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Costumbres de los germanos

Al lado del monarca, existía una asamblea, formada por los principales jefes o caudillos, que entendían con él en los asuntos de pequeña entidad. Los de gran importancia, eran propios de la asamblea general, constituida por cuantos ciudadanos estaban en disposición de empuñar las armas, y cuyas reuniones se celebraban durante las noches de plenilunio y novilunio en los bosques sagrados, a semejanza de lo que hacían los celtas. 




España visigoda IV


A tales asambleas acudían los ciudadanos completamente armados, cual si se dispusieran a combatir, y después de imponer silencio los sacerdotes, exponía el rey las disposiciones que, en su sentir, convenía adoptar. Si opinaban como él los congregados, hacían sonar las armas sobre los escudos; en caso contrario, manifestaban su disconformidad con gritos y voces y, de ordinario, tales reuniones se verificaban de modo nada pacífico y tranquilo.

Al lado de esa asamblea general, existían otras, propias de cada una de las agrupaciones, elementos o tribus, que integraban el pueblo, cuya misión especial era la elección de caudillo que las dirigiese en la guerra, y el reparto de las tierras sobre las que se asentaban. En esas juntas, se elegían los encargados de la administración de justicia, a cuyo lado se colocaban cien hombres de la plebe, más como fuerza coercitiva para hacer acallar sus fallos, que como consultores de los mismos, si bien, el ejercicio de la jurisdicción se reconocía como cosa propia de los sacerdotes, por el gran prestigio de que gozaban entre los germanos.

Adoraban los germanos a dioses que, en su mayoría, eran la encarnación de personas que se habían distinguido en sus luchas y a las cuales rendían culto en los bosques sagrados las noches de luna nueva o llena; contaban por noches y no por días; y entre ellos, reputábase que los ciudadanos no eran tales, hasta que, en su disposición de empuñar las armas, les eran entregadas éstas por los suyos en las asambleas parciales. Con tal acto, considerábanse emancipados de la autoridad paterna; ya no pertenecían a la familia: eran de la república.

La guerra constituía su ocupación favorita y a ella iban seguidos de sus mujeres e hijos, quienes les animaban en sus combates, y cuya vista, al decir de Tácito, hubo de infundirles valor en trances apurados, para lograr señalados triunfos. Juzgando indigno de ellos todo lo adquirido por otros medios que no fuese el de la ocupación bélica, encomendaban el cultivo de la tierra y el cuidado de los ganados a sus mujeres y esclavos. Entre los suevos, la guerra era permanente. Todos los años hacían una campaña la mitad de sus hombres, quedando los demás al cuidado de los campos y ganados; y éstos eran los que guerreaban al siguiente año.

Sin embargo, cuando se veían atacados por otros pueblos, todos tomaban parte en la lucha.

No sabemos que existieran entre los germanos leyes escritas: se regían por costumbres, y es posible que en las reuniones de la asamblea general, acordaran algunas medidas que tuvieran carácter legal.

Los hombres eran libres y esclavos: libres eran los ciudadano todos, y esclavos los enemigos vencidos, a quienes perdonaban la vida y su descendencia. La situación de los reducidos a esclavitud, era menos dura que en Roma; de ordinario, se les encomendaba el cuidado de los ganados y el cultivo de las tierras. Existió también, entre los germanos, el tránsito de la esclavitud al estado de la libertad, la clientela, institución que colocaba a los que en ella vivían en ciertas condiciones de inferioridad, respecto de los ciudadanos.

Entre los hombres libres, se distinguían el elemento sacerdotal del secular, y la nobleza del pueblo, hallándose formada aquélla por los caudillos, o sean aquellos que habían logrado distinguirse de los demás en los combates.

A través de los hábitos de libertad que se manifiestan en la vida toda de los germanos, se descubren ciertos vínculos que relacionaban a las clases inferiores con la nobleza, y que fueron el germen principal de lo que más tarde, y en un mayor grado de desarrollo, hubo de conocerse con el nombre de feudalismo.

Existía entre los germanos la monogamia, institución propia, según hemos hecho notar antes de ahora, de los pueblos occidentales. Cierto que entre las clases superiores, algunos hombres tenían varias mujeres, pero tales uniones, obedecían más al deseo de establecer alianzas con otras familias, que a móviles groseros y sensuales. La condición de la mujer en el seno de la familia, era mucho más elevada que entre los romanos, lo cual se explica fácilmente, a pesar del menor grado de cultura de este pueblo, por el principio que servía de base en él a la sociedad familiar, bien distinto por cierto del que imperaba en Roma. En ésta, la familia se instituía en beneficio del jefe de la misma, y natural era que todos sus individuos carecieran de personalidad. Entre los germanos, por el contrario, la mujer era la compañera del marido, al cual acompañaba hasta en la guerra, siendo partícipe con él del botín cogido a los enemigos. Efecto de esa condición que tenía la mujer dentro de la familia, existía entre los germanos un principio, por lo que hace el régimen económico de la misma, totalmente desconocido de los romanos, y que hoy mismo se considera como el régimen más perfecto de cuantos pueden existir en la materia: nos referimos a los gananciales.

El marido dotaba a la mujer, y todo lo adquirido durante el matrimonio, se consideraba como propio de los dos cónyuges. El matrimonio se contraía por el rapto o la compra de la mujer, según que ésta perteneciera a familia amiga o enemiga de la del marido. El vínculo matrimonial tenía entre los germanos condiciones de perpetuidad, aun cuando en algunos casos excepcionales se admitía su disolución. Los ataques contra la santidad de la unión matrimonial, como el adulterio, se castigaban con penas graves y duras.

Los padres tenían omnímodas facultades sobre los hijos; pero el poder de aquellos sobre éstos, nunca fue, ni con mucho, tan absoluto como entre los romanos. La patria potestad terminaba en cuanto el hijo podía regirse a sí mismo, y ser un miembro útil a la sociedad. Por eso, se consideraba como signo de emancipación, el que el hijo recibiese las armas de manos de los suyos, cosa bien distinta de lo que sucedía en Roma, donde como hemos hecho notar, el principio constante en la materia fue la perpetuidad de la patria potestad, mientras duraba la vida del padre y éste no renunciase a ella, sin que jamás llegara a admitirse la emancipación por edad. La institución de la tutela, no existía claramente definida entre los germanos, lo cual no quiere decir que entre éstos no se atendiera a los huérfanos y desvalidos, cuyo cuidado estaba encomendado a los parientes más cercanos.


Matías Barrio y Mier (Verdeña, 1844 – Madrid, 1909)
De la serie, "Historia General del Derecho Español".


Es propiedad del Autor.
Queda hecho el depósito que marca la Ley.



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