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Rueda de Traficantes 7

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Después de efectuar un rápido viaje a Galicia, había acordado con su suministrador unas nuevas condiciones, en virtud de las cuales las entregas no se efectuarían en Madrid.


Froilán de Lózar | Xabier Gereño


                    7


CAPÍTULO IV

1

No era dinero lo que le faltaba a Jaime y había decidido que a partir de ahora todo sería perfecto. No repararía en gastos para conseguirlo.
Después de efectuar un rápido viaje a Galicia, había acordado con su suministrador unas nuevas condiciones, en virtud de las cuales las entregas no se efectuarían en Madrid, sino en la propia Galicia, lo que suponía para el suministrador una radical disminución de riesgos. A cambio de esta concesión por parte de Jaime, el suministrador se había avenido a concederle una rebaja importante que suponía para Jaime un ahorro de muchos miles de euros en cada entrega.
Regresó a Madrid al anochecer, exultante por el éxito obtenido en sus gestiones y con la idea de celebrarlo por todo lo alto. Cenó opíparamente en un restaurante próximo al Palacio del Congreso de los Diputados y después enfiló su automóvil en dirección a la carretera de Burgos. Charlaría con Karina. Eso sí, con la discreción exigida por Gina. Después se reuniría con la joven para darle a conocer la fecha en la que debería viajar a Galicia para traer los diez kilos de coca.
Jaime llamó suavemente a la puerta del despacho y entró en la habitación/jardín de Karina. Estaba arreglando una planta, adornada con un largo y muy escotado vestido de noche, de color verde, que le llegaba hasta los tobillos. Cuidadosamente maquillada y peinada con esmero. Se volvió hacia él. Sonrió con satisfacción.
— ¡Oh, Jaime! ¡Cómo me agrada verte de nuevo por aquí sano y salvo!
Él se acercó y la besó en ambas mejillas.
—Estás espléndida, Karina.
—Tú también –dijo, examinando sus zapatos relucientes, el traje negro de fino paño y americana cruzada, camisa beige claro y una elegante corbata de seda de colores discretos–. Ven, sentémonos en el sofá –dijo luego, llevándole de la mano.
Se sentaron muy juntos.
—Cuéntame, Jaime, ¿ya no sientes dolores?
—No, pero he pasado unos días nada recomendables.
—Te veo más animado. ¿Van bien las cosas?
—Perfectamente. ¿Y esto? –preguntó luego, moviendo las manos en señal indicativa de abarcar el negocio.
—Esto marcha bien, Jaime. Tenemos una clientela adicta y elegante, y un personal discreto y sofisticado. ¿Quieres una copa de champán?
— ¿Por qué no? Sí, bebamos para celebrar nuestra buena suerte.

Karina se dirigió hacia el mueble-bar y regresó con dos copas de cristal en las manos.
—Toma, Jaime, ¿por qué brindamos?
—Vamos a brindar para que el futuro sea mejor que el presente.
—Es un bonito brindis –dijo ella acercando la copa a sus labios. Dio un sorbo y la depositó sobre la mesa –. ¿Te apetecen unas pastas? –preguntó haciendo ademán de levantarse.
—No, he cenado demasiado –reconoció, recostándose un poco más en el sofá. ¿Sabes? –Añadió, después de beber de la copa que la mujer le había servido–, creo que en breve compraré ese hotel del que te hablé el otro día para que lo dirijas. Será grande y lujoso.
Ella le miró con curiosidad.
— ¿Cerrarás esto?
—No. Los negocios que prosperan no deben interrumpirse. Quiero que vayas pensando en una persona que pueda sustituirte.
—Tal vez… Gina, pero no la conozco aún lo suficiente.
—No, ella no. La reservo para otro trabajo.
Karina le miró intrigada.
— ¿Se portó bien en tu casa?
—Sí –respondió él, lacónico.
—Bien, entonces pensaré en la persona adecuada y te informaré con tiempo suficiente para que tú decidas.
—Gracias, Karina. Quiero decirte algo: con ninguno de los directores de mis empresas tengo tanta confianza como contigo.
—Es que yo soy una mujer –trató de quitarle ella importancia al comentario–. Nosotras sabemos cómo manejar a los hombres.
Jaime ahora abrió mucho los ojos.
— ¿Quiere decir eso que tú me manejas?
—No de la manera que tú piensas –respondió ella acercándose más– Yo te conozco y te comprendo. Sé cómo hay que tratarte para que no te enojes. Sé cómo debo actuar para mantenerte relajado y contento… A propósito, creo que en este momento necesitas a Gina.
Esa muchacha es el complemento adecuado a una buena cena. ¿Te parece?
—Sí, llámala.
Karina se levantó y ordenó que Gina se presentase en el despacho.
Gina apareció deslumbrante: con su larga melena suelta, una blusa blanca de seda atada con un nudo en el pecho y la zona del ombligo al descubierto; minifalda negra con incrustaciones de escamas de serpiente, unas medias azules cubriéndole piernas y muslos y unos zapatos de charol negro. Completaban su aderezo, unos pendientes largos de cuentas y un maquillaje perfecto.
Sonrió.
— ¿Me llamaba, señora?
—Sí, Gina. Quiero que atiendas a don Jaime.
La joven le tendió la mano.
— ¿Vienes? –dijo.
Jaime, complacido, se levantó y dirigiendo una sonrisa de agradecimiento a Karina se dejó llevar por la chica.
La habitación en la que Gina atendía a los clientes era muy coqueta y estaba preparada con esmero para que ofreciese el marco adecuado a la función para la que había sido destinada. En las paredes, empapeladas en discreto color beige, destacaban dos grandes cuadros, lujosamente enmarcados, mostrando escenas de amor. Frente a la amplia cama, bien construida en madera noble, un gran armario ropero, cuyas puertas se abrían con manillas doradas y estaban enteramente cubiertas de pulidos espejos. Una artística mesita de hierro forjado y placa superior de cristal, dos butacas y un amplio sofá, todo ello tapizado en color rojo; un mueble bar bien surtido y un conjunto de luces indirectas de varios y tenues colores a elegir. Todo era allí sofisticado.
—Entra y ponte cómodo. –le animó ella–. ¿Qué quieres tomar? –añadió.
—Un coñac.
Jaime se sentó en el sofá. Gina le miró de soslayo mientras se dirigía hacia el mueble-bar, preguntándose si se comportaría como la vez anterior, cuando ni tan siquiera se desnudó.
— ¿Napoleón?
—Sí.
—Yo beberé champaña.
Gina preparó las bebidas y acercó la mesita, sobre la que colocó las dos copas.
— ¿Te apetece picar algo? –preguntó, aún de pie –. Pastas, almendras saladas…
—No, no. Siéntate, tenemos que hablar.
“Qué raro, por fin había encontrado a un hombre que quería hablar.”
Ella obedeció, sentándose a su lado.
—He estado en Galicia y todo está arreglado. ¿Qué documentación italiana posees?
—Toda.
— ¿Tienes carné de conducir?
—Sí, expedido en Italia.
—Perfecto –dijo él complacido –. Conducirás un lujoso automóvil con matrícula de Roma.
Ella le miró, en cierto modo sorprendida.
—Estás en todo, ¿eh?
Él se sintió orgulloso por el cumplido.
—Así tiene que ser. Para sobrevivir en este negocio se requiere tener los ojos bien abiertos y la mente muy clara.
—Sí, y veo que en tu caso se dan ambas condiciones en grado sumo.
—A veces también cometo errores –reconoció él con humildad.
—No serán importantes, puesto que sobrevives –razonó ella – ¿Desde cuándo estás en este negocio?
—Desde hace algo más de once años. Es una larga trayectoria que empecé desde abajo. He ido subiendo a pulso –aseveró Jaime con orgullo.
—Y ahora estás en la cumbre…
La mirada de Jaime se hizo ausente y difícil de interpretar.
—No, aún no.
—Te falta un escalón –dijo ella con palabras que afirmaban y mirada interrogante.
—Sí, creo que sí.
— ¿Lo subirás?
La mirada de Jaime regresó de su ausencia. Cogió la copa y dio un pequeño sorbo.
—No lo sé. Lo intentaré. Me gustaría zanjar alguna cuenta con los que están allí sentados.
—En ese caso, lo subirás. Cuando alguien se fija una meta, por el hecho de hacerlo, ha recorrido ya la mitad del camino para llegar a ella.
—Es una bonita frase.
—Y cierta, aunque tiene una segunda parte. –Y añadió – La que se refiere a la segunda mitad de ese camino.
Jaime Delibes la miró divertido.
—Recítala.
—La segunda mitad del camino es la más penosa, porque exige mucho sufrimiento y una dedicación absoluta.
Jaime reflexionó un momento. Luego habló mirando al cuadro que colgaba en la pared de enfrente.
—Es deprimente lo que dices.
— ¿Por qué? ¿Por el sufrimiento?
—Sí. ¿Dónde está la contrapartida alegre que corresponde a ese sufrimiento?
—En la esperanza. Sufrimos con la ilusión de lograr un futuro mejor.
—Una ilusión que a menudo se frustra –reconoció Jaime.
—Sí, con frecuencia esa esperanza resulta vana. Es como si el destino se burlase de nuestros afanes. Esta es la amarga ironía de la vida: vivimos porque nos sostiene la esperanza y no existe nada tan huidizo como ella. Cuando menos lo esperamos, nos abandona.
Jaime se revolvió, inquieto.
—Nos estamos dejando llevar por la desesperanza. He venido para hacer planes positivos, no a filosofar sobre temas que deprimen.
—Perdona, no era mi intención…
—No tiene importancia –dijo él haciendo un ademán con la mano– Pasado mañana viajaremos los dos a Galicia en coche, en ese automóvil con matrícula de Roma que he comprado para esta operación. Saldremos a las ocho de la mañana desde mi apartamento. Procura ser puntual. Regresaremos al día siguiente.
— ¿Sabe Karina algo sobre esto?
—No. He respetado tu deseo de ser discreto.
— De todas formas, tendré que decirle que faltaré dos días. No le gustará.
—Si te pone impedimentos para concederte dos días libres, avísame para que yo intervenga. Tengo ya comprometidos esos días y no puedo fallar.
—Confío en que no será necesaria tu intervención.
—Y ahora hablemos de los detalles de la operación. –Jaime apuró el contenido de la copa– Quiero que te vistas de manera sugestiva, como lo haría una guapa y rica turista. Si te parasen en un control policial, muéstrate alegre y despreocupada. Bromea con los policías.
— ¿Vendrás tú conmigo?
—Sí, pero iremos en diferentes coches. Te alojarás en un hotel, del que te daré oportunamente su nombre y dirección…
— ¿Te alojarás en el mismo hotel? –quiso saber ella
—No. Nos mantendremos en contacto por teléfono y el viaje de regreso lo haremos también por separado.
— ¿Qué hago si descubren la droga en mi coche? Jaime sacó de su billetero una tarjeta y se la dio.
—Les dices que compraste el coche en esta empresa de compraventa de coches usados en Roma, y que desconocías que la droga estuviese ahí, que no tienes nada que ver con eso.
— ¿Y si la policía desea verificar la historia y visita esa empresa?
—El coche fue comprado el día 5 de este mes por una señorita muy parecida a ti.
— ¿En cuánto fue comprado? ¿Dónde está la factura?
—Te daré la factura el jueves, en mi apartamento, antes de emprender el viaje. No te preocupes, el coche está a tu nombre.
Gina le miró asombrada.
— ¿A mi nombre?
—Sí, esa señorita se presentó con tu misma identidad.
—Con documentación falsificada, supongo –comentó ella, disgustada.
—Sí, era necesario hacerlo así. El tiempo apremia. Necesito esa mercancía con urgencia.
Gina seguía molesta.
—Debiste consultarme.
—No había tiempo, pero te prometo que para la próxima lo prepararemos con más antelación. Tú misma viajarás a Italia y comprarás otro automóvil. No conviene utilizar siempre el mismo vehículo ni hacer el viaje de regreso repitiendo los mismos itinerarios.
—Has dicho “la próxima vez”, pero la verdad es que me estoy desanimando. No me gusta que utilicen mi nombre sin mi autorización.
—Comprendo tu disgusto, Gina, pero hay situaciones de emergencia en las que hay que tomar decisiones que normalmente no serían correctas. Tranquilízate, verás como todo sale bien y repites. Comprobarás cómo al terminar este viaje te sentirás mejor. He cuidado con suma atención todos los detalles y creo que nada fallará.
—La que se arriesga soy yo…
—Si la policía descubre la droga, también yo pierdo, pues se trata de mercancía comprada en firme y pagada antes de introducirla en el coche.
— ¿En qué parte del coche?
—No te lo diré porque, desconociéndolo, si la policía lo descubre tu desconcierto será real.
Jaime se levantó.
—Ahora tengo que irme. Ha sido un largo viaje desde Galicia y me siento cansado. Quiero dormir…
—Sí –añadió ella levantándose también –
—Habla con Karina y consigue esos dos días libres. Recuerda, el jueves y el viernes.
—Se lo pediré mañana, porque si lo hago ahora puede relacionar mi petición con esta visita tuya.
—Hazlo como lo creas más conveniente.

2

Carlo Volpini, conocido en su entorno actual como Don Carlos, se encontraba el miércoles a mediodía sentado en una tumbona junto a la piscina de su casa de campo, descansando después de haber leído varios periódicos españoles e italianos. Ahora escuchaba música con los ojos entrecerrados. Pese a su aspecto rudo y autoritario, tenía gustos tan refinados como la música clásica y la poesía romántica.
Un camarero de mediana edad, vestido totalmente de blanco, salvo la pajarita, que era negra, se le acercó sosteniendo en sus manos un teléfono portátil.
—Señor, le llaman por teléfono.
Don Carlos abrió los ojos y levantó la mirada.
— ¿Quién es?
—Estrella de Mar, señor.
Don Carlos dejó de escuchar Tosca y sonrió con autocomplacencia. “Estrella de Mar”. El sobrenombre que le había señalado para ocultar su verdadero nombre le cuadraba a la perfección: ambas eran bellas, la Estrella y ella.
Cogió el aparato y esperó a que se retirase el camarero.
— Dime, Estrella de Mar…
—Jaime sale mañana para Galicia, a las ocho de la mañana – respondió una voz de mujer.
— ¿Desde su apartamento?
—Sí, ¿quiere usted que le dé más detalles?
—No, de momento es suficiente.
Don Carlos dejó el aparato y llamó al camarero tocando una campanilla que estaba colocada sobre un taburete. El hombre de blanco se le acercó solícito.
—Que venga Fausto –ordenó.
—Sí, señor –respondió el camarero dirigiéndose presuroso a cumplir la orden recibida.
Fausto se presentó al instante. Vestía chaqueta y pantalón gris, camisa marrón y una corbata de colores tenues. Su aspecto, remarcado por las gafas graduadas de cristal claro, era el de un empleado de oficina de los que pululan a cientos en las ciudades.
—Dígame, don Carlos…
—Tengo un trabajo para ti, para mañana jueves.
— Usted dirá de qué se trata…
—Debes seguir los movimientos de don Jaime Delibes las veinticuatro horas del día. Quiero un informe completo.
— ¿Cuándo comienzo?
—Mañana a las siete de la mañana. A las ocho sale para Galicia desde su apartamento. Síguele y llevas contigo a Luciano.
— ¿Alguna cosa más, don Carlos?
—Eso es todo. Puedes retirarte.

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© XABIER GEREÑO-FROILÁN DE LÓZAR
RUEDA DE TRAFICANTES
© PORTADA Y MAQUETACIÓN: Froilán De Lózar
ISBN: 9789464855098

Primera Edición, Julio de 2023


Impreso en España
Editado por Curiosón
https://www.curioson.es
publicado vía Mibestseller.es

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