Los Mayas se lo ofrecían a Chad, el dios de la lluvia, que entre ellos tiene fama de fumador empedernido y es el que provoca los rayos y los truenos al encender sus enormes cigarros. Este pueblo amerindio que desarrolló una de las más altas civilizaciones de la América precolombina, lo utilizará, además, en ceremonias de pubertad y para combatir los piojos, el asma, las fiebres, los trastornos intestinales y nerviosos, las infecciones urinarias y en ritos de brujería, pues se piensa en esta cultura que el humo es una buena protección contra los dioses de la muerte, por el que sienten aversión.
Viejas crónicas aseguran que fue Cristóbal Colón, al regreso de su primer viaje de las Indias, quien introdujo el tabaco en Europa, aunque, como suele ocurrir en estos casos, los ingleses trataron de restar protagonismo a nuestro expedicionario, nombrando corresponsal al navegante Raleigh (1552), que participó en las guerras de religión francesas a favor de los hugonotes, y que dirigió expediciones piráticas contra dominios españoles en América. Desde que se tuvo conocimiento del uso de esta planta, Reyes, filósofos y moralistas trataron de combatirlo, e incluso hubo quienes la identificaron con la causa del declive sufrido por el antes poderoso Imperio español.
El Papa Urbano VIII, en 1642, lanza un anatema especial contra el uso del tabaco, al que acusa de ser “vehículo de discordia social, perturbador de la armonía familiar, e inductor de alucinaciones”, y su ataque viene motivado principalmente, por los informes que llegan hasta la Santa Sede, y donde se advierte de la cantidad de adeptos al uso de esta planta que se están generando y creciendo cada día entre la clase sacerdotal.
Pese a la velada censura que trajo el consumo del tabaco, unos años más tarde, en Europa, la aristocracia y la rica burguesía “desayunan espesos tazones de chocolate, beben oscuras y aromáticas tazas de café, y aspiran tabaco en pipas de brezo, de porcelana o de distintas maderas nobles por la tarde.”
El consumo sigue creciendo con los años y en la misma proporción crecen las advertencias médicas, a las que hoy se suman las presiones del fumador pasivo. El humo de un cigarrillo deja en el aire más de 4000 sustancias, muchas de ellas potencialmente letales, entre las que los especialistas cuentan 43 carcinógenos conocidos. Aunque no portemos el cigarro, cada vez que respiramos en un ambiente donde se fuma, inhalamos cadmio (metal cancerígeno), amoniaco (usado en limpiadores), benceno (que se emplea en la fabricación del DDT), acetona (poderoso disolvente), formaldehído (ingrediente del líquido para embalsamar) y otros miles de gases y partículas sólidas suspendidas de efectos tóxicos. Hasta una simple infección de oídos en un niño, puede deberse —según los resultados de más de los 100 estudios realizados en todo el mundo— a la exposición al humo del tabaco.
A mediados de este siglo, poco antes de establecerse la ley que obligaba a advertir en las cajetillas del riesgo que conlleva su consumo, salieron a la luz pública documentos reveladores, por los que se supo que las principales empresas tabacaleras de EE.UU. ocultaban información. Ya entonces, quienes hacían negocio con ello sabían que los no fumadores estaban expuestos también a daños irreversibles. En Octubre de 1997, Norma Broin, una azafata con cáncer de pulmón gana la causa de los fumadores pasivos y a primeros de este año, en California, se extiende la prohibición de fumar de los restaurantes a los bares. Fijando los ojos en lo que ocurre allí (contagiados por tantas historias que nos llegan de América), según un informe hecho público recientemente en la prensa española, el gremio hostelero de Madrid ya ha echado cuentas sobre las pérdidas que ocasionaría la prohibición en estos establecimientos, y en el que se barajan pérdidas de puestos de trabajo, cierre de establecimientos y más de 150.000 millones.
Por otra parte, las tabacaleras norteamericanas han enfocado su publicidad hacia los grandes fumadores de la comunidad negra y en Europa, según un acuerdo que después de muchas horas de estudio llevaron adelante los ministros de Sanidad de los Quince a últimos del pasado año, la publicidad del tabaco desaparecerá completamente dentro de siete años.
Pero la historia también afecta a otras partes del mundo. En 1995 el gobierno chino restringe la publicidad del tabaco, porque las proyecciones estadísticas señalan que, en 1998, el Estado no podrá afrontar los gastos médicos destinados a los fumadores. El problema reside en que un 12% de los ingresos estatales proceden de los impuestos que pagan los 400 millones de adictos al tabaco, que consumen al año 800.000 millones de cigarrillos, producidos en treinta fábricas en las que trabajan medio millón de personas.
Así las cosas, mientras las empresas tabacaleras buscan nuevos destinos o la reducción de la dosis de alquitrán y nicotina en sus cigarrillos, y se defienden de quienes argumentan que la causa de muerte de los suyos fue cosa del cigarro, quienes se sienten cautivos de esta droga, admiten que en España gozamos todavía de un alto grado de permisividad y son conscientes de que el tabaco, como el vino, tiene su parte buena cuando se toma en pequeñas dosis.
Cinco millones de españoles, motivados por la constante publicidad negativa del tabaco, han dejado de fumar en los últimos años, según reconoce la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR) y para estos, es esencial no ceder ni siquiera por un solo cigarrillo, porque el deseo disminuye mucho después de la segunda o tercera semana, y marcarse una meta a muy corto plazo para evitar la angustia que provoca pensar que se ha dejado el tabaco para siempre.
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