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El condenado a muerte

Una celda. ¿Sabéis lo que es? Cuatro paredes estrechas, un techo sombrío, silencio y límite sobre la vida de un semejante. Angostura. Tanto como el ataúd que ha de transportar el despejo de nuestro ser. Pero son el sosiego interior que regala la muerte: vivo en la reconditez del hoyo, con el tormento de sentir la maravilla de vivir sin la otra maravilla de andar, hablar, amar. ¡Libertad! Y las horas esteparias, planas de reiteración, con el solo regusto de lo que fue. Y lo terrible: la sentencia. Morir.



¡Morir! Hay en el suicida una apetencia de quietud, de escapar a la lucha de todos los días; pero el condenado a la última pena no acaricia este anhelo. Por rebeldía, por impulsos internos, por la misma desorbitación de su condena, ama la vida, la ama más ahora que la ve en una proximidad de extravío. Y, febril, la aprieta contra él en temblores de muerte.
Un largo sobresalto repta por la infinita pared de las horas. ¡El único sobresalto! ¿Será ya?- Vacila en la audición de todo rumor. Hasta el paso del centinela es un recelo en su alma angustiada. Vive esto: la inquietud, la incertidumbre de su destino. NO sirve para acallar su desasosiego la palabra efusiva del defensor. Se razona que esta palabra es de alivio, de último alivio. Y persiste en la vela transida, sorbiendo las gotas de ruido, únicas gotas que filtran los muros de la celda. ¡Qué atroz tormento éste de esperar la muerte al entornarse una puerta!

La pena de muerte es una pervivencia del pasado. No sirve para nada. No es ejemplar. No es de amparo a la sociedad. El hombre no delinque luego de consultar al código; delinque por estímulos incontenibles que no se cohíben a la idea de sanción alguna. ¿Qué ejemplaridad es la de un castigo que, no obstante el mucho tiempo de su codificación, sigue aplicándose porque siguen cometiéndose delitos de ese carácter? La delincuencia tiene fuentes más hondas que las presumidas por los jueces. Son raices en la carne, en la sangre, en los nervios. Raices profundas. Y nada hace la pena en extinción del delito; pero si hace en la siembra de tormentos absolutos en el tiempo que sigue a su pronunciamiento sobre una vida. Es paralela a lo terrible e irreparable de su ejecución. -¿Será ya? Vibra en el alerta la zozobra de miles desasimientos vitales. Sobre un tiempo desértico -arenas de desierto- gira la celda del condenado a muerte. Y gira él, retornado al pasado, en plenitud de lo que vivió para destilar el hoy trágico de su desvivir en enormes angustias.

¡Perdón para todos los condenados a muerte! ¡Para todos!

A.Verdú Suárez
Ágora, Córdoba, 1935

2 comentarios:

jarrrr dijo...

Que bonita esa explicación, de la muerte,que clara ,que concisa que recuerdos trae en un minuto toda tu vida pasa y va y viene ,y que cruel toda esa encrucijada,de palabras para acabar quitándote lo más íntimo que es tu vida ,tu respiración, tus pensamientos todo se va se acaba como empezó entre esas cuatro paredes y en soledad

Froilán De Lózar dijo...

Bonita reflexión también la tuya. Un abrazo y buen día desde Bilbo.

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