Cuento que nos contaba esta misma mañana el bueno de Tiburcio, versículo veinte, escalera derecha.
LOS SÁBADOS AL SOL
Julio César Izquierdo
«En la comarca donde los susurros se proclaman, la comunidad de soledad compartida se despertaba con el eco de una quietud atronadora. Madrugaba la gente sin prisa, los tractores enmudecían el campo ensordecedor y los gallos, ajenos al horario establecido, coreaban un sigilo clamoroso (toma). Antaño, aquel núcleo de campesinos ilustrados dictaba su propia legislación sin burocracia. La ciudadanía rural decretaba normas inaudibles, pero con obediencia colectiva. El mercado del vacío abundante ofrecía productos exquisitos (con fundamento), aunque ninguno los veía expuestos. Las cosechas fértiles de aridez exuberante prometían bienes infinitos, pero nadie podía recogerlos sin esfuerzo desmesurado. Un anciano (otro diferente, supongo), eterno y joven del lugar, vigilaba la tradición mientras la innovación arcaica florecía con cada estación inmóvil. Su hogar, de piedra líquida, soportaba tempestades despejadas y vientos inanimados. Cada tarde, la hoguera glacial reunía a los vecinos dispersos, cuyo bullicio inaudible fortalecía lazos sin contacto. Pero llegó el progreso estático (quietos que arranca). Las máquinas humanas reemplazaron la manualidad mecánica; la ciencia ancestral se olvidó por la sabiduría ignorante. Cuando los ingenieros de la espontaneidad calculada instalaron avances obsoletos, el equilibrio caótico del pueblo se tambaleó. Se alzaron entonces los espacios urbanos del entorno rural (rizando el rizo), plazas solitarias con aglomeraciones inexistentes, rascacielos horizontales y parques desérticos en plena euforia colectiva. Hasta que la voz del silencio habló: nadie necesita más de lo que nunca faltó. Entonces, el frenesí tranquilo recobró su esencia, la tradición evolucionó sin cambiar y la felicidad ausente brilló con más presencia que nunca. Moraleja: a veces, el secreto para avanzar es permanecer donde siempre se ha estado». Y así nos hemos quedado, como se quedan las vacas mirando al tren, descarrilados de emoción, como intérpretes de un coro callado, abogando por un silencio fragoso. Nos hemos percibido como el témpano candente de Quevedo, predicando a voces un mutismo de verborrea. Sea.
Actualización: Jul2025 | 150👀
A veces, como perfectamente expresas en tu artículo, Julio César, en los avances que se proyectan en ciertos aspectos de la vida, y más en el mundo rural, siempre tan escaso de personas que lo habiten, surgen de manera inmediata las contradicciones. Y como si se tratase de un oxímoron, la contradicción surge de inmediato entre lo que se proyecta y las posibilidades de llevarlo a cabo tratando de evolucionar. Un artículo que hace pensar..., y mucho. Saludos.
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