Memoria de Bulnes
Aparejados a la puerta de una de aquellas casas, dos mulos aguardan la orden para emprender la marcha que los llevará a la población de Arenas. A su lado, un cabrito montuno, que una vez sacrificado servirá para el cuajo del queso de Cabrales. Estamos en Asturias, en un lugar de Asturias donde todo funciona a base de sacrificio y resignación.
Pero no sabían que se pondría en movimiento un carro de gente para luchar contra el proyecto haciendo realidad una frase que Guillermina le lanzó al reportero: “A veces pienso que deberían dejar esto como está para escarnio de la humanidad”.
Quienes desde esta lado de la línea se quejaban porque la carretera de su pueblo era casi un camino, se quedaron impresionados cuando encontraron entre las páginas de su diario, un conjunto desordenado de casonas de piedra, con techos de pizarra. Ningún otro camino puede compararse con aquel que serpentea el río Tejo, en Bulnes, una población que llegó a tener cincuenta y dos vecinos. A quienes allí viven les separa hora y media de la civilización, un camino de piedras y tierra, entre barrancos y cañadas, que han de tomar casi a diario para seguir viviendo. “Con nosotros ha habido siempre una falta de atención absoluta –le cuenta Marcelino al periodista– un montañés nacido en los praderíos del Terenosa. Y añade: “Pero porque no se cuente eso no quiere decir que no exista. No vamos a estar revolviendo el dolor, pero ahí está, en nuestra vida”. Nadie mejor que quienes lo sufrieron sabe lo que duele la herida. Se suscitaban aquí dos teorías: la del progresista de ciudad, que no concibe cómo a estas alturas hay un pueblo incomunicado en mitad de los Picos de Europa y la del aldeano incrédulo que, a su edad, lo último que esperaba era un camino de alquitrán. Y a la par, se barajan dos impedimentos: el de los ecologistas, que estimaron el daño medioambiental en 85391 metros cúbicos de escombros y, por consiguiente, la destrucción de un paisaje; y el de los vecinos, que pese a rezar a diario para que se haga realidad el ascensor o la carretera, frente a todas las vicisitudes que pasaron, reconocen que viven felices en la soledad de aquellos montes. Y miren ustedes, los ecologistas llegaron a proponer el realojamiento de los vecinos fuera del valle, que no merece la pena invertir 800 millones para comunicar a nadie, si con ello se rompe la disciplina del paisaje. El ecologista está para salvar la tierra. Los hombres que se salven solos. Aunque desde hace algunos años, la política de los ecologistas está contagiando a mucha gente, (que lo veo aceptable y bueno en muchos casos), ahí quedan ejemplos denigrantes para las generaciones venideras, como el caso vivido recientemente en Canadá, donde se niega el asilo a una tripulación china y, en cambio, la sociedad protectora de animales y un alto porcentaje de particulares ofrece dinero y alojamiento a la perra que venía con ellos. No recapacitan que con su idea, se rompe una forma de vida asumida por los montañeses, rodeados de un paisaje que cuidaron y en el que sólo aspiran, como cualquier pueblo del mundo, a crecer dignamente.
©Froilán de Lózar para la sección "Fin de Siglo" en Diario Palentino. 26/9/1999.
©Imágenes: Shaila PM
@De la sección de Froilán de Lózar "Crónicas Fin de Siglo", para Diario Palentino, 2000
Última actualización: Feb2025 | 738👀
CRÓNICAS FIN DE SIGLO
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