Rueda de Traficantes 19
Dedico este libro, que es el libro de los dos, a la memoria de mi buen amigo Xabier Gereño, (1924/2011 Bilbao), que no pudo verlo publicado.
Froilán de Lózar | Xabier Gereño
y 19
CAPÍTULO XIV
1
Karina fue presentada por Marcelo a cada una de las personas que trabajaban en la finca. Las presentaciones se realizaron de uno en uno y Marcelo les explicaba que don Carlos había decidido marchar a Italia para montar allí unos negocios, y que había escogido a Karina para dirigir la finca durante su ausencia. ¿Se creyeron esta explicación? Karina, examinando atentamente sus rostros mientras escuchaban, estimó que sí, que la aceptaban como sustituta, y se congratuló por ello. Tenía que ser así, pues por lo que intuía, don Carlos había seleccionado a su personal más cercano, no por su capacidad intelectual, sino por una virtud tan dudosa como es la de la obediencia ciega.
Durante los días siguientes Karina se dedicó a examinar la documentación de don Carlos, a fin de adquirir una información total sobre la marcha de los negocios, y poder dirigirlos a su antojo.
Un grave contratiempo fueron las cuentas bancarias, porque únicamente don Carlos tenía firma reconocida para disponer de sus saldos. Decidió dejarlas como estaban y abrir unas nuevas a su nombre y con su firma, ingresando en ellas las cantidades que recaudaba. Las partidas más importantes procedían de las altas comisiones que cobraba de las distintas redes del narcotráfico que se controlaban desde aquella finca. Uno a uno fue citando a los jefes de las redes, grabando las entrevistas con micrófonos y cámaras de televisión ocultas. Karina no estaba segura de que ellos aceptaran sus explicaciones para justificar su presencia al frente del negocio, pero, de momento por lo menos, no opusieron resistencia. Ella les aseguró una y otra vez que todo seguía igual y que reiteraba su confianza en ellos. La entrevista más singular fue la celebrada con Jaime. Dos días después de la muerte de don Carlos, Jaime Delibes apareció en su burdel de lujo hacia las once de la noche. Entró y se dirigió directamente al despacho -jardín de Karina. La puerta se encontraba entreabierta.
—Buenas noches. –saludó animoso, ignorando todo lo que había sucedido en los días y horas precedentes.
Karina levantó la cabeza y sonrió. Después se puso en pie y fue hacia él.
—Hola, Jaime. –y se dejó besar en ambas mejillas.
— ¿Nos sentamos? –propuso él, dirigiéndose hacia el sofá.
—Sí, por supuesto.
Jaime se sentó en el sofá, pero Karina no se sentó a su lado, como solía hacerlo. Ocupó otro asiento frente a él. Eso le sorprendió y la miró con extrañeza. El rostro de Karina se había vuelto serio. Vestía traje de chaqueta y pantalón de color negro. Jaime no lo sabía, pero lo cierto es que Karina ya no se ponía vestidos sugerentes como antes. Desde la muerte de don Carlos se presentaba con traje de chaqueta y pantalón, atuendo que le parecía más adecuado para dirigir negocios.
—Tenemos que hablar de negocios. –le anunció con sequedad.
La sorpresa de Jaime aumentó motivada por aquella conducta improcedente de la mujer. Frunció el ceño. Él era el dueño de todo aquello. Ella la directora. Era evidente que comenzaba a molestarle la actitud de aparente prepotencia de Karina.
—Comienza –ordenó molesto.
—Sé que no declaras a don Carlos los verdaderos beneficios de este burdel y que, por lo tanto, la comisión del 20% que le pagas no es la correcta…
En la frente de Jaime Delibes se hinchó una vena y su rostro se contrajo de ira.
— ¿Y qué demonios te importa a ti eso? Este negocio es mío y hago con él lo que me dé la gana. Tú no eres quién para pedirme cuentas de nada. En todo caso, yo soy quien debe pedírtelas a ti.
—Te equivocas –respondió ella inalterable –. Y aún hay más. Me has estado explotando, Jaime. No me has pagado el sueldo que merecía. Exijo un aumento de sueldo.
— ¿Exiges? –Preguntó él al borde de un ataque –. ¿Exiges? – repitió con sorna –. Tú no vas a exigir nada. Soy yo quien va a exigir que salgas inmediatamente de aquí, porque voy a nombrar a otra directora.
—No lo harás, Jaime.
— ¿No lo haré? ¿Quién me lo va a impedir?
—Yo misma. Yo, Karina.
—Tú no eres más que una furcia. No puedes impedirme nada a mí.
—Estás haciendo méritos para que los hombres de don Carlos te liquiden.
— ¿Me vas a denunciar? –preguntó con desprecio –. Te aconsejo que no te rías de mí poder. Yo también puedo ordenar ejecuciones.
—Si me estás amenazando, te aconsejo que antes de ordenar mi muerte, veas este vídeo –y sacó la cinta de un cajón de su escritorio–. Presta mucha atención, porque te concierne.
Antes de poner en marcha el aparato, cerró la puerta con pasador para que nadie entrara en la habitación.
—Ahora vas a ver una película en la que tú eres el protagonista. ¡Ah! Y te advierto que tengo otras copias que he hecho llegar personas de mi confianza, para que las divulguen en el caso de que me sucediera algo.
Jaime, estupefacto, siguió a través de la pantalla las entrevistas que mantuvo con Gina.
— ¡Cerda! –chilló indignado–. ¡Eres una maldita cerda!
—Cuida tu lenguaje –le advirtió ella con una sangre fría que estremecía.
Cuando terminó la cinta, Jaime aparecía totalmente hundido, anonadado. Reconoció que estaba perdido si ella entregaba la cinta a la policía o a don Carlos.
—Me has traicionado. Te ayudé, sacándote de aquel club, y mira como me lo pagas. Te has portado mal, Karina.
—No tengo deseos de hundirte, Jaime. Hasta cierto grado, te aprecio. Creo que podemos llegar a un arreglo.
—Habla.
—Quiero ser la propietaria de este negocio. Pídeme un precio razonable, y al calcularlo, ten en cuenta que me has estado pagando un sueldo excesivamente bajo. Todo el auge de este burdel se debe a mi trabajo. Tú tienes otros muchos negocios. ¡Dame un precio!
—Está bien. Lo pensaré.
—No, no hay plazos. Piénsalo ahora. Mañana firmaremos las escrituras.
Jaime contuvo a duras penas su furor renovado. Reflexionó durante unos largos segundos. Luego dio un precio.
—De acuerdo. Mañana a las once firmaremos la escritura notarial. Ven a buscarme a las diez y media.
—Está bien. Vendré a esa hora.
—Aquí no, cariño. Te espero en la finca de don Carlos.
— ¿En la finca de don Carlos? –preguntó él sorprendido.
—Sí, allí. ¿No te lo había dicho? –Añadió ella con indiferencia– Ahora yo dirijo el negocio de don Carlos. Él se ha ido a Italia a organizar una serie de empresas y me ha encargado que en su ausencia sea yo la que dirija sus negocios de España.
Jaime no podía más. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Estaba soñando? ¿Se había vuelto loco el mundo?
Karina le miró sonriendo.
— ¿Quieres que llame a Gina para que te consueles? ¿Quieres pasar un rato con ella?
— ¡No! –bramó levantándose.
—Haces bien no fiándote de ella. ¿Te has dado cuenta con qué sutileza te estaba sacando información? Puede estar trabajando para la policía o para la competencia… Te aconsejo que no la utilices para tus negocios y que te alejes de ella.
— ¡Hasta mañana a las diez y media! –dijo, y salió dando un portazo al abandonar el despacho-jardín.
Karina se levantó y sonrió ampliamente cuando le vio partir malhumorado. Hacía mucho tiempo que deseaba pagarle por la prepotencia con la que en muchas ocasiones la trató.
2
Gina recibió con sorpresa la noticia de que Jaime Delibes no la utilizaría más para sus viajes a Galicia.
Se encontraban los dos sentados en la terraza de un café de la Gran Vía, a petición de él.
— ¿Por qué ese cambio de repente? –quiso saber ella–. ¿Es que no me he portado bien?
—No es eso. Es que voy a dejar este negocio –mintió –. Es muy peligroso. Tengo bastante dinero y no necesito ese tipo de preocupaciones.
Charlaron luego de temas intranscendentes y quince minutos después se despidieron. Jaime se marchó y Gina decidió quedarse un poco más, mientras se bebía su vermouth. Meditó en lo que acababa de suceder. Era extraño ese repentino cambio de planes de Jaime Delibes, sobre todo eso de que iba a retirarse del negocio del narcotráfico. ¿Qué o quién podía haber motivado la causa de ese cambio de actitud tan extraña? ¿Sospecharía de ella?
En eso estaba cuando un hombre se acercó a su mesa.
— ¿Puedo sentarme? –preguntó con corrección.
Ella le miró sorprendida. Él se sentó frente a ella sin esperar su autorización. Sacó un carné y se lo mostró.
—Blas Ledesma, periodista.
— ¿En qué puedo servirle? –preguntó Gina con sequedad.
—Usted trabaja en “El Amanecer”.
—Sí, así es.
—Quisiera hacerle unas preguntas. No tema, no se trata de ningún asunto personal.
—Usted dirá…
—Estoy investigando una red de narcotráfico, y quizá pueda suministrarme alguna información al respecto.
—Lo siento, pero…
—He estado sentado en la mesa de al lado y no he podido dejar
de escuchar su conversación con don Jaime Delibes. Parece ser que le ha dejado sin trabajo y yo puedo ofrecerle…
—Se equivoca de nuevo. No me ha dejado sin trabajo.
—Lo he oído bien. Dijo que prescinde de sus servicios…
—Perdone, pero él no tiene nada que ver con mi trabajo en “El Amanecer”.
— ¡Ah!, ¿entonces se trata de otra clase de trabajo y eso era a lo que él se refería?
—No tengo por qué responder a sus preguntas.
Blas Ledesma le sonrió.
—Le propongo un trato: información a cambio de información. Deduzco que usted no sabe mucho sobre Jaime, y yo sí. ¿Acepta mi trato?
—Acepto.
— ¿Quién empieza?
—Usted, puesto que la iniciativa es suya.
—De acuerdo –dijo el periodista, sacando un bloc de notas–. ¿Sabía usted que Jaime Delibes es el propietario de “El Amanecer”?
— ¿Cómo lo sabe?
—Por el Registro de la Propiedad.
—Siga.
—Y la directora es… –dijo luego consultando sus notas.
—Karina –se anticipó ella.
—Sí, Karina –convino él sin levantar la cabeza del bloc. Luego volvió a mirarla.
—Ustedes trabajan allí la tarde–noche. ¿No es así?
—Sí.
—Por las mañanas aquello se mantiene cerrado para el público, y se aprovecha ese tiempo para las labores de limpieza. Hacia las once llega Karina, al parecer para supervisarlo, porque minutos después salen las empleadas encargadas de la limpieza. Ella permanece allí hasta el mediodía, que es cuando sale para comer. Pues bien, esta rutina se ha alterado desde hace doce días, y me pregunto por qué.
El periodista miró a Gina. La mujer parecía sinceramente sorprendida.
— ¿Por qué se ha alterado esa costumbre? –insistió el periodista.
—No lo sé. ¿En qué se ha alterado? –quiso saber ella.
—Karina ya no va allí por las mañanas.
— ¡Ah! ¿Y a dónde va?
—A la finca de don Carlo Volpini, más conocido por don Carlos. ¿Sabe quién es el señor Volpini? ¿Ha oído usted hablar de él alguna vez?
Gina ocultó la tremenda sorpresa que le produjo aquel descubrimiento. No respondió.
—Siga, Blas –se limitó a decir.
— ¿Tampoco sabe usted que Jaime Delibes se dedica al narcotráfico? –y casi inmediatamente cambió el rostro del periodista–. ¡Ah! Quizá fuera ese el trabajo al que se refería Delibes cuando le anunció que usted ya no le ayudaría con ciertos servicios.
Gina le miró con el rostro sombrío.
—Prosiga.
—Bien, estábamos en que Karina ya no va por las mañanas a atender el negocio que dirige. Exactamente desde hace doce días. Y en esa fecha, precisamente, es decir, hace doce días sucedió algo muy extraño.
— ¿Qué? ¿Qué sucedió? –preguntó Gina, vivamente interesada.
—La historia es muy larga, pero voy a tratar de resumírsela. Un camello fue detenido en La Coruña hace unos meses. Yo mantenía ciertas sospechas de un policía que recogió en un parque de Madrid su cuerpo moribundo. Le seguí y llegué a la finca que don Carlos tiene cerca de Aravaca. Vigilé la finca y a todos los que entraron y salieron en ella durante aquellos días. Un día, a las nueve y media, vi salir su coche de la finca. Delante iban dos hombres y detrás uno. No pude ver sus rostros para identificarlos, pero supuse que, puesto que el coche era el de don Carlos, él sería quien ocupaba el asiento trasero.
— ¿Cómo supo que era el coche del señor Volpini?
—Había anotado anteriormente la marca y la matrícula del coche, y había pedido la identificación de su propietario a un amigo que trabaja en la Jefatura de Tráfico.
—Bien, siga.
—Seguí al coche. ¿Sabe a dónde se dirigió?
— ¿A dónde?
—A “El Amanecer”. Llegó allí a las diez. Karina todavía seguía acudiendo allí por las mañanas, y ese día debió de ir antes, porque estuve pendiente de la entrada al recinto desde las diez, hasta que salió el coche de don Carlos, seguido muy de cerca por el de Karina. Ella iba conduciendo su propio coche, pero en el de don Carlos sólo iba una persona. Los otros dos quedaron dentro de la finca. ¿No es raro eso?
—Quizá Karina dejó a don Carlos con alguna señorita. Podía tratarse de atender a una cita previa acordada con el señor Volpini…
—Cierto, esa posibilidad es razonable, pero el caso es que a partir de ese día se produjeron dos hechos sorprendentes.
— ¿Cuáles?
Gina parecía muy interesada y le escuchaba con suma atención.
Al periodista le agradó este interés de ella.
—Por un lado, el cambio de costumbres de Karina. Ya no iba por las mañanas a “El Amanecer”, sino a la finca de don Carlos. Y éste, don Carlos, parece que ha desaparecido. No he conseguido verle en estos doce días. Es como si se le hubiera tragado la tierra.
Gina quedó pensativa. Guardaba silencio. Blas Ledesma la miró sorprendido. ¿Por qué no hablaba? ¿Por qué reflexionaba tanto? Decidió acabar con su silencio.
—Está bien. El trato era información a cambio de información.
Ahora es su turno.
— ¿Es eso todo lo que sabe sobre este asunto?
—En líneas generales, sí.
—En líneas generales. Pero conoce más detalles.
—Sí.
Gina se levantó.
—En ese caso, tiene que acompañarme.
Blas Ledesma no se movió. Se quedó quieto, temiendo, tal vez, que ella sacara una pistola de su bolso y le pegara un tío o le llevara secuestrado, como habían hecho con Regina.
— ¿Acompañarla? ¿A dónde?
—A la Jefatura de Policía.
El periodista se levantó, confundido.
— ¿Por qué? Yo no he cometido ningún delito.
—No, no lo ha cometido, pero conoce detalles interesantes que la policía debe conocer.
Como quiera que Blas Ledesma no reaccionaba, Gina volvió a sentarse, abrió su bolso, sacó su identificación y se la mostró.
—Pertenezco a la policía italiana y estoy investigando este caso. ¿Comprende ahora por qué debe acompañarme?
—Por supuesto. Ahora está claro. ¡Vamos!
3
La breve entrevista que mantuvo con el policía Isidoro Buendía, le situó más en el convencimiento de que se hallaba en el buen camino. Las investigaciones que realizó posteriormente y el encuentro con Gina obligaron a la movilización de policías y jueces. Apenas durmió aquellos días de intensa actividad y vigilancia. En muchas ocasiones se encontró metido de lleno en terreno policial, no sólo por la condición de su principal confidente, sino también, por el hecho arriesgado de proseguir con sus pesquisas al margen de la policía, forzando acaso más la delicada situación de Regina Cuevas. ¿Y si estaba muerta? Blas meditó sobre el cambio tan profundo que había experimentado su vida en el plazo de un mes, desde que una voz anónima le conminó a dejarlo todo. Le hubiera gustado poseer la fuerza, la habilidad y el ingenio de sus artistas preferidos: Steven Seagal, Arnold Schwarzenegger, Silvester Stallone… para escalar los muros que protegían aquel reducto, cortar el alambre –posiblemente electrificado– y desbloquear aquella puerta acorazada. Finalmente, irrumpir en la vivienda y rescatar a su amada, como lo hubiera hecho el mismo Robin Hood. ¡Ojalá estuviera viva! Sólo la idea de que estuviera viva en algún rincón de aquella fortaleza, le dotaba de la fuerza necesaria para arriesgarse a entrar en ella. Porque la vida era un constante desafío: luchabas contra la enfermedad, contra la carretera, contra los elementos atmosféricos…
Mucha gente en el mundo se quedaba sin hogar a causa de terremotos e inundaciones. Mucha gente venía al mundo sin nada.
Al fin y al cabo, –pensó ¡yo aún estoy vivo, soy libre, estoy enamorado!
Sonó el teléfono.
— ¿Es usted Blas Ledesma?
—Sí –respondió sin fuerza, casi temiendo lo peor.
—Tengo que darle una noticia.
Los segundos siguientes fueron como una bomba que estalla y en un segundo se lo lleva todo.
—Tengo que darle una noticia, ¿me oye?
—Sí, estoy esperando.
—Regina está viva. Ha preguntado por usted. Le espera.
Blas estalló en sollozos. La historia había concluido felizmente, como en aquellas películas de sus actores preferidos en cuyos finales no creyó nunca.
EPÍLOGO
En los días que siguieron, las investigaciones policiales, enriquecidas con las valiosas aportaciones del periodista Blas Ledesma, dieron como fruto una gran redada, en la que fueron detenidos Jaime Delibes, Karina, Isidoro Buendía y otros. Marcelo fue quien más habló durante los interrogatorios y, gracias a sus confesiones, corroboradas por el visionado de las grabaciones encontradas en los registros que se efectuaron en el domicilio de Karina y en “El Amanecer”, fueron descubiertos varios cadáveres en la finca de don Carlos y en el recinto del burdel.
Blas Ledesma, confesaría días más tarde a la Agencia EFE:
“El mundo ahora es más grande. No sólo por el hecho de haber recuperado a la mujer amada, sino porque, además, con ella recupero la libertad para seguir investigando historias que nos devuelvan a todos la esperanza”.
Nota del editor: Disponible hasta fin de mes
_________________________________________
© XABIER GEREÑO-FROILÁN DE LÓZAR
RUEDA DE TRAFICANTES
© PORTADA Y MAQUETACIÓN: Froilán De Lózar
ISBN: 9789464855098
Primera Edición, Julio de 2023
Impreso en España
Editado por Curiosón
https://www.curioson.es
publicado vía Mibestseller.es
© XABIER GEREÑO-FROILÁN DE LÓZAR
RUEDA DE TRAFICANTES
© PORTADA Y MAQUETACIÓN: Froilán De Lózar
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