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La brujita Haeda
Al norte de nuestra provincia, entre la Pola de Gordón y Vegacervera se encuentra el Faedo (así se llamaba al hayedo en la antigua lengua del reino de León).
Santos Froilán y Martino
De todos es más o menos conocida la historia del lucense Froilán que pasó la mayor parte de su vida en León: primero en el Bierzo, más tarde en el monte Cucurrino y por fin en la diócesis legionense.
Siendo muy joven decidió hacer vida de ermitaño en Vega de Valcarce, pero le tiraba tanto la predicación que no paraba de evangelizar por aldeas y villas. Llegó un momento en que le asaltaron grandes dudas: ¿su vocación era de eremita o de predicador? Así que consultó a Dios, creador de las leyes naturales, para que le mostrara su voluntad. Dicen que introdujo en su boca un puñado de brasas poniendo a Dios en un brete: si los rescoldos quemaban su boca se dedicaría en exclusiva a la meditación y la oración, pero si no se abrasaba la Providencia le estaría diciendo que tenía que continuar con la evangelización. Esto es lo que ocurrió.
En sus viajes apostólicos Froilán llevaba siempre consigo sus libros y legajos para lo que se servía de un burrín. En una de sus correrías al cruzar por el monte le salió al paso un lobo muerto de hambre pero muy vivo que atacó a su pollino y se lo comió. No todos los hagiógrafos coinciden en la reacción del Santo. Unos dicen que miró a la fiera con la dulzura de Francisco de Asís y el animal se rindió a sus pies. De allí en adelante siempre lo acompañó y Froilán, que era muy práctico, lo aprovechó para llevar los serones de su biblioteca ambulante. Otros nos presentan al santo como un hombre de carácter que maldijo al animal y le obligó a cargar con las alforjas.
Hay crónicas que sitúan la escena en Valdorria a donde más tarde se retiró para estar en lugar más apartado: el monte Cucurrino. Para hacer sus oraciones y contactar mejor con Dios decidió construir una ermita en lugar alto. Para sus trabajos utilizaba a su burro que en los serones transportaba las piedras. Todo iba bien hasta que apareció “el terrible lobo” que consumó su faena de depredador. Sólo cambia en la historia que en vez de libros la bestia transportaba materiales de construcción. El escultor Subirachs dejó plasmado el suceso en el bronce de una de las puertas del santuario de la Virgen del Camino.
Quienes dibujan el perfil del santo como persona de carácter fuerte y con sus prontos narran otra anécdota libresca. Al levantarse un día se dio cuenta de que sus códices tan preciados para él estaban roídos. Se quedó camuflado a la entrada de la cueva donde habitaba para ver si sorprendía al roedor. Poco tiempo había pasado cuando observó que entraban en la caverna unos conejos que iban muy decididos hacia la biblioteca. Montó en cólera el vigía y los espantó entre maldiciones. Los efectos fueron fulminantes ya que en mucho tiempo nadie vio conejos por la comarca.
Esta leyenda de San Froilán tiene una hermana contada en Arbás del Puerto: los canónigos agustinos acarreaban piedra desde el Pico Tres Conejos, eso dicen, para construir el hospital de peregrinos sirviéndose de una carreta tirada por una pareja de bueyes. Estaba ya avanzada la primavera y comenzaban a despertarse los osos. Una mala tarde el ermitaño Pedro hacía el último viaje del día cuando le salió al paso un oso tan hambriento que en un santiamén se devoró uno de los bueyes. El monje, que debía ser muy santo, condenó al oso a hacer pareja con el buey superviviente hasta concluir las obras. Dos modillones que hay a la puerta de la Colegiata de Arbás dan testimonio de tan legendaria y milagrosa pareja de tiro.
Dentro del imaginario de la cultura popular y la devoción cristiana leonesa ocupa un lugar destacado también la figura de San Martino. Por su natural parece ser que no era muy amante de los libros, pero el espíritu de San Isidoro lo metió en vereda. Un cuadro hay que representa al santo obispo de Sevilla obligando al monje a tragarse un libro. Ya converso al bibliotequismo (si creemos la versión) recorrió prácticamente todo el mundo entonces conocido incrementando viaje a viaje su sabiduría. Posiblemente él fue quien trajo hasta nuestras tierras las nuevas ideas del Císter. Llegó Martino a ser abad de los canónigos de la Colegiata de San Isidoro.
Era hombre sobrio y penitente hasta el exceso pues tan sólo bebía agua pura y clara cada día. Como excepción a la regla se permitía mancharla con unas gotas de vino en las celebraciones. Su austeridad no caía bien entre los canónigos de San Isidoro que eran amantes del buen yantar y del mejor beber. Tal vez en medio de estas discordias nació la leyenda de la barrica de San Martino con un cierto carácter burlón. Atribuyen al Santo la idea de instalar en un lugar secreto una barrica de roble donde se guardaba el vino que bebían los canónigos de la basílica. Desde aquellos tiempos del siglo XII se conserva milagrosamente el vino de la cuba gracias a un ritual que tiene lugar el Jueves Santo después de los Oficios. El abad acompañado del administrador acude a este lugar que se sigue manteniendo secreto para extraer del tonel un litro de vino dulce. Una vez cerrada la espita repone la pérdida con dos litros de mosto compensando de esta forma lo que merma al largo del año por la impregnación de la cuba y la evaporación. Tan sólo los canónigos tienen derecho a paladear el vino centenario. Hubo un tiempo en que este ceremonial se realizaba la Nochebuena después de la Misa de Gallo.
Dos grandes sabios, dos hombres austeros y penitentes, dos historias que constituyen una parte importante del patrimonio cultural y religioso de la ciudad de León más allá de las creencias y credulidades de cada cual.
Actualización Jul2025 | +436👀
Camino Olvidado
En sus viajes apostólicos Froilán llevaba siempre consigo sus libros y legajos para lo que se servía de un burrín. En una de sus correrías al cruzar por el monte le salió al paso un lobo muerto de hambre pero muy vivo que atacó a su pollino y se lo comió. No todos los hagiógrafos coinciden en la reacción del Santo. Unos dicen que miró a la fiera con la dulzura de Francisco de Asís y el animal se rindió a sus pies. De allí en adelante siempre lo acompañó y Froilán, que era muy práctico, lo aprovechó para llevar los serones de su biblioteca ambulante. Otros nos presentan al santo como un hombre de carácter que maldijo al animal y le obligó a cargar con las alforjas.
Hay crónicas que sitúan la escena en Valdorria a donde más tarde se retiró para estar en lugar más apartado: el monte Cucurrino. Para hacer sus oraciones y contactar mejor con Dios decidió construir una ermita en lugar alto. Para sus trabajos utilizaba a su burro que en los serones transportaba las piedras. Todo iba bien hasta que apareció “el terrible lobo” que consumó su faena de depredador. Sólo cambia en la historia que en vez de libros la bestia transportaba materiales de construcción. El escultor Subirachs dejó plasmado el suceso en el bronce de una de las puertas del santuario de la Virgen del Camino.
Quienes dibujan el perfil del santo como persona de carácter fuerte y con sus prontos narran otra anécdota libresca. Al levantarse un día se dio cuenta de que sus códices tan preciados para él estaban roídos. Se quedó camuflado a la entrada de la cueva donde habitaba para ver si sorprendía al roedor. Poco tiempo había pasado cuando observó que entraban en la caverna unos conejos que iban muy decididos hacia la biblioteca. Montó en cólera el vigía y los espantó entre maldiciones. Los efectos fueron fulminantes ya que en mucho tiempo nadie vio conejos por la comarca.
Esta leyenda de San Froilán tiene una hermana contada en Arbás del Puerto: los canónigos agustinos acarreaban piedra desde el Pico Tres Conejos, eso dicen, para construir el hospital de peregrinos sirviéndose de una carreta tirada por una pareja de bueyes. Estaba ya avanzada la primavera y comenzaban a despertarse los osos. Una mala tarde el ermitaño Pedro hacía el último viaje del día cuando le salió al paso un oso tan hambriento que en un santiamén se devoró uno de los bueyes. El monje, que debía ser muy santo, condenó al oso a hacer pareja con el buey superviviente hasta concluir las obras. Dos modillones que hay a la puerta de la Colegiata de Arbás dan testimonio de tan legendaria y milagrosa pareja de tiro.
Dentro del imaginario de la cultura popular y la devoción cristiana leonesa ocupa un lugar destacado también la figura de San Martino. Por su natural parece ser que no era muy amante de los libros, pero el espíritu de San Isidoro lo metió en vereda. Un cuadro hay que representa al santo obispo de Sevilla obligando al monje a tragarse un libro. Ya converso al bibliotequismo (si creemos la versión) recorrió prácticamente todo el mundo entonces conocido incrementando viaje a viaje su sabiduría. Posiblemente él fue quien trajo hasta nuestras tierras las nuevas ideas del Císter. Llegó Martino a ser abad de los canónigos de la Colegiata de San Isidoro.
Era hombre sobrio y penitente hasta el exceso pues tan sólo bebía agua pura y clara cada día. Como excepción a la regla se permitía mancharla con unas gotas de vino en las celebraciones. Su austeridad no caía bien entre los canónigos de San Isidoro que eran amantes del buen yantar y del mejor beber. Tal vez en medio de estas discordias nació la leyenda de la barrica de San Martino con un cierto carácter burlón. Atribuyen al Santo la idea de instalar en un lugar secreto una barrica de roble donde se guardaba el vino que bebían los canónigos de la basílica. Desde aquellos tiempos del siglo XII se conserva milagrosamente el vino de la cuba gracias a un ritual que tiene lugar el Jueves Santo después de los Oficios. El abad acompañado del administrador acude a este lugar que se sigue manteniendo secreto para extraer del tonel un litro de vino dulce. Una vez cerrada la espita repone la pérdida con dos litros de mosto compensando de esta forma lo que merma al largo del año por la impregnación de la cuba y la evaporación. Tan sólo los canónigos tienen derecho a paladear el vino centenario. Hubo un tiempo en que este ceremonial se realizaba la Nochebuena después de la Misa de Gallo.
Dos grandes sabios, dos hombres austeros y penitentes, dos historias que constituyen una parte importante del patrimonio cultural y religioso de la ciudad de León más allá de las creencias y credulidades de cada cual.
Actualización Jul2025 | +436👀
Camino Olvidado
En la Campa de Santiago
Estamos en un escenario magnífico: una hermosa campa próxima a las fuentes del Boeza que se nos presenta como un impresionante circo enmarcado por el Catoute y la sierra de Gistredo y Cilleros. Ramiro II (según otra versión Alfonso IX) ocupaba el trono del Reino de León en permanente lucha contra Almanzor (“El Victorioso por Alá”): si Almanzor era “El Azote” de los cristianos, Ramiro era conocido por los musulmanes como “El Diablo”.
Nos encontramos en el año 981: el ejército musulmán se parapeta en el Monte Paleiro y las tropas cristianas acampan en la llera del Monte de Fernán Peláez. Viéndose en gran desventaja numérica la milicia cristiana formada por gentes del lugar, pide ayuda al rey de León que empeñado en la defensa de la ciudad aún afectada por el trauma de la “batalla del Foso” (938), da la causa por perdida confesando que era más difícil expulsar a los moros del Paleiro, que cazar un oso vivo. Heridos en su orgullo y honor los lugareños al día siguiente salieron al monte, apresaron un oso y se lo llevaron al monarca como muestra de valentía y decisión.
Regresaron de nuevo al frente donde unieron sus fuerzas con las de los vecinos de Los Montes y Urdiales. Como ocurriera en Camposagrado y en Clavijo, al frente de los cruzados apareció el Apóstol Santiago (siempre con su caballo blanco y blandiendo su espada) y enfrente, comandando las tropas musulmanas, Martín Moro, llamado Toledano por su origen. Así describe Diego Rodríguez de Almela ( "Valerio de las Historias Eclesiásticas") en el año 1487 el espectáculo de la batalla:
“E como el dia fuese esclarescido, oyda misa e rescebidos los sacramentos, los cristianos fueron fuertemente ferir en las hazes de los moros llamando 'Dios ayuda Santiago.' E como estoviesen fuertemente peleando, vieron la visión del apóstol con grand compaña de ángeles commo cavalleros armados que parescía a los moros que era muy gran gente que les venía en socorro e luego començaron a fuyr e arrancar. Pocos escaparon e fueron muertos delos moros setenta mil e otros muchos captivos”.
La gesta quedó recogida en el romancero que así la canta:
Señor Santiago bendito
que de los cielos bajaste
veinticinco mil moros mataste
en el campo de la victoria.
Y ahora te vas a los cielos
con los santos y la gloria.
Existe otra tradición que nos presenta un “Matamoros” no tan épico, sino más humano (con dudas, más realista y estratega): viendo el gran número de muyahidínes, en vez de llevarlo todo a sangre y fuego, el Apóstol comenzó a pensar en una retirada estratégica. Sumido en sus pensamientos, contempló un grupo de mariposas típicas del lugar que revoloteaban incesantemente. De tal manera le llamaron la atención que para mejor observarlas comenzó a girar en círculo: era una señal que le enviaba la Virgen María. Captado el mensaje, Santiago retornó sobre sus pasos y atacó despiadadamente a los yihadistas al grito de “¡acábelos!”, consigna bélica que terminó, según esta variante legendaria, dando nombre a la población de Cacabelos. Esta versión se hermanaría con la de Camposagrado ya que en los dos casos se habla de un cierto fracaso inicial, una reconsideración del plan que finalmente les llevará a la victoria final con la complicidad y ayuda, claro está, de Santiago.
En justo agradecimiento levantaron en el lugar de los hechos una ermita en honor del Apóstol. Dice la tradición que en reconocimiento y recompensa el Rey, tal como recogen las crónicas, les concedió en 1229 los fueros o privilegios de que gozaba este concejo, que los eximía del servicio real, el servicio de armas y otras contribuciones. En recuerdo y gratitud por este privilegio los vecinos regalaban cada año un oso al señor de la jurisdicción, primero al Rey, luego a los condes de Alba de Liste, en los que los reyes enajenaron sus derechos convirtiéndolos en señores de la Jurisdicción de Bembibre a la que también pertenecía el concejo de Colinas. Un apeo de 1700 da fe: "tienen obligación de salir en cada un año perpetuamente tres días a montería”: San Julián siete de enero, San Lorenzo diez de Agosto, San Mateo veinte y dos de setiembre.. “Y si lo mataren la piel de él han de llevar a villa de Bembibre”. Con la abolición de los señoríos en el primer tercio del siglo XIX, desapareció el tributo del oso pero no así las monterías que se mantuvieron.
Qué hay de cierto en esta historia? De entrada es evidente la incompatibilidad de algunos personajes. Alfonso IX no puede ser el rey de referencia ya que reinará mucho después (finales del siglo XII) aunque su fama de gran conquistador (Cáceres, Mérida, Badajoz) pudieron catapultarlo a la leyenda. Siendo fieles a la fecha indicada al principio tendríamos que estar hablando de Ramiro III o Bermudo II. La trama legendaria sí que corresponde con la época de la “Batalla por León”: Almanzor hostiga constantemente el reino de León sitiando insistentemente la Capital con tropas venidas de Toledo (aquí está el Martín de nuestra historia), pero llega un momento en que Almanzor hace un planteamiento “ideológico” de su estrategia: la resistencia cristiana, su bravura y orgullo estaban alimentados por su fe ciega en la intervención milagrosa de Santiago. ¿Y qué fomentaba y mantenía este espíritu jacobeo? El peregrinaje a Santiago. Por eso se propone extirpar de raíz las peregrinaciones a Compostela y para ello deriva una parte de su ejército hacia Santiago, arrasando cualquier signo cristiano que encuentra a su paso. En este contexto histórico se ha de encuadrar la Batalla de Colinas y la destrucción de la Cruz Alta, conocida desde entonces, según dice la tradición, como la “Cruz Cercenada” (Quintana de Fuseros) al ser truncada por los sarracenos. Fuera por hostigamiento, fuera por campaña de limpieza o interés de saqueo, Almanzor llega a Santiago de Compostela. Todos conocemos la conquista y aniquilación de la Ciudad (997) con la consabida anécdota de las campanas llevadas a Córdoba.
Por lo que hace referencia a las tensiones y enfrentamientos entre cristianos y musulmanes parece ser que no era habitual en la zona del Bierzo. Más bien se trataba de un territorio de acogida para mozárabes huidos de Al-Andalus tal vez por estar esta tierra alejada de las constantes refriegas de los primeros siglos de la Reconquista: es lo que se conoce como la “Tebaida Leonesa” donde se multiplicaron los eremitorios y oratorios creados por S. Fructuoso y S. Valerio (S. VII) y restaurados y ampliados por S. Genadio (S. X). El Monasterio de Santiago de Peñalba (937) es el testimonio más importante.
Actualización Jul2025 | 417👀
Camino Olvidado
Las Janas
Son las janas divinidades ambiguas
Las náyades reciben diferentes nombres en muchos de los territorios españoles: donas en Galicia, janas en León y Cantabria, Lamias en el País Vasco, dones d’aigua en Cataluña…
La mitología grecorromana dotaba a la naturaleza de un pálpito mágico y encantador provocado por unos seres femeninos que se movían en la periferia de la divinidad: las náyades eran vírgenes saltarinas que jugueteaban en las fuentes y las corrientes de agua, las nereidas amantes de aguas abiertas poblaban el mar, las oréadas correteaban por riscos y montañas, las alseides mariposeaban por el linde de los bosques y praderas floridas, las dríades (o Hamadríades) se infiltraban en el tronco de los árboles, especialmente los castaños, encinas, cerezos, moreras, negrillos, chopos, higueras, laureles…Las náyades reciben diferentes nombres en muchos de los territorios españoles: donas en Galicia, janas en León y Cantabria, Lamias en el País Vasco, dones d’aigua en Cataluña…
Estas diosas menores de agua dulce son de pequeña estatura, de ojos verdes que miran embrujadoramente. Hermosas en extremo exhiben una larga cabellera rubia y van vestidas con túnicas plateadas o blancas, aunque en ocasiones lucen trajes típicos de la región. A veces viven solas y en otros casos se juntan varias hermanas.
Sus principales aficiones son peinar sus largos cabellos con peines de oro, lavar sus delicadas ropas a la luz de la luna y sobre todo cantar melodiosas canciones o danzar incansablemente. Todo su ajuar es de oro (tijeras, ruecas, husos…) y hay quien dice que cuidan gallinas doradas que ponen huevos de oro. Así describe su morada Garcilaso de la Vega:
Hermosas ninfas que, en el río metidas
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas
Hay janas que, víctimas de encantamientos buscan desesperadamente alguien que las libere. La noche más apropiada para este ceremonial mágico es, cómo no, la noche de San Juan. Los ritos que se pueden oficiar en caso de encontrarse afortunadamente en esta situación son: llegar hasta ellas tirando del hilo de oro de su madeja, pronunciar conjuros, arrebatarle la gallina de oro o algunos de sus pollines o bien tocarle con alguna tela que haya servido de ornamento en la iglesia. El desencantador que las desencantare será premiado con algún objeto de oro de los que componen su inmenso tesoro.
Son irresistiblemente seductoras abusando de los embrujos de su rubia cabellera, de su mirada peligrosamente insinuante o de sus cánticos con la complicidad de la congénita debilidad de los hombres. No hay soltero, casado, divorciado o viudo que se pueda resistir a sus encantos. Dícelo así la copla asturiana:
To madre te espera,
to padre te llama,
los ñeños tan solos
y tú con la xana.
Pueden estas diosas tener amoríos con humanos que en ocasiones dan sus frutos. L@s janinxs, de padre desconocido por mor de la promiscuidad, nacen frágiles y enfermiz@s. Por eso las madres janas practican las artimañas del cuco: aprovechando un descuido de una humana que amamante le intercambian la criatura. Meses después la diosa volverá para poner las cosas en su sitio. Ante el riesgo de que alguna jana quiera volver a repetir el truco hay un antídoto seguro: colgar en la cuna de la criatura una rama de muérdago. L@s janinxs (xanines) dicen en los Ancares que entran en las casas por las noches para comer patatas: les es igual que sean asadas, cocidas o fritas porque todas les encantan y les dan vida.
Son las janas divinidades ambiguas. A veces actúan con benevolencia. Conceden deseos a quienes las veneran teniendo en cuenta que su especialidad es propiciar enamoramientos y garantizar fertilidad. Pero también pueden tener el carácter maligno de una bruja tal como recoge el romance:
¡Ay, que una xana hechicera
lavando está en Fuentenoble,
lavando cadejos de oro,
vestida de mil primores
Las janas comparten el control de la naturaleza con otros espíritus masculinos como son los renuberos, genios que controlan las nubes y tienen el poder de provocar la lluvia para bien o para mal. Al igual que Júpiter manifiestan su furia con el flagelo de rayos y truenos. Tan sólo se aplacan con el sonido de las campanas cuando repican a “tente nube”.
Carissia (Carucedo) y las sirenas de Valdetuéjar son las janas leonesas de más fama y renombre. Pero no debemos olvidar otras de mucho reconocimiento como son las que habitan en el puerto de Pandebre entre las aguas del arroyo de Mostagal; a veces suben, montadas sobre las alas del viento, a peinarse los cabellos en el hayedo vecino. Conocidas son también las de Caminayo, que son de las encantadas: se esconden en las cuevas donde ocultan un gran tesoro depositado en dos escudillas de oro. Otra hay que expía sus amores en la fuente de la Vallina cerca de Gete: allí espera a que un mozo montañés la libere de su encantamiento al darle a beber agua de la fuente en el cuenco de la mano. Esto sólo puede ocurrir una vez al año: adivina adivinanza, ¿cuál es la noche de la esperanza? Bien lo sabía el tío Gabriel que decidió probar suerte. Subió a la fuente la noche sanjuanera tras un duro día de siega. Vencido por el cansancio se durmió mucho antes de la media noche. Cuando abrió los ojos al clarear el día contempló apenado que a su lado había un peine de hueso de castrón: la jana decepcionada le recriminaba de este modo su flojera. Cuentan las gentes de allí que un día bajaba del monte la tía Periquita. Se paró a beber agua de la fuente y aunque no era temporada se le apareció la jana que le entregó un puñado de canicas.
-Guárdalas en el mandil-le dijo- pero no las mires hasta que hayas entrado en casa.
Al llegar a las Vegas del Barrero la curiosona Periquita no pudo aguantarse las ganas de descubrir el misterio. Así que desplegó el mandil y vio para su desgracia que entre los pliegues tan sólo había cuatro carbones de roble. Maldijo su curiosidad malsana pero no se resignó: volvió a doblar el delantal y siguió camino del pueblo. Entró en casa, puso el mandil encima de la mesa y poco a poco lo fue desplegando: entre las cintas apareció… ¡una onza de oro!
Las divinas janas han bendecido generosamente nuestras tierras montañesas. Tal es así que bien podemos decir que gozamos de un paisaje fabuloso. Han tocado nuestras serranías de lagos embrujadores donde podemos ver los ecos del cielo y de los picachos. Nos han regalado fuentes generosas como las que tejen la cuna del río Gordo o misteriosas como las que dan a luz las cuevas de Valporquero. Nos han visitado juguetonas y rumorosas regateando las peñas de las hoces (Vegacervera y Valdeteja). Lucen sus mejores galas en la pasarela de nuestros ríos cristalinos. Veneremos a nuestras diosas acuíferas y acuosas y sobre todo, sobre todo, no nos olvidemos de “coger el trébole la noche de San Juan” .
Actualización Jul2025 | 471👀
Camino Olvidado
Leyenda de la Virgen de Pandorado
Pandorado es en muchos aspectos el corazón de La Omaña (León)
Las sirenas de Valdetuéjar
Esta leyenda junto con la colección de canecillos de carácter sexual de la Colegiata de San Pedro en Cervatos significa el toque erótico del Viejo Camino. También encontramos un canecillo de lo más viril en la iglesia de Coladilla (variante de Valdorria).
Desde los más antiguos tiempos el peregrinaje ha contado con toda suerte de experiencias porque somos humanos y la carne es débil. Según la tradición muy repetida en los pueblos que rodean Peñacorada, San Guillermo, un monje huido de Sahagún, hizo vida de eremita en estas montañas y dio origen al monasterio de Santa María de los Valles (tal vez la actual Virgen de la Velilla) del que fue abad. Como es propio de las leyendas se entrecruzan en este cesto mimbres de tiempos distintos. Estamos hablando de los tiempos medievales (S. X-XII). Muchos eran los peregrinos que por aquellas tierras del Valle del Hambre pasaban camino de Santiago y que podían ser acogidos en el albergue del monasterio de San Martín.
En cierta ocasión llegaron unas peregrinas pidiendo hospedaje. Parece ser que el castigo del camino no había sido suficiente como para desbravar aquellos cuerpos lozanos. Así que sedujeron con sus muchas artimañas a otros tantos monjes con los que retozaron toda la noche. Seguramente aquello no era nada nuevo (siendo mal pensados podríamos suponer que las susodichas peregrinas ya venían informadas) porque el abad Guillermo, que ya tenía la mosca en la oreja, espió a los frailes y confirmó sus sospechas. Conocedor como era el Santo de las cosas divinas, tuvo muy en cuenta cómo se las ha gastado Dios desde los tiempos del Paraíso Terrenal en asuntos pecaminosos: mano dura y castigo al canto. A la mujer por inductora y malévola, y al hombre por tonto y flojo. Pero dejando siempre claro quién es el más culpable. Así pues San Guillermo, con los poderes que le venían de lo alto, convirtió a las pecadoras en sirenas del río Tuéjar (los más estrictos en mitologías dicen que no son sirenas sino ninfas que son las que reinan en aguas dulces). Encontraréis dos en el exterior de la torre y otras dos encima del pórtico. Si por allí pasáis en la noche de San Juan y oís croar en el río o en el lago, pensad que no son renagueis, sino sirenas transgénicas que purgan su lascivia por los siglos de los siglos sin que puedan ser redimidas por un príncipe azul por más peregrino que sea. Otra tradición fija la noche de San Martín como la noche de los encantamientos: sean ninfas o sirenas lo cierto es que se concitan para hacer sus cánticos. Así que los lugareños no se atreven a acercarse al río Tuéjar por miedo a que las peregrinas trasmutadas los rapten para siempre bajo las frías aguas.
A los monjes el santo anacoreta los dejó en su cuerpo mortal, pero como castigo y antídoto de su debilidad los sometió a trabajos forzados: tendrían que construir la iglesia de San Martín y en sus capiteles y cornisas esculpirían las sirenas para memoria de su pecado y testimonio de las generaciones futuras.
Esta historia de lujuria peregrina tiene también una versión masculina. Figura en las crónicas del Códice Calixtino (milagro XVII) y que Gonzalo de Berceo traduce en cuaderna vía con el título de “El Romero de Santiago”. Dícese en estos textos que el peregrino Giraldo incumpliendo los rituales se había puesto en Camino habiendo retozado con una moza. Y el cielo, con la colaboración incomprensible del infierno, no perdonó como es natural pecado de tal índole. Tanto el demonio disfrazado de Santiago como la Gloriosa estaban de acuerdo en que había que cortar por lo sano y que la sangre había de llegar al río. Pero con el tiempo Santa María tuvo piedad del pecador; por eso le devolvió la vida …
“mas lo de la natura, cuanto que fue cortado,
no le volvió a crecer, y quedó en ese estado”.
Los hechos que aparecen en la leyenda no son la invención de una mente anticlerical ni suponen un acontecimiento singular o extraño en la época medieval. Los monasterios cluniacenses (S. X), fruto de la reforma de la orden de San Benito, habían ido degradándose progresivamente. La influencia de la nobleza y la corrupción moral llevaron a los cenobios una relajación de costumbres nada acorde con la vida espiritual. En la iglesia la jerarquía eclesiástica estaba infectada de simonía y nicolaísmo (matrimonio o amancebamiento de clérigos ).
A lo largo de toda la Edad Media los conventos se fueron llenando de gentes sin verdadera vocación, entendiendo por esta palabra la intención firme y resolutiva de entregarse a una vida espiritual profunda de dedicación exclusiva, aunque para ello tuvieran que renunciar a comodidades y gozos corporales: la castidad era, tal como aparece en las Partidas de Alfonso X (S. XIII), el mejor salvoconducto para la salvación de las almas. El hecho es que en los cenobios ingresaban muchos nobles movidos por el prestigio, los privilegios, la seguridad y la relativa comodidad de la vida monástica. Los hijos menores varones de las familias nobles y acomodadas a los que no les gustaban las armas, no tenían otra opción que la vida monacal. Las hijas poco agraciadas de los estratos superiores de la pirámide feudal que quedaban fuera de la circulación se acogían a los monasterios, que en pago por la buena obra recibían importantes dotes no sin la contrapartida de dejar sentir la influencia y tutela de la donante y su familia. Para los siervos y gente de la gleba entrar en el convento suponía la única puerta de salida para escapar del hambre y de la miseria propios de su estamento: dentro del recinto monacal la comida estaba asegurada, las comodidades eran mayores y mejores, y la disciplina y austeridad de la Regla nada tenían que ver con el régimen de esclavitud que soportaban en la base piramidal. Doncellas a las que se les estaba pasando el arroz y se sentían amenazas por el destino de vestir santos, mozas sin dote para poder realizar sus sueños, viudas que se sentían “obligadas” a desaparecer de su entorno para salvar su buen nombre, nutrieron en gran manera los monasterios medievales. Era el mejor caldo de cultivo para que el vicio y la concupiscencia florecieran intensiva y extensivamente, casi sin necesidad de que el Maligno incentivara la producción (y la reproducción).
Muestra de esta connivencia son los denominados “monasterios dúplices” en los que vivían en buena vecindad monjes y monjas sometidos a la misma autoridad y a la misma Regla. Monasterios tan conocidos como Sta. Mª la Real (Aguilar de Campoo), S. Millán de la Cogolla (Rioja), S. Salvador de Oña (Burgos) funcionaban en este régimen. Se alojaban en edificios diferenciados y oficialmente tan sólo compartían los actos de culto; pero el trasvase era posible y una especie de ley “Schengen” no escrita toleraba el tránsito en ambas direcciones. Así que estaba a la orden de la noche los intercambios de fluidos citándose el personal en los muchos recovecos que ofrecía el monasterio, al amparo y con la complicidad de la red que formaban quienes “cojeaban del mismo pie”, cosa que permitía librarse de los castigo físicos y espirituales a los que eran sometidos los pillados in fraganti, como ocurrió a los monjes de nuestra leyenda. Por otra parte el perdón de los pecados permitía el borrón y cuenta nueva siendo un buen antídoto contra los remordimientos de conciencia . En esta narración no se entra en juicios de valores ni en el análisis histórico de los orígenes y significación sociopolítica de este tipo de monasterios.
Las reformas de S. Bernardo de Claraval en los inicios del siglo XII, el I Concilio de Letrán (1123), las tesis de Lutero (1517), el Concilio de Trento (1545-63) intentaron poner freno a unas prácticas clericales que se mantuvieron no obstante de manera notoria hasta el Papado de Alejandro VI (S. XV) y Julio II (S. XVI).
La leyenda de las sirenas del Tuéjar tiene una historia paralela en el conocido caso del escándalo de la monja Watton allá a mediados del siglo XII. Esta monja celestina se dedicaba a concertar encuentros amorosos entre sus hermanas y un fraile lego que debía ser el macho alfa del convento, servicios por los que al parecer cobraba en especie ya que cuando se destapó la olla podrida sor Watton estaba embarazada. Las crónicas no relatan los detalles del escenario, por lo que no podemos saber si los desahogos tenían lugar en la iglesia, en las celdas o en alguna área de servicios. El usufructo de los legos parece que era frecuente ya que se editaron leyes al respecto. El final de esta historia difiere mucho del tratamiento que le dio S. Guillermo. Ya en aquellos tiempos Europa tenía sus toques feministas: las monjas (no se sabe cuántas ni cuáles) descargaron su ira, en un acto de ejemplar venganza, sobre el cuerpazo de aquel lego metrosexual. No hay constancia de las secuelas en el monjerío femenino convicto y confeso.
Camino olvidado
A los monjes el santo anacoreta los dejó en su cuerpo mortal, pero como castigo y antídoto de su debilidad los sometió a trabajos forzados: tendrían que construir la iglesia de San Martín y en sus capiteles y cornisas esculpirían las sirenas para memoria de su pecado y testimonio de las generaciones futuras.
Esta historia de lujuria peregrina tiene también una versión masculina. Figura en las crónicas del Códice Calixtino (milagro XVII) y que Gonzalo de Berceo traduce en cuaderna vía con el título de “El Romero de Santiago”. Dícese en estos textos que el peregrino Giraldo incumpliendo los rituales se había puesto en Camino habiendo retozado con una moza. Y el cielo, con la colaboración incomprensible del infierno, no perdonó como es natural pecado de tal índole. Tanto el demonio disfrazado de Santiago como la Gloriosa estaban de acuerdo en que había que cortar por lo sano y que la sangre había de llegar al río. Pero con el tiempo Santa María tuvo piedad del pecador; por eso le devolvió la vida …
“mas lo de la natura, cuanto que fue cortado,
no le volvió a crecer, y quedó en ese estado”.
Nota histórica
Los hechos que aparecen en la leyenda no son la invención de una mente anticlerical ni suponen un acontecimiento singular o extraño en la época medieval. Los monasterios cluniacenses (S. X), fruto de la reforma de la orden de San Benito, habían ido degradándose progresivamente. La influencia de la nobleza y la corrupción moral llevaron a los cenobios una relajación de costumbres nada acorde con la vida espiritual. En la iglesia la jerarquía eclesiástica estaba infectada de simonía y nicolaísmo (matrimonio o amancebamiento de clérigos ).
A lo largo de toda la Edad Media los conventos se fueron llenando de gentes sin verdadera vocación, entendiendo por esta palabra la intención firme y resolutiva de entregarse a una vida espiritual profunda de dedicación exclusiva, aunque para ello tuvieran que renunciar a comodidades y gozos corporales: la castidad era, tal como aparece en las Partidas de Alfonso X (S. XIII), el mejor salvoconducto para la salvación de las almas. El hecho es que en los cenobios ingresaban muchos nobles movidos por el prestigio, los privilegios, la seguridad y la relativa comodidad de la vida monástica. Los hijos menores varones de las familias nobles y acomodadas a los que no les gustaban las armas, no tenían otra opción que la vida monacal. Las hijas poco agraciadas de los estratos superiores de la pirámide feudal que quedaban fuera de la circulación se acogían a los monasterios, que en pago por la buena obra recibían importantes dotes no sin la contrapartida de dejar sentir la influencia y tutela de la donante y su familia. Para los siervos y gente de la gleba entrar en el convento suponía la única puerta de salida para escapar del hambre y de la miseria propios de su estamento: dentro del recinto monacal la comida estaba asegurada, las comodidades eran mayores y mejores, y la disciplina y austeridad de la Regla nada tenían que ver con el régimen de esclavitud que soportaban en la base piramidal. Doncellas a las que se les estaba pasando el arroz y se sentían amenazas por el destino de vestir santos, mozas sin dote para poder realizar sus sueños, viudas que se sentían “obligadas” a desaparecer de su entorno para salvar su buen nombre, nutrieron en gran manera los monasterios medievales. Era el mejor caldo de cultivo para que el vicio y la concupiscencia florecieran intensiva y extensivamente, casi sin necesidad de que el Maligno incentivara la producción (y la reproducción).
Muestra de esta connivencia son los denominados “monasterios dúplices” en los que vivían en buena vecindad monjes y monjas sometidos a la misma autoridad y a la misma Regla. Monasterios tan conocidos como Sta. Mª la Real (Aguilar de Campoo), S. Millán de la Cogolla (Rioja), S. Salvador de Oña (Burgos) funcionaban en este régimen. Se alojaban en edificios diferenciados y oficialmente tan sólo compartían los actos de culto; pero el trasvase era posible y una especie de ley “Schengen” no escrita toleraba el tránsito en ambas direcciones. Así que estaba a la orden de la noche los intercambios de fluidos citándose el personal en los muchos recovecos que ofrecía el monasterio, al amparo y con la complicidad de la red que formaban quienes “cojeaban del mismo pie”, cosa que permitía librarse de los castigo físicos y espirituales a los que eran sometidos los pillados in fraganti, como ocurrió a los monjes de nuestra leyenda. Por otra parte el perdón de los pecados permitía el borrón y cuenta nueva siendo un buen antídoto contra los remordimientos de conciencia . En esta narración no se entra en juicios de valores ni en el análisis histórico de los orígenes y significación sociopolítica de este tipo de monasterios.
Las reformas de S. Bernardo de Claraval en los inicios del siglo XII, el I Concilio de Letrán (1123), las tesis de Lutero (1517), el Concilio de Trento (1545-63) intentaron poner freno a unas prácticas clericales que se mantuvieron no obstante de manera notoria hasta el Papado de Alejandro VI (S. XV) y Julio II (S. XVI).
La leyenda de las sirenas del Tuéjar tiene una historia paralela en el conocido caso del escándalo de la monja Watton allá a mediados del siglo XII. Esta monja celestina se dedicaba a concertar encuentros amorosos entre sus hermanas y un fraile lego que debía ser el macho alfa del convento, servicios por los que al parecer cobraba en especie ya que cuando se destapó la olla podrida sor Watton estaba embarazada. Las crónicas no relatan los detalles del escenario, por lo que no podemos saber si los desahogos tenían lugar en la iglesia, en las celdas o en alguna área de servicios. El usufructo de los legos parece que era frecuente ya que se editaron leyes al respecto. El final de esta historia difiere mucho del tratamiento que le dio S. Guillermo. Ya en aquellos tiempos Europa tenía sus toques feministas: las monjas (no se sabe cuántas ni cuáles) descargaron su ira, en un acto de ejemplar venganza, sobre el cuerpazo de aquel lego metrosexual. No hay constancia de las secuelas en el monjerío femenino convicto y confeso.
Actualización Jul25 | 570👀
Camino olvidado
El lago de Isoba
Era allá por el siglo X de nuestra era. Los musulmanes devastaban con sus razzias las llanuras de la meseta convertida en “tierra de nadie” o zona fronteriza: la “Batalla por León o los trabajos “autónomos” del Cid Campeador que alquilaba sus servicios al mejor postor, son una muestra de la inseguridad de la planicie castellano-leonesa.
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A pesar de la victoria de una coalición de los incipientes reinos Cristianos de origen visigodo en Simancas (939) la paz, como la alegría en casa del pobre, duró muy poco porque la aparición en escena de Almanzor sembró por todas partes el “terror sarraceno”( Carrión de los Condes, León, Astorga…, Santiago) Así que los peregrinos, por seguridad, hacían su camino hacia Compostela por la montaña ( Valle de Mena, Merindades, Montaña Palentina y vertiente sur de la Cordillera Cantábrica), aprovechando los pasos más transitables, en algunos casos ya marcados por las calzadas romanas. La siguiente leyenda da fe del peregrinaje por el Viejo Camino de Santiago.En cierta ocasión un grupo de peregrinos que iba a Santiago siguiendo el valle del Porma, llegó al pueblo de Isoba. Estaban cansados y hambrientos. Pican a la puerta de la primera casa:
-Una limosna, por amor de Dios. Somos peregrinos que vamos hacia Compostela y venimos hambrientos y agotados.
Desde el interior de la casa una voz les respondió:
-Dios les ampare.
Siguieron picando casa por casa y en todas la misma respuesta: “Dios les ampare”. Estaban ya a la salida del pueblo y tan sólo quedaban dos casas. Picaron en la primera. Salió a recibirlos el señor cura que, solícito, les dio algo de comer, pero les explicó que su casa era muy pequeña y no podía dar albergue a todos. Le dieron las gracias y se fueron a buscar fortuna en la última casa. Nada más picar apareció en la puerta una mujer de cierta edad que los vecinos llamaban “la pecadora” (en alguna de las versiones “maledicentes” se cuenta que era la madre soltera del señor cura). Escuchó muy atenta las palabras de los peregrinos.
-Sí que puedo hospedaros, pero soy muy pobre y no tengo para daros de cenar- les respondió.
-¿Entonces de qué se alimenta, buena señora?-preguntó Jesús, uno de los peregrinos.
– Con la leche que me da una vaquina que tengo en la cuadra.
– Tenemos mucha hambre. Podíamos matar la vaca y usted nos la prepara. No se preocupe: Dios proveerá. Yo le prometo que recibirá el ciento por uno- le aseguró el peregrino.
La mujer, convencida de que aquel misterioso peregrino cumpliría sin ninguna duda su palabra, accedió a la petición. Llegada la hora de la cena se pusieron a la mesa y le dijeron a la “pecadora”:
-Vaya usted recogiendo todos los huesos de su vaca en una canasta grande; mañana, antes de marchar, le diremos lo que tiene que hacer con ellos.
La hospedera cumplió sus órdenes. Acabada la cena, los extraños peregrinos se fueron a descansar repartidos por el pajar y la tenada.
Al día siguiente, al rayar el alba, los huéspedes se levantaron y recogieron sus escasas pertenencias dispuestos a reemprender el camino. La mujer, mosqueada ante el silencio de Jesús y sus compañeros, les preguntó:
-¿Y qué he de hacer con los huesos de mi vaca que me mandaron guardar anoche?
-–Arrójelos por el corral antes de que partamos.
Así lo hizo la mujer . Una vez esparcidos, Jesús levantó sus ojos al cielo y los bendijo. Se despidieron amablemente y reiniciaron el peregrinaje. Al poco de cada uno de los huesos surgió una hermosa vaca, quedando aquel corral convertido en una espléndida majada del mejor ganado. La mujer llena de gozo dio gracias a Dios y salió corriendo a decirles a sus vecinos todo cuanto había ocurrido en su casa. Los vecinos en vez de alegrarse, recomidos de envidia, comenzaron a insultarla, e incluso pretendieron arrebatarle alguna de sus vacas. Ella, viéndose en tal aprieto, salió en busca de los peregrinos y los halló sentados en un altozano no muy lejos del pueblo. Envuelta en lágrimas les contó lo sucedido. Entonces uno de los peregrinos se levantó, se puso de cara al pueblo, extendió su mano derecha y, presa de la indignación, gritó en tono solemne:
¡Húndase Isoba, menos la casa del cura y la de la pecadora!
Inmediatamente y en un abrir y cerrar de ojos un gigantesco torrente descendió de las montañas hasta anegar el pueblo. Sólo la casa del cura y la de la pecadora se salvaron de aquel diluvio particular. Así nació el bello lago de Isoba. Dicen que en ciertas noches de luna llena desde el pueblo de Cuénabres se oyen los bramidos del lago tal como si fueran los fragores de las olas del mar en medio de una tormenta.
Hay otras versiones de la leyenda:
Una de ellas reduce los peregrinos a tan sólo uno y altera sus necesidades: venía muerto de sed. Así que fue pidiendo un poco de agua para llenar su calabaza y poder saciar aquella sed que lo mataba. Nadie lo escuchó, todas las puertas se le cerraron tras el “Dios te ampare” de rigor. Por eso el peregrino encolerizado maldijo al pueblo. Los efectos fueron fulminantes: las montañas comenzaron a manar agua a borbotones hasta formar una ingente torrentera que arrasó el pueblo. Así nació el lago de Isoba.
Nota:
Imágen: Javier Díaz Barrera
Actualización Jul2025 | +860👀
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