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Arthur Rimbaud, mito de la literatura moderna

La vida y la obra de Jean Arthur Rimbaud forman uno de los mitos más importantes de la literatura moderna


Es la suya una personalidad tan sorprendente, que se le han asignado a la vez los calificativos de iluminado y psicópata.



Compuso a los diez años su primer poema, y dejó de escribir a los diecinueve, cuando se encontraba en la cumbre de su genio; pero antes, a los ocho años recién cumplidos, escribía en su cuadernillo de notas: “¡Diantre! Yo seré rentista. No tiene nada de agradable eso de gastar los pantalones sobre los bancos de la clase...”

Su presencia en el mundo literario puede ser comparada con un fugaz meteoro que cruzó los espacios de la Poesía, dejando un resplandor que iluminaría ya para siempre a todos aquellos que se acercan a ella.

Nacido en Charleville en 1854, su pequeña ciudad lo ahogaba, y dice de ella: “Mi ciudad natal es superiormente idiota entre las pequeñas ciudades de provincias; me muero en la vulgaridad, en la maldad, en el claroscuro”. Fue buen estudiante (el primero de la clase, muy respetado por sus profesores), y fue también un niño solitario y de carácter difícil, cuyas únicas diversiones eran la lectura y los juegos en el río, aburriéndose profundamente en la mediocridad de su vida.

Tampoco fue grata la relación que mantuvo con su madre, una severa e intransigente campesina llamada Valerie Ciuf; su padre, oficial de infantería, acaba yéndose de casa al no soportarla, y Arthur guardará siempre el mismo deseo. A los diecisiete años decide hacerse revolucionario (“todo menos trabajar”, será su lema), y su madre lo expulsa de casa.

En una larga carta escrita entonces a un amigo, perfila ya su concepto de la poesía: “El poeta –dice- no ha de ser simplemente un artista, sino un verdadero vidente”.

Su tempestuosa relación con Paul Verlaine marcará gran parte de su vida, y dejará en ambos poetas una intensa huella. Sus contradicciones le llevan a pasarse días enteros encerrado en un armario cuando rompe con él, y se dedica a aprender el ruso y el árabe. Le obsesiona entonces la idea de enriquecerse, y marcharse “donde sea y como sea”; pasa a Chipre, donde trabaja en una empresa de construcción, enferma de tifus, y se traslada más tarde a Egipto, dedicándose luego al tráfico de armas en Abisinia.

Es en estas fechas (1886), cuando la revista Vogue publica parte de sus Illuminations, en versos libres muy apreciados después por el Surrealismo, ya que modifica en ellos las leyes de la lógica hasta llegar a algunos poemas totalmente incomprensibles.

Consigue ser un hombre rico, pero en febrero de 1881 comienza a sentir las molestias de un tumor canceroso de origen reumático y sifilítico, por lo que regresa a Marsella y le es amputada una pierna, muriendo al poco tiempo después de una horrible agonía sólo atenuada por la morfina.

Esta muerte tan llena de desolación, esa vida tan provocativa y original, convierten su figura en alguien inquietante y a la vez atractivo ante nuestros ojos. La imagen del poeta homosexual, consumidor de hachís y bebedor de absenta, cínico y orgulloso, se nos presenta hoy teñida de los más sombríos tintes, y adivinamos a la vez tras ella, a un hombre inmaduro, necesitado de afectos maternales desde su infancia, genial, y profundamente solo. Nos impresiona su destino, movido tal vez por las fuerzas diabólicas a las que en ocasiones invocó.

Su obra es tan breve como extraordinaria: apenas algo más de cien poemas, escritos entre los catorce y los diecinueve años.

Igual que su amigo Verlaine, Rimbaud defiende la música como lo más importante de la poesía, siendo necesario según él, que el poeta sea capaz de fundir hábilmente la música y las sensaciones en un mundo evocador adecuado. Rechaza también la retórica de la poesía anterior, creyendo que el poeta debe crear un mundo diferente.

En su visión idealista y religiosa del mundo, el poeta, el que crea (el “poiein” de Baudelaire), recibe a través de la palabra la facultad de actuar sobre las cosas y de crear nombrando; en este sentido, Rimbaud pudo creerse “el igual de Dios”, y también es en ese aspecto en el que opone a la poesía trivial esa lengua “que será alma para el alma, resumiéndolo todo, perfumes, sonidos, coolres... una lengua objetiva que puede cambiar el mundo” (sin embargo, es tristemente constatable que Rimbaud no consiguió cambiar apenas nada durante su vida).

Cuando en 1871 publica el poema de las vocales, ya nos presenta en él un perfecto compendio de su teoría de las correspondencias y de las sinestesias:”¡Inventé el color de las vocales! A, negra; E, blanca; I, roja; O, azul; U, verde”; regulé la forma y el movimiento de cada consonante, y con ritmos instintivos, presumí de inventar un verso poético accesible, un día u otro, a todos los sentidos... Escribí sielencios, noches; anoté lo inexpresable. Fijé vértigos... Me acostumbré a la simple alucinación... Acabé por creer sagrado el desorden de mi espíritu... Ahora sé saludar a la belleza...”

Las sensaciones olfativas adquieren una extraordinaria importancia en la poesía a partir de estos autores, siendo asimiladas por el Modernismo y pasando luego a toda la poesía posterior.

Del mismo modo que Baudelaire y Verlaine, Rimbaud reivindica un mundo “diferente” para su poesía: perverso, angustioso e inquietante, es decir, el mundo poético del Simbolismo.

Para saber más, en Curiosón:
Nuestra amistad con Rimbaud




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