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La mujer esclava

Henri Gauche (1870-1926), escritor anarquista francés


También conocido por los pseudónimo de René Chaughi y Henri Chaughi. 


Nace en París el 7 de febrero de 1870. A los 20 años se convierte en propagandista de las ideas libertarias. Publica asíduamente en La Révolte y La Plume. En 1894 se instala en Bélgica y Holanda debido a la persecución jurídico-policial francesa ocasionada por sus escritos. En 1895 regresa a París, colaborando en Les Temps Nouveaux.


Hay quien cree razonable retener la mujer en condición inferior, porque es más débil; lógica bestial siempre. Si las palabras derecho y deber no careciesen de sentido, sería preciso decir lo contrario: imponer más deberes a los fuertes y conceder más derechos a los débiles. La debilidad de la mujer es relativa: mujeres hay más robustas que muchos hombres. En muchas especies de animales, la hembra es tan fuerte como el macho y, en el combate, en muchas veces más terrible. La debilidad no es consecuencia necesaria de la función maternal. Si en la actualidad la mujer es algo más delicada que su compañero, quizá sea únicamente debido a una larga división del trabajo entre ellos; él dedicado a la guerra y a la caza, ella cuidando la casa y la cría. La fuerza muscular tiene poco importancia en la vida social contemporánea y no puede ser motivo de desigualdad; lo que importa es la energía nerviosa; el cerebro que piensa y que quiere es lo que vale, y de que el sistema nervioso de la mujer no fuese capaz de tanto pensamiento y voluntad como el del hombre, no puede deducirse que aquélla haya de ser tenida en tutela. Lo que en este punto hay de positivo es que, como todos los seres vivientes, la mujer tiene en sí posibilidades; déjesela desarrollarse libremente, como juez único de los que puede y debe hacer.

Huyendo del estado humillante de cosa poseída, la mujer trata de emanciparse de la tutela masculina y vivir del propio trabajo, pero también en este punto se encuentra en frente de su arrogante amo que, en pago de trabajos pesadísimos, le ofrece salarios miserables. ¡Siempre el fuerte esclavizando al débil! ¡Siempre subsistente la vieja tradición simia!

Cada vez que la mujer trata de emanciparse y quiere salir del estado de cosa para elevarse al de persona, el hombre se esfuerza por impedirlo; no quiere que desarrolle sus facultades para convertirse en su igual. Los diputados no quieren mujeres electoras ni elegibles; los magistrados rechazan las abogadas; los médicos no gustan de profesoras ni agregadas; en la Escuela de Bellas Artes los alumnos han obligado a despedir a las alumnas, y, no obstante, a pesar de tan obstinada resistencia y de tantas dificultades, no pocas mujeres cultivan las ciencias, las letras y las artes, y a veces mejor que los hombres.

No hay que disimularlo: en el fondo el hombre desprecia a la mujer y la galantería que con ella usa no pasa de abominable hipocresía, destinada a disfrazar la condición de esclava en que con tanta crueldad la mantiene. Bajo cierto barniz aparatoso se halla siempre el amo vil y feroz.

Después de siglos y siglos de esclavitud, ha conservado costumbres, pensamientos y gustos de esclava. Observadla: en la más honesta encontraréis huellas de venalidad, aunque sólo sea respecto de su marido. Al ofrecimiento de un vestido nuevo, de un regalo cualquiera, se manifiesta más cariñosa, lo que es vergonzoso. Como todos los esclavos, aplaude el éxito, y prefiere la medianía que llega a brillar el mérito positivo que permanece oscurecido; siente necesidad insana de aparentar, de atraer las miradas, de dominar, de humillar. Como los salvajes, gusta de dorados, cristalería y relumbrones inútiles; pasa horas enteras frente a los escaparates de joyería admirando cosas feas pero brillantes; se cubre de collares, brazaletes, sortijas, pendientes, cintas y perifollos que no tienen razón de ser, pero que cuestan mucho y dificultan la lucha por la vida.

Es menester que eso acabe. Es preciso que la mujer tenga conciencia de sí misma, que se avergüence de su estado actual y que se niegue a ser una muñeca lujosa o una doméstica y sobre todo una cosa apropiada. Urge que aprenda que no hay dignidad posible ni menos moralidad para un ser consciente más que en la libertad en la plena posesión de sí mismo; que quiera ser libre, y lo será. La mujer libre es una revolución en el mundo cuyas consecuencias son incalculables: es el fin de las religiones, que sólo por ella subsisten, y por ella dominan aún al niño y al hombre, es también el fin de la guerra, que detestan cordialmente las esposas y las madres, porque aquélla es asesina de maridos y de hijos; la adaptación de la mujer a las tareas humildes de la servidumbre ha producido algo bueno, le ha hecho perder los hábitos de la brutalidad, el gusto del asesinato. La mujer instruida, apoyada en la vida social, es un medio de pacificación y desarme mucho más eficaz que las mentidas palabras de los déspotas; es su completa dignificación, a la par que el fin del reino de la violencia y del sacrificio de los débiles por los fuertes; es el advenimiento de la verdad, de la belleza y de la justicia.

La mujer libre es una humanidad nueva que surge y vive en la verdadera acepción de la idea de vida.

Imagen y Texto completo: filosofía.org

2 comentarios:

Kir dijo...

Y pensar que esto se escribió hace un siglo y aún se podría aplicar a la actualidad: diferencia de salarios, tachar de "poco femenina",machorra, o simplemente, rara, a aquella mujer que pasa de perifollos brillantes y no brillantes, etc, etc. Gilipollas habrá siempre, pero también hay gente buena. Un besín.

Juan Carlos López dijo...

Enrique... ¡Izquierda!

En esas andamos después de cien años.

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