ni siquiera mencionan mi nombre. Y siempre pienso lo mismo, mi padre seguramente lo habría hecho así. La gente sabe de sobra quién es el que hace esto o aquello, o lo de más allá, suelo responder. Como alguno dijo un día, “alguien tiene que hacer las cosas”. Anhelar la palmadita en la espalda, la foto en la rueda de prensa, etc., son vanas flores de un día que uno no busca cuando tiene claro que eso son “vanidad de vanidades y nada más que vanidad”, como diría Kempis. Lo contrario, por desgracia tan habitual en toda época, es alimentar el ego, creerte más importante que los demás, buscar la felicidad donde no se encuentra.

Todas las artes son de un modo u otro efímeras, como lo es la propia existencia humana. Mi padre lo sabía seguramente desde que decidió consagrar su vida a la poesía. Y eligió la opción correcta: la humildad, la cual tuvo por bandera hasta el final. En ella residía su grandeza, porque era auténtica.












El Álbum











3 comentarios:

Froilán De Lózar dijo...

Como buen artista, heredaste el perfil humilde de tu padre. Qué razón tenía Marco Aurelio. Cómo se van las gentes, cono nos vamos y no queremos ser conscientes de que todo ese fulgor que ahora despiertan tantos divos y famosillos, será polvo en dos días.
Marcelino, tu padre, tuvo varias ventajas. Vivió arropado por la poesía, que es lo que los demás utilizamos para curarnos; vivió atado por amor a una mujer extraordinaria, que es tu madre; vivió con sencillez, con humildad, que es como se saborean de verdad las cosas. Tuvo todo lo más importante. Y aunque ya no esté, nos dejó su poesía. Esos libros que te encontraste por el camino, perdidos, tirados, malvendidos, son señales.
Gracias por estas letras que nos llevan a ellas. ¡Feliz Navidad!

carmen casado linarejos dijo...

Querido Álvaro : Me ha gustado tu recuerdo a una de las cualidades de tu padre que yo siempre he admirado: la HUMILDAD. Virtud poco apreciada entre nosotros, siempre atraídos por la luz tan efímera, inútil y cegadora del momentáneo reconocimiento de una multitud tan superficial como olvidadiza. Siempre he rechazado a los soberbios, vanidosos, ególatras estúpidamente atraídos por una fama que nada aporta a nadie, salvo a su inmediata satisfacción. Por eso, y por mucho más, admiré siempre la personalidad de tu padre: nunca buscó la gloria, ni la fama y eso engrandece aún más su figura. Valoro tus comentarios por ser tan exactos y tan necesarios al recordar la personalidad de tu padre, quien nunca se esforzó por alcanzar fama, pero la halló por el valor de su obra.

Alfonso Santamaría dijo...

Qué gran padre, qué gran mujer, qué gran hijo, familia repleta de sabios artistas, humildes, cercanos, amables, bonachones, agradecidos, conformistas, entregados en cuerpo y alma a la vida y a los mortales. Qué orgulloso estará, Álvaro, tu padre, qué orgullosa tu madre por tus palabras tiernas, agradecidas, cariñosas, sinceras, salidas de tu corazón enorme.

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