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Griegos, Fenicios y Cartagineses

Presento a mis lectores y amigos, este pequeño ensayo que nos acompañará todos los lunes durante los próximos tres meses. Felipe Calvo, catedrático de la Complutense de Madrid, a quien recuerdo en un largo artículo para la prensa el año que nuestro común amigo, el compositor Luis Guzmán Rubio, nos convocó para formar parte del jurado de Canciones y Bailes de la Montaña Palentina en Cervera de Pisuerga, (las memorias se hacen realidad en un libro que se ha presentado el 21 de Diciembre en aquella villa), era un Humanista íntegro, más allá de todas las connotaciones que generó su actividad política. Al final, uno se queda con lo mejor de los demás y este palentino tenía muchas cosas de las que tomar ejemplo. Sirva este ensayo, extraído de un libro de 768 páginas y publicado por la Diputación de Palencia, en una edición muy limitada, que sus hijos me hicieron llegar para que disfrutase de la historia, tal y como la vio y la vivió su padre.
Y yo me siento generoso y no deseo otra cosa que compartirla con ustedes, todos los que curiosean por aquí. ¡Que lo disfruten!


Introducción

Acudiendo a la historia para encontrar en ella los antecedentes del momento presente, no sólo puede establecerse la continuidad de una actividad que empezó hace miles de años, sino rendir merecido tributo a los que, antes que nosotros, y en circunstancias bien distintas por cierto, fueron creando y ejercitando técnicas que aún nos honran.

El beneficio de los metales y su empleo han sido un quehacer en el que ha participado la humanidad entera, no debiendo atribuirse, en exclusiva, a ningún país. Pero algunos pueblos -posteriormente naciones- han contribuído de forma muy particular a la ciencia y la tecnología de los metales, por sus circunstancias geográficas, políticas y económicas.

No puede sorprender que los habitantes de la Península Ibérica, que cierra por el poniente ese crisol de civilizaciones que es el Mar Mediterráneo, hayan jugado su parte, desde muy antiguo, en el beneficio y empleo de los metales.




Capítulo I
Griegos, Fenicios y Cartagineses

Parece ser que un viento de levante trajo hasta Tartesos (Cádiz) un barco Samio mandado por Coleos. La tripulación quedó asombrada por la forma en que los nativos transformaban ciertas piedras en materias brillantes (metales). Esto ocurría cuando Hércules estaba todavía entre los mortales, ya que Coleos fue un célebre héroe nacional griego, de donde Hércules, etimológicamente, puede derivarse (Héroe-Coleos). Sin embargo, aunque Coleos no hubiese llegado a Iberia cuando lo hizo, no habría transcurrido demasiado tiempo antes de que llegasen los fenicios a sus costas, en naves de Tiro o de Cartago, llenas de gente astuta y codiciosa a quien Dios, por reprehensión y vergüenza de sus pecados, llamaba "mercaderes" y amenazaba de muerte.

No tardaron en llegar tampoco los cartagineses, "linaje de los fenicios, no inferiores en sagacidad y superiores en fuerzas, que cultivaron las minas y devolvieron los montes, encendida la soberbia de mandar, y rigor de las armas con la insolencia del oro".

Todos buscaban, sobre todo, oro y plata, ya que cuentos de viajeros hablaban de que los pobladores de Iberia utilizaban pesebres y tinajas de plata, y a este tenor, los instrumentos más nobles de la casa debieron ser de oro.

Se dice que los mercaderes, después de cargados los navíos de plata, por no perder cualquier modo de llevarla, llegaron a forjar sus anclas de ella, "tanta carestía tenían los españoles de otras cosas, o tanta era el hambre de los fenicios, que lo que sobraba, aunque tan estimado, en menor uso lo aventuraban".

Leyendo estas increíbles referencias se echa de menos, al acercarse a la historia, un reactivo especial que distinga la fábula del héroe histórico. Aunque, por otra parte, lo más estimulante del documento histórico es precisamente que, con lo que él refiere o representa, le está permitido a la imaginación reconstruir una sociedad acabada.

La referencia a estos fabulosos tesoros parece aún más sospechosa si se piensa que el oro y la plata pudieran tener para aquellos pobladores el mismo significado que para nosotros, cuando, probablemente, no es comparable. Sin embargo, si a alguien le queda la duda de la existencia de ese oro y plata, puede ver por sí mismo, en los Museos de España algo de lo que hasta nosotros ha llegado, transformado, por el arte de hombres que vivieron hace 2500 años, en las más delicadas joyas que harían feliz a las personas más exigentes de nuestro tiempo, como son por ejemplo, los platos de Abenjibre, el famoso tesoro de Aliseda, el no menos famoso del Caramibolo, los candelabros de Lebrija, o la recientemente descubierta vajilla de oro de Villena.

Por mucho que se quiera dudar, pues, de la veracidad de todas las referencias, quedará siempre indiscutible que aquellos íberos conocían y practicaban el arte de la extracción de estos metales y de su empleo, y se puede pensar que lo hacían como una de sus actividades fundamentales; es decir, trasladando a aquella época nuestras apreciaciones sociales de hoy, diríamos que constituían una rudimentaria sociedad donde la metalurgia se desarrolló y cultivó, como ahora y siempre, para armar guerreros, para satisfacer vanidades, para dar materia al arte y al útil, para el lucro del mercader.

Ejemplos son estos de la importancia reconocida por la Historia a estos materiales que ha jalonado sus edades con el nombre de metales.





Felipe Calvo, humanista palentino.
Ensayos y escritos en "Curiosón".

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy interesante y educativo este post que nos traes hoy...
Besos Froi y linda semana,

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