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El símbolo

Una vez explicados los orígenes del mundo y del cosmos, el hombre tiene que explicarse a sí mismo y su cultura. Así nace la necesidad del símbolo. No es la figura la que crea el simbolismo, sino que es el simbolismo el que valoriza la figura, superponiendo a ella su proyecto imaginario preexistente, porque todo símbolo es intención.


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Pero como los símbolos no se narran ni se representan siempre del mismo modo, es preciso tener en cuenta el carácter histórico, los aspectos contextuales y hasta la explicación emética, desde el presente, de la concepción del símbolo en las primeras culturas de las diversas civilizaciones.

Dado que el símbolo es un lenguaje espiritual, si se descodifica de la forma precisa, abrirá el universo a todo aquél dispuesto a escucharle. Puede resultar sorprendente descubrir que el símbolo narra temas similares en todas las culturas. Su universalidad es fascinante, pero si lo analizamos con detalle descubriremos un mundo y una visión del todo distinta.

Ha de tenerse en cuenta el carácter maleable de los símbolos, que permite al observador/narrador modificar su significado según sus propios conocimientos y experiencias. Sin embargo, las verdades fundamentales perduran y el mensaje ancestral permanece intacto, pese a los muchos cambios introducidos en cada interpretación del símbolo.

Una de las características esenciales del románico es la comunicación de ideas trascendentes mediante el lenguaje simbólico.

Frente a la primacía actual de las apariencias, de lo inmediato, de lo captado fotográficamente, de lo abstracto, del racionalismo, de la conceptualización y de lo convencional, el románico, como cualquier otro arte sagrado, sitúa al hombre de hoy, huérfano de totalidad, ante el gran desafío de reconquistar el lenguaje multidimensional del símbolo y poder así recuperar su equilibrio.

En psicología, las cosas no son sólo el material que vemos. En los símbolos predomina su espíritu, su alma, o sea, su significado profundo, no inmediatamente perceptible.

El símbolo es todo estímulo capaz de trasladar, a quien lo recibe, del plano de lo fenomenológico y existencial al de lo absoluto e inamovible. Al contrario que el signo, no es una mera convención que expresa exclusivamente un significado previamente convenido, ni tampoco, como la metáfora o alegoría, es una ficción por la que se da a entender una cosa expresando otra diferente. El símbolo tiene un poder trascendentalizador, ya que hace percibir a quien lo contempla todos los aspectos de una realidad: lo sensible y lo velado, lo manifestado y lo oculto, lo consciente y lo supraconsciente. El símbolo llega allí donde no puede llegar la palabra y expresa las realidades más esenciales de nuestra vida, realidades que jamás podrán ser conquistadas ni agotadas, pero sí comunicadas. El símbolo es, como un cabo que tira de la sensibilidad humana, sacando por él a la superficie las implicaciones que le afectan. Es una sugerencia. Una interpelación en forma de presencia mediata de otra realidad ante la cual el sujeto puede reaccionar de distintos modos.

En virtud de su analogía, el símbolo es el medio más adecuado de expresión. Tiene una enorme riqueza porque alcanza los aspectos más profundos de la realidad que se escapan a otros medios de conocimiento. Su existencia, reclama la encarnación del significado en unos significantes que se pueden ver y tocar.

Si el símbolo es la representación sensible de una idea, el principio del simbolismo es la existencia de una relación de analogía entre la idea y la imagen que representa. El símbolo sugiere, no expresa; es esencialmente sintético, y por eso mismo intuitivo. Por eso es el lenguaje electivo de la metafísica tradicional.

El símbolo no expresa ni explica, sólo sirve de soporte para elevarse, mediante la meditación, al conocimiento de las verdades metafísicas. Su ambigüedad vela y revela la realidad y su carácter polisémico posibilita su interpretación en diversos órdenes o planos de la realidad. Por eso, cada persona penetra, según sus aptitudes, en la intimidad del símbolo. Los diversos sentidos del símbolo no se excluyen, cada uno es válido en su orden y todos se completan y corroboran, integrándose en la armonía de la síntesis total.

El símbolo es consustancial al arte románico. El románico es un arte eminentemente simbólico. Las formas y figuraciones que muestra el románico ni son caprichosas ni gratuitas. El románico es, ante todo, un arte sagrado y en todo arte sagrado, nada es gratuito ni insignificante.

Todo ello obliga a ser muy cauteloso en la identificación de los símbolos y en la formalización de los programas iconográficos.

Decía Guenon que los símbolos no deben ser explicados sino comprendidos, ya que, pese a lo expuesto, ello no nos debe derivar a que todos los elementos en el arte románico sean simbólicos y por tanto haya que afanarse en su desciframiento. De ahí que sea un grave error reduccionista sistematizar los símbolos y querer buscar claves interpretativas a los que, en portadas, capiteles y canecillos, ofrece el arte románico, intentando hacer pasar por un esquema preconcebido la totalidad de su significado simbólico.


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