Era allá por el siglo X de nuestra era. Los musulmanes devastaban con sus razzias las llanuras de la meseta convertida en “tierra de nadie” o zona fronteriza: la “Batalla por León o los trabajos “autónomos” del Cid Campeador que alquilaba sus servicios al mejor postor, son una muestra de la inseguridad de la planicie castellano-leonesa. A pesar de la victoria de una coalición de los incipientes reinos Cristianos de origen visigodo en Simancas (939) la paz, como la alegría en casa del pobre, duró muy poco porque la aparición en escena de Almanzor sembró por todas partes el “terror sarraceno”( Carrión de los Condes, León, Astorga…, Santiago) Así que los peregrinos, por seguridad, hacían su camino hacia Compostela por la montaña ( Valle de Mena, Merindades, Montaña Palentina y vertiente sur de la Cordillera Cantábrica), aprovechando los pasos más transitables, en algunos casos ya marcados por las calzadas romanas. La siguiente leyenda da fe del peregrinaje por el Viejo Camino de Santiago.
En cierta ocasión un grupo de peregrinos que iba a Santiago siguiendo el valle del Porma, llegó al pueblo de Isoba. Estaban cansados y hambrientos. Pican a la puerta de la primera casa:
-Una limosna, por amor de Dios. Somos peregrinos que vamos hacia Compostela y venimos hambrientos y agotados.
Desde el interior de la casa una voz les respondió:
-Dios les ampare.
Siguieron picando casa por casa y en todas la misma respuesta: “Dios les ampare”. Estaban ya a la salida del pueblo y tan sólo quedaban dos casas. Picaron en la primera. Salió a recibirlos el señor cura que, solícito, les dio algo de comer, pero les explicó que su casa era muy pequeña y no podía dar albergue a todos. Le dieron las gracias y se fueron a buscar fortuna en la última casa. Nada más picar apareció en la puerta una mujer de cierta edad que los vecinos llamaban “la pecadora” (en alguna de las versiones “maledicentes” se cuenta que era la madre soltera del señor cura). Escuchó muy atenta las palabras de los peregrinos.
-Sí que puedo hospedaros, pero soy muy pobre y no tengo para daros de cenar- les respondió.
-¿Entonces de qué se alimenta, buena señora?-preguntó Jesús, uno de los peregrinos.
– Con la leche que me da una vaquina que tengo en la cuadra.
– Tenemos mucha hambre. Podíamos matar la vaca y usted nos la prepara. No se preocupe: Dios proveerá. Yo le prometo que recibirá el ciento por uno- le aseguró el peregrino.
La mujer, convencida de que aquel misterioso peregrino cumpliría sin ninguna duda su palabra, accedió a la petición. Llegada la hora de la cena se pusieron a la mesa y le dijeron a la “pecadora”:
-Vaya usted recogiendo todos los huesos de su vaca en una canasta grande; mañana, antes de marchar, le diremos lo que tiene que hacer con ellos.
La hospedera cumplió sus órdenes. Acabada la cena, los extraños peregrinos se fueron a descansar repartidos por el pajar y la tenada.
Al día siguiente, al rayar el alba, los huéspedes se levantaron y recogieron sus escasas pertenencias dispuestos a reemprender el camino. La mujer, mosqueada ante el silencio de Jesús y sus compañeros, les preguntó:
-¿Y qué he de hacer con los huesos de mi vaca que me mandaron guardar anoche?
-–Arrójelos por el corral antes de que partamos.
Así lo hizo la mujer . Una vez esparcidos, Jesús levantó sus ojos al cielo y los bendijo. Se despidieron amablemente y reiniciaron el peregrinaje. Al poco de cada uno de los huesos surgió una hermosa vaca, quedando aquel corral convertido en una espléndida majada del mejor ganado. La mujer llena de gozo dio gracias a Dios y salió corriendo a decirles a sus vecinos todo cuanto había ocurrido en su casa. Los vecinos en vez de alegrarse, recomidos de envidia, comenzaron a insultarla, e incluso pretendieron arrebatarle alguna de sus vacas. Ella, viéndose en tal aprieto, salió en busca de los peregrinos y los halló sentados en un altozano no muy lejos del pueblo. Envuelta en lágrimas les contó lo sucedido. Entonces uno de los peregrinos se levantó, se puso de cara al pueblo, extendió su mano derecha y, presa de la indignación, gritó en tono solemne:
¡Húndase Isoba, menos la casa del cura y la de la pecadora!
Inmediatamente y en un abrir y cerrar de ojos un gigantesco torrente descendió de las montañas hasta anegar el pueblo. Sólo la casa del cura y la de la pecadora se salvaron de aquel diluvio particular. Así nació el bello lago de Isoba. Dicen que en ciertas noches de luna llena desde el pueblo de Cuénabres se oyen los bramidos del lago tal como si fueran los fragores de las olas del mar en medio de una tormenta.
Hay otras versiones de la leyenda:
Una de ellas reduce los peregrinos a tan sólo uno y altera sus necesidades: venía muerto de sed. Así que fue pidiendo un poco de agua para llenar su calabaza y poder saciar aquella sed que lo mataba. Nadie lo escuchó, todas las puertas se le cerraron tras el “Dios te ampare” de rigor. Por eso el peregrino encolerizado maldijo al pueblo. Los efectos fueron fulminantes: las montañas comenzaron a manar agua a borbotones hasta formar una ingente torrentera que arrasó el pueblo. Así nació el lago de Isoba.
Nota:
Más allá de constituir una amena historia digna del Filandón para encandilar a pequeños y grandes, la leyenda, en la línea de la mitología grecorromana, explica los orígenes milagrosos de la orografía y la naturaleza (también Pedro Alba -1863- atribuía la configuración del aglomerado en las montañas de las Arrimadas, al drenaje del Diluvio Universal), anteponiendo la fe ciega a la ciencia razonada y razonable. Pero además la narración da testimonio de la tradición del peregrinaje jacobeo por los valles y pasos de estas montañas.
Imágen: Javier Díaz Barrera
EL CAMINO OLVIDADO
Una serie para Curiosón de Jacinto Prada
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