
Al realizarse la invasión de los árabes, se abre paso en la historia de nuestra patria un nuevo elemento, y como siempre que esto ocurre, debemos hacer algunas consideraciones respecto de sus antecedentes.
La vida del pueblo árabe no es bien conocida hasta el siglo VII. De ella sólo sabemos, que en la península arábiga bañada por el mar Rojo y el de las Indias, vivían varias tribus, pertenecientes unas al elemento autóctono de la Arabia, otras a la raza de Jectan, y otras de origen ismaelita, de organización, usos y costumbres análogas, aun cuando no iguales, y que en una de ellas, la de los koreichitas, nació Mahoma, personaje que logró dar a tales tribus, no sólo una nueva religión, sino la unidad bastante para constituir un pueblo fuerte.
«Si tratas de buscar prosélitos como medio de obtener dinero, yo te lo daré; y si eres un loco, es preciso curarte.»
A lo cual contesta Mahoma que no quería dinero, porque despreciaba las riquezas, y que no era un loco, porque con la predicación de sus doctrinas cumplía la misión que Dios le había señalado. Varios son los principios fundamentales sobre los cuales descansa la religión predicada por Mahoma. El primero de ellos es la unidad de Dios. Mahoma, según sus propias palabras, «creía en un sólo Dios, uno en atributos y esencia, existente en sí y por sí, sin distinción de personas y atributos.» La consecuencia natural de este principio es la imposibilidad de simbolizar la idea divina, por medio de representaciones materiales. En este punto, pues, produjo la religión mahometana una verdadera revolución en las costumbres de los árabes, puesto que, según las creencias de éstos, la idea divina podía representarse por multitud de objetos materiales.

Matías Barrio y Mier (Verdeña, 1844 – Madrid, 1909)
De la serie, "Historia General del Derecho Español".
Es propiedad del Autor. Queda hecho el depósito que marca la Ley.
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