Las murallas

De paseo por León

Eran los últimos días de Nerón, el 74 de nuestra Era, cuando en Clunia nace la Legio VII Gemina Pia Felix, que recibe orden de establecerse en el campamento-ciudad de la Legio VI Victrix y reforzar la vieja empalizada.

Corría el 25 a. de C. y las Legiones conquistadoras de Lancia ascendían para el sometimiento de cántabros y astures. Una de ellas, la Legio VI Victrix, recibió orden de Augusto para asentar su campamento permanente en un suave otero entre los ríos Torío y Bernesga. Y junto al puente, cerca del Castro, también estableció la “vicus ad legionem”, la cannaba.

Talando robles, álamos y encinas, sobre un parapeto de tapines, barro y cantos, levantaron fuerte empalizada con terraplén, excavando en su derredor un ancho foso. Y por medio de las presas, aún existentes, comenzaron a acercar el agua del río Torío. También por un acueducto, desde las fuentes del actual monte de San Isidro. Así comenzó a formarse Leione (*).

Eran los últimos días de Nerón, el 74 de nuestra Era, cuando en Clunia nace la Legio VII Gemina Pia Felix, que recibe orden de establecerse en el campamento-ciudad de la Legio VI Victrix y reforzar la vieja empalizada.

En el siglo III la elevaron hasta 10 metros y le añadieron 72 torreones defensivos semicirculares (cubos), de los que sólo permanecen 43. Los arqueólogos citan hasta cuatro fortificaciones de la época romana: De murete de tapines. De barro y grava. De sillarejo y de calicanto.

Más tarde, con la Corte cristiana aún en Oviedo, cuando Ordoño I reconquista Leione de las manos agarenas, la muralla recupera su poder defensivo, no logrando derribarla los ejércitos califales. No así ocurrió con la desidia e ignorancia posteriores que destruyeron gran parte de sus torres, amén de otras estructuras.

Hasta principios del siglo XIV la vida de León estuvo reducida al interior de su muralla, gran parte escondida en su caserío, cuando a las 9 en invierno y las 10 en verano, desde la torre de San Marcelo, el clavero mayor daba la “orden de queda” y en cada una de sus 12 puertas se escuchaba el chirriar de los quiciales y el chasquear de los cerrojos que cerraban sus desaparecidas puertas.

Extramuros estaba la judería y varios asentamientos monacales y agrícolas que fueron integrados, para su defensa, dentro de la nueva cerca almenada, primero parapeto de tierra, de 6 metros de altura con dos lienzos de mortero y canto rodado, ocho puertas y un amplio paso de ronda interior, que mandara levantar Fernando IV en 1310.

Confiemos en la voluntad de quienes intentan recuperar esta sobresaliente muestra de la arquitectura militar española, merecedora de ser considerada, admirada y paseada.


(*) Eutimio Martino: “Roma contra cántabros y astures”. León 1981. Joaquín Alegre: “León Bimilenaria”. Ed. Rimpego. León 2020.

San Marcos de León

Llegamos a San Marcos, una de las obras grandiosas del Renacimiento español.

Primero nos encontramos con su majestuosa fachada, cubierta con hermosas y alusivas pilastras, amén de frisos y efigies de los Maestres de la Orden, donde se aprecia el genial cincel de Juan de Juni, notando la falta de las imágenes, envueltas en leyenda, para completarla.

Si bella es la fachada de la iglesia, más lo es su interior, dividido por hermosa rejería, con sus capillas, retablos, imágenes y lienzos. Y en un lateral la Sala Capitular con el impresionante artesonado, que produce cansancio el contemplarlo detalladamente.

Pero muy especialmente lo es su Sacristía, obra exquisita de Juan de Badajoz, que tanta bella huella dejó en León, envuelta en atmósfera de atractiva luminosidad, con los impresionantes nervios y techo con figuras levíticas, además del sepulcro del obispo Quiñones en su centro.

Y seguimos, visitando el maravilloso Coro con la mejor sillería del Renacimiento español, donde Juan de Juni, Guillermo Doncel y sus discípulos, a golpes de sus geniales, delicadas e imaginativas gubias, dejaron plasmada tanta belleza, que sobrecoge.

No para nuestro asombro cuando recorremos el claustro de galana arquitectura. Se sigue notando la mano de los geniales Guillermo Doncel y Juan de Badajoz.

Impresiona saber que pocos lugares de nuestra geografía han sido objeto de tanto multiuso como San Marcos, aparte de la atención a los peregrinos, que fue relegada al edificio próximo a la iglesia y ahora con un prosaico destino. Desde cárcel de huéspedes distinguidos -Quevedo lo fue durante 3 años y 6 meses y muy tristemente de presos anónimos durante la desdichada Guerra Civil-, en su larga historia ha sido Escuela de Veterinaria, Instituto de Enseñanza Media, Museo arqueológico, Parada de sementales, etc.etc.

Considerado la perla del plateresco ahora es Parador Nacional de Turismo y según el eminente D. Fernando Chueca Goitia, “es difícil encontrar algo más primoroso y gentil”.

La Pulchra leonina

De paseo por León

Calle Ancha arriba llegamos a la Pulchra Leonina, la hermosa catedral. De nuevo nos impresionó.

 
La románica fue construida después, por expreso deseo y ayuda de la Infanta Doña Urraca.

La catedral de León atesora la más variada y hermosa colección de vitrales y rosetones del mundo.

Basílica de San Isidoro

De paseo por León

He vuelto a recorrer lugares emblemáticos de León, entre ellos la Colegiata de San Isidoro, cuyas estancias ,palatinas y eclesiales, encierran y custodian gran parte de la historia del Reino de León (910-1230).

En pleno siglo X, Sancho I envió una embajada a Córdoba para traer los restos del niño mártir Pelayo y para darles culto levantaron en León un templo adosado a la muralla romana.



Ante la amenaza de Almanzor, que destruía todo a su paso, estos restos y otras reliquias son llevados a Oviedo. Retornada la normalidad, a principios del siglo XI, Alfonso V reconstruye el templo y edifica un panteón para reunir a sus antepasados. Y a su lado un monasterio.

El tiempo del gran rey Fernando I fue de gran esplendor en el viejo Reino, extendido del Cantábrico al Guadiana y del Atlántico a los Montes Universales, cuando los temerosos taifas árabes le rendían vasallaje, le ofrecían parias y una poderosa embajada real se desplazó a Híspalis para traer los prometidos restos de las mártires Justa y Rufina y engrandecer el nuevo y hermoso templo, adosado al Palacio Real, joya del románico, sustituto del austero anterior.

Tras la milagrosa intervención de San Isidoro, “el más santo de los sabios y más sabio de los santos”, que no quería seguir sepultado en tierra infiel, son sus restos los traídos tras la gesta del hecho histórico medieval más importante, después el descubrimiento del sepulcro jacobeo, y Doña Sancha y la Infanta Urraca inician la decoración del Panteón de los Reyes, culminada por la reina Doña Urraca hasta convertirlo, según el eminente D. Manuel Gómez Moreno en “la obra más notable de su género en España”, para muchos la “Capilla Sixtina del arte románico”.

Napoleón hizo de las suyas, en la Basílica y en las tumbas del Panteón, profanándolas, pero son muchos los tesoros que aún protege, fruto de las grandes donaciones reales, como el impresionante Cáliz de Dª Urraca, para muchos el Santo Grial. Pero para sus moradores y muchos leoneses su mayor tesoro es el Santísimo, permanentemente expuesto.


De su gran historia hay que destacar lo ocurrido entre Marzo y Abril de 1188 cuando, según D. Joaquín Alegre (*), para orgullo de los leoneses se convirtió en la Semilla de la Democracia.

El gran rey-emperador Alfonso IX había ordenado llegarse a León, para celebrar concilio en sus claustros, a nobles, obispos, abades y “electis civibus regni suis” (representantes del pueblo). Discutieron sobre la mejor administración del reino y por primera vez en la historia, desde que en Grecia se esbozaron los principios teóricos de la democracia, el rey gobernante quedó al servicio de la ley y no la ley al servicio del rey absoluto, que juró cumplir todo lo acordado y reunido en los Decreta, Cuna del Parlamentarismo mundial, muchos de cuyos mandatos aún son vigentes en las modernas democracias.

Estos grandes momentos históricos son conmemorados solemnemente, por el pueblo de León, en la Real Colegiata y en su incomparable Salón del Pendón de Baeza, siempre acompañados por el legendario Pendón y los miembros de su antiquísima Real e imperial Cofradía.

(*) León Bimilenaria. Editorial Rimpego, León. 2020

Siempre me llamó la atención que Juana de Castilla, al decir de sus cronistas o de las personas que estaban cerca de ella, la presentasen como una mujer desaliñada en el vestir, en su peinado, en su aseo personal, en su silencio, en su deseo de no ver a nadie, sobre todo a las mujeres…y sin embargo, tomaba decisiones importantes cuando tenía que hacerlo demostrando inteligencia y juicio acertado.

A su padre y a su esposo les “convenía” que ella pasase ante la opinión pública por loca; ¿pero, realmente lo estuvo? Muchas veces me he preguntado si los desplantes del marido y su desamor, los manejos del padre que no la visitaba y la mantuvo recluida en el palacio de Tordesillas, el modo en que fue tratada durante ese tiempo siempre rodeada de personas a quienes ella no podía comunicar su estado de ánimo fueron, en parte, la causa de que su mente recorriera caminos tortuosos de soledad y abandono, que acentuaron su enfermedad. ¿Qué hubiera ocurrido de haber estado rodeada de amor, ternura y comprensión?

En total fueron 47 años de cautiverio los que hubo de soportar. Menos mal que, al principio, la presencia de su hija, la infanta Catalina, calmaría su dolor. El otro hijo, Fernando, nacido en España estaba lejos de ella y los otros cuatro: Carlos, Leonor, Isabel y María, quedaron en Flandes bajo la tutela de Margarita de Austria. Juana había viajado junto a su esposo para reclamar su derecho a la corona de Castilla. Al morir Felipe el Hermoso en Burgos, 25-09-1.506, la reina inicia un largo peregrinar que duraría unos 8 meses para llevar el cuerpo del difunto a Granada donde sería enterrado junto a Isabel y Fernando. Estaba embarazada por sexta vez y fue Torquemada el lugar en el que dio a luz a su hija Catalina (14 de enero de 1.507). Allí tenía casa propia aunque la niña no nació en ella sino, según cuenta el cronista de la Corte Pedro Mártir que iba en la comitiva y le escribe al arzobispo de Granada dándole cuenta de lo sucedido, “se hospedó en las casas de un clérigo llamado García Gallo, cerca de la iglesia y que lindaban cerca de la puerta de la Puente”.

Este párrafo entrecomillado lo encontré en el libro de Ricardo de Bustos Rojo, editado bajo el patrocinio de la Diputación de Palencia y que lleva por título "Torquemada insólita". Invito a leerlo. Con palabras sencillas el autor nos lleva a conocer Historia, la de Torquemada, aportando acontecimientos, datos, lugares interesantes y relata la vida de personajes célebres que en ella nacieron. Retrato de la reina Juana I de Castilla (1479-1555), que fue hija de los Reyes Católicos. De Maestro de Geschiedenis van Jozef - own photo (by uploader, User:Viewer), 2007-02-17

💢 En 1.181, Alfonso VIII dona a doña Mencía, condesa de Lara, y nieta de doña Sancha, hija de Alfonso VI, las villas de Caviedo y Dehesa de Romanos.

💢 Alfonso VIII y su esposa, Leonor de Inglaterra fundaron
en el Barrio de las Huelgas de Burgos un monasterio

Mujeres en la historia

Plasencia (1507)-Santiago de Chile (1580)

Nació en Plasencia. Era el año 1.507 y su vida fue larga. Falleció en 1.580 en Santiago de Chile y recibió sepultura en la basílica de La Merced. Esta extremeña, intrépida y decidida, fue la primera mujer soldado y conquistadora en lejanas tierras. Como era costumbre en la época, su madre la preparó para que tuviese un oficio, el de costurera. Nada hacía presagiar que el destino iba tejiendo para ella laureles y posición social. Solamente contaba 19 años cuando el amor llamó a su puerta en la persona de Juan de Málaga. Poco más de dos años convivieron sin tener hijos ya que Inés era estéril. El marido, como tantos valientes extremeños, se enroló en la empresa del descubrimiento de tierras para la Corona. Era el año 1.528. Inés esperó con impaciencia su vuelta y como ésta no se produjo, pidió, año 1.537, permiso al rey para encontrar al esposo, y con su licencia se embarcó hacia las Indias. A su llegada supo que Juan había muerto durante la batalla de Las Salinas. Al ser viuda de soldado español, se le concedió una pensión y una encomienda de indios en Cuzco.

Su vida y la de Pedro de Valdivia se cruzan en este punto y la atracción que sienten ambos los lleva a convertirse en amantes. Este hecho era conocido, y la iglesia no estaba de acuerdo porque Valdivia tenía mujer legítima en España: Marina. Bajo las órdenes de Francisco Pizarro, y tras once meses de dificultades sin límite, Pedro fundó Santiago de Nueva Extremadura y durante todo el tiempo que llevó la lucha contra los indios y la fundación, pidió a Pizarro que Inés permaneciese a su lado, aparentemente como sirviente y ayudante. Inés cuidaba de los heridos, consolaba a quienes iban a morir y, además, luchó con energía contra los indígenas que atacaban con denuedo. Sus compañeros la respetaban y consideraban como “una mujer de extraordinario arrojo y lealtad; discreta, sensata, y bondadosa, y disfrutaba de una gran estima”. Era aceptada la relación existente entre Pedro de Valdivia y ella, que duraba más de diez años. Pero la autoridad religiosa, La Gasca, obispo que también lo fue de Palencia y que en Valladolid su blasón llena la fachada de la iglesia de La Magdalena, alzada para su futuro enterramiento, decidió cortar aquel mal ejemplo y obligó a Pedro de Valdivia a traer desde España a su legítima esposa y le ordena, además, que case a Inés.

Valdivia obedece, pide a Marina Ortiz de Gaete que se reúna con él; ella accede y viaja acompañada por sus hermanos. Casa a Inés, que tenía 42 años, con uno de sus mejores capitanes: Rodrigo de Quiroga. Muere Valdivia a manos de los indios antes de que llegue Marina desde España. La vida de nuestra protagonista, Inés, cambia radicalmente: lleva con su esposo una vida “honesta y tranquila y se convierte en persona muy religiosa pues junto a él mandó dineros para que se edificara el templo de La Merced y la ermita de Montserrat”, ambos en Santiago. Murieron con poca diferencia en el tiempo. Isabel Allende novela su vida en Inés del alma mía. También su vida fue llevada al cine. Una Ópera del compositor José guerra lleva su nombre. Lo mismo que un parque y una línea de metro, en Santiago. Plasencia, su lugar de nacimiento, puso su nombre a un colegio. Inés Suárez fue una gran mujer en la Historia.

El nacimiento de Isabel, la primogénita de los Reyes Católicos (23 de agosto de1470-1498), que vio la luz en Dueñas, en el palacio de los Buendía, cuando su madre aún no era reina, colmó de alegría a sus padres y fue jurada décima Princesa de Asturias a los cinco años por las Cortes, en Madrigal, pero cuando contaba 8, nació su hermano, el ansiado heredero varón don Juan fue jurado en Cortes y ella pasó a segundo lugar en la sucesión porque había sido nombrada por defecto de varón.

Le preocupaba a la Reina Católica solucionar el problema con el país vecino donde Juana la Beltraneja tenía muchos partidarios. Se pactó casarla con el rey de Portugal Alfonso V. El matrimonio fue prohibido por el Papa y no llegó a consumarse. Entonces, decidieron desposarla con el heredero príncipe de Asturias, don Juan, que tenía apenas un año. La prometida había cumplido los 17. La novia debería entrar en un convento hasta que el niño alcanzase los 14. Juana prefirió ingresar como religiosa en las Clarisas de Santarém y acabó sus días en un convento de Coimbra.

Don Juan contrajo matrimonio con Margarita de Austria. El heredero tuvo desde su nacimiento salud enfermiza y falleció a los seis meses de la boda. Dejó a su mujer embarazada, pero ésta perdió al hijo no nacido.

Isabel recobró el título de Princesa de Asturias, y la importancia debida como heredera. La joven Isabel había sido pretendida por Maximiliano de Austria, pero la reina buscaba la concordia con el vecino Portugal y aquella proposición no fue aceptada.

Resultaba del agrado de los Reyes que la princesa Isabel fuese prometida al heredero de Portugal. Escribe de ella Pedro Martín de Anglería de Anglería que Isabel era “princesa piadosa y prudente, fue muy amada por sus padres y por las personas que la conocieron. Por obediencia casó dos veces, ambas en Portugal”; la primera vez con el heredero, don Alfonso, hijo de Juan II y la segunda con don Manuel el Afortunado.

La reina Isabel quiso que las hijas recibiesen una educación esmerada. Deseaba que en sus hijos se cumpliesen los ideales del Renacimiento: el príncipe debía ser “sabio, benevolente y piadoso que haría la felicidad de su pueblo por sus conocimientos y su equilibrado espíritu de justicia”. Isabel fue prometida al heredero luso, don Alfonso y, acompañada de su madre, se dirigió a la raya de Portugal para cumplir con los protocolos precisos. Firmadas las capitulaciones, los desposorios tuvieron lugar en Sevilla el 18 de abril de 1490. Hubo gran alegría y festejos populares para celebrar tan magno acontecimiento. Según los Cronistas, don Fernando tomó parte en los torneos y quebró muchas varas. Desde Sevilla se trasladaron los novios a Estremoz. Allí, de nuevo, se festejó la unión de Isabel con el Príncipe portugués, y los agasajos y las fiestas fueron de tal grandeza que, así lo reflejan las Crónicas, las cuales jamás se hicieron a otra Reyna.

La suerte no acompañó. El 12 de julio de 1491, don Alfonso, apenas transcurrido un año de la boda, cayó de su caballo que iba lanzado al galope y falleció. Viuda y sin hijos, la joven Isabel regresó a Castilla triste y enlutada para vivir con sus padres. Su carácter y las múltiples virtudes que la adornaban hicieron de ella una mujer amada por cuantos la conocían. Al quedar viuda, escribe Pedro Martín de Anglería, “no quiere conocer a ningún hombre y renuncia a unas segundas nupcias”.

Sin embargo, más adelante, obedeciendo dócilmente a sus progenitores, tomó por esposo a don Manuel I el Afortunado. Tampoco duró mucho la felicidad ya que la reina de Portugal murió con 28 años al dar a luz al infante don Miguel, quien sobrevivió a su madre pero murió antes de cumplir dos años. Dicen que, de todas las hijas de la Reina, Isabel era quien más se asemejaba a su madre por su carácter, religiosidad y espíritu de sacrificio.